70-79, F
Umis ya yétal, i valdëa nat... nas ya cenil.
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SvarturBlod · 18-21, M
Había despertado desde antes que el sol hubiera salido, como le era costumbre. Despertó con lagrimas en los ojos y la almohada húmeda, la boca con yagas y mordidas que él mismo se había generado, pero estaba integro, totalmente integró. Tragicómicamente vivo, el hambre no le había abandonado aún y por eso tuvo que saquear la alacena o las sobras que hubieran quedado cercanas, bebió aguamiel de desayuno. Acomodó sus cosas para ordenarlas y partir, pero sintió que las tinieblas otra vez invadían su cuerpo como una flagelante corriente, ese sentimiento pesado que le había traído el larguísimo sueño del que todavía nada recordaba y que quizás jamás hubiera querido retomar.
Saldría hacía el campo, más bien en el trasero de los jardines naturales fuera de aquella cabaña, donde la lejana puerta estaría todavía muy lejos. Se removería su camisa holgada, exponiendo su delgaducho pero férreo cuerpo de asesino, la espalda estaba repleta de tajos y azotes que conformaban una estela de lienzo atigrado de numerosos castigos anteriores, algunos no tan antiguos. El sol saldría en breve, pensó, mientras se colocó en el suelo cruzando sus piernas en una posición que remitía al loto asiático, la rectitud de la espalda marcaba una postura que rara vez tenía al estar siempre encorvado. Sus manos, más bien sus puños se juntarían en una férrea postura y se concentró.
Fzzzz. El aire se liberó de su nariz como quién fuma una pipa y desea liberar el humo. El secreto para que esto funcionara es que pudiera sentir con total libertad, confianza y que más importante, que no se derrumbe así mismo, en los peores momentos es cuando Svartur debía enterrar lo horrible de su vida.
Olvidar, olvidar. Olvidar. Se repetía como un absoluto mantra, mientras continuaba liberando el aire desde su pecho, si su cuerpo fuese un rio repleto de energía, que recorre libremente como un caudal, era él mismo quien se encargaba de restringirlo con oscuridad en una presa que impedía que los recuerdos, la vida misma pudiera hacer mella en sus sentidos. Me olvido, me olvido... Repetía con suavidad, mientras sus cabellos perdían su tinte oscuro para abarcar una estela clara como la nieve, más bien lechosa e infértil, no brillante ni hermosa. Su piel palidecía y dejaba ver fragmentos de blancas escamas que como costra asomaban desde su mejilla, la meditación solo se ocupaba de enterrar todo lo vivido para dejar solo su usual estado apático y de ataraxia total.
Me olvido, me olvido... Otra vez el aire sería manifiesto, la pequeña raksasa/elfa será testigo de esa afluente energía, quizás nociva por su peso y su volumen de ponzoña que recorría el ambiente, causando un malestar general en aquellos seres absurdamente receptivos a los impulsos que existen en las auras, claro que Svartur desconocía que ella estuviese ahí y de hecho, sabía que lo mejor era no hacer dicho ritual, pero lo necesitaba, pues habían pasado dos días sin haber recurrido a su capacidad represora. Ella quizás podría iluminar los prados y dotarlos de roció, pero esa alma castigada parecía existir en aquel jovencito sentado en el patio de su hogar, meditando en un mantra que terminó por concluir en un susurro de cerrados ojos.
Me olvidé.
Saldría hacía el campo, más bien en el trasero de los jardines naturales fuera de aquella cabaña, donde la lejana puerta estaría todavía muy lejos. Se removería su camisa holgada, exponiendo su delgaducho pero férreo cuerpo de asesino, la espalda estaba repleta de tajos y azotes que conformaban una estela de lienzo atigrado de numerosos castigos anteriores, algunos no tan antiguos. El sol saldría en breve, pensó, mientras se colocó en el suelo cruzando sus piernas en una posición que remitía al loto asiático, la rectitud de la espalda marcaba una postura que rara vez tenía al estar siempre encorvado. Sus manos, más bien sus puños se juntarían en una férrea postura y se concentró.
Fzzzz. El aire se liberó de su nariz como quién fuma una pipa y desea liberar el humo. El secreto para que esto funcionara es que pudiera sentir con total libertad, confianza y que más importante, que no se derrumbe así mismo, en los peores momentos es cuando Svartur debía enterrar lo horrible de su vida.
Olvidar, olvidar. Olvidar. Se repetía como un absoluto mantra, mientras continuaba liberando el aire desde su pecho, si su cuerpo fuese un rio repleto de energía, que recorre libremente como un caudal, era él mismo quien se encargaba de restringirlo con oscuridad en una presa que impedía que los recuerdos, la vida misma pudiera hacer mella en sus sentidos. Me olvido, me olvido... Repetía con suavidad, mientras sus cabellos perdían su tinte oscuro para abarcar una estela clara como la nieve, más bien lechosa e infértil, no brillante ni hermosa. Su piel palidecía y dejaba ver fragmentos de blancas escamas que como costra asomaban desde su mejilla, la meditación solo se ocupaba de enterrar todo lo vivido para dejar solo su usual estado apático y de ataraxia total.
Me olvido, me olvido... Otra vez el aire sería manifiesto, la pequeña raksasa/elfa será testigo de esa afluente energía, quizás nociva por su peso y su volumen de ponzoña que recorría el ambiente, causando un malestar general en aquellos seres absurdamente receptivos a los impulsos que existen en las auras, claro que Svartur desconocía que ella estuviese ahí y de hecho, sabía que lo mejor era no hacer dicho ritual, pero lo necesitaba, pues habían pasado dos días sin haber recurrido a su capacidad represora. Ella quizás podría iluminar los prados y dotarlos de roció, pero esa alma castigada parecía existir en aquel jovencito sentado en el patio de su hogar, meditando en un mantra que terminó por concluir en un susurro de cerrados ojos.
Me olvidé.