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70-79, F
Umis ya yétal, i valdëa nat... nas ya cenil.
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SvarturBlod · 18-21, M
Ya lo olvidé. Se repitió en la vacuidad de su mente, sus cabellos dejaron de perder su tinte y resplandecían en la fugaz de las cenizas grises, ni en sueños tan brillantes como las de la quién denomino Rakshasa por su sobrenaturalidad -quizás en parte, no quería reconocerla como elfa por su propia memoria- y su particular capacidad de lenguaje. Svartur todavía estaba sin prenda superior, cosa que le hizo no abrazar el pudor pero si sorprenderse, no existía la vergüenza por la desnudez donde venía y era perfectamente normal que los guerreros o incluso guerreras fueran con el torso descubierto en algunos momentos sin pizca de intimidad, a lo sumo se sentirán los ojos ajenos a la batalla incrédulos de las marcas que recorren su torso, algunas de ellas incapaces aparentemente de ser borradas por la medicina natural de la época, otras incluso de socavar con magia. Lo más curioso además de las quemaduras, los azotes que decoraban su espalda, las estocadas de viejas espadas en su vientre eran las <<escamas>>, sí, piel de serpiente que sobresalía como un suave plateado símil a quién sabe que costra infectada. Un atisbo quizás alejado de la breve humanidad, los ojos de Lirio Blanco se cruzaron ya no con celestes luces, sino amarillos filos cortados por una pupila oscura que le daba ese reptil mirar.

Ella estaba distinta de la otra vez, o quizás su forma de verla había cambiado. Ternura no le daba ni en su anterior faceta, y mucho menos en está, quizás esta era la forma autentica de los Rakshasa del Imperio, entidades totalmente alejadas de las complicaciones terrenales del cuerpo y únicamente tomaban un espejismo supremo para asesinar a sus victimas, así era su capacidad. Sin calzado como un animal del bosque, con los cabellos tan largos como el vestido de una belladona, no hubo pronto respuesta por parte de Svartur, cuya mano acariciaba su propia rodilla al estar sentado sobre el mismo suelo que ambos pisaban.

Quizás vaya a donde tenía que ir en primer lugar. Estaba huyendo de mi destino, tenía que encontrarme en un pueblo pero fingí olvidarlo, cambie de rumbo. Luego recordé que tenía que ir a otro lado.

La respuesta fue quizás desconcertante, especialmente para sí mismo, pues rara vez usaba simbologías para expresarse realmente (siempre era de habla tosca). Únicamente en sus labores de bardo e interprete se permitía estimularse mediante hongos u alcohol para dotarse de una inspiración al momento de interpretar, no era el caso, ni de lejos.

Tengo que montar en las montañas en el amanecer, por un pasadizo en las montañas. Tengo que encontrarme con alguien que jamás creí volver a oír, ni siquiera en historias. Ese pasadizo es un bar, una taberna, pero para mí es la peor de todas las montañas.

Habló en respuesta a ella, quizás parecía que tenía intenciones de no huir más a su destino y oír el llamado del Cainita. Pero sus verdaderas cuestiones eran totalmente opuestas.

Así que decidí quedarme aquí ¿Para que seguir huyendo? Aquí estoy bien. No hay lugar donde me puedas guiar, no hay lugar en todo caso.
 
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