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誠希千. The tiger that marks his victims. Irezumi Tattoo.
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YuiK1533361 · 26-30, F
No hizo falta más palabrería. Aoi inja y el Hirudora llegaron al servicio cuyo sector de aseo abarcaba cuatro metros cuadrados, con mobiliario de cerámica blanca y piso de madera tramada de bambú. Inmenso como era, ambas almas actuaron como si no hubiere más opción que desvestirse unidos. La previa discusión había pasado a otro plano para Katai; si había de mostrarle quien era en realidad, sus facetas más tormentosas en las cuestiones guardadas para la intimidad también debía evocarlas. Hasta ese entonces había sido habitual que mermara sus impulsos y dejara al artista ejercer supremacía por miedo a herirle el orgullo, las circunstancias previas dejaron que se mezclaran con esa oportunidad.

Se dejó desnudar, pero no esperó a venia alguna para retribuir con la misma carta. Las caricias onduladas de sus manos recorriendo el torso ajeno, su cinturón y los costados perfectos de esas caderas masculinas eran suavizadas por los sentimientos, mas también tenían esa firmeza férrea de la ira y el afán de posesión. Se deslizaba por el límite del afecto y el dominio, generando un juego de poder, donde el intercambio era mutuo; una pizca de subyugación por goce.

El teléfono de Katai, comenzó a sonar; el timbre era notorio pese a la distancia de los ambientes, pero ella no tenía intenciones de dejar ir a Seikichi.

Y entre besos y pasos aletargados por la pasión, llegaron al agua que comenzó a fluir y a esparcir vapor, mismo que se confundió con la tenue salinidad de sus pieles. Las yemas de sus dedos ejercieron presión sobre cada crisantemo, cada cresta del oleaje que yacía en el lienzo de los brazos del maestro mientras ascendía hasta rodear su cuello con ambas manos, no solamente respondiendo, sino que arremetiendo con el beso hasta volverlo más profundo y lejano al pudor.

Allí, cuando sus muñecas se hallaron selladas tras la nuca de aquel, ella se separó un poco, apenas unos milímetros entreabriendo los ojos para observarlo directamente con su característica oscuridad, tildada con lascivia. Llevaba las briznas de cabello húmedo pegadas a las mejillas y un terso carmín en estas últimas, con una sonrisa enrojecida que invitaba, pero que también le desafiaba. Apoyó parte del peso de su cuerpo en ese abrazo para, de un salto ágil atrapar al Tanizaki desde la cintura con sus piernas, cual araña que tiene lista a su presa para la tortura y la muerte, marcando el ritmo de los siguientes besos y caricias.

El teléfono insistentemente sonaba, mas el canto del agua fluyendo apabullaba en parte la molestia de la posible emergencia o responsabilidad. Entre vapor, agua caliente y una pasión devota mezclada con pizcas de discordia, las horas pasaron hasta que el móvil dejó de sonar… hasta que Omoe se resignó a comer su cena fría junto al esbirro infernal.
 
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YuiK1533361 · 26-30, F
Bebía su café lentamente tras sentarse en la cama, o eso creía. Los sorbos eran más frecuentes de lo que Katai llegaba a calcular, mostrándose inmune a la terrible quemazón en su lengua producto de la infusión recién hervida. Sus pensamientos quemaban más que cualquier sensación externa, y que los tenues sonidos del artista en el otro ambiente desvistiéndose. ¿Qué tan simple sería guardar distancia, luego de haber pensado encontrar a alguien en quien confiar? Los límites para ella aún seguían difusos, lo sabía, pero no lograba encontrar el equilibrio porque no había una dialéctica empírica detrás que respaldase a sus emociones. Versada en muchas artes, inexperta en otras, el redescubrimiento de su faceta sentimental la tenía en una suerte de limbo anudado aún imposible de desentrañar.

Por eso el retorno al mundo real fue tan inesperado. Inconscientemente miró hacia la puerta mientras dejaba la taza sobre la mesa de noche, siendo visible la sorpresa en sus facciones. Una fracción de la figura del maestro tenía el poder de sacarla de la más profunda de las introspecciones. Lo observó, a él, a sus tatuajes en todo su esplendor y la molestia previa se mezcló con devoción, por el equilibrio visual, y por lo que aquello le hacía sentir. Ni siquiera se hallaba iracunda consigo misma porque no alcanzaba a asimilar su propia actitud. Pasmada como estaba, no logró en un comienzo comprender la lógica en las palabras de Seikichi, como si todo lo anterior no hubiese valido un carajo, pero a la vez, viendo esa expresión en él tan vulnerable, que no pudo evitar esbozar una sonrisa reprimida.

Se puso de pie, y mientras se desabotonaba diestramente la blusa y avanzaba hacia el maestro, exclamó en un susurro visiblemente molesto, solamente ese dejo de sonrisa dictaba que estaba siendo sarcástica. — Por supuesto que no te voy a acompañar. ¿En qué mundo cabe que luego de una discusión, una pareja se baña junta? Dime. — Alzó una mano hacia él con la innegable intención de tomarle de la muñeca y, de lograrlo, suavemente le guiaría hasta el baño.
YuiK1533361 · 26-30, F
Fue inmediata su reacción ante la primera respuesta gestual de Seikichi de querer apartarse para no darle su diario de vida. Caminó pasando por un costado de él hacia la cocina, llenando el hervidor con agua para luego ponerlo en su base y encenderlo. El ritual entre ambas bestias parece haber sido orquestado a la vez, como si hubiesen acordado previamente tomar distancia. Preparó dos tazas pequeñas, un sobre plateado de café instantáneo y una pequeña tetera de porcelana, añadiendo en su filtro interior algunas hojas de té blanco, situando ambas sobre el mesón que separaba ese ambiente de la sala de estar mientras él arremetía con sus palabras.

Tal y como en un comienzo, los primeros días en los que se urdió la guerra entre ambos, Katai parecía no prestar en absoluto atención a las palabras del maestro. Se recargó sobre el mueble de cocina americana cruzada de brazos, mientras la voz cortante del artista era adornada con el suave siseo del agua calentándose. Los ojos de Yui, entrecerrados hasta adquirir felina gracia, se perdieron en la vista que ofrecía el verdor tétrico adornado con la frialdad del invierno en agua y nieve sobre sus copas, como si buscase algún símbolo de frío que pudiera aplacar su tórrida ira, pues lo cierto es que escuchaba y asimilaba cada palabra. Y nada parecía funcionar para paliar su malgenio. Como el contenido del hervidor, su ánimo iba paulatinamente aproximándose al punto de ebullición, porque la severidad de Tanizaki estaba pasándose de los límites del respeto que ella creía merecer.

Pero se contuvo justamente para practicar ese respeto antes de exigirlo.

Cuando al fin parecía haber terminado, encontró su mirada soslayada con la de él, finalmente oyendo su última frase como una vil excusa.

No sé si será lo que acaba de suceder o la vorágine por la que nos hemos movido los últimos días, demo... me dijiste que me contarías todas las cosas que quería saber de ti. Lo único que hice fue preguntar por tu familia. No puedes culparme por tener curiosidad sobre la familia del hombre al que amo ¿O sí? — Alzó un tanto la voz, pero solamente porque el hervidor estaba casi en el punto máximo. Rumió bien sus palabras, buscando lógica en toda esa absurda discusión. — Ahora que comprendo que hay cosas de las que no quieres hablar, simplemente dejaré de preguntar porque me resigné, no me burlé... y esperaré a que seas tú el que tomes la iniciativa de mostrarme lo que quieras que yo sepa de ti, no más que eso. — Y antes de que él quizá quisiera decir algo, ella alzó una de sus manos, demandando que esperara, pues tenía más para decir. — ... Te pedí mi diario de vida de vuelta, porque si tú no quieres contarme tus vivencias dolorosas o cosas que te afectan, es injusto que tú sí sepas sobre esas aristas de mi vida. Comprenderás que para una ermitaña es muy difícil ceder así sus secretos. Ni siquiera me afecta que lidies o no con tus asuntos personales. Son tuyos, tú verás lo que haces con ellos y si algún día quieres compartirlos y superarlos estaré para apoyarte. Es así de simple.

Y volteó dejando de mirarlo para presionar un botón en una cajuela junto a la ventana, misma que parecía tener un extractor de aire sellado hacia el techo de la vivienda, cuando un suave "click" advirtió del agua lista. Alzó el hervidor y se sirvió un café cargado, dejando la segunda taza vacía.

El baño está listo para que te des una ducha si quieres, o puedes servirte un té. Con permiso."No tengo nada más de que hablar contigo, no ahora." se guardó sus palabras, mas fueron un férreo pensamiento que emergió desde el trazo gélido de su mirada al voltear y caminar hacia la habitación, sin cerrar la puerta. El baño principal estaba pasando el cuarto de dormir, por lo que sería imposible que no volvieran a cruzarse. Estaba molesta, eso era evidente por el color de su propia parla que parecía rayar en la indiferencia, pero también se encontraba reflexiva. Quizás unos minutos de soledad le ayudarían a tratar de desentrañar cuáles eran los límites que tenía la confianza que debía tener para con Seikichi. Ese tris hizo sentir los cimientos de sí tremendamente desolados. Cual fachada de templo abandonado, comenzaba a dilucidar que no importaba cuán rodeada de gente pudiera estar, siempre habría una cuota de reserva para con el resto del mundo, nuevamente reforzando teorías pasadas sobre la "ilusión" de compañía, aquellas que había dejado en manos del artista, escritas de su puño y letra en "nikki".
YuiK1533361 · 26-30, F
... — No fue capaz de articular palabra alguna mientras él refería sus dos primeras cuestiones. Fue consciente de su gesto, de como se apartaba, como si quisiera replegarse y huir, justo como aquella noche en la que los primeros misterios del mundo taumatúrgico fueron develados ante él, y la pregunta clave "¿Qué más quieres de mí?" fue respondida con el silencio y la retirada de su morada. Le siguió con la mirada, vio como él la desviaba, estaba consciente de su trastabillar emocional cuando ella tocó esas fibras delicadas de su vida, y cuando le reprochó que él jamás le ha preguntado tales cosas, alzó ambas palmas al frente, negando con la cabeza mientras se ponía de pie y retrocedía un solo paso.

Deten-.. — Irremediablemente fue interrumpida por la siguiente aseveración de Seikichi. Yui exhaló mirando hacia un costado, sintiéndose tremendamente culpable porque finalmente, pese a todo lo que había contenido su manera de proceder, su curiosidad afilada había terminado por lastimarlo. Pensó entonces que era suficiente de todo aquello, que quizá tanta honestidad no era necesaria entre los dos, al menos no una que se pudiera forzar, como ella pensaba había procedido, de forma inconsciente.

Avanzó hacia el artista después de que él mencionó lo del diario, y alzó sus manos para ponerlas sobre la libreta forrada. Aunque ya no sollozaba, la engalanaban los ojos rojos y acuosos por el previo llanto y el rostro demacrado debido a tanta emoción fuerte en pocas horas. Una ermitaña, un ente habituado a la paz de la soledad nunca tenía tantos sobresaltos e imprevistos anímicos en tan poco tiempo.

Y mientras él relataba su vida en un suspiro, ella buscó tomar el diario entre sus manos, sin hacer amague alguno de querer arrebatarlo, solamente buscando que él se lo cediera, esperando su consentimiento. Cuando él culminó, y tras asimilar todo el dolor que él pudo haber tenido en su vida, tras largos segundos suscitó: — Tienes razón en todo lo que dices. No sé en qué estaba pensando cuando te presioné así kedo... ya no preguntaré más, espero no me preguntes tampoco y si quieres, puedes darme mi diario. No tienes por qué cargar con todo lo que soy cuando claramente hay cosas con las que tampoco has lidiado, y son suficientemente hirientes como para que no quieras compartirlas con quienes aprecias. Demo para que lo sepas, para mí nunca serás una carga, ni tu vida... ni tus sentimientos.

Tras hacer énfasis en la palabra "cargar" con un color amargo de ironía, pues los lenguajes y las costumbres de ambos se habían encontrado, al parecer, en un punto irreconciliable. Continuó con voz franca volviéndose para mirarlo de medio lado aunque sin evitarle los ojos, centrándose su gélido índigo en esas filigranas castañas de porte severo. — Es suficiente. Dejemos el tema hasta aquí y perdóname, Seikichi.

Y es que, no tenía sentido seguir golpeando con tanta furia el gran umbral del Rashomon. Así lo dejó, sellado, contemplándolo con admiración, pero no menos frustración.
YuiK1533361 · 26-30, F
Hubo una cadencia en sus párpados, como quien adquiere la desdicha de decenas de universos sobre sus ojos cuando oyó su primera respuesta. No es que esperase demasiado, pues comprendía que científica aficionada y artista tendrían idiomas distintos para comunicarse. Hasta cierto punto ella podría comprender eso y buscar un punto intermedio entre el mundo de las sensaciones y el infinito matemático; pero no. Esa escueta respuesta sobre entender el dolor echó por tierra la suavidad con la que había dado forma a sus sentimientos para plantearle una pregunta camuflada, hiriéndola de sobremanera la falta de claridad.

Sin embargo allí se quedó, oyéndolo, observándolo a los ojos con insistencia, alzando sutilmente el entrecejo con la boca sellada, viendo y oyendo con su segundo referir que una vez más él volvía a lo anterior, e incluso a discusiones que ambos habían tenido previamente sobre promesas de verdad y lealtad, hiriéndola más. Allí, mientras la primera lágrima rodaba por su mejilla, se le escapó la primera palabra compungida. — Está claro que aún no entiendes lo que sucede mas, si de algo estoy segura, es de que quiero cruzar este, y todos los mares contigo. Shikashi...

Dejó navegar un breve silencio en el marco de esas primeras lágrimas que guindaban ahora de su mentón. Llevaba el semblante bajo mientras retiraba las manos de la muñeca de Seikichi y cerraba los ojos al sentir la frente ajena contra la propia, buscando secar su llanto con las yemas de sus dedos antes de continuar. — N-no puedo dejar de pensar en que desde un comienzo me ocultaste quien era tu madre, ahora vuelvo a mencionar a tu familia y me respondes con una evasiva.

Abrió los ojos con ligera convicción, fijando las flamas índigo directamente en el rostro del Hirudora, armando una red de especulaciones que, por supuesto, le hacían daño a ella misma. La falta de palabras, esa pequeña cuota de indiferencia por parte del maestro, la llenaba de dudas.

Desde siempre has estado orgulloso de tu legado Tanizaki. Imagino que tu familia es muy importante para ti kedo, si no quieres hablarme de ellos, si no quieres que sepa quienes son, es contradictorio. — Se tomó solamente un segundo más antes de reprocharle con la mirada y con un susurro oscuro, pues ella todo lo estaba entregando y sentía no era recíproco. — ...es contradictorio que dejes fuera de tu familia a la persona con quien quieres compartir tu vida, y más contradictorio es que sigas sin confiar en que soy honesta, de lo contrario no me repetirías buscando la sinceridad que te prometí hace un tiempo.
YuiK1533361 · 26-30, F
Cuando culminó su escritura, extendió el diario abierto al Hirudora y con la mano izquierda, deslizó la llave correspondiente a su candado por la superficie de la mesa hasta él, dejándole leer. Debió armarse de coraje para alzar el semblante y mirarlo a los ojos, con el mentón fruncido al borde de un sollozo, pero aún digna y sin quebrarse. Esa muestra de confianza trascendía a aquella en la que se comparte el lecho o un beso. Esa era la prueba máxima ante él de haber desnudado su alma, sobre quien es hoy, quien será y principalmente quien fue en su pasado con toda la tortura que eso significaba hasta su propio presente. Entonces recibió su comentario sobre la venda en sus ojos con solemnidad tras un íntimo silencio.

Y aunque salía de los labios del tatuador sobre el total conocimiento de ella misma para con él, sí había cosas que ella quería saber. Luchaba en contra de sus propios demonios buscando no vociferar, de no dejar emerger esa hiriente lógica bestial que solía destruir todo lo que tocaba, de darle forma a sus sentimientos para no herirle. He allí su largo silencio. Y antes de que ella pudiera moverse, sintió que esa mano izquierda, tan suave y a la vez tan tenaz, le fue entregada simbólicamente en regalo. Cerró los ojos tras ver donde él le señalaba y, simulando estar esa otra noche, cuando él dilucidó huellas pasadas en las cicatrices de su espalda que ahora formaban parte de una hermosa pieza artística, ella con ambas manos atesoró el desliz de sus propios dedos sobre esa piel, suavemente haciendo un recorrido con las yemas de sus dedos sobre cada detalle de ese surco en el dorso de su muñeca. Una frase emergió más sensata, desde un pensamiento nato colmado de emoción.

Es justamente esto lo que ya sé de ti. Sé cuanto dolor puedes soportar kedo, lo que no sé es como tu tío, tu familia, llegaron a hacerte creer que el dolor es el camino para ser feliz. No sé quienes son ellos ni como fueron capaces de criarte de esa forma. No los juzgo... solamente quiero entender. — Se aproximó hasta él, pero no para besarle en los labios. El desplazamiento sorpresivo culminó con un beso en el dorso de esa mano, delicado y breve, un fugaz tacto sobre ese secreto del maestro que probaba que por nociva que fuera, Katai Yui estaba lejos de desear querer seguir causándole dolor.
YuiK1533361 · 26-30, F
Ese fue mi castigo. — Masculló por lo bajo ante las dos primeras aseveraciones de Seikichi. Por un lado la culpa que la tuvo con los labios sellados hasta ese entonces, pese a que miles de ideas articuladas surcaron por su mente, y por otro, la falta de ira del tatuador en contra de ella, que la colmaba más de desazón. No había juez que la sentenciara más que ella misma, y lo hacía con el filo ponzoñoso de su propia conciencia, condenándola al castigo del previo silencio.

Contempló la forma en la que el Hirudora extrajo ese cigarrillo y se sentó a su lado. Pudo sentir un pulsar cálido de cariño y confianza en su pecho tras todo ese daño que él recibió. "No lo merezco." caviló con una sonrisa suave enmarcada en sus labios finos, colmada de resignación y a la vez, afecto; y aunque no le miraba y tenía sus sentidos contra el suelo mientras le oía, ese momento para ella fue un haz de luz en medio de la oscuridad de sus propios demonios.

Hay más sombras que luces en mí, Seikichi kedo, conozco la forma perfecta de contarte a grandes rasgos quien soy en realidad. — Alzó una de sus manos tocando el antebrazo ajeno de manera fugaz antes de incorporar su enjuta efigie. Fue a su habitación, su silueta desapareciendo a través del umbral, sintiéndose el sonido seco de un cajón abriéndose con suavidad, cerrándose ídem. Tras unos veinte segundos segundos volvió con algo similar a un libro bajo el brazo, de tapa dura revestida en terciopelo azul marino enmarcada en metal oscuro con un pequeño candado: Lo situó sobre la mesa de centro y abrió con una llave que llevaba en la diestra extremidad, al tiempo en el que se ponía de rodillas sobre el pulcro tatami en recta postura, para comenzar su escritura. Le invitó:

Ven a ver esto. No será fácil, pero si quieres saber, deberemos enfrentarlo juntos.

No solamente no era un libro, sino que sus páginas blancas y a líneas estaban pobladas de anotaciones, de sentimientos en letra imprenta hecha a mano con especial pulcritud. Justo en un costado del borde interior de terciopelo había un bolsillo creado con un elástico que guardaba el lápiz de tinta negra con la cual solía hacer sus anotaciones. Pasó inmediatamente a la última página después de todos los demás relatos, e inició su escritura delante del tatuador.

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Notas en la agenda número 64: "H a t e : : 果て"
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La entrada anterior en la página izquierda sería plenamente visible para Seikichi si es que él accedía a su invitación. Los ojos de Yui yacían aún vidriosos y su espalda lucía sutilmente trémula por la emoción mientras destilaba su ponzoña y sus demonios en su diario, pues jamás antes había compartido un momento tan íntimo de sí misma con alguien más. Filtró aire entre sus labios en un suspiro mientras recargaba la punta entintada sobre la hoja, con orden, pero también con ira. Su voz sonó suave en la exhalación, mas cargada de ese miedo incrustado en su ser. — Si quieres puedes contarme de ti, lo que tú quieras... pero quiero que comiences con algo difícil, tan difícil como será para mí entregarte mi diario de vida.
YuiK1533361 · 26-30, F
¿Crees que sería capaz de hacerte decir algo que previamente sé, solamente para torturarte? Antes sí kedo... ¿Ahora? — Preguntó al instante con ánimo dolido en un murmullo íntimo, casi sin voz, sin esperar siquiera dos segundos para fusionar su propio campo con el del artista, simulándolo, potenciándolo. Pese a que sus propios lagrimales se encendieron como dos cometas rehusándose a caer en el marco fino de sus ojos cerrados, su ceño no se frunció, su boca se mantuvo calma y su tacto ídem. Por concentración no podía dejar que sus sentimientos la embriagaran y la convirtiesen en su presa. Su tono cambió, se volvió extrañamente lógico en su ahínco por poner una barrera que la mantuviera en su centro.

Puede ser que te conozca más que nadie, pero no manejo más información de ti que la que tú tienes de mi. — Y como si se tratase de una reprimenda o castigo tras escuchar esa confesión de triste amor, abrió los ojos con el ceño fruncido, sus iris centellearon en un fluorescente índigo y aunó de golpe su polaridad a la mitad de las partículas del campo electromagnético frontal del maestro, a la par ejerciendo resistencia con sus pies, debiendo inclinar el peso de su propia efigie hacia adelante para no salir despedida de espaldas contra el suelo y la mesa de centro. Derrapó, deslizándose sobre el algodón que enguantaba sus pies; su baja espalda y sus talones debido a la fuerza de repulsión magnética activada quedaron al ras del canto del mueble tras de ella y asímismo, la figura del Tanizaki fue repelida contra el sofá con mediana fuerza. Lo más importante fue que gran parte de la insensibilidad e inmovilidad fue expulsada del cuerpo del tatuador conjuntamente con esas partículas extrañas, las cuales se despegaron de su piel y fueron a dar contra la pared inerte tras de él, no así las que aún residían en sus dorsos, motivo por el cual la insensibilidad, no así su fuerza y control, permanecerían. El efecto del poder angélico quedaría limitado a ese material del inmueble hasta que el serafín considerara que era pertinente o desactivar su poder, o derechamente su energía taumatúrgica terminase su vida útil.

Los astros de Yui permanecieron vidriosos irradiando su alma rasgada aún cuando aquella fuerza que los separaba iba mermando suavemente hasta desaparecer. Le miraba a los ojos apoyando ambas palmas en el suelo, reorientando su cuerpo hasta quedar arrodillada, hombros bajos, extremidades altas a merced de la gravedad y aspecto derrotado. Pese a esa cuota de resignación, de que el Hirudora parecía tener un aspecto resignado, el Rashomon a ojos de Katai estaba tan sellado como el primer día. — Es en serio cuando te digo que no sé prácticamente de ti. De no ser porque tu madre se presentó en la posada, jamás hubiese sabido que fue la misma que confeccionó mi yukata. Aparte de tu vida en la posada, de Mikio-san y Hanabi-chan, parte de tu arte y tus sentimientos por mí, nada sé de ti. Me importa... y me importa mucho porque yo te prometí verdad sin omisiones, y creí sería recíproco.
YuiK1533361 · 26-30, F
Lo admiraba mientras él finalmente dejaba reposar su silueta en el sofá, aún sin saber que la inmovilidad de sus manos respondía a un efecto sobrenatural, y no a su frustración. Escuchó esta última fluyendo de esos labios, asumiendo una responsabilidad que le atañía a medias, intensificando su propia culpa por el simple hecho de tener ante sí a una obra de arte tan trágica como majestuosa, sintiendo cierto nivel de devoción por ese óleo de sufrimiento, debatiéndose aquello con su amor por Seikichi. Odiaba al serafín con intensidad, y consideraba que para evitar una tragedia posterior, lo mejor era no volver a verlo.

Se dirigió con pasos serenos hacia él tras dejar la bolsa con sus compras sobre el mesón quedando frente al artista, moviendo la mesa de centro hacia atrás con un pie para hacerse espacio, deslizando todo y alfombra, revelando una sutil línea entre las tablas del tatami previo a ponerse en cuclillas, llevando sus manos hasta las de él por mero afán de cariño y ansia de perdón, notando que él no movía sus dedos, ni para rechazarla ni para corresponder su acercamiento, aunque no sabía bien si iba a ser capaz de retirar sus brazos, o alejarse de ella. Sea como fuere mantuvo su postura. Las palabras se rehusaban a salir de sus labios aún, sus sentidos completos se vertieron sobre los del maestro con los ojos entrecerrados, el cabello húmedo, los labios entreabiertos y el ceño ligeramente alzado. Filtró aire hacia su sistema, meditando sus palabras antes de dejarlas ir con delicadeza.

Esto era lo que quería evitar desde que te conocí Seikichi kedo, hay cosas que no están en mi control. Podría saber el alcance o efecto de tu daño con algo de meditación... si no hablé, fue para que tú me lo dijeras.

Sin embargo lo intuía. La sangre hirviendo en el cuerpo de Katai con ese violento ahínco que ya era un sentimiento conocido, dictaba que tanto en sí misma como en el Tanizaki pululaban partículas sobrenaturales, y de forma particular en las manos del artista. Reprimió su propia imaginación desgarrando las palmas ajenas con sus dientes al cerrar sus ojos, sufriendo por su propio instinto bestial y buscó concentrarse, sintiendo cómo su propia energía volvía a la quietud lentamente, y la atmósfera previa a un encuentro bélico se serenaba y volvía a ese silencio, donde la nada encuentra su lugar.

Fue como una revelación. A medida que relajaba su semblante, y quizá después de las réplicas del tatuador a sus propias palabras, Yui pudo ver el campo electromagnético en sí misma al ras de su propia piel debido a la calma, envuelto en cientos de zonas más grandes que actuaban, a sus ojos, como el boceto de esferas dormidas en áurea proporción desplegadas por la totalidad de su efigie. Similar, aunque ligeramente descalibrado, el campo de Seikichi más amplio gozaba de la reacción activa de esos diminutos universos activos centrados en sus extremidades superiores, esbozándose con la forma de rayos sutiles que extendían sus brazos hacia esa piel, como fractales punzando y atravesándole con malicia. Prontamente adivinaría la polaridad del campo de su ser más querido, sin saber bien aún qué hacer para ayudarle. La conmoción tenía su lógica a media marcha.

Relájate, te ayudaré.
YuiK1533361 · 26-30, F
El tiempo parecía transcurrir lento y tortuoso. Las agujas del evento recientemente pasado parecían punzar nuevamente en su espalda como aquella tarde de verano, con su peso y dolor añadidos en la conciencia. Mantuvo los labios sellados caminando a su lado solamente para asistir al orgulloso Hirudora si era necesario y en cuanto él lo requirió con su gesto, ella se adelantó para abrir la puerta.

El tiempo en las inmediaciones del santuario era caprichoso como ese extraño microclima de miasma. La temperatura subió lo suficiente cuando ambos estaban por entrar a la edificación, y los copos de nieve se derritieron. Una lluvia inesperada y torrencial inició su curso, inclemente sobre aquellas dos almas penitentes.

No obstante la falta de palabras tenían a Yui en la total ignorancia; ella no advertía los efectos había tenido el poder del infantil serafín sobre el cuerpo del Tanizaki. Simplemente acató y respetó el hermetismo de aquel movida por la culpa, sintiendo la vibración atmosférica, casi irreal, del aire y las primeras e insistentes gotas de cielo invernal reinante aplacando las fuerzas en su cuerpo.

Abrió la puerta, cerró tras de sí cuando el maestro pasó y se quedó observándolo mientras se quitaba los zapatos en el genkan y dejaba su abrigo en el perchero; la casa lucía pulcra, ordenada, aunque con una pincelada de abandono por las constantes salidas de Katai. Ella no tenía consuelo para ofrecerle, menos en aquel nido cuyo silencio era aún más apabullante que lo que ofrecía el aire fuera de allí. Sentía que si escapaba una sola palabra de sus labios, por condescendiente o benevolente que esta fuera, desataría un caos, terreno que temía pisar, terreno que ansiaba escribir en su diario antes de comenzar; y aunque nada dijera, el evento parecía inminente. Dispuesta estuvo en ese instante, a ir por toallas para secar los cabellos de ambos, para aliviar los huesos del frío atronador con un café o para simplemente cambiar prendas húmedas por secas para dejarlo descansar, mas necesitaba un detonante, un deseo, un mínimo gesto por parte del artista.

Por eso no hizo nada. Con algunas guedejas lisas, empapadas pegadas a sus mejillas y el fuego índigo de sus ojos fijos en la figura masculina, el semblante ligeramente bajo, le esperó, impávida, ocultando su efervescente ansiedad. La mezcla de devoción, culpa y preocupación sobre las filigranas castañas que tejían los iris de Seikichi, estaban ocultas bajo el velo férreo de sus propias y trizadas máscaras.