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70-79, F
Umis ya yétal, i valdëa nat... nas ya cenil.
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SvarturBlod · 18-21, M
<<Contemplen mis truenos, mis rayos y mis estruendos ¡Sucumban!>> Eso había oído una vez hace no tanto, no tanto como quería creer pero así fue, el gran Dúr Señor Tormenta pronuncio con su estirpe jotnar entera en sus hombros, era una voz que resonaba en idioma antiguo de tal forma que invocaba vendavales, frías lluvias en el Norte del Continente y he de ahí todo lo que un mortal como Svartur podría contemplar; con ojos abiertos y la boca partida de tanta desdicha. Así era como este rakshasa le hablaba, con el mismo porte de un gran gigante de escarcha en su territorio, porque en definitiva es ahora donde estaba.

"Contemplen y sucumban..." ¿Que iba a hacer? Asintió con mala gana, cual niño que sabe poco del mundo y en un afán de querer asegurar que lo sabía todo se equivocaba, se equivocaba una y más de mil veces, aún así, Iriel le había corregido con tanto afán de desafió que incluso Svartur mismo sabia que tenía esa batalla perdida, esa lucha no tenía sentido contra la elfa que ni siquiera competía para pelear, estaba subida en una montaña a la cual ni con todos los caballos o mulas podría alcanzar, mientras que ella la caminaba con tanta gracia que ni sus pies podrían tocar el suelo.

Los sonidos internos de una bestia que rasgaba las paredes se sentía en el cuerpo de Svartur, una alma llena de tormento y acostumbrada a la oscuridad, pero que en esa oscuridad de lagos oscuros como los que Jormungandr batía había una barcaza de una dama de lirios blanca que brillaba como quien jamás había visto aquello, la más antigua magia habitaba en su presencia, la oía corear entre los infernales cantos sangrientos de su alma llena de espamos y de negras piedras que lo hundían. Era el poder de la esperanza, después de todo.

Nada, inevitable no asociarse otro dolor como el de la falta de esperanza en los humanos, los deseos de contribuir en un Continente sin sonrisas, Svartur solo era uno más, uno que no necesariamente le martirizaría, pero sí atendería al verse en un reflejo de inútil resentimiento. Las palabras de Iriel le impactaron más que la propia magia rúnica que juraba extinta, más que el propio cuchillo que tan bien sabría blandir (ni siquiera le aterrorizó que ella pudiera atacarle) pues su cara, repleta cara de jovencito confundido se manifestaba más atormentada por el peso de las palabras que el de otro filo digno de matar.

Otra vez, el Sombra volvía a ser sombra, Sombra por una causa que debía de utilizar como bandera, tomó el arma con la agilidad de un montaraz y la postura de un asesino, los ojos se atrevieron a alzarse de esa forma celeste cielo sofocado en cenizas de niebla no absorbida aún por la daga.

Lo haré, pero no puedo prometerte que quedará prolijo. Había cortado cabello, pero imaginaba que cabello de esa estirpe sería tan valioso como un importante mineral o una espada prohibida, suspiró, mientras que sin esperar instrucción se dispuso a avanzar hacía sus espaldas. Medirá improvisadamente la melena, y sin mediarse a más, la cortó con ayuda de su mano libre que sostuvo los mechones formando un racimó en un tajo lateral. Luego lo emprolijaría, conforme el pelo cortase su lazo. Por momentos pensó, quizás en el dolor que eso tendría, para las mujeres del Continente muchas veces el cabello era un símbolo de libertad, de poder y de nobleza, ahora ella estaba siendo cortada por manos indignas, manos de asesino que se aferrarán a ese cabello níveo como si fuese trigo en el campo. Ahí quedó, a la vigilia, a la espera de cuando ella volviese.

<<Espíritu, perdóname.>> Pensó para sí, mientras otra vez oirá las canciones que se avecinaban con la elfina de compañera ¿Será este el nuevo amanecer que tanto esperaría? Ya no estaría solo de nuevo, estaría con ella ¿Quien era ella? No lo sabía del todo, pero no iba a negar que la calidez de sus palabras pronto endulzaría sus senderos.
 
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