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誠希千. The tiger that marks his victims. Irezumi Tattoo.
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YuiK1533361 · 26-30, F
No hizo falta más palabrería. Aoi inja y el Hirudora llegaron al servicio cuyo sector de aseo abarcaba cuatro metros cuadrados, con mobiliario de cerámica blanca y piso de madera tramada de bambú. Inmenso como era, ambas almas actuaron como si no hubiere más opción que desvestirse unidos. La previa discusión había pasado a otro plano para Katai; si había de mostrarle quien era en realidad, sus facetas más tormentosas en las cuestiones guardadas para la intimidad también debía evocarlas. Hasta ese entonces había sido habitual que mermara sus impulsos y dejara al artista ejercer supremacía por miedo a herirle el orgullo, las circunstancias previas dejaron que se mezclaran con esa oportunidad.

Se dejó desnudar, pero no esperó a venia alguna para retribuir con la misma carta. Las caricias onduladas de sus manos recorriendo el torso ajeno, su cinturón y los costados perfectos de esas caderas masculinas eran suavizadas por los sentimientos, mas también tenían esa firmeza férrea de la ira y el afán de posesión. Se deslizaba por el límite del afecto y el dominio, generando un juego de poder, donde el intercambio era mutuo; una pizca de subyugación por goce.

El teléfono de Katai, comenzó a sonar; el timbre era notorio pese a la distancia de los ambientes, pero ella no tenía intenciones de dejar ir a Seikichi.

Y entre besos y pasos aletargados por la pasión, llegaron al agua que comenzó a fluir y a esparcir vapor, mismo que se confundió con la tenue salinidad de sus pieles. Las yemas de sus dedos ejercieron presión sobre cada crisantemo, cada cresta del oleaje que yacía en el lienzo de los brazos del maestro mientras ascendía hasta rodear su cuello con ambas manos, no solamente respondiendo, sino que arremetiendo con el beso hasta volverlo más profundo y lejano al pudor.

Allí, cuando sus muñecas se hallaron selladas tras la nuca de aquel, ella se separó un poco, apenas unos milímetros entreabriendo los ojos para observarlo directamente con su característica oscuridad, tildada con lascivia. Llevaba las briznas de cabello húmedo pegadas a las mejillas y un terso carmín en estas últimas, con una sonrisa enrojecida que invitaba, pero que también le desafiaba. Apoyó parte del peso de su cuerpo en ese abrazo para, de un salto ágil atrapar al Tanizaki desde la cintura con sus piernas, cual araña que tiene lista a su presa para la tortura y la muerte, marcando el ritmo de los siguientes besos y caricias.

El teléfono insistentemente sonaba, mas el canto del agua fluyendo apabullaba en parte la molestia de la posible emergencia o responsabilidad. Entre vapor, agua caliente y una pasión devota mezclada con pizcas de discordia, las horas pasaron hasta que el móvil dejó de sonar… hasta que Omoe se resignó a comer su cena fría junto al esbirro infernal.
 
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