70-79, F
Umis ya yétal, i valdëa nat... nas ya cenil.
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SvarturBlod · 18-21, M
<<Contemplen mis truenos, mis rayos y mis estruendos ¡Sucumban!>> Eso había oído una vez hace no tanto, no tanto como quería creer pero así fue, el gran Dúr Señor Tormenta pronuncio con su estirpe jotnar entera en sus hombros, era una voz que resonaba en idioma antiguo de tal forma que invocaba vendavales, frías lluvias en el Norte del Continente y he de ahí todo lo que un mortal como Svartur podría contemplar; con ojos abiertos y la boca partida de tanta desdicha. Así era como este rakshasa le hablaba, con el mismo porte de un gran gigante de escarcha en su territorio, porque en definitiva es ahora donde estaba.
"Contemplen y sucumban..." ¿Que iba a hacer? Asintió con mala gana, cual niño que sabe poco del mundo y en un afán de querer asegurar que lo sabía todo se equivocaba, se equivocaba una y más de mil veces, aún así, Iriel le había corregido con tanto afán de desafió que incluso Svartur mismo sabia que tenía esa batalla perdida, esa lucha no tenía sentido contra la elfa que ni siquiera competía para pelear, estaba subida en una montaña a la cual ni con todos los caballos o mulas podría alcanzar, mientras que ella la caminaba con tanta gracia que ni sus pies podrían tocar el suelo.
Los sonidos internos de una bestia que rasgaba las paredes se sentía en el cuerpo de Svartur, una alma llena de tormento y acostumbrada a la oscuridad, pero que en esa oscuridad de lagos oscuros como los que Jormungandr batía había una barcaza de una dama de lirios blanca que brillaba como quien jamás había visto aquello, la más antigua magia habitaba en su presencia, la oía corear entre los infernales cantos sangrientos de su alma llena de espamos y de negras piedras que lo hundían. Era el poder de la esperanza, después de todo.
Nada, inevitable no asociarse otro dolor como el de la falta de esperanza en los humanos, los deseos de contribuir en un Continente sin sonrisas, Svartur solo era uno más, uno que no necesariamente le martirizaría, pero sí atendería al verse en un reflejo de inútil resentimiento. Las palabras de Iriel le impactaron más que la propia magia rúnica que juraba extinta, más que el propio cuchillo que tan bien sabría blandir (ni siquiera le aterrorizó que ella pudiera atacarle) pues su cara, repleta cara de jovencito confundido se manifestaba más atormentada por el peso de las palabras que el de otro filo digno de matar.
Otra vez, el Sombra volvía a ser sombra, Sombra por una causa que debía de utilizar como bandera, tomó el arma con la agilidad de un montaraz y la postura de un asesino, los ojos se atrevieron a alzarse de esa forma celeste cielo sofocado en cenizas de niebla no absorbida aún por la daga.
Lo haré, pero no puedo prometerte que quedará prolijo. Había cortado cabello, pero imaginaba que cabello de esa estirpe sería tan valioso como un importante mineral o una espada prohibida, suspiró, mientras que sin esperar instrucción se dispuso a avanzar hacía sus espaldas. Medirá improvisadamente la melena, y sin mediarse a más, la cortó con ayuda de su mano libre que sostuvo los mechones formando un racimó en un tajo lateral. Luego lo emprolijaría, conforme el pelo cortase su lazo. Por momentos pensó, quizás en el dolor que eso tendría, para las mujeres del Continente muchas veces el cabello era un símbolo de libertad, de poder y de nobleza, ahora ella estaba siendo cortada por manos indignas, manos de asesino que se aferrarán a ese cabello níveo como si fuese trigo en el campo. Ahí quedó, a la vigilia, a la espera de cuando ella volviese.
<<Espíritu, perdóname.>> Pensó para sí, mientras otra vez oirá las canciones que se avecinaban con la elfina de compañera ¿Será este el nuevo amanecer que tanto esperaría? Ya no estaría solo de nuevo, estaría con ella ¿Quien era ella? No lo sabía del todo, pero no iba a negar que la calidez de sus palabras pronto endulzaría sus senderos.
"Contemplen y sucumban..." ¿Que iba a hacer? Asintió con mala gana, cual niño que sabe poco del mundo y en un afán de querer asegurar que lo sabía todo se equivocaba, se equivocaba una y más de mil veces, aún así, Iriel le había corregido con tanto afán de desafió que incluso Svartur mismo sabia que tenía esa batalla perdida, esa lucha no tenía sentido contra la elfa que ni siquiera competía para pelear, estaba subida en una montaña a la cual ni con todos los caballos o mulas podría alcanzar, mientras que ella la caminaba con tanta gracia que ni sus pies podrían tocar el suelo.
Los sonidos internos de una bestia que rasgaba las paredes se sentía en el cuerpo de Svartur, una alma llena de tormento y acostumbrada a la oscuridad, pero que en esa oscuridad de lagos oscuros como los que Jormungandr batía había una barcaza de una dama de lirios blanca que brillaba como quien jamás había visto aquello, la más antigua magia habitaba en su presencia, la oía corear entre los infernales cantos sangrientos de su alma llena de espamos y de negras piedras que lo hundían. Era el poder de la esperanza, después de todo.
Nada, inevitable no asociarse otro dolor como el de la falta de esperanza en los humanos, los deseos de contribuir en un Continente sin sonrisas, Svartur solo era uno más, uno que no necesariamente le martirizaría, pero sí atendería al verse en un reflejo de inútil resentimiento. Las palabras de Iriel le impactaron más que la propia magia rúnica que juraba extinta, más que el propio cuchillo que tan bien sabría blandir (ni siquiera le aterrorizó que ella pudiera atacarle) pues su cara, repleta cara de jovencito confundido se manifestaba más atormentada por el peso de las palabras que el de otro filo digno de matar.
Otra vez, el Sombra volvía a ser sombra, Sombra por una causa que debía de utilizar como bandera, tomó el arma con la agilidad de un montaraz y la postura de un asesino, los ojos se atrevieron a alzarse de esa forma celeste cielo sofocado en cenizas de niebla no absorbida aún por la daga.
Lo haré, pero no puedo prometerte que quedará prolijo. Había cortado cabello, pero imaginaba que cabello de esa estirpe sería tan valioso como un importante mineral o una espada prohibida, suspiró, mientras que sin esperar instrucción se dispuso a avanzar hacía sus espaldas. Medirá improvisadamente la melena, y sin mediarse a más, la cortó con ayuda de su mano libre que sostuvo los mechones formando un racimó en un tajo lateral. Luego lo emprolijaría, conforme el pelo cortase su lazo. Por momentos pensó, quizás en el dolor que eso tendría, para las mujeres del Continente muchas veces el cabello era un símbolo de libertad, de poder y de nobleza, ahora ella estaba siendo cortada por manos indignas, manos de asesino que se aferrarán a ese cabello níveo como si fuese trigo en el campo. Ahí quedó, a la vigilia, a la espera de cuando ella volviese.
<<Espíritu, perdóname.>> Pensó para sí, mientras otra vez oirá las canciones que se avecinaban con la elfina de compañera ¿Será este el nuevo amanecer que tanto esperaría? Ya no estaría solo de nuevo, estaría con ella ¿Quien era ella? No lo sabía del todo, pero no iba a negar que la calidez de sus palabras pronto endulzaría sus senderos.
JB1535635 · F
El hormigueo continuó subiendo por sus dedos, se ciñó a sus muñecas y cuando llegó a sus antebrazos, Jenna sonrió. Una sonrisa que tenía muy poco de la rizada y lo suficiente de Myrcella LaLaurie que se sentía como en casa. Como si el paseo por esa maleza la fuera a llevar con Sebastian. Jenna pestañeó, tratando de recomponer la compostura, recordando de quién se trataba realmente. Ella era Jenna Bane, la reencarnación de Caín y el recipiente de Samael. Esa era su nueva identidad. Los bosques no la afectaban, porque los desconocía. No existía Sebastian alguno al final de la línea. Todo se resumía a ella buscando cómo distraerse mientras el tiempo pasaba y su portal absorbía la energía necesaria para llevarla de vuelta a casa. Todos esos ejercicios le habían enseñado en la asociación, con la esperanza de que le ayudaran a regresar a su centro. Pero era un poco inútil cuando todo lo que te rodeaba hacía revolver a todas tus vidas pasadas dentro de tu cabeza para que una quisiera tomar el control de la situación.
No estuvo segura por cuanto tiempo se mantuvo caminando, pero cuando el hormigueo llegó hasta su ombligo, Jenna se detuvo para apoyar una mano —que casi ya no sentía como suya— en un tronco húmedo. Respiró con fuerza y fue ahí donde la escuchó, despertando la naturaleza curiosa de Bane y empujando, por esos momentos, a Myrcella hacia uno de los rincones de su interior.
«¿Qué lar es este?»
La reencarnada no tenía idea de quién se trataba, pero todo lo que aquella voz le prometía era una sola cosa: distracción. Una distracción entre todo lo que prometía traer a Myrcella de vuelta, aunque fuera, por unos momentos. Jadeante, se precipitó hacia adelante en pasos torpes y poco calculados. Una mala pisada le costó irse de bruces al suelo. El repentino dolor en las rodillas fue otro distractor para la reencarnada que volvió a alejar de sí la presencia de Myrcella a pesar de que el hormigueo continuaba avanzando, sentándose en su pecho y expandiendo una cálida sensación como si tratara de adular a su alma con ese candente tacto. Jenna gruñó en descontento y con pesadez se reincorporó del suelo. Quizás fueron unos instantes o quizás unos minutos, pero entre pestañeos lentos y campos de visión borrosos como el preludio de una visión, Jenna finalmente llegó a atisbar algo que, en primera instancia, pensó que era producto de esas visiones que estaban a nada de alcanzarla.
La desesperación la obligó a creer que aquella presencia frente a ella era verdadera, por lo que gimoteó:— Ayúdame.
Ni siquiera había alcanzado a decirle que se parecía a un bonito personaje de cuento de hadas. Porque lo siguiente que se presenció fue a la muchacha desplomándose en el suelo, ocasionando un seco sonido que fue seguido por otros murmuros del roce de su piel contra las hojas, producto de las convulsiones. Nada como experimentar una visión en toda su gloria con pérdidas de conocimiento y convulsiones.
Myrcella escuchó el quejido de su vestido cuando cedió ante una rama que había decidido salir a saludarla en la penumbra de la noche. Ella, que apreciaba sus vestidos y todo lo que viniera como complemento de ser la hija de Alessandro LaLaurie, por primera vez no renegó. No tenía por qué hacerlo, ya que lo que la esperaba del otro lado era la victoria. Era poder estar con Sebastian. Compartir un poco de bebida juntos. Contarle cómo le había ido en los entrenamientos clandestinos con Alec. Convencerse una vez más que su corazón estaba en dos partes al mismo tiempo, incapaz de decidir en qué lado quedarse. Porque así como amaba a Sebastian, también lo hacía con sus lujos.
Y escoger uno significaba la pérdida del otro. Así que prefería no escoger. Mantenerse en ese limbo por cuanto tiempo le fuera posible que, auguraba, sería lo suficiente para disfrutar al máximo de todo. Solo que esas predicciones tenían por base los sueños de una niña que no tenía idea del mundo. Fueron hechas jirones con facilidad cuando sintió una sensación de calor. Fueron pulverizadas cuando el humo se coló de manera sigilosa por sus pies y solo cuando se percató de este, Myrcella corrió. Su vestido se quejaba de cada mal trato de las ramas, pero a ella no le importaba. Jadeante cruzó el camino conocido que registraba las pisadas de otros.
Esos otros eran quienes habían incendiado la cabaña de Sebastian. La princesa soltó un alarido de horror.
Uno que llegó a cruzar todos los espacios cuando Jenna también sollozó entre convulsiones.
No estuvo segura por cuanto tiempo se mantuvo caminando, pero cuando el hormigueo llegó hasta su ombligo, Jenna se detuvo para apoyar una mano —que casi ya no sentía como suya— en un tronco húmedo. Respiró con fuerza y fue ahí donde la escuchó, despertando la naturaleza curiosa de Bane y empujando, por esos momentos, a Myrcella hacia uno de los rincones de su interior.
«¿Qué lar es este?»
La reencarnada no tenía idea de quién se trataba, pero todo lo que aquella voz le prometía era una sola cosa: distracción. Una distracción entre todo lo que prometía traer a Myrcella de vuelta, aunque fuera, por unos momentos. Jadeante, se precipitó hacia adelante en pasos torpes y poco calculados. Una mala pisada le costó irse de bruces al suelo. El repentino dolor en las rodillas fue otro distractor para la reencarnada que volvió a alejar de sí la presencia de Myrcella a pesar de que el hormigueo continuaba avanzando, sentándose en su pecho y expandiendo una cálida sensación como si tratara de adular a su alma con ese candente tacto. Jenna gruñó en descontento y con pesadez se reincorporó del suelo. Quizás fueron unos instantes o quizás unos minutos, pero entre pestañeos lentos y campos de visión borrosos como el preludio de una visión, Jenna finalmente llegó a atisbar algo que, en primera instancia, pensó que era producto de esas visiones que estaban a nada de alcanzarla.
La desesperación la obligó a creer que aquella presencia frente a ella era verdadera, por lo que gimoteó:— Ayúdame.
Ni siquiera había alcanzado a decirle que se parecía a un bonito personaje de cuento de hadas. Porque lo siguiente que se presenció fue a la muchacha desplomándose en el suelo, ocasionando un seco sonido que fue seguido por otros murmuros del roce de su piel contra las hojas, producto de las convulsiones. Nada como experimentar una visión en toda su gloria con pérdidas de conocimiento y convulsiones.
˗ˏˋ ´ˎ˗
Myrcella escuchó el quejido de su vestido cuando cedió ante una rama que había decidido salir a saludarla en la penumbra de la noche. Ella, que apreciaba sus vestidos y todo lo que viniera como complemento de ser la hija de Alessandro LaLaurie, por primera vez no renegó. No tenía por qué hacerlo, ya que lo que la esperaba del otro lado era la victoria. Era poder estar con Sebastian. Compartir un poco de bebida juntos. Contarle cómo le había ido en los entrenamientos clandestinos con Alec. Convencerse una vez más que su corazón estaba en dos partes al mismo tiempo, incapaz de decidir en qué lado quedarse. Porque así como amaba a Sebastian, también lo hacía con sus lujos.
Y escoger uno significaba la pérdida del otro. Así que prefería no escoger. Mantenerse en ese limbo por cuanto tiempo le fuera posible que, auguraba, sería lo suficiente para disfrutar al máximo de todo. Solo que esas predicciones tenían por base los sueños de una niña que no tenía idea del mundo. Fueron hechas jirones con facilidad cuando sintió una sensación de calor. Fueron pulverizadas cuando el humo se coló de manera sigilosa por sus pies y solo cuando se percató de este, Myrcella corrió. Su vestido se quejaba de cada mal trato de las ramas, pero a ella no le importaba. Jadeante cruzó el camino conocido que registraba las pisadas de otros.
Esos otros eran quienes habían incendiado la cabaña de Sebastian. La princesa soltó un alarido de horror.
˗ˏˋ ´ˎ˗
Uno que llegó a cruzar todos los espacios cuando Jenna también sollozó entre convulsiones.
JB1535635 · F
───── Bosques, media noche.
El portal la botó de manera brusca y lo primero que percibió fue el dolor en las rodillas y las palmas de la mano. Se mantuvo en esa posición por unos instantes. Necesitaba recuperar el aliento. Necesitaba asimilar la idea que acababa de escapar una vez más y ya no tenía a una horda de criaturas siguiéndola por nada más que la esencia que encerraba dentro de ella. Jenna jadeó en su lugar, buscó rellenar sus pulmones, en un primer momento, con desesperación. Esto solo causó una sensación de ardor que respondió con un quejido hondo. Cerró los ojos, intentando silenciar cuantos sentidos pudiera hasta que recuperara la compostura. O así lo camuflaba ella cuando se trataba de algo más primario y natural: miedo. Bane, la que se jactaba de aquella emoción, en ese rincón del mundo y en esos precisos instantes estaba silenciando todas las alarmas que se habían disparado por ese sentimiento.
Lo que empezó como bocanadas de aire poco a poco fue convirtiéndose en jadeos que dejaban tímidos vahos de rastros. Sus dedos se deslizaron por la tierra y encerraron montones de esta, permitiendo así que el tacto le recordara que continuaba allí. Apretó los labios formando una fina línea y tragó en seco. Solo cuando el ardor de palmas y rodillas dejó de resonar tan fuerte en su cabeza, Jenna alzó la cabeza. Abrió los ojos y su ceño se frunció en señal de confusión, porque poco o nada logró descifrar todo lo que la rodeaba. Lo suyo era caer en callejones corroídos por la humedad y suciedad, baños pestilentes y, por qué no, en medio de saunas nudistas. Cada caída brusca la dejaba en un lugar más problemático.
Sin embargo, los bosques eran un terreno poco común.
Por no decir, poco bienvenidos.
Los bosques estaban ligados a Myrcella. A los caminos que trazaba en estos para llegar con Sebastian. A los entrenamientos secretos, las reuniones fortuitas con el espadachín y una prohibida felicidad. Una prohibida felicidad que terminó desencadenando una serie de infortunios que Jenna, conforme se levantaba del suelo, no estaba dispuesta a recordar. El hormigueo en la punta de sus dedos fue la tentativa a que lo pensara dos veces. Y por ello, el recipiente de Samael alzó el dije en forma de rosa que descansaba sobre su pecho. La luz, débil pero suficiente, que se colaba entre las copas de los árboles le mostró que no tenía la energía necesaria para formar otro portal y largarse de allí. Rose, el dije, no emitía los clásicos destellos azules. Solo se reducía a un instrumento plateado, lo cual no ayudó en el ánimo de Bane que se despeinó, aún más, la melena.
¿Frustada? Sí.
¿Sin ideas? También.
La idea de quedarse allí parada era la más sensata. Jenna observaba lo que tenía al frente con recelo. No por posibles criaturas salvajes o la probabilidad de torcerse el tobillo en una mala pisada. No, eso era más fácil de enfrentar. Se trataba de Myrcella. Jenna desconfiaba de muchas cosas. En especial de su propio control respecto a las visiones que la atacaban sin tregua alguna cada vez que algo rozaba lo familiar en el fondo de su cabeza. Si avanzaba, podría desencadenar una visión. No tendría a quien la ayudara. No tendría cómo devolverse a su identidad actual de manera rápida. Sin embargo, si se quedaba, seguro que no tardaría en arrastrarse como el ser inquieto que era. Inquieto e inconforme, porque Jenna no tardó en inclinarse y recoger lo que se encontraba a unos centímetros de distancia de su pie: su arma. Esta se camufló en el anillo del meñique de su diestra.
Una mirada más hacia el frente. Jenna resopló y asintió con la cabeza—. Todo va a estar bien —mintió. Solo que para sí misma antes de empezar la marcha, viendo donde pisaba, deteniéndose al sonido de ramas rompiéndose y concentrándose en estos estímulos. Ignorando, de manera deliberada, el hormigueo que empezaba a subir por sus dedos como el preludio de alguien en el fondo de su cabeza que empezaba a encontrar en ese pedazo de naturaleza una parte de lo que había sido. Myrcella deseaba abrirse paso y, con ello, demostrar que el tema de la reencarnación era más molestoso que tener que cuidarte de visiones y convulsiones.
El portal la botó de manera brusca y lo primero que percibió fue el dolor en las rodillas y las palmas de la mano. Se mantuvo en esa posición por unos instantes. Necesitaba recuperar el aliento. Necesitaba asimilar la idea que acababa de escapar una vez más y ya no tenía a una horda de criaturas siguiéndola por nada más que la esencia que encerraba dentro de ella. Jenna jadeó en su lugar, buscó rellenar sus pulmones, en un primer momento, con desesperación. Esto solo causó una sensación de ardor que respondió con un quejido hondo. Cerró los ojos, intentando silenciar cuantos sentidos pudiera hasta que recuperara la compostura. O así lo camuflaba ella cuando se trataba de algo más primario y natural: miedo. Bane, la que se jactaba de aquella emoción, en ese rincón del mundo y en esos precisos instantes estaba silenciando todas las alarmas que se habían disparado por ese sentimiento.
Lo que empezó como bocanadas de aire poco a poco fue convirtiéndose en jadeos que dejaban tímidos vahos de rastros. Sus dedos se deslizaron por la tierra y encerraron montones de esta, permitiendo así que el tacto le recordara que continuaba allí. Apretó los labios formando una fina línea y tragó en seco. Solo cuando el ardor de palmas y rodillas dejó de resonar tan fuerte en su cabeza, Jenna alzó la cabeza. Abrió los ojos y su ceño se frunció en señal de confusión, porque poco o nada logró descifrar todo lo que la rodeaba. Lo suyo era caer en callejones corroídos por la humedad y suciedad, baños pestilentes y, por qué no, en medio de saunas nudistas. Cada caída brusca la dejaba en un lugar más problemático.
Sin embargo, los bosques eran un terreno poco común.
Por no decir, poco bienvenidos.
Los bosques estaban ligados a Myrcella. A los caminos que trazaba en estos para llegar con Sebastian. A los entrenamientos secretos, las reuniones fortuitas con el espadachín y una prohibida felicidad. Una prohibida felicidad que terminó desencadenando una serie de infortunios que Jenna, conforme se levantaba del suelo, no estaba dispuesta a recordar. El hormigueo en la punta de sus dedos fue la tentativa a que lo pensara dos veces. Y por ello, el recipiente de Samael alzó el dije en forma de rosa que descansaba sobre su pecho. La luz, débil pero suficiente, que se colaba entre las copas de los árboles le mostró que no tenía la energía necesaria para formar otro portal y largarse de allí. Rose, el dije, no emitía los clásicos destellos azules. Solo se reducía a un instrumento plateado, lo cual no ayudó en el ánimo de Bane que se despeinó, aún más, la melena.
¿Frustada? Sí.
¿Sin ideas? También.
La idea de quedarse allí parada era la más sensata. Jenna observaba lo que tenía al frente con recelo. No por posibles criaturas salvajes o la probabilidad de torcerse el tobillo en una mala pisada. No, eso era más fácil de enfrentar. Se trataba de Myrcella. Jenna desconfiaba de muchas cosas. En especial de su propio control respecto a las visiones que la atacaban sin tregua alguna cada vez que algo rozaba lo familiar en el fondo de su cabeza. Si avanzaba, podría desencadenar una visión. No tendría a quien la ayudara. No tendría cómo devolverse a su identidad actual de manera rápida. Sin embargo, si se quedaba, seguro que no tardaría en arrastrarse como el ser inquieto que era. Inquieto e inconforme, porque Jenna no tardó en inclinarse y recoger lo que se encontraba a unos centímetros de distancia de su pie: su arma. Esta se camufló en el anillo del meñique de su diestra.
Una mirada más hacia el frente. Jenna resopló y asintió con la cabeza—. Todo va a estar bien —mintió. Solo que para sí misma antes de empezar la marcha, viendo donde pisaba, deteniéndose al sonido de ramas rompiéndose y concentrándose en estos estímulos. Ignorando, de manera deliberada, el hormigueo que empezaba a subir por sus dedos como el preludio de alguien en el fondo de su cabeza que empezaba a encontrar en ese pedazo de naturaleza una parte de lo que había sido. Myrcella deseaba abrirse paso y, con ello, demostrar que el tema de la reencarnación era más molestoso que tener que cuidarte de visiones y convulsiones.
SvarturBlod · 18-21, M
Quizás fue la brisa, pero está no existía perdido en las flores que crecían desde abajo en su alma ¿Cómo no poder atrapar esas palabras con sus manos? Sentía, quizás que estás le herían más que los flagelantes azotes que tenía en su propia espalda, aunque estos no fuesen a curar jamás, las palabras de la Rakshasa parecían afectarle de sobremanera, más al notar la relación que tenía ella con su destino, o con el destino en sí. Imposible será, quizás negar que sus ojos celestes se perdían en los versos de esa elfa con dote de juglar, no podría impedir tampoco que su futuro sea presagiado con tanta facilidad.
Se sentía muy poco en comparación a la enormidad de su tarea, como siempre era en situaciones así: Ellos conducen, él obedece. No era un líder, ni un visionario. Solo la herramienta que desafilada sigue cortando la carne de todas maneras, de mala gana, pero efectiva, pues lo que no cortaba su filo lo terminaba por matar el veneno u enfermedad que un arma destrozada podría tener.
¿Cómo se atrevía ella a hablar de mezquindad o del calor o la falta de su alma? Siquiera él podía comprenderse así mismo, o no lo hacía del todo, cerró sus puños. Desviando la mirada de ella, inspirado en la decidía de su ser, aulló en demencia dentro de él, caldeado como una esfumante brisa de rabia.
No tengo deseos de tomar ninguna senda, todas ellas llevan a lugares oscuros ¡¿Que culpa tengo yo de no querer eso?! Los demás pueden tener una vida tranquila, vivir en la naturaleza como tú, estás tierras son mi sueño. Vivir del fruto que da la naturaleza, no volver a levantar un filo sino es para remover la maleza o plantar una semilla ¡Verla crecer! No verla morir, no verla pudrirse... No.
Esa cruel Rakshasa nada sabía, parecía envuelta en su pasado más severo, terrible y cruel de arma tormentosa que corrompe todo a su paso ¿Eso era? Otra de las pruebas de Aziz quizás, solo para hundirlo más en la oscuridad que ese Amo de la Noche podría adjudicar, el tenia la culpa de creer que había espacio para la redención.
Se levantó, dejó de meditar o de intentar concentrarse, le observó como si por primera vez no quisiera ver el piso, sino que orgullosamente destruido le señaló con gran ímpetu de un dedo índice acusándola.
Ya no queda espacio para que las lagrimas fluyan ¿Sabes que ocurre en el lugar donde vengo? Los niños usan sus lagrimas para poder beber algo, creyendo que así la sed no les matará en sus lenguas secas ¿Qué sabes tú de eso? Nada, nada, absolutamente nada. Te enseñaré, sí, te enseñare lo que es ir a una misión donde el precio mínimo que pagas es el de tu vida ¡SÍ! Enseñame que tan equivocado estoy en el otro mundo, no aquí, no aquí donde todo es perfecto ¡Que se te pudran los huesos cuando el Aire del Norte te azote! Vamos, te ofrezco mi espada, mi cuchillo y mi vida si eso hace que veas que este mundo está podrido.
Se sentía muy poco en comparación a la enormidad de su tarea, como siempre era en situaciones así: Ellos conducen, él obedece. No era un líder, ni un visionario. Solo la herramienta que desafilada sigue cortando la carne de todas maneras, de mala gana, pero efectiva, pues lo que no cortaba su filo lo terminaba por matar el veneno u enfermedad que un arma destrozada podría tener.
¿Cómo se atrevía ella a hablar de mezquindad o del calor o la falta de su alma? Siquiera él podía comprenderse así mismo, o no lo hacía del todo, cerró sus puños. Desviando la mirada de ella, inspirado en la decidía de su ser, aulló en demencia dentro de él, caldeado como una esfumante brisa de rabia.
No tengo deseos de tomar ninguna senda, todas ellas llevan a lugares oscuros ¡¿Que culpa tengo yo de no querer eso?! Los demás pueden tener una vida tranquila, vivir en la naturaleza como tú, estás tierras son mi sueño. Vivir del fruto que da la naturaleza, no volver a levantar un filo sino es para remover la maleza o plantar una semilla ¡Verla crecer! No verla morir, no verla pudrirse... No.
Esa cruel Rakshasa nada sabía, parecía envuelta en su pasado más severo, terrible y cruel de arma tormentosa que corrompe todo a su paso ¿Eso era? Otra de las pruebas de Aziz quizás, solo para hundirlo más en la oscuridad que ese Amo de la Noche podría adjudicar, el tenia la culpa de creer que había espacio para la redención.
Se levantó, dejó de meditar o de intentar concentrarse, le observó como si por primera vez no quisiera ver el piso, sino que orgullosamente destruido le señaló con gran ímpetu de un dedo índice acusándola.
Ya no queda espacio para que las lagrimas fluyan ¿Sabes que ocurre en el lugar donde vengo? Los niños usan sus lagrimas para poder beber algo, creyendo que así la sed no les matará en sus lenguas secas ¿Qué sabes tú de eso? Nada, nada, absolutamente nada. Te enseñaré, sí, te enseñare lo que es ir a una misión donde el precio mínimo que pagas es el de tu vida ¡SÍ! Enseñame que tan equivocado estoy en el otro mundo, no aquí, no aquí donde todo es perfecto ¡Que se te pudran los huesos cuando el Aire del Norte te azote! Vamos, te ofrezco mi espada, mi cuchillo y mi vida si eso hace que veas que este mundo está podrido.
SvarturBlod · 18-21, M
Ya lo olvidé. Se repitió en la vacuidad de su mente, sus cabellos dejaron de perder su tinte y resplandecían en la fugaz de las cenizas grises, ni en sueños tan brillantes como las de la quién denomino Rakshasa por su sobrenaturalidad -quizás en parte, no quería reconocerla como elfa por su propia memoria- y su particular capacidad de lenguaje. Svartur todavía estaba sin prenda superior, cosa que le hizo no abrazar el pudor pero si sorprenderse, no existía la vergüenza por la desnudez donde venía y era perfectamente normal que los guerreros o incluso guerreras fueran con el torso descubierto en algunos momentos sin pizca de intimidad, a lo sumo se sentirán los ojos ajenos a la batalla incrédulos de las marcas que recorren su torso, algunas de ellas incapaces aparentemente de ser borradas por la medicina natural de la época, otras incluso de socavar con magia. Lo más curioso además de las quemaduras, los azotes que decoraban su espalda, las estocadas de viejas espadas en su vientre eran las <<escamas>>, sí, piel de serpiente que sobresalía como un suave plateado símil a quién sabe que costra infectada. Un atisbo quizás alejado de la breve humanidad, los ojos de Lirio Blanco se cruzaron ya no con celestes luces, sino amarillos filos cortados por una pupila oscura que le daba ese reptil mirar.
Ella estaba distinta de la otra vez, o quizás su forma de verla había cambiado. Ternura no le daba ni en su anterior faceta, y mucho menos en está, quizás esta era la forma autentica de los Rakshasa del Imperio, entidades totalmente alejadas de las complicaciones terrenales del cuerpo y únicamente tomaban un espejismo supremo para asesinar a sus victimas, así era su capacidad. Sin calzado como un animal del bosque, con los cabellos tan largos como el vestido de una belladona, no hubo pronto respuesta por parte de Svartur, cuya mano acariciaba su propia rodilla al estar sentado sobre el mismo suelo que ambos pisaban.
Quizás vaya a donde tenía que ir en primer lugar. Estaba huyendo de mi destino, tenía que encontrarme en un pueblo pero fingí olvidarlo, cambie de rumbo. Luego recordé que tenía que ir a otro lado.
La respuesta fue quizás desconcertante, especialmente para sí mismo, pues rara vez usaba simbologías para expresarse realmente (siempre era de habla tosca). Únicamente en sus labores de bardo e interprete se permitía estimularse mediante hongos u alcohol para dotarse de una inspiración al momento de interpretar, no era el caso, ni de lejos.
Tengo que montar en las montañas en el amanecer, por un pasadizo en las montañas. Tengo que encontrarme con alguien que jamás creí volver a oír, ni siquiera en historias. Ese pasadizo es un bar, una taberna, pero para mí es la peor de todas las montañas.
Habló en respuesta a ella, quizás parecía que tenía intenciones de no huir más a su destino y oír el llamado del Cainita. Pero sus verdaderas cuestiones eran totalmente opuestas.
Así que decidí quedarme aquí ¿Para que seguir huyendo? Aquí estoy bien. No hay lugar donde me puedas guiar, no hay lugar en todo caso.
Ella estaba distinta de la otra vez, o quizás su forma de verla había cambiado. Ternura no le daba ni en su anterior faceta, y mucho menos en está, quizás esta era la forma autentica de los Rakshasa del Imperio, entidades totalmente alejadas de las complicaciones terrenales del cuerpo y únicamente tomaban un espejismo supremo para asesinar a sus victimas, así era su capacidad. Sin calzado como un animal del bosque, con los cabellos tan largos como el vestido de una belladona, no hubo pronto respuesta por parte de Svartur, cuya mano acariciaba su propia rodilla al estar sentado sobre el mismo suelo que ambos pisaban.
Quizás vaya a donde tenía que ir en primer lugar. Estaba huyendo de mi destino, tenía que encontrarme en un pueblo pero fingí olvidarlo, cambie de rumbo. Luego recordé que tenía que ir a otro lado.
La respuesta fue quizás desconcertante, especialmente para sí mismo, pues rara vez usaba simbologías para expresarse realmente (siempre era de habla tosca). Únicamente en sus labores de bardo e interprete se permitía estimularse mediante hongos u alcohol para dotarse de una inspiración al momento de interpretar, no era el caso, ni de lejos.
Tengo que montar en las montañas en el amanecer, por un pasadizo en las montañas. Tengo que encontrarme con alguien que jamás creí volver a oír, ni siquiera en historias. Ese pasadizo es un bar, una taberna, pero para mí es la peor de todas las montañas.
Habló en respuesta a ella, quizás parecía que tenía intenciones de no huir más a su destino y oír el llamado del Cainita. Pero sus verdaderas cuestiones eran totalmente opuestas.
Así que decidí quedarme aquí ¿Para que seguir huyendo? Aquí estoy bien. No hay lugar donde me puedas guiar, no hay lugar en todo caso.
SvarturBlod · 18-21, M
Había despertado desde antes que el sol hubiera salido, como le era costumbre. Despertó con lagrimas en los ojos y la almohada húmeda, la boca con yagas y mordidas que él mismo se había generado, pero estaba integro, totalmente integró. Tragicómicamente vivo, el hambre no le había abandonado aún y por eso tuvo que saquear la alacena o las sobras que hubieran quedado cercanas, bebió aguamiel de desayuno. Acomodó sus cosas para ordenarlas y partir, pero sintió que las tinieblas otra vez invadían su cuerpo como una flagelante corriente, ese sentimiento pesado que le había traído el larguísimo sueño del que todavía nada recordaba y que quizás jamás hubiera querido retomar.
Saldría hacía el campo, más bien en el trasero de los jardines naturales fuera de aquella cabaña, donde la lejana puerta estaría todavía muy lejos. Se removería su camisa holgada, exponiendo su delgaducho pero férreo cuerpo de asesino, la espalda estaba repleta de tajos y azotes que conformaban una estela de lienzo atigrado de numerosos castigos anteriores, algunos no tan antiguos. El sol saldría en breve, pensó, mientras se colocó en el suelo cruzando sus piernas en una posición que remitía al loto asiático, la rectitud de la espalda marcaba una postura que rara vez tenía al estar siempre encorvado. Sus manos, más bien sus puños se juntarían en una férrea postura y se concentró.
Fzzzz. El aire se liberó de su nariz como quién fuma una pipa y desea liberar el humo. El secreto para que esto funcionara es que pudiera sentir con total libertad, confianza y que más importante, que no se derrumbe así mismo, en los peores momentos es cuando Svartur debía enterrar lo horrible de su vida.
Olvidar, olvidar. Olvidar. Se repetía como un absoluto mantra, mientras continuaba liberando el aire desde su pecho, si su cuerpo fuese un rio repleto de energía, que recorre libremente como un caudal, era él mismo quien se encargaba de restringirlo con oscuridad en una presa que impedía que los recuerdos, la vida misma pudiera hacer mella en sus sentidos. Me olvido, me olvido... Repetía con suavidad, mientras sus cabellos perdían su tinte oscuro para abarcar una estela clara como la nieve, más bien lechosa e infértil, no brillante ni hermosa. Su piel palidecía y dejaba ver fragmentos de blancas escamas que como costra asomaban desde su mejilla, la meditación solo se ocupaba de enterrar todo lo vivido para dejar solo su usual estado apático y de ataraxia total.
Me olvido, me olvido... Otra vez el aire sería manifiesto, la pequeña raksasa/elfa será testigo de esa afluente energía, quizás nociva por su peso y su volumen de ponzoña que recorría el ambiente, causando un malestar general en aquellos seres absurdamente receptivos a los impulsos que existen en las auras, claro que Svartur desconocía que ella estuviese ahí y de hecho, sabía que lo mejor era no hacer dicho ritual, pero lo necesitaba, pues habían pasado dos días sin haber recurrido a su capacidad represora. Ella quizás podría iluminar los prados y dotarlos de roció, pero esa alma castigada parecía existir en aquel jovencito sentado en el patio de su hogar, meditando en un mantra que terminó por concluir en un susurro de cerrados ojos.
Me olvidé.
Saldría hacía el campo, más bien en el trasero de los jardines naturales fuera de aquella cabaña, donde la lejana puerta estaría todavía muy lejos. Se removería su camisa holgada, exponiendo su delgaducho pero férreo cuerpo de asesino, la espalda estaba repleta de tajos y azotes que conformaban una estela de lienzo atigrado de numerosos castigos anteriores, algunos no tan antiguos. El sol saldría en breve, pensó, mientras se colocó en el suelo cruzando sus piernas en una posición que remitía al loto asiático, la rectitud de la espalda marcaba una postura que rara vez tenía al estar siempre encorvado. Sus manos, más bien sus puños se juntarían en una férrea postura y se concentró.
Fzzzz. El aire se liberó de su nariz como quién fuma una pipa y desea liberar el humo. El secreto para que esto funcionara es que pudiera sentir con total libertad, confianza y que más importante, que no se derrumbe así mismo, en los peores momentos es cuando Svartur debía enterrar lo horrible de su vida.
Olvidar, olvidar. Olvidar. Se repetía como un absoluto mantra, mientras continuaba liberando el aire desde su pecho, si su cuerpo fuese un rio repleto de energía, que recorre libremente como un caudal, era él mismo quien se encargaba de restringirlo con oscuridad en una presa que impedía que los recuerdos, la vida misma pudiera hacer mella en sus sentidos. Me olvido, me olvido... Repetía con suavidad, mientras sus cabellos perdían su tinte oscuro para abarcar una estela clara como la nieve, más bien lechosa e infértil, no brillante ni hermosa. Su piel palidecía y dejaba ver fragmentos de blancas escamas que como costra asomaban desde su mejilla, la meditación solo se ocupaba de enterrar todo lo vivido para dejar solo su usual estado apático y de ataraxia total.
Me olvido, me olvido... Otra vez el aire sería manifiesto, la pequeña raksasa/elfa será testigo de esa afluente energía, quizás nociva por su peso y su volumen de ponzoña que recorría el ambiente, causando un malestar general en aquellos seres absurdamente receptivos a los impulsos que existen en las auras, claro que Svartur desconocía que ella estuviese ahí y de hecho, sabía que lo mejor era no hacer dicho ritual, pero lo necesitaba, pues habían pasado dos días sin haber recurrido a su capacidad represora. Ella quizás podría iluminar los prados y dotarlos de roció, pero esa alma castigada parecía existir en aquel jovencito sentado en el patio de su hogar, meditando en un mantra que terminó por concluir en un susurro de cerrados ojos.
Me olvidé.
SvarturBlod · 18-21, M
Aprovecharé a dormir. Señaló con cuidado, mientras se serviría por supuesto la segunda porción, tenía tanto apetito que estaba apunto de desfallecer de agotamiento pero solo eso le mantenía más o menos consiente para poder murmurar alguna que otra palabra. Estaba aprendiendo a sentir de nuevo, así su cuerpo se pintaba de un color más sano a altura de su pálido piel entre viejas heridas, por más que le costará mantener esos celestes ojos atentos o siquiera abiertos, cada tanto miraba a la parsimoniosa elfa con cierto misterio, cierta curiosidad e intriga, cosas que no podía entender y así seguirían.
¿Volvería un día a reír? Hace ya mucho que había perdido todo lo que concebía como vitalidad y felicidad, justamente la primera la que le devolvió aquello sería una elfa, distinta a esta en sus modos, pero que en definitiva fue su amor lo que le ato en este mundo. Cruzó bosques por ella, y mataría por estar recostado en su regazo, poder sentir el aroma de Miseria, como quien era llamada por sus empleadores, más para Svartur era todo lo contrario. Si una figura pudiera imitar la luz que esa elfa tan oscura podría causar en él, esta desconocida podría rivalizar en su corazón por eso, pero cualquier odio había apagado aquello en su corazón.
Tras comer se levantó pesadamente, mientras caminaba lentamente (casi cayendo) hasta la cama, ni se desvistió, solo dejó caer su instrumento musical a uno de los asientos para que no se rompiera, las herramientas cayeron al suelo al igual que su bolsa con armas, desparramando dagas y cinceles al piso, no se inmuto siquiera de las cosas más valiosas que poseía: Sus herramientas. Cayó directo a la cama, hundiéndose en la almohada para apoyar sus mejillas. Rezongaría conforme las luces se apagaban para él, era como un muerto, solo sus labios susurrando algo apenas audible demostrarían que estaba apunto de dormir por dos días enteros hasta la mañana próxima.
Buenas...Noches. Ni a la fiel Eyr pudo invocar, la serpiente blanca que servía como astral compañía cuando su invocador lo deseaba. Prontamente estaría roncando, perdido en un sueño más profundo que el sueño.
¿Volvería un día a reír? Hace ya mucho que había perdido todo lo que concebía como vitalidad y felicidad, justamente la primera la que le devolvió aquello sería una elfa, distinta a esta en sus modos, pero que en definitiva fue su amor lo que le ato en este mundo. Cruzó bosques por ella, y mataría por estar recostado en su regazo, poder sentir el aroma de Miseria, como quien era llamada por sus empleadores, más para Svartur era todo lo contrario. Si una figura pudiera imitar la luz que esa elfa tan oscura podría causar en él, esta desconocida podría rivalizar en su corazón por eso, pero cualquier odio había apagado aquello en su corazón.
Tras comer se levantó pesadamente, mientras caminaba lentamente (casi cayendo) hasta la cama, ni se desvistió, solo dejó caer su instrumento musical a uno de los asientos para que no se rompiera, las herramientas cayeron al suelo al igual que su bolsa con armas, desparramando dagas y cinceles al piso, no se inmuto siquiera de las cosas más valiosas que poseía: Sus herramientas. Cayó directo a la cama, hundiéndose en la almohada para apoyar sus mejillas. Rezongaría conforme las luces se apagaban para él, era como un muerto, solo sus labios susurrando algo apenas audible demostrarían que estaba apunto de dormir por dos días enteros hasta la mañana próxima.
Buenas...Noches. Ni a la fiel Eyr pudo invocar, la serpiente blanca que servía como astral compañía cuando su invocador lo deseaba. Prontamente estaría roncando, perdido en un sueño más profundo que el sueño.
SvarturBlod · 18-21, M
Se trataba de una maniaca de las más extrañas ¿Por que ha de ansiar mejorar el pueblo élfico lo males terrenales? Daba igual, la locura de la soledad de una elfa tan "pequeña" perdida en los bosques le debía requerir intentar ayudar a quien se cruce. Svartur rezongó en voz alta mientras ascendía su codo a la mesa, y en su palma apoyaría su mentón como si estuviese apunto de quedarse dormido, observando hacía un punto fijo perdido en la lejana vista, como si infantilmente quisiera ignorar lo que decía, totalmente negado a lo que pudiera decir una orejas paradas.
Pero tampoco es que puede ignorar lo obvio, su estomago sonando como tambores de guerra orcos por la falta de alimentos y su cuerpo entero que se sacudía en deseos de llenar la tripa. Suspiró porque no tenía otra cosa que aire en su cuerpo, los deseos de lanzarse dentro de la olla eran demasiados, comería y de paso ardería hasta morir: El mejor de los destinos según veía.
¿Cómo le pueden comprar tan fácil? Palabras dulces, servidas al morir la aurora. Svartur sintió esas cosquillas que recorren el cuerpo cuando oye algo que inherentemente se oye dulce, se quiera o no, le parecía más cómico y bizarro el que a él le dijese tales palabras. Parecía que la propia Iriel le dedicaba dulces sermones a una cuchilla que se ha roto, le arrullaba con mimos a una herramienta quebrada y oxidada, quizás por eso lo bizarro de aquella situación: Sentía que ya no merecía ser persona, que había abandonado aquella naturaleza de una u otra forma y ahora simplemente era una sombra de lo que alguna vez pudo haber sido como humano, quizás por eso atribuía a las palabras contrarías un sinsentido terrible, sin embargo, sus querencias a la propia naturaleza le hacían vibrar en su corazón, después de todo, por más que se le sacará filo a un humano este seguiría siendo uno. Por esa y muchas razones es que se sentía incomodo ante la presencia de la contraría.
Gracias por la comida. Sentenció con al menos un poco de educación, mientras tomaba la infusión servida y empezaba a beberla, lastimosamente no tenía alcohol pero todo venía bien en aquel momento. Algunas gotas escapaban de sus comisuras, cuestión esperada para quien vivía bajo los estandartes del hambre, curiosamente el sabor no le invadió como esperaba: De un solo golpe para tumbarlo en ese mundo, sino que paulatinamente su lengua se fue acordando de lo que es el agua miel en su ternura y dulzor como un sol que sale desde el lado opuesto a lo planeado. Cerró sus ojos en aquel mero instante, pues necesitaba guardar en su memoria reciente algo tan básico como una bebida.
La comida siguió con balance, ella debería de entender que no quería ni debía hablar, no menos hasta tener el estomago tan lleno que tuviera que vomitar la comida para expulsarla. Pero ahí estaba también en el fondo, ese poderoso dolor que aquellas famélicas personas sienten: Recuerdan que tenían apetito, el propio cuerpo se dedica a pasar factura de lo que alguna vez significa comer bien y todo el tiempo que ha pasado sin consentirlo de esa necesaria manera.
Está rico... Dijo simplemente, afirmando con cuidado, claro es que eran palabras simples al comparación de la capacidad interpretativa de la mujer de los blancos lirios, pero debía entender que para un alma cansada las palabras: Cuan más breves, cuan más cortas y simples más reales eran.
Pero tampoco es que puede ignorar lo obvio, su estomago sonando como tambores de guerra orcos por la falta de alimentos y su cuerpo entero que se sacudía en deseos de llenar la tripa. Suspiró porque no tenía otra cosa que aire en su cuerpo, los deseos de lanzarse dentro de la olla eran demasiados, comería y de paso ardería hasta morir: El mejor de los destinos según veía.
¿Cómo le pueden comprar tan fácil? Palabras dulces, servidas al morir la aurora. Svartur sintió esas cosquillas que recorren el cuerpo cuando oye algo que inherentemente se oye dulce, se quiera o no, le parecía más cómico y bizarro el que a él le dijese tales palabras. Parecía que la propia Iriel le dedicaba dulces sermones a una cuchilla que se ha roto, le arrullaba con mimos a una herramienta quebrada y oxidada, quizás por eso lo bizarro de aquella situación: Sentía que ya no merecía ser persona, que había abandonado aquella naturaleza de una u otra forma y ahora simplemente era una sombra de lo que alguna vez pudo haber sido como humano, quizás por eso atribuía a las palabras contrarías un sinsentido terrible, sin embargo, sus querencias a la propia naturaleza le hacían vibrar en su corazón, después de todo, por más que se le sacará filo a un humano este seguiría siendo uno. Por esa y muchas razones es que se sentía incomodo ante la presencia de la contraría.
Gracias por la comida. Sentenció con al menos un poco de educación, mientras tomaba la infusión servida y empezaba a beberla, lastimosamente no tenía alcohol pero todo venía bien en aquel momento. Algunas gotas escapaban de sus comisuras, cuestión esperada para quien vivía bajo los estandartes del hambre, curiosamente el sabor no le invadió como esperaba: De un solo golpe para tumbarlo en ese mundo, sino que paulatinamente su lengua se fue acordando de lo que es el agua miel en su ternura y dulzor como un sol que sale desde el lado opuesto a lo planeado. Cerró sus ojos en aquel mero instante, pues necesitaba guardar en su memoria reciente algo tan básico como una bebida.
La comida siguió con balance, ella debería de entender que no quería ni debía hablar, no menos hasta tener el estomago tan lleno que tuviera que vomitar la comida para expulsarla. Pero ahí estaba también en el fondo, ese poderoso dolor que aquellas famélicas personas sienten: Recuerdan que tenían apetito, el propio cuerpo se dedica a pasar factura de lo que alguna vez significa comer bien y todo el tiempo que ha pasado sin consentirlo de esa necesaria manera.
Está rico... Dijo simplemente, afirmando con cuidado, claro es que eran palabras simples al comparación de la capacidad interpretativa de la mujer de los blancos lirios, pero debía entender que para un alma cansada las palabras: Cuan más breves, cuan más cortas y simples más reales eran.
SvarturBlod · 18-21, M
"¿Balanza?" Puedes dormir feliz con eso, pero es una vil mentira. La naturaleza es injusta, y vil. No alcanzan las manos en el mundo para salvarlo. No.
Aseguró como si fuese la verdad más verdadera, al menos para él si lo era. Ni el aroma del alimento lograba espabilarlo de sus ideas turbias, como un lucero apagado está noche es que el estomago requería claridad brindada por el alimento, frunció los labios con sus heridas. Labios secos como dos hojas que han sido pisadas por botas en pleno otoño, los ojos celestes posaban en las llamas y en el cuenco de agua con arroz. Ella hablaba como si nada le valiera, la vida en la natura ¿Cómo no podría ser necesario el dinero ahí? Lógica tenía, su única querencia era el monte, las ramas y los arboles, lógico que la vida en armonía con la naturaleza era necesaria y posible, pero mantener esa armonía en este mundo podrido no era tarea fácil, para nada. Aquello basto para que Svartur sintiera un extraño respeto por esa gente, ella en cierta forma era como aquel leñador que reñido vivía de cortar ramas en su casucha hundida en medio del bosque entre amanecer y espigas: La vida del sudor, la malaria y las serpientes, cuestiones que ella parecía estar totalmente alejada.
Que no valga para ti, no significa que carezca de valor. Más que una sonrisa, con ello no compras nada fuera. Casi caprichoso mencionaba, pues no quería quedarse con las palabras en la boca (Si de una manera u otra, ahora debería estar muerto).
Sin embargo sus finales palabras le sirvieron para ponerle un genuino tapón en su boca ¿Cómo negar lo que ella indica? Ha visto atisbos de su magia, muy breves. Pronto sonarían más, por mas que Svartur sintiera cada una de sus costillas flojas por la humedad, el hambre y el dolor, tomaría asiento en una de las sillas del comedor. Observándole de soslayo para no babear por el hambre, revisaba sus bolsillos mientras extraía de ahí pan seco, galletas, migajas y hongos secos, era la primera vez que frenaba a comer algo así ¿Hace cuanto que no sentía ese aroma? Sus ojos se ponían suavemente húmedos, pero él tragaba el tormento, lo hubiera querido así siempre.
Amargo como lamer un carbón, no tenía sentido el resistir el sonido de agua sazonando la comida. Era muy rico para quejarse.
"No tengo el poder..." Pensó.
Aseguró como si fuese la verdad más verdadera, al menos para él si lo era. Ni el aroma del alimento lograba espabilarlo de sus ideas turbias, como un lucero apagado está noche es que el estomago requería claridad brindada por el alimento, frunció los labios con sus heridas. Labios secos como dos hojas que han sido pisadas por botas en pleno otoño, los ojos celestes posaban en las llamas y en el cuenco de agua con arroz. Ella hablaba como si nada le valiera, la vida en la natura ¿Cómo no podría ser necesario el dinero ahí? Lógica tenía, su única querencia era el monte, las ramas y los arboles, lógico que la vida en armonía con la naturaleza era necesaria y posible, pero mantener esa armonía en este mundo podrido no era tarea fácil, para nada. Aquello basto para que Svartur sintiera un extraño respeto por esa gente, ella en cierta forma era como aquel leñador que reñido vivía de cortar ramas en su casucha hundida en medio del bosque entre amanecer y espigas: La vida del sudor, la malaria y las serpientes, cuestiones que ella parecía estar totalmente alejada.
Que no valga para ti, no significa que carezca de valor. Más que una sonrisa, con ello no compras nada fuera. Casi caprichoso mencionaba, pues no quería quedarse con las palabras en la boca (Si de una manera u otra, ahora debería estar muerto).
Sin embargo sus finales palabras le sirvieron para ponerle un genuino tapón en su boca ¿Cómo negar lo que ella indica? Ha visto atisbos de su magia, muy breves. Pronto sonarían más, por mas que Svartur sintiera cada una de sus costillas flojas por la humedad, el hambre y el dolor, tomaría asiento en una de las sillas del comedor. Observándole de soslayo para no babear por el hambre, revisaba sus bolsillos mientras extraía de ahí pan seco, galletas, migajas y hongos secos, era la primera vez que frenaba a comer algo así ¿Hace cuanto que no sentía ese aroma? Sus ojos se ponían suavemente húmedos, pero él tragaba el tormento, lo hubiera querido así siempre.
Amargo como lamer un carbón, no tenía sentido el resistir el sonido de agua sazonando la comida. Era muy rico para quejarse.
"No tengo el poder..." Pensó.
SvarturBlod · 18-21, M
¿Los bosques han oído mis quejidos? El mundo es más grande que esté bosque, todos los caminos están repletos de peregrinos heridos. El Sur se ha batido en guerra con tribus de Este, los muertos son ahora ceniza que mis botas llevan en cada paso dejando un camino de sus despojos, ahí no queda ni bosque, ni siquiera el viento es capaz de contar esas historias...Solo son susurros de tormento.
Entrenado como bardo había sido, he de ahí su elocuencia que aunque breve y austera, parecía digna de un gremio de poca monta de callejeros truhanes. Claramente es que la desconfianza hacía ella todavía era más que clara, primero que nada al ser una elfa ayudando a un simple humano, su experiencia con el pueblo de "orejas paradas" era tan nefasto como ruin, cosa que temía repetir. Pero no tenía ánimos de luchar, ni sus piernas tenían intención de huir. La arboleda le parecía fétida, y ciertamente sus ojos se negaban a ver la belleza de las cosas más simples, como un perro sus ojos agraciados en color celeste solo podían percibir el blanco y negro metafóricamente, pues su visión del mundo hacía justicia al tormento de su vida en general.
La ayuda de una sola persona no puede hacer gran diferencia. Ni siquiera esas luces diviendose como por arte de magia, una ironía justa al momento de esbozar desde sus labios aquellas palabras. Pese a claramente inhabitada por algunos días, todo estaba en un orden que hace ya mucho tiempo no recordaba, quizás meses enteros sin ver una habitación de tal porte, ante sus ojos era lo mismo que estar en un lugar de nobles y ricachones, totalmente alejado de sus modus vivendi. El aroma a los víveres parecía ser muy alejado de cualquier ilusión que un Raksasa pudiera crear, lo que veía era real.
No tengo dinero para pagarte esto, ni en sueños. Señaló con seguridad, ya que en su vida alguien sería tan alejado de sus cosas para poder ofrecérselas a un pillo que vagaba que lo más probable sera que se robe cada cuestión y saliera huyendo apenas recuperado esté. Quizás la elfa estaba demente, creyendo en la bondad de los humanos. Svartur dejó por cortesía sus sucias botas de cuero negro, exponiendo sus pálidos pies vendados por hierbas y seda blanca, sanando quemaduras y ampollas que lógicamente tal marcha había generado, la palidez enfermiza de su tez se veía reflejado en cuan rojas esas heridas en tratamiento estaban.
Se removió de su capa, dividiéndola en dos mitades que exponían el sinfín de armas que portaba. Cuchillos baratos, manufacturados con roca de mala calidad, dagas curvas, hilos sosteniendo sus mangos. Bandoleras oscuras que portaban en cada lado quien sabe que objetos y herramientas, una mandolina (laúd más bien) de seis cuerdas finas colgaba en su espalda alta, pequeña y ligera. Solo una armadura de cuero oscuro, con harapos de tela negra poseía como vestimenta en un pantalón rudimentario con manchas de fango, lejos de eso: Su rostro expuesto ante la luz se veía inocente en primer mirar, desde sus cejas elevadas oscuras naturalmente dotadas de una personalidad propia por sus movimientos involuntarios. La nariz respingada, aunque en su tabique yacía una clara señal de desviación por un viejo golpe, los ojos celestes estaban dotados de una viveza sin igual en su color, pero con una oscuridad tétrica en su mirar. La boca fruncida, molesta de sus propios tormentos.
Se acercó a ayudarle sin pensarlo, moviéndose con una celeridad quizás inexplicable pese a su agotamiento. Actuó por una inercia que no supo explicar (tampoco es que tuviera en su estado actual más fuerza que ella) pero quizás era el propio encanto de tal criatura misteriosa lo que le inspiraba a actuar. Intentó simplemente poner su palma izquierda debajo del cuenco, solo ayudandole a estabilizarse. Pasase lo que fuere, él se arrepentiría en ese mismo instante de su acto, arremetiendo con la misma ferocidad usual.
No tienes que hacer esto por mi, hay gente fuera que lo merece más que yo.
Entrenado como bardo había sido, he de ahí su elocuencia que aunque breve y austera, parecía digna de un gremio de poca monta de callejeros truhanes. Claramente es que la desconfianza hacía ella todavía era más que clara, primero que nada al ser una elfa ayudando a un simple humano, su experiencia con el pueblo de "orejas paradas" era tan nefasto como ruin, cosa que temía repetir. Pero no tenía ánimos de luchar, ni sus piernas tenían intención de huir. La arboleda le parecía fétida, y ciertamente sus ojos se negaban a ver la belleza de las cosas más simples, como un perro sus ojos agraciados en color celeste solo podían percibir el blanco y negro metafóricamente, pues su visión del mundo hacía justicia al tormento de su vida en general.
La ayuda de una sola persona no puede hacer gran diferencia. Ni siquiera esas luces diviendose como por arte de magia, una ironía justa al momento de esbozar desde sus labios aquellas palabras. Pese a claramente inhabitada por algunos días, todo estaba en un orden que hace ya mucho tiempo no recordaba, quizás meses enteros sin ver una habitación de tal porte, ante sus ojos era lo mismo que estar en un lugar de nobles y ricachones, totalmente alejado de sus modus vivendi. El aroma a los víveres parecía ser muy alejado de cualquier ilusión que un Raksasa pudiera crear, lo que veía era real.
No tengo dinero para pagarte esto, ni en sueños. Señaló con seguridad, ya que en su vida alguien sería tan alejado de sus cosas para poder ofrecérselas a un pillo que vagaba que lo más probable sera que se robe cada cuestión y saliera huyendo apenas recuperado esté. Quizás la elfa estaba demente, creyendo en la bondad de los humanos. Svartur dejó por cortesía sus sucias botas de cuero negro, exponiendo sus pálidos pies vendados por hierbas y seda blanca, sanando quemaduras y ampollas que lógicamente tal marcha había generado, la palidez enfermiza de su tez se veía reflejado en cuan rojas esas heridas en tratamiento estaban.
Se removió de su capa, dividiéndola en dos mitades que exponían el sinfín de armas que portaba. Cuchillos baratos, manufacturados con roca de mala calidad, dagas curvas, hilos sosteniendo sus mangos. Bandoleras oscuras que portaban en cada lado quien sabe que objetos y herramientas, una mandolina (laúd más bien) de seis cuerdas finas colgaba en su espalda alta, pequeña y ligera. Solo una armadura de cuero oscuro, con harapos de tela negra poseía como vestimenta en un pantalón rudimentario con manchas de fango, lejos de eso: Su rostro expuesto ante la luz se veía inocente en primer mirar, desde sus cejas elevadas oscuras naturalmente dotadas de una personalidad propia por sus movimientos involuntarios. La nariz respingada, aunque en su tabique yacía una clara señal de desviación por un viejo golpe, los ojos celestes estaban dotados de una viveza sin igual en su color, pero con una oscuridad tétrica en su mirar. La boca fruncida, molesta de sus propios tormentos.
Se acercó a ayudarle sin pensarlo, moviéndose con una celeridad quizás inexplicable pese a su agotamiento. Actuó por una inercia que no supo explicar (tampoco es que tuviera en su estado actual más fuerza que ella) pero quizás era el propio encanto de tal criatura misteriosa lo que le inspiraba a actuar. Intentó simplemente poner su palma izquierda debajo del cuenco, solo ayudandole a estabilizarse. Pasase lo que fuere, él se arrepentiría en ese mismo instante de su acto, arremetiendo con la misma ferocidad usual.
No tienes que hacer esto por mi, hay gente fuera que lo merece más que yo.
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