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誠希千. The tiger that marks his victims. Irezumi Tattoo.
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YuiK1533361 · 26-30, F
Fue inmediata su reacción ante la primera respuesta gestual de Seikichi de querer apartarse para no darle su diario de vida. Caminó pasando por un costado de él hacia la cocina, llenando el hervidor con agua para luego ponerlo en su base y encenderlo. El ritual entre ambas bestias parece haber sido orquestado a la vez, como si hubiesen acordado previamente tomar distancia. Preparó dos tazas pequeñas, un sobre plateado de café instantáneo y una pequeña tetera de porcelana, añadiendo en su filtro interior algunas hojas de té blanco, situando ambas sobre el mesón que separaba ese ambiente de la sala de estar mientras él arremetía con sus palabras.

Tal y como en un comienzo, los primeros días en los que se urdió la guerra entre ambos, Katai parecía no prestar en absoluto atención a las palabras del maestro. Se recargó sobre el mueble de cocina americana cruzada de brazos, mientras la voz cortante del artista era adornada con el suave siseo del agua calentándose. Los ojos de Yui, entrecerrados hasta adquirir felina gracia, se perdieron en la vista que ofrecía el verdor tétrico adornado con la frialdad del invierno en agua y nieve sobre sus copas, como si buscase algún símbolo de frío que pudiera aplacar su tórrida ira, pues lo cierto es que escuchaba y asimilaba cada palabra. Y nada parecía funcionar para paliar su malgenio. Como el contenido del hervidor, su ánimo iba paulatinamente aproximándose al punto de ebullición, porque la severidad de Tanizaki estaba pasándose de los límites del respeto que ella creía merecer.

Pero se contuvo justamente para practicar ese respeto antes de exigirlo.

Cuando al fin parecía haber terminado, encontró su mirada soslayada con la de él, finalmente oyendo su última frase como una vil excusa.

No sé si será lo que acaba de suceder o la vorágine por la que nos hemos movido los últimos días, demo... me dijiste que me contarías todas las cosas que quería saber de ti. Lo único que hice fue preguntar por tu familia. No puedes culparme por tener curiosidad sobre la familia del hombre al que amo ¿O sí? — Alzó un tanto la voz, pero solamente porque el hervidor estaba casi en el punto máximo. Rumió bien sus palabras, buscando lógica en toda esa absurda discusión. — Ahora que comprendo que hay cosas de las que no quieres hablar, simplemente dejaré de preguntar porque me resigné, no me burlé... y esperaré a que seas tú el que tomes la iniciativa de mostrarme lo que quieras que yo sepa de ti, no más que eso. — Y antes de que él quizá quisiera decir algo, ella alzó una de sus manos, demandando que esperara, pues tenía más para decir. — ... Te pedí mi diario de vida de vuelta, porque si tú no quieres contarme tus vivencias dolorosas o cosas que te afectan, es injusto que tú sí sepas sobre esas aristas de mi vida. Comprenderás que para una ermitaña es muy difícil ceder así sus secretos. Ni siquiera me afecta que lidies o no con tus asuntos personales. Son tuyos, tú verás lo que haces con ellos y si algún día quieres compartirlos y superarlos estaré para apoyarte. Es así de simple.

Y volteó dejando de mirarlo para presionar un botón en una cajuela junto a la ventana, misma que parecía tener un extractor de aire sellado hacia el techo de la vivienda, cuando un suave "click" advirtió del agua lista. Alzó el hervidor y se sirvió un café cargado, dejando la segunda taza vacía.

El baño está listo para que te des una ducha si quieres, o puedes servirte un té. Con permiso."No tengo nada más de que hablar contigo, no ahora." se guardó sus palabras, mas fueron un férreo pensamiento que emergió desde el trazo gélido de su mirada al voltear y caminar hacia la habitación, sin cerrar la puerta. El baño principal estaba pasando el cuarto de dormir, por lo que sería imposible que no volvieran a cruzarse. Estaba molesta, eso era evidente por el color de su propia parla que parecía rayar en la indiferencia, pero también se encontraba reflexiva. Quizás unos minutos de soledad le ayudarían a tratar de desentrañar cuáles eran los límites que tenía la confianza que debía tener para con Seikichi. Ese tris hizo sentir los cimientos de sí tremendamente desolados. Cual fachada de templo abandonado, comenzaba a dilucidar que no importaba cuán rodeada de gente pudiera estar, siempre habría una cuota de reserva para con el resto del mundo, nuevamente reforzando teorías pasadas sobre la "ilusión" de compañía, aquellas que había dejado en manos del artista, escritas de su puño y letra en "nikki".
 
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