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70-79, F
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JB1535635 · F
El hormigueo continuó subiendo por sus dedos, se ciñó a sus muñecas y cuando llegó a sus antebrazos, Jenna sonrió. Una sonrisa que tenía muy poco de la rizada y lo suficiente de Myrcella LaLaurie que se sentía como en casa. Como si el paseo por esa maleza la fuera a llevar con Sebastian. Jenna pestañeó, tratando de recomponer la compostura, recordando de quién se trataba realmente. Ella era Jenna Bane, la reencarnación de Caín y el recipiente de Samael. Esa era su nueva identidad. Los bosques no la afectaban, porque los desconocía. No existía Sebastian alguno al final de la línea. Todo se resumía a ella buscando cómo distraerse mientras el tiempo pasaba y su portal absorbía la energía necesaria para llevarla de vuelta a casa. Todos esos ejercicios le habían enseñado en la asociación, con la esperanza de que le ayudaran a regresar a su centro. Pero era un poco inútil cuando todo lo que te rodeaba hacía revolver a todas tus vidas pasadas dentro de tu cabeza para que una quisiera tomar el control de la situación.

No estuvo segura por cuanto tiempo se mantuvo caminando, pero cuando el hormigueo llegó hasta su ombligo, Jenna se detuvo para apoyar una mano —que casi ya no sentía como suya— en un tronco húmedo. Respiró con fuerza y fue ahí donde la escuchó, despertando la naturaleza curiosa de Bane y empujando, por esos momentos, a Myrcella hacia uno de los rincones de su interior.

«¿Qué lar es este?»

La reencarnada no tenía idea de quién se trataba, pero todo lo que aquella voz le prometía era una sola cosa: distracción. Una distracción entre todo lo que prometía traer a Myrcella de vuelta, aunque fuera, por unos momentos. Jadeante, se precipitó hacia adelante en pasos torpes y poco calculados. Una mala pisada le costó irse de bruces al suelo. El repentino dolor en las rodillas fue otro distractor para la reencarnada que volvió a alejar de sí la presencia de Myrcella a pesar de que el hormigueo continuaba avanzando, sentándose en su pecho y expandiendo una cálida sensación como si tratara de adular a su alma con ese candente tacto. Jenna gruñó en descontento y con pesadez se reincorporó del suelo. Quizás fueron unos instantes o quizás unos minutos, pero entre pestañeos lentos y campos de visión borrosos como el preludio de una visión, Jenna finalmente llegó a atisbar algo que, en primera instancia, pensó que era producto de esas visiones que estaban a nada de alcanzarla.

La desesperación la obligó a creer que aquella presencia frente a ella era verdadera, por lo que gimoteó:— Ayúdame.

Ni siquiera había alcanzado a decirle que se parecía a un bonito personaje de cuento de hadas. Porque lo siguiente que se presenció fue a la muchacha desplomándose en el suelo, ocasionando un seco sonido que fue seguido por otros murmuros del roce de su piel contra las hojas, producto de las convulsiones. Nada como experimentar una visión en toda su gloria con pérdidas de conocimiento y convulsiones.

˗ˏˋ ´ˎ˗

Myrcella escuchó el quejido de su vestido cuando cedió ante una rama que había decidido salir a saludarla en la penumbra de la noche. Ella, que apreciaba sus vestidos y todo lo que viniera como complemento de ser la hija de Alessandro LaLaurie, por primera vez no renegó. No tenía por qué hacerlo, ya que lo que la esperaba del otro lado era la victoria. Era poder estar con Sebastian. Compartir un poco de bebida juntos. Contarle cómo le había ido en los entrenamientos clandestinos con Alec. Convencerse una vez más que su corazón estaba en dos partes al mismo tiempo, incapaz de decidir en qué lado quedarse. Porque así como amaba a Sebastian, también lo hacía con sus lujos.

Y escoger uno significaba la pérdida del otro. Así que prefería no escoger. Mantenerse en ese limbo por cuanto tiempo le fuera posible que, auguraba, sería lo suficiente para disfrutar al máximo de todo. Solo que esas predicciones tenían por base los sueños de una niña que no tenía idea del mundo. Fueron hechas jirones con facilidad cuando sintió una sensación de calor. Fueron pulverizadas cuando el humo se coló de manera sigilosa por sus pies y solo cuando se percató de este, Myrcella corrió. Su vestido se quejaba de cada mal trato de las ramas, pero a ella no le importaba. Jadeante cruzó el camino conocido que registraba las pisadas de otros.

Esos otros eran quienes habían incendiado la cabaña de Sebastian. La princesa soltó un alarido de horror.

˗ˏˋ ´ˎ˗

Uno que llegó a cruzar todos los espacios cuando Jenna también sollozó entre convulsiones.
 
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