26-30, F
Rol tipo historia, ciencia ficción, fantasía, general, +18 (Con trama justificada y elaborada).
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AleisterMayfield · 26-30, M
[med]17:00[/med]
Justo y precisamente marcaba su reloj descansando sobre su buró, cabe la cabecera de su lecho, además. Parecía tratarse de una fuerza preternatural o algo de la misma calidad que hacía titilar la hora, como si intentara llamar la atención de Aleister, como si le remitiera un mensaje…
—¿Oh? Es solamente una idea cursi sobre una nimiedad —pensó en respuesta a sí mismo. Se encogió de hombros menoscabando cualquier significado de lo acaecido.
No obstante, surtió, de alguna manera, un efecto en él: hizo acabar con el estado de falso sosiego que arrastraba consigo, o de aburrimiento, más bien. Dejó de repantingarse y, considerando la hora y tiempo que suele hacer en Ebetsu, salió con un saco oscuro sencillo pero bien abrigado y un pantalón y calzado que no intentaban destacar en lo más mínimo. Podría ser que encuentre algo emocionante allá afuera; ¡interesante, tal vez!, amén de ir por baterías para el reloj, por supuesto.
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El rutilar de un cielo rosa, señal de un pronto crepúsculo, así como las heladas caricias de una brisa comarcal recibieron con desenfado su salida. Erró por la ciudad durante un tiempo, admiraba cada establecimiento, desde el más gastado y tradicional, hasta el más vanguardista y en desarrollo; era claro que no era de ahí; ocurría lo mismo en sus pensamientos, antes de encontrar reposo en una banca bien amplia y disponible, en una encantadora plaza afluida.
—¿Cómo consiguen tanta soltura en un lugar así de concurrido? —creyó haberlo pensando, pero lo había murmurado fuertemente; ínterin, advertía en el comportamiento de los demás conduciéndose con circunspección. No era despecho lo que anhelaban sus palabras, muy por el contrario, era intriga y conocimiento.
SeikichiTanizaki · M
Quizás en algún mundo de fantasías, más no aquí. No al menos ahora. Dijo con cuidado, con una sonrisa de lo más viperina por su inusual costumbre de la ironía como grandes armas para paliar lo absurdo de su vida, pragmáticamente rotando en esos sinsentidos que causa la vida, y que también las cosas que debe enfrentar. Una de ellas es la perfección de Yui, de su mano tomando la contraria. Se dejó llevar y guiar por ella, pero deshacerse en su piel jamás era tarea fácil aunque sus ojos, sus dedos también parecían moverse solos, la cuestión era totalmente opuesta: El mismo debía crear y dibujar las siluetas que sus manos han de trazar.
Dejaron el café y dejaron también el cuaderno, parecía que aquellos hábitos materiales que formaban indudablemente su carácter quedaban atrás, quedaban eclipsados por la tímida realidad de una pareja, una pareja de indudablemente jóvenes adultos que pese a vivir tantas horribles cosas, se entregaban al propio espíritu de lo que exhumaban de sus instintos más que su logica.
Seikichi rompería todo protocolo para su baño, no haría sus extensas rutinas de mantenimiento de piel, estiramientos y uso de bálsamos naturales para hidratar su cuerpo como una obra de arte la cual debe ser siempre todavía más pulida. No había nada de eso, no abriría frascos, sino que sus manos estaban dedicadas a dejar correr el agua de la regadera del baño y que el agua fluyera, sus manos más atrevidas que hábiles buscaban remover la ropa que cubría la piel femenina, cada extensión de tela era un enemigo al cual debía declararse la guerra. Seikichi dejaría que ella haga lo mismo con él de desearlo, mientras indudablemente se acercaba hacía el agua que corría tibia cual cascada.
Sus labios no encontrarán piedad hacía su rostro, sus comisuras, hasta finalmente sus labios en una suave presencia que equilibraba muy bien el surco del océano contra lo que antes fue una estoica boca que tanto poder podía exhalar, el Maestro buscará besarle como nunca antes, cargado de picardía al morder su inferior y jalarlo con casi brusquedad, casi violencia en ese tan primitivo acto -que antes indudablemente reprocharía- pero eran esos impulsos que recorrían su cuerpo los que le obligaban a obedecer a su instinto, y por qué no, el jubilo que trasmitía como libido.
Mientras, a una distancia que parecía trascontinental dado lo acontecido, un celular oscuro de pantalla táctil titilaba sin dudar, un numero sin agendar llamaba incansablemente, traducido en una conocida Omoe, cuyo teléfono Tanizaki tenía caprichosamente fuera de sus contactos para que en caso de llamarle, no sonará la notificación. Cuestión que por despiste se había olvidado de cambiar mucho antes de la situación de Yuichizaemon, por fortuna (o tragedia de ambos) ella poseía el numero de la Ermitaña y muy probablemente al recordarlo llamará a Yui, quizás en minutos.
Dejaron el café y dejaron también el cuaderno, parecía que aquellos hábitos materiales que formaban indudablemente su carácter quedaban atrás, quedaban eclipsados por la tímida realidad de una pareja, una pareja de indudablemente jóvenes adultos que pese a vivir tantas horribles cosas, se entregaban al propio espíritu de lo que exhumaban de sus instintos más que su logica.
Seikichi rompería todo protocolo para su baño, no haría sus extensas rutinas de mantenimiento de piel, estiramientos y uso de bálsamos naturales para hidratar su cuerpo como una obra de arte la cual debe ser siempre todavía más pulida. No había nada de eso, no abriría frascos, sino que sus manos estaban dedicadas a dejar correr el agua de la regadera del baño y que el agua fluyera, sus manos más atrevidas que hábiles buscaban remover la ropa que cubría la piel femenina, cada extensión de tela era un enemigo al cual debía declararse la guerra. Seikichi dejaría que ella haga lo mismo con él de desearlo, mientras indudablemente se acercaba hacía el agua que corría tibia cual cascada.
Sus labios no encontrarán piedad hacía su rostro, sus comisuras, hasta finalmente sus labios en una suave presencia que equilibraba muy bien el surco del océano contra lo que antes fue una estoica boca que tanto poder podía exhalar, el Maestro buscará besarle como nunca antes, cargado de picardía al morder su inferior y jalarlo con casi brusquedad, casi violencia en ese tan primitivo acto -que antes indudablemente reprocharía- pero eran esos impulsos que recorrían su cuerpo los que le obligaban a obedecer a su instinto, y por qué no, el jubilo que trasmitía como libido.
Mientras, a una distancia que parecía trascontinental dado lo acontecido, un celular oscuro de pantalla táctil titilaba sin dudar, un numero sin agendar llamaba incansablemente, traducido en una conocida Omoe, cuyo teléfono Tanizaki tenía caprichosamente fuera de sus contactos para que en caso de llamarle, no sonará la notificación. Cuestión que por despiste se había olvidado de cambiar mucho antes de la situación de Yuichizaemon, por fortuna (o tragedia de ambos) ella poseía el numero de la Ermitaña y muy probablemente al recordarlo llamará a Yui, quizás en minutos.
SeikichiTanizaki · M
Así como sus pensamientos y palabra se deshacían en sus labios, el cigarrillo en el cenicero y sus ropas en el sofá. Seikichi terminaría de decir oírle con el mismo respeto que ella profesó al escucharle, no le interrumpió pero ya había dado por concluido sus argumentos, quizás egoísta era aquella postura, pero bien develadas la leyenda sobre la terquedad de los tigres ante aquello. Por eso no le contestó nada más que una leve mirada de soslayó al verse retirarse a su cuarto, esperaba oír la puerta cerrarse como su propio Rashomon pero no fue así, ni un portazo ligero, ni un fuerte estallido de la madera que sellaría el descontento femenino, Seikichi creía poder leer no solo las palabras de la Ermitaña, que en el mejor de los casos nunca eran del agrado del tatuador (y de la gente en general), eran sus sensaciones quizás, aquellas que atribuía con actos que podían ser milimétricos y diminutos ante la mayoría de los seres, pero si de un triunfo podría aplacarse de la silueta de ese artista era la capacidad de al menos, estar aprendiendo a leerle.
Le dejó marcharse y con su instrucción procedería a desvestirse en esa misma sala, no en el cuarto de baño donde acostumbraría. Retiró su camisa, pues el abrigo junto al calzado lo había abandonado, su cuerpo herido por tintas formaba una silueta en un perfecto equilibrio de la belleza y la fortaleza, desde su espalda con la figura rabiosa de un tigre acechando a quién se atreva a mirarla hasta las estelas que de la misma naturaleza donde el grabado existía, ambientado en un fondo marítimo que doblegaba un muestrario de lo que significaba el arte del Irezumi. Piel que era naturaleza en su estoico oleaje y en las flores rojas que se endulzaban al compás que su cuerpo se movía, por un mismo instante el sello de perfección se trazaba en la vista imaginaría, los tatuajes de los Tanizaki <<Vivían>>, pues un cuerpo era dueño de ellos y dicho cuerpo era a su vez, el arte. El varón caminaría al encuentro, solo despojado de su camisa más con el atrevimiento de haber aflojado la hebilla de su pantalón sin perder movimiento ni incomodidad alguna.
El Maestro no se adentrará en tan conocido cuarto, pero si se haría ver desde la frontera del mismo, lo suficiente como para que su todavía adormecida diestra se apoyará en el marco de la entrada. Con ligera vergüenza en sus mejillas, gesto típico de quién no acostumbraba esas costumbres no coquetas, sino avergonzantes para si mismo, pero a la vez tan humanas que hasta le parecían agradables de sentir.
El baño está listo para bañarnos, me gustaría saber si puedes acompañarme. <<No tengo nada más que decirte, pero si quiero mostrarte, quizás de alguna forma que quiero que conozcas todo de mi.>> Dijo invitándole, hasta incluso le esperó ahí, con cierta sonrisa todavía algo dolida. Mientras el viejo cuaderno yacía ahí, justo encima de su camisa perfectamente doblada junto a un cenicero con un cigarrillo que se vio apagado por la falta de atención a la realidad que el Maestro tenía, dedicándole todos y cada uno de sus sentidos a ella, la ermitaña.
Le dejó marcharse y con su instrucción procedería a desvestirse en esa misma sala, no en el cuarto de baño donde acostumbraría. Retiró su camisa, pues el abrigo junto al calzado lo había abandonado, su cuerpo herido por tintas formaba una silueta en un perfecto equilibrio de la belleza y la fortaleza, desde su espalda con la figura rabiosa de un tigre acechando a quién se atreva a mirarla hasta las estelas que de la misma naturaleza donde el grabado existía, ambientado en un fondo marítimo que doblegaba un muestrario de lo que significaba el arte del Irezumi. Piel que era naturaleza en su estoico oleaje y en las flores rojas que se endulzaban al compás que su cuerpo se movía, por un mismo instante el sello de perfección se trazaba en la vista imaginaría, los tatuajes de los Tanizaki <<Vivían>>, pues un cuerpo era dueño de ellos y dicho cuerpo era a su vez, el arte. El varón caminaría al encuentro, solo despojado de su camisa más con el atrevimiento de haber aflojado la hebilla de su pantalón sin perder movimiento ni incomodidad alguna.
El Maestro no se adentrará en tan conocido cuarto, pero si se haría ver desde la frontera del mismo, lo suficiente como para que su todavía adormecida diestra se apoyará en el marco de la entrada. Con ligera vergüenza en sus mejillas, gesto típico de quién no acostumbraba esas costumbres no coquetas, sino avergonzantes para si mismo, pero a la vez tan humanas que hasta le parecían agradables de sentir.
El baño está listo para bañarnos, me gustaría saber si puedes acompañarme. <<No tengo nada más que decirte, pero si quiero mostrarte, quizás de alguna forma que quiero que conozcas todo de mi.>> Dijo invitándole, hasta incluso le esperó ahí, con cierta sonrisa todavía algo dolida. Mientras el viejo cuaderno yacía ahí, justo encima de su camisa perfectamente doblada junto a un cenicero con un cigarrillo que se vio apagado por la falta de atención a la realidad que el Maestro tenía, dedicándole todos y cada uno de sus sentidos a ella, la ermitaña.
SeikichiTanizaki · M
Te he dicho que quiero intentarlo. No dejó que ella tomará su libreta, no fue agresivo claro está, pero si retrocedió sus manos para evitar que ella se la arrebatará (pues creyó que iba a hacer eso, aunque su actitud fue totalmente plausible). Veía en ella una terrible ironía, Seikichi se pasó de pie antes de responderle sosteniendo la libreta con su diestra aún levemente adormecida por lo que sucedía hace tan solo instantes, el varón camino recto hasta uno de los sillones donde dejó apoyada la mano libre, el cigarrillo ahí reposaba ya ardido y sin deseos de ser consumido, se había apagado por la simpleza de la charla y la falta de atención ante el cilindro que como detalle adornaba entre sus dedos esperando ser fumado.
Así que deja tu ironía que no va a tema, es una falta de respeto que te burles de mí cuando sabes lo mucho que me cuesta siquiera hablar de mi mismo. Acudió rápidamente en fruncir el ceño, no estaba ni relajado ni con ganas de afianzar esa paz inexistente que existía en la tormenta de este tema, no tenía nada que ver con sus peleas anteriores sino que está era intima ¿Cuánto tiempo llevaban juntos y ya estaban discutiendo? Sin embargo, parecía ser esa su conducta mutua y su retroalimentación como seres. Yo preguntaré lo que quiera preguntar, y tu harás lo mismo. Parecía haber ordenado aquello, incluso sin tener del todo su consenso. Lo que tu me preguntes lo responderé, pero no puedes esperar que suelte la historia de mi vida en una conversación luego de haber quedado paralizado por un demonio que te conocía desde hace más que yo. Señaló con la misma infamia que solía utilizar como katana al discutir con ella, elevando su mentón y afilando sus ojos. Que yo lidiará o no con mis personales asuntos no debería afectarte, porque en todo caso sabría que tu me ayudarías de yo precisarlo, pero no necesito ayuda con ello. Porque así he vivido toda mi vida, y así viviré. Yo no pido que cambies tu vida, ni que intentes lidiar con esos asuntos. Mencionó casi como una fuerte maldición, elevando el tono de voz mientras le señalaba con su propio cuaderno.
Jamás te pedí que abandonaras tu vida, que dejarás de ser una ermitaña y dejarás de hacer lo que haces, que ni siquiera tengo certeza de que es. Señaló con autentica rabia. Pero aún así te atreves a decir que yo no soy una carga, como si alguna vez esas palabras sonaron de mis labios o siquiera alguna vez lo pensé, cosa que jamás fue así.
Nada de eso, Seikichi alzó sus ojos hacía ella, notando su mirar torcido pero directo, él mismo se lo devolvía con creces.
A lo mejor es el día largo, quizás eso nublo nuestros sentidos...
Así que deja tu ironía que no va a tema, es una falta de respeto que te burles de mí cuando sabes lo mucho que me cuesta siquiera hablar de mi mismo. Acudió rápidamente en fruncir el ceño, no estaba ni relajado ni con ganas de afianzar esa paz inexistente que existía en la tormenta de este tema, no tenía nada que ver con sus peleas anteriores sino que está era intima ¿Cuánto tiempo llevaban juntos y ya estaban discutiendo? Sin embargo, parecía ser esa su conducta mutua y su retroalimentación como seres. Yo preguntaré lo que quiera preguntar, y tu harás lo mismo. Parecía haber ordenado aquello, incluso sin tener del todo su consenso. Lo que tu me preguntes lo responderé, pero no puedes esperar que suelte la historia de mi vida en una conversación luego de haber quedado paralizado por un demonio que te conocía desde hace más que yo. Señaló con la misma infamia que solía utilizar como katana al discutir con ella, elevando su mentón y afilando sus ojos. Que yo lidiará o no con mis personales asuntos no debería afectarte, porque en todo caso sabría que tu me ayudarías de yo precisarlo, pero no necesito ayuda con ello. Porque así he vivido toda mi vida, y así viviré. Yo no pido que cambies tu vida, ni que intentes lidiar con esos asuntos. Mencionó casi como una fuerte maldición, elevando el tono de voz mientras le señalaba con su propio cuaderno.
Jamás te pedí que abandonaras tu vida, que dejarás de ser una ermitaña y dejarás de hacer lo que haces, que ni siquiera tengo certeza de que es. Señaló con autentica rabia. Pero aún así te atreves a decir que yo no soy una carga, como si alguna vez esas palabras sonaron de mis labios o siquiera alguna vez lo pensé, cosa que jamás fue así.
Nada de eso, Seikichi alzó sus ojos hacía ella, notando su mirar torcido pero directo, él mismo se lo devolvía con creces.
A lo mejor es el día largo, quizás eso nublo nuestros sentidos...
SeikichiTanizaki · M
Todavía hay tatuajes que jamás sanarán. Diría, no lloraba pero al incorporarse tenía ese semblante dubitativo de sus propias palabras. Seikichi era terriblemente cerrado, pues los asuntos de la familia solo la familia debía de atenderlos, ella no era de su familia ¿No? ¿Qué definía la familia? [code]Si su deseo era compartir la vida con ella...[/code] Esa cuestión no podría ser dejada de menos, tenía razón en lo que decía, sin embargo ¿Cómo invocar esas viejas maldiciones y esas viejas historias de manera casual?
Las lagrimas de Yui eran entendibles, pues los propios ojos del caballero se vertían húmedos por reflejo a la situación, quizás fue mera coincidencia pero al traer el tema en cuestión recordaba su madre diciéndole que dejará de llorar, que ninguna situación ameritaba a que el rostro se partiera y se expusiera, ni en el sumo de las privacidades se podía mantener un semblante tan humillante como el llanto de un bebé. Quizás entendía que estaba totalmente equivocado con ver esa cuestión, el varón Tanizaki no pudo evitar mencionar ese tema como replica.
No habló con mi madre hace años, ella se fue de mi hogar y me dejó a mis once años, mi padre y mis tíos se encargaron de criarme. Dijo con un claro temblor en sus labios, no pudo siquiera terminar esa frase que debió de aplacar sus ojos de la mirada opuesta. Jamás te he preguntado por tu madre, por tu padre o tus hermanos, si es que los tienes. Jamás. Se que hay zonas que son especialmente dolorosas de hablar, y hacerlo es como tatuar adrede la piel sensible.
Aseguró con cierta severidad, una pulcritud casi fría y digna de quien se esgrimía en las oscuras capas de un Rashomon para protegerse de lo que alguna vez le hirió. No se que momento encontraría para decirte que la mujer que hizo tu yukata, a quien no veía desde hace años era mi madre.
Mientras que retomaba ahora la mirada hacía Yui, sin bajar la guardia en sus frases.
Jamás dude de tu honestidad, pero te equivocas al pensar que todos podemos hablar de las cosas en un diario y echárselo a alguien más. Diría con cierta envidia, no iba a mentir sobre eso, de poder hablar de esas cuestiones. Crecí completamente solo, dedicado toda mi vida a pulir el arte del Irezumi. Nací en Tokio, mis padres son Yatsuhei Tanizaki y Omoe Tsukiri, quien me abandonó. Pase años de mi vida sin hacer otra cosa que imitar las figuras de Sadakuro y Jiraiya en la piel de personas que pagaban para ser heridas, y yo también fui herido, ya puedes ver en mi piel aquello.
Las lagrimas de Yui eran entendibles, pues los propios ojos del caballero se vertían húmedos por reflejo a la situación, quizás fue mera coincidencia pero al traer el tema en cuestión recordaba su madre diciéndole que dejará de llorar, que ninguna situación ameritaba a que el rostro se partiera y se expusiera, ni en el sumo de las privacidades se podía mantener un semblante tan humillante como el llanto de un bebé. Quizás entendía que estaba totalmente equivocado con ver esa cuestión, el varón Tanizaki no pudo evitar mencionar ese tema como replica.
No habló con mi madre hace años, ella se fue de mi hogar y me dejó a mis once años, mi padre y mis tíos se encargaron de criarme. Dijo con un claro temblor en sus labios, no pudo siquiera terminar esa frase que debió de aplacar sus ojos de la mirada opuesta. Jamás te he preguntado por tu madre, por tu padre o tus hermanos, si es que los tienes. Jamás. Se que hay zonas que son especialmente dolorosas de hablar, y hacerlo es como tatuar adrede la piel sensible.
Aseguró con cierta severidad, una pulcritud casi fría y digna de quien se esgrimía en las oscuras capas de un Rashomon para protegerse de lo que alguna vez le hirió. No se que momento encontraría para decirte que la mujer que hizo tu yukata, a quien no veía desde hace años era mi madre.
Mientras que retomaba ahora la mirada hacía Yui, sin bajar la guardia en sus frases.
Jamás dude de tu honestidad, pero te equivocas al pensar que todos podemos hablar de las cosas en un diario y echárselo a alguien más. Diría con cierta envidia, no iba a mentir sobre eso, de poder hablar de esas cuestiones. Crecí completamente solo, dedicado toda mi vida a pulir el arte del Irezumi. Nací en Tokio, mis padres son Yatsuhei Tanizaki y Omoe Tsukiri, quien me abandonó. Pase años de mi vida sin hacer otra cosa que imitar las figuras de Sadakuro y Jiraiya en la piel de personas que pagaban para ser heridas, y yo también fui herido, ya puedes ver en mi piel aquello.
SeikichiTanizaki · M
Aprendí a entender el dolor. <<Y a amarlo.>> No dijo, pero claramente lo pensó. Fue gracias al dolor que ambos tenían que se conocieron, que le tatuó, que le enseñó su arte y en definitiva, ella se convirtió en su obra maestra aunque de una forma distinta a la esperada. Seikichi solo era un humano más que se perdió en un mundo que desconoce, dando vueltas a un mundo que Yui había creado como un fractal de distintas facetas y en las que él verdaderamente no encontraba lugar, no encontraba lugar en la vida agitada que Katai había configurado para si misma, tan distinta pero tan parecida. Pero Seikichi había decidido del momento anterior desde antes de leer sus profundas líneas, las cuales le incitaban a seguir con un morbo doloroso, pero que viendo el semblante de la ermitaña podría intuir que tenía en sus manos más que su corazón, tenía su vida y su memoria entera.
Él no tenía nada que ofrecerle más que esa mano que ella estaba besando, esas manos que tanto dolor creaban y tanta belleza podían dar. Su mortalidad, sus caprichos, su tendencia a la locura irracional de un artista criado bajo estándares imposibles para el común de las personas. En cierta forma ambos combatían demonios de distinta índole, pero ni aunque el polvo lo cubra todo y el dolor lo inunde, Seikichi se sentaría a su lado a mirar el cielo y fumar como solían hacer incluso cuando se detestaban. Porque así lo había decidido.
Te contaré todo lo que quieras saber de mí. Incluso las cosas que no podrás comprender, lo mismo espero de ti. Dijo con cierta franqueza, a diferencia de ella el Maestro se sentía totalmente etéreo, como un felino con patas heridas que se recuperaban, se sentía capaz de cruzar el mar por ella aunque su barco se hundiera (ya había demostrado que eso pasaría) y ya no necesitaba dar más viajes para demostrar que deseaba que su encuentro durara por siempre, ni inmortalizado en el arte bastaría. Por más que no pueda entender lo que sucede, quiero estar a tu lado. Afirmó con cuidado, y su rostro caería, será casi doloroso, pues así eran por lo general las reverencias, pero su frente quedaría detenida justo por la de Yui, justo con la unión de sus cabellos. Seikichi cerraría sus ojos, casi suplicando al decir aquello. Por favor, crucemos este mar juntos.
Él no tenía nada que ofrecerle más que esa mano que ella estaba besando, esas manos que tanto dolor creaban y tanta belleza podían dar. Su mortalidad, sus caprichos, su tendencia a la locura irracional de un artista criado bajo estándares imposibles para el común de las personas. En cierta forma ambos combatían demonios de distinta índole, pero ni aunque el polvo lo cubra todo y el dolor lo inunde, Seikichi se sentaría a su lado a mirar el cielo y fumar como solían hacer incluso cuando se detestaban. Porque así lo había decidido.
Te contaré todo lo que quieras saber de mí. Incluso las cosas que no podrás comprender, lo mismo espero de ti. Dijo con cierta franqueza, a diferencia de ella el Maestro se sentía totalmente etéreo, como un felino con patas heridas que se recuperaban, se sentía capaz de cruzar el mar por ella aunque su barco se hundiera (ya había demostrado que eso pasaría) y ya no necesitaba dar más viajes para demostrar que deseaba que su encuentro durara por siempre, ni inmortalizado en el arte bastaría. Por más que no pueda entender lo que sucede, quiero estar a tu lado. Afirmó con cuidado, y su rostro caería, será casi doloroso, pues así eran por lo general las reverencias, pero su frente quedaría detenida justo por la de Yui, justo con la unión de sus cabellos. Seikichi cerraría sus ojos, casi suplicando al decir aquello. Por favor, crucemos este mar juntos.
SeikichiTanizaki · M
No dudo que así sea. Su respuesta sobre la oscuridad le parecía obvia, clara y sincera: No tenía dudas que en ella habitaba oscuridad, una mujer que habitaba entre demonios, criaturas paranormales y todo lo que antes había dicho, no cabía siquiera una justificación para que una persona, por más curiosa que sea intente ir más alejado de lo que significa la humanidad. Seikichi sabía (más ahora que de otra forma) los peligros que habitan fuera del mundo de quienes pueden caminar las calles con su verdadera forma y los que se esconden, como criaturas de tinieblas.
¿Mmh? Cuestionó al sentir su tacto en el hombro al levantarse, no entendía a donde iba y que quería hacer, pero sinceramente Seikichi no entendía las razones por las que rompería el cómodo espacio que tenían entre ambos. Si bien ella inquieta e intrépida tenía otras razones, le espero aquella veintena liberando el tabaco desde sus labios en una genuina corriente cálida de humo.
Sus ojos no podían pensar que se tratase de algo serio, pero incluso así se permitió enderezarse en el suelo hasta tomar aquel cuaderno fino. Tenía cierto gusto por las encuadernaciones, y gramajes de las hojas, su textura no podía ser apreciada con todo su esplendor lastimosamente dada la pesada sensación de incomodidad que todavía tenía en ambas manos, que no podía ser superada con simpleza.
Empezó a leer como quien iniciaba una apacible jornada con el periódico dominical, un suspiro claro al acomodar el cigarrillo le alcanzó de sobremanera, al menos había una apacible escritura que no le molestaba a la vista. Más no fue así lo que leyó, Seikichi empezó a encontrar el mensaje que no estaba encriptado sino que era absurdamente directo, casi obsceno en su forma de expresarse.
A mi no tienes que removerme ninguna venda de mis ojos. Dijo, parafraseándola y rompiendo el silencio que tenía. Continuaría con aquella lectura, sentía una especial rabia que ni el mismo podría describir, pues no quería enfadarse con ella porque le entendía, tal nivel de expresión permitía sumergirse en las sensaciones que ella plasmaba como si fuese ella Yui y viera un reflejo de su propia alma, tal obscenidad le lastimaba más que nada, pues a diferencia de ella jamás se le ocurriría escribir sus pensamientos así al desnudo: Para algo estaba el arte, incluso el tatuaje más hermoso podía esconder un secreto terrible. Ese contraste le golpeaba más que nada, por eso intentaba pasar entre otras hojas, leyendo al azar fragmentos.
No tengo nada que contarte que no sepas. Le señaló, los ojos se le afilaban como dos navajas conforme intentaba. Solo a tono, se le ocurrió algo en contraste de está desnudez escrita y lo distinto que él era a la hora de lidiar consigo mismo. Elevó su diestra, apoyando el codo sobre la mesa donde la manga de su saco cayó exponiendo claro el sinfín de tinta siendo piel -nada que ella no conociera- entre crisantemos que flotan en las aguas curvas de mares oscuros de rico color vegetal. El oleaje no escondía nada más que eso, quizás momento donde él habló. Elevó con cuidado su mano izquierda, su indice se apoyó con ternura a alturas del dorso de la muñeca, ahí si cerraba sus ojos todavía podía sentir las texturas, extendería aquella parte para que ella pudiera tocarla.
La carne se hundía en pequeños lados, como si fuesen cortes pero no de navaja ni ningún instrumento parecido, la respuesta más correcta era que algo había cincelado aquella parte, produciendo una ligera depresión en el dorso de la muñeca.
Si crees que el dolor me puede alejar de lo que me apasiona o la tortura puede quebrarme, te equivocas ¿Lo sientes? Todavía puedo sentir la varilla de mi tío acariciando esa zona una y otra vez. Como un junco se había doblado pero jamás quebrado, su muñeca había sido castigada o más bien azotada un sinfín de veces, no solo como castigo sino como mero ejercicio de hacer lineas de tinta oscura sin torcerlas. Un ejercicio inhumano, tiránico y muy cruel en manos de otro maestro armado con una vara de bambú. La tinta cuidaba muy bien cualquier evidencia de dicho maltrato, pues no se podría permitir exponer tales heridas en ojos desconocidos, y nadie solía tocar esa zona pensando aquello dado lo practico para el tacto o las relaciones sociales. Hace falta más para alejarme de ti.
¿Mmh? Cuestionó al sentir su tacto en el hombro al levantarse, no entendía a donde iba y que quería hacer, pero sinceramente Seikichi no entendía las razones por las que rompería el cómodo espacio que tenían entre ambos. Si bien ella inquieta e intrépida tenía otras razones, le espero aquella veintena liberando el tabaco desde sus labios en una genuina corriente cálida de humo.
Sus ojos no podían pensar que se tratase de algo serio, pero incluso así se permitió enderezarse en el suelo hasta tomar aquel cuaderno fino. Tenía cierto gusto por las encuadernaciones, y gramajes de las hojas, su textura no podía ser apreciada con todo su esplendor lastimosamente dada la pesada sensación de incomodidad que todavía tenía en ambas manos, que no podía ser superada con simpleza.
Empezó a leer como quien iniciaba una apacible jornada con el periódico dominical, un suspiro claro al acomodar el cigarrillo le alcanzó de sobremanera, al menos había una apacible escritura que no le molestaba a la vista. Más no fue así lo que leyó, Seikichi empezó a encontrar el mensaje que no estaba encriptado sino que era absurdamente directo, casi obsceno en su forma de expresarse.
A mi no tienes que removerme ninguna venda de mis ojos. Dijo, parafraseándola y rompiendo el silencio que tenía. Continuaría con aquella lectura, sentía una especial rabia que ni el mismo podría describir, pues no quería enfadarse con ella porque le entendía, tal nivel de expresión permitía sumergirse en las sensaciones que ella plasmaba como si fuese ella Yui y viera un reflejo de su propia alma, tal obscenidad le lastimaba más que nada, pues a diferencia de ella jamás se le ocurriría escribir sus pensamientos así al desnudo: Para algo estaba el arte, incluso el tatuaje más hermoso podía esconder un secreto terrible. Ese contraste le golpeaba más que nada, por eso intentaba pasar entre otras hojas, leyendo al azar fragmentos.
No tengo nada que contarte que no sepas. Le señaló, los ojos se le afilaban como dos navajas conforme intentaba. Solo a tono, se le ocurrió algo en contraste de está desnudez escrita y lo distinto que él era a la hora de lidiar consigo mismo. Elevó su diestra, apoyando el codo sobre la mesa donde la manga de su saco cayó exponiendo claro el sinfín de tinta siendo piel -nada que ella no conociera- entre crisantemos que flotan en las aguas curvas de mares oscuros de rico color vegetal. El oleaje no escondía nada más que eso, quizás momento donde él habló. Elevó con cuidado su mano izquierda, su indice se apoyó con ternura a alturas del dorso de la muñeca, ahí si cerraba sus ojos todavía podía sentir las texturas, extendería aquella parte para que ella pudiera tocarla.
La carne se hundía en pequeños lados, como si fuesen cortes pero no de navaja ni ningún instrumento parecido, la respuesta más correcta era que algo había cincelado aquella parte, produciendo una ligera depresión en el dorso de la muñeca.
Si crees que el dolor me puede alejar de lo que me apasiona o la tortura puede quebrarme, te equivocas ¿Lo sientes? Todavía puedo sentir la varilla de mi tío acariciando esa zona una y otra vez. Como un junco se había doblado pero jamás quebrado, su muñeca había sido castigada o más bien azotada un sinfín de veces, no solo como castigo sino como mero ejercicio de hacer lineas de tinta oscura sin torcerlas. Un ejercicio inhumano, tiránico y muy cruel en manos de otro maestro armado con una vara de bambú. La tinta cuidaba muy bien cualquier evidencia de dicho maltrato, pues no se podría permitir exponer tales heridas en ojos desconocidos, y nadie solía tocar esa zona pensando aquello dado lo practico para el tacto o las relaciones sociales. Hace falta más para alejarme de ti.
SeikichiTanizaki · M
Pero no hay peor tortura que quien no dice nada cuando siente deseos de hacerlo. Dice, especialmente enfático en eso <<Tortura>> con un deje de ironía que no podía ser más que un ápice de realidad, él si se dejaba ser embriagado por sus sentimientos, por sus sentidos y su propia actitud. Se sentía así mismo justificado en ser insoportable, pues ni siquiera él mismo se soportaba, punto final.
Te estaba conociendo, Yui. Claramente, mi pasado no puede dejarte sin capacidad de mover tus brazos. Pero no es algo que te reclame realmente... No pudo terminar de anunciar aquello que otra vez, su cuerpo era repulsado de su mismo centro con mediana fuerza, claro es que no se sentía adolorido ni herido al quedar su espalda contra el almohadón pero si alcanzó para que Seikichi abriera los ojos como un erizado felino que es despertado de golpe con un baldazo de agua, inocente pero de todas formas capaz de hacerle ceder a sus propios sentidos. Como cualquier humano asustado, primero actúa y luego piensa con adrenalina. Su cuerpo se alzó del sofá y una de sus manos fue hacía Yui para contemplar que se encontrase bien, claro es que aquella cuestión parecía casi milagrosa al poder mover su mano en aquel instante, los ojos del Maestro brillaron más que un lucero, deteniéndose a pocos centímetros del antebrazo de Katai. Intentó que sus dedos se moviesen como si un objeto tocasen, se movían. El aire parecía recorrer su cuerpo de nuevo, todavía sentía el pesar en sus dorsos, seguidos del tortuoso hastió que estos generaban pero aún así era como beber un vaso de agua en medio del desierto.
Necesitó unos instantes, los suficientes para que un suspiro escaparía de sus labios. "Sapporo" se leía en el empaque de cigarrillos del cual uno extrajo con ayuda de sus labios pues no estaban tan acostumbradas sus manos a las recientes incomodidades. Lo dejó balancear entre sus dientes hasta que la mano acciono el botón del encendedor descartable cuya lumbra encendió el cilindro, retuvo el humo por instantes mientras se negaba a observarle.
Jamás había compartido un cigarro con ella, no al menos desde que le conocía, sin embargo Seikichi se acercó hasta quedar sentado a su lado. No en sus parsimoniosas posturas firmes, sino en apoyar relajadamente sus nalgas en el suelo mientras le ofrecía de su cigarrillo.
¿La verdad? Yo en nada te he mentido. En nada, absolutamente en nada. Las personas normales por lo general no muestran sus oscuros, solo sus claros. Pero quizás sea verdad que no somos tan normales. Dijo, con cierto ápice amargado mientras apoyaba su nuca contra el sofá y sus ojos asciendan hasta el techo. pocas veces Seikichi se permitía ser tan informal, tan juvenil en cierta forma, pues la mayoría de las veces se olvidaba él mismo de que solo era un jovencito de una veintena y pocos años, donde sus mechones caían sobre su frente todavía húmedos por la llovizna de Ebetsu. Por fin doblaría sus ojos hacía ella, que aunque derrotada en su postura se veía tan hermosa que en cualquier orgullosa efigie.
Quiero saberlo todo de ti. Menciono con cuidado, mientras parecía suavemente seguro, pero todavía guardando esa ternura que tanto le caracterizaba en este propio instante. Incluso lo malo ¿Podrías contarme, Yui? Y yo haré lo mismo.
Te estaba conociendo, Yui. Claramente, mi pasado no puede dejarte sin capacidad de mover tus brazos. Pero no es algo que te reclame realmente... No pudo terminar de anunciar aquello que otra vez, su cuerpo era repulsado de su mismo centro con mediana fuerza, claro es que no se sentía adolorido ni herido al quedar su espalda contra el almohadón pero si alcanzó para que Seikichi abriera los ojos como un erizado felino que es despertado de golpe con un baldazo de agua, inocente pero de todas formas capaz de hacerle ceder a sus propios sentidos. Como cualquier humano asustado, primero actúa y luego piensa con adrenalina. Su cuerpo se alzó del sofá y una de sus manos fue hacía Yui para contemplar que se encontrase bien, claro es que aquella cuestión parecía casi milagrosa al poder mover su mano en aquel instante, los ojos del Maestro brillaron más que un lucero, deteniéndose a pocos centímetros del antebrazo de Katai. Intentó que sus dedos se moviesen como si un objeto tocasen, se movían. El aire parecía recorrer su cuerpo de nuevo, todavía sentía el pesar en sus dorsos, seguidos del tortuoso hastió que estos generaban pero aún así era como beber un vaso de agua en medio del desierto.
Necesitó unos instantes, los suficientes para que un suspiro escaparía de sus labios. "Sapporo" se leía en el empaque de cigarrillos del cual uno extrajo con ayuda de sus labios pues no estaban tan acostumbradas sus manos a las recientes incomodidades. Lo dejó balancear entre sus dientes hasta que la mano acciono el botón del encendedor descartable cuya lumbra encendió el cilindro, retuvo el humo por instantes mientras se negaba a observarle.
Jamás había compartido un cigarro con ella, no al menos desde que le conocía, sin embargo Seikichi se acercó hasta quedar sentado a su lado. No en sus parsimoniosas posturas firmes, sino en apoyar relajadamente sus nalgas en el suelo mientras le ofrecía de su cigarrillo.
¿La verdad? Yo en nada te he mentido. En nada, absolutamente en nada. Las personas normales por lo general no muestran sus oscuros, solo sus claros. Pero quizás sea verdad que no somos tan normales. Dijo, con cierto ápice amargado mientras apoyaba su nuca contra el sofá y sus ojos asciendan hasta el techo. pocas veces Seikichi se permitía ser tan informal, tan juvenil en cierta forma, pues la mayoría de las veces se olvidaba él mismo de que solo era un jovencito de una veintena y pocos años, donde sus mechones caían sobre su frente todavía húmedos por la llovizna de Ebetsu. Por fin doblaría sus ojos hacía ella, que aunque derrotada en su postura se veía tan hermosa que en cualquier orgullosa efigie.
Quiero saberlo todo de ti. Menciono con cuidado, mientras parecía suavemente seguro, pero todavía guardando esa ternura que tanto le caracterizaba en este propio instante. Incluso lo malo ¿Podrías contarme, Yui? Y yo haré lo mismo.
SeikichiTanizaki · M
Diría que hubiera de sentir placer, jubilo y cariño, pero no fue así. Seikichi solo quería si mismo una cosa: Quiere la eternidad, la repetición de las mismas cosas, quiere que todo permanezca eternamente igual a su gusto. El amor de Yui, su talento, su arte ¿Había egoísmo en pedir eso? Quizás, pero esa era la mayor aspiración que Tanizaki tenía y por eso mismo ahora se odiaba. Las manos no podían moverse, pero aún así su rostro se dejó apoyar en su frente en la coronilla contraría al sentir como ella acariciaba y se percataba de sus propias limitaciones. Con cariño dejó su barbilla ahí, luego su propia mejilla en una caricia cálida en busca de su cobija y calor, nada más, nada menos.
No tienes que esperar a que yo diga las cosas si las sabes previamente, me conoces más que nadie. Pero yo no sé nada de ti, debería ser al revés. No suena como una recriminación, ni sospecha, no buscaba las causas; veía con pavor la crueldad de la situación en la que esta preso; no es un artista del resentimiento, sino el de la fatalidad. Ni sangre, ni dolor, ni siquiera las partículas de ese veneno tan terrible podían dilapidar esa actitud.
¿Como sentía esa mirada? Como un ojo blindado de lo más profundo de su alma, no entendía lo que en su cuerpo ocurría pero "algo" le hacía sentir que sí, que algo sucedía y eso debía en cierta forma, darle calma: Yui se encargaría.
Pero ella era la culpable, ella era la culpable de este mal y de otros, lo peor de todo es que Seikichi lo sabía, pero aún así no podía odiarla.
No puedo relajarme, definitivamente no volveré a dormir hasta que este mal desaparezca ¿Que puedo pedir? No lo sé. Quiero que te alejes, pero aunque incluso mi enojo lo rogará, estás manos inertes no pueden concebir un futuro sin estar sujetando las tuyas.
No tienes que esperar a que yo diga las cosas si las sabes previamente, me conoces más que nadie. Pero yo no sé nada de ti, debería ser al revés. No suena como una recriminación, ni sospecha, no buscaba las causas; veía con pavor la crueldad de la situación en la que esta preso; no es un artista del resentimiento, sino el de la fatalidad. Ni sangre, ni dolor, ni siquiera las partículas de ese veneno tan terrible podían dilapidar esa actitud.
¿Como sentía esa mirada? Como un ojo blindado de lo más profundo de su alma, no entendía lo que en su cuerpo ocurría pero "algo" le hacía sentir que sí, que algo sucedía y eso debía en cierta forma, darle calma: Yui se encargaría.
Pero ella era la culpable, ella era la culpable de este mal y de otros, lo peor de todo es que Seikichi lo sabía, pero aún así no podía odiarla.
No puedo relajarme, definitivamente no volveré a dormir hasta que este mal desaparezca ¿Que puedo pedir? No lo sé. Quiero que te alejes, pero aunque incluso mi enojo lo rogará, estás manos inertes no pueden concebir un futuro sin estar sujetando las tuyas.
SeikichiTanizaki · M
El sonido de los zapatos siendo abandonados en el genkan fue todo lo que pudo escapar de él. Cerrado a más no poder, incluso donde su cara mantenía un rictus que sería todo lo que su boca podría mostrar, un semblante apagado y confundido como nunca antes había tenido. Seikichi conocía del dolor, conocía del tormento, pero la propia humanidad tenía limites. Inesperados limites ante lo que no puede controlar.
Camino descalzo sin sandalias, encontrando ese acto mecánico y estúpido donde ni siquiera reparó en removerse el abrigo o ropaje extra del que tenía. Ella esperaba cosas que no sucederían, Seikichi mismo no tenía ni deseos de hablar con ella, ni de tomar café, ni siquiera de existir en ese momento, una pulsión de muerte recorrió al Maestro. Se sentía pragmáticamente agónico, pero no humillado, eso no. Quizás era la primer arista de su malestar <<Defendí mi honor, pero el castigo ha llegado igual>>. Por primera vez en su existencia dudaba de las finas paredes que había cincelado para construirse así mismo ¿Se equivocaba al creer que no tenía sentido vivir una vida bajo estricta disciplina cuando criaturas inmaculadamente estúpidas podían demolerlo todo simplemente por su superioridad racial o energética? Esa duda le dolía más que su parálisis, en efecto, le dolía más que todo.
Tomó asiento deliberadamente en uno de los sillones de Yui, bajó su rostro con un leve suspiró. Aguardó, esperó, intentó quizás que ella dijera algo: <<Vamos, di alguna de tus cosas, inténtalo>> Nada. Parecía una cachorra que aguardaba un ataque. Las gotas caían, no debían confundirse con lagrimas pues no lo eran, simplemente pequeños fragmentos de la aguanieve invernal o quizás llovizna, aquel detalle se le había pasado por alto pero el frio era exactamente igual. Abrió sus piernas, dejando que sus manos se mantuvieran ahí inertes, vacías en todo sentido.
Gastaste todas tus palabras según veo...Yui. No me mires así. Pasaste toda tu vida guardando secretos, haciendo las cosas que me contaste... Tuvo que frenar para lanzar un suspiro, de esos que parecían cargados de malsana ironía, de esa que parecía haberse escondido para no volver, pero claro que volvía como un espasmo enceguecido por la rabia.
Imagino que te será fácil remover esto, así que me parece un poco burdo que te quedes viendo este espectáculo ¿Qué esperas? ¿Quieres que llore? ¿Qué me lamente? ¿Qué ruegue? Dime que esperas. Dijo con absoluta furia, casi colérico. Más no se levantó, solo dejo que su voz hablará por si misma.
Camino descalzo sin sandalias, encontrando ese acto mecánico y estúpido donde ni siquiera reparó en removerse el abrigo o ropaje extra del que tenía. Ella esperaba cosas que no sucederían, Seikichi mismo no tenía ni deseos de hablar con ella, ni de tomar café, ni siquiera de existir en ese momento, una pulsión de muerte recorrió al Maestro. Se sentía pragmáticamente agónico, pero no humillado, eso no. Quizás era la primer arista de su malestar <<Defendí mi honor, pero el castigo ha llegado igual>>. Por primera vez en su existencia dudaba de las finas paredes que había cincelado para construirse así mismo ¿Se equivocaba al creer que no tenía sentido vivir una vida bajo estricta disciplina cuando criaturas inmaculadamente estúpidas podían demolerlo todo simplemente por su superioridad racial o energética? Esa duda le dolía más que su parálisis, en efecto, le dolía más que todo.
Tomó asiento deliberadamente en uno de los sillones de Yui, bajó su rostro con un leve suspiró. Aguardó, esperó, intentó quizás que ella dijera algo: <<Vamos, di alguna de tus cosas, inténtalo>> Nada. Parecía una cachorra que aguardaba un ataque. Las gotas caían, no debían confundirse con lagrimas pues no lo eran, simplemente pequeños fragmentos de la aguanieve invernal o quizás llovizna, aquel detalle se le había pasado por alto pero el frio era exactamente igual. Abrió sus piernas, dejando que sus manos se mantuvieran ahí inertes, vacías en todo sentido.
Gastaste todas tus palabras según veo...Yui. No me mires así. Pasaste toda tu vida guardando secretos, haciendo las cosas que me contaste... Tuvo que frenar para lanzar un suspiro, de esos que parecían cargados de malsana ironía, de esa que parecía haberse escondido para no volver, pero claro que volvía como un espasmo enceguecido por la rabia.
Imagino que te será fácil remover esto, así que me parece un poco burdo que te quedes viendo este espectáculo ¿Qué esperas? ¿Quieres que llore? ¿Qué me lamente? ¿Qué ruegue? Dime que esperas. Dijo con absoluta furia, casi colérico. Más no se levantó, solo dejo que su voz hablará por si misma.
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