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18-21, M
Hjarta mitt ræður leiðina til myrkurs. ╯ El enviado de la Serpiente Negra.
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Iriel · 70-79, F
~ Permitió que las emociones de Svartur fluyeran, que sus primeros versos quedaran como un lamento inconcluso, contemplando la desdicha desde la perspectiva de quien ella misma era: un espejismo, algo abstracto. Mantuvo su porte principesco, su mirada cálida y distante, los labios sutilmente curvados en sonrisa piadosa y su postura recta y espigada. Las brisas siempre la acompañaban, el primor en sus mejillas casi del todo apagado, aún le daban vida y lozanía.

Pero no parecía indiferente a ese sufrimiento, el áureo fulgor presente en sus ojos sentía a medida que él se movía o le hablaba, como si cada segundo de intensidad en el vivir del caballero fuesen millones de estrellas de recuerdos fugaces sobre sí mismas. Las segundas odas del hombre sufriente mellaron algo más en sus gestos. Su sonrisa se intensificó y sus ojos irradiaron felicidad, como si aquel ataque contra ella, aquellos juicios fuesen la invitación que estaba esperando. Sin rastros de crispación entreabrió los labios y suspiró jubilosa antes de musitar: ~

Enseñadme entonces, enseñad a esta pequeña elfa lo que es el sufrimiento, la desdicha y la miseria, puesto que será una maravillosa lección recordar cómo es vivir de verdad para volver a valorar la dicha de vivir junto a mis hermanos bosques en este lar. Vuestra alma generosa ha zanjado su destino y el mío, y juntos como camaradas lucharemos para sacar sonrisas en esos niños, que de lágrimas, pasarán a beber aguas de arroyo, a comer jugosos frutos de bosques fértiles y a contemplar [code]el vivo escarlata de sus árboles como una bendición divina, y no como un terrible sino.[/code]

~ Cerró sus ojos y alzó su diestra mano, dibujando una pequeña runa invisible con la forma de una "R" estilizada y una diéresis a su diestra. Daroir, la runa de la remembranza, del recuerdo y de traer hacia sí cuestiones pasadas. Rodeada como niebla como estaba, el trazo pareció dejar un vacío nítido en la bruma, uno que materializó una pequeña daga de acero frío. Alzó su zurda mano para tomarla desde el filo delicadamente y la ofreció, amable, a su nuevo camarada. La runa quedó en el aire, absorbiendo niebla del entorno, como si aquel hechizo aún estuviese latente. ~

Antes de partir necesito dos cosas, maese. La primera es que utilicéis esta daga para cortar mi cabello a la altura de mi mentón, quizás un poco más abajo. Debemos eliminar mis debilidades para no morir... tan rápido, y si nos faltasen fondos la trenza larga nos dará buenas divisas. La segunda es que me deis algo de "tiempo" para ir a la cabaña y preparar todo para el viaje.

Después... partiremos.
 
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Iriel · 70-79, F
~ Parecía no haber ni pizca de que el caballero ante ella tuviera que ver con las visiones de la otra noche, no. Empero, habían cosas que la hermana de bosques parecía no olvidar, cosas que se mantenían en el velo del enigmático resplandor dorado de sus ojos, colmándose de comprensión. Sus palabras se vertieron suaves tras todos los versos del bardo, ella mucho y nada a la vez, tan tersa como la brisa fresca y perfumada de esa mañana. ~

La encrucijada de los lirios ya se ha vuelto parte de vuestro ser, maese Svartur. Muchos caminos, muchos destinos para escoger. ¿Pero qué sucedería con vuestro corazón si dejáis un anhelo atrás por tomar una senda que parece ser más conveniente para vuestra merced y actuáis con mezquindad? Estoy segura de que todas esas heridas en vuestra piel, que todo vuestro sufrimiento que es visible en el espejo de vuestros ojos se debe a vuestra generosidad. Pero eso es lo que da forma a la pureza de vuestra alma, es quien sois.

~ Erguida cual emperatriz mantuvo su postura y clavó solamente su mirada sobre el rostro del joven manteniendo una sonrisa suave, una breve y medida que evocaba todo el rigor y el peso de ese mundo como una sentencia sobre la respuesta que se pedía, sobre las palabras que de Svartur habrían de manar, tras el boceto al que Iriël dio forma con sus odas. Un ángel y un demonio a la vez, uno que resplandecía como algo sagrado, pero que se manifestaba como el equilibrio que permitía que las sílfides danzaran libres por los altos pradales que rodeaban la cabaña, y que la fragancia de los cedros se cerniera por lo profundo de los bosques. Era un ser de luz que sabía que la desdicha daba primor también a su mundo, aunque ella misma parecía estar por sobre todo aquello, porque lo sentía sin llorar. ~

No debéis dejar que vuestro corazón se marchite. Hoy no lo está mas si deseáis quedaros para siempre, los hilos de lo inconcluso tirarán de vuestra alma hasta llenaros de lágrimas... y para entonces más lirios florecerán en medio de las sendas borrando sus límites... y para entonces ya no habrá salida. Habréis de decidir hoy, porque eso fue lo que os prometí.
Iriel · 70-79, F
~ Esos pasos extraños para la foresta reinante se hallaron velados por la brisa en los amplios pastizales de la colina, el roce de sus ropajes al caminar, su respiración y el color de su alma, todos escondidos bajo la sinfonía de la natura. Como aquel que encuentra un maquillaje para el dolor que se vuelve una oda de paz. Es por eso que tras despertar solamente el color gutural de esa energía la llevó, medio dolorida y con extrañeza en su despoblado entrecejo rumbo a la zona trasera de la cabaña, bordeándola por fuera.

Y gran sobresalto demostró su cuerpo cuando vio que era su invitado el nido de todo aquel pulular de energía oscura. Tras aquello, el trazo de su mirada de oro se serenó adquiriendo una forma ligeramente rasgada, suspicaz, y con el desliz de sus pies descalzos, silente se acercó. Ocho palmos fueron su cuota de aire, misma que dejó danzar entre los dos cuando con voz calma, amable susurró. ~ Maese... bienaventurados estos ojos que os ven. Perdonad la intromisión.

~ Tensó las orejas plenamente alargadas y terminadas en punta hacia atrás... estas vibrando para buscar despojarse de los sombríos decibeles que estilaban de la silueta de Svartur. Su apariencia distaba mucho de ser la niña de la otra noche. Era sin dudas el mismo ser, mas dotado de la parsimonia propia de un ente demasiado alejado a la realidad como para evocar ternura. El cabello lo llevaba liso, cayendo cual cascada tras su espalda y sus puntas más largas acariciaban el prado tras ella. El mismo vestido de sedas y cortes de velo, además de su irreal piel de blanco impóluto y rozagantes pétalos rosa en mejillas y labios que destellaban a la fresca luz de esa mañana. Su delgadez espigada parecía dotarla de un innato garbo, pese a ir sin calzado. Sus palabras fueron sencillas, mas cargadas de simbolismos como los de sus sueños, donde la simpleza se confunde con el vaticinio y los recuerdos. ~

¿Ya habéis tomado una decisión? Si os quedáis podremos ir donde gustéis, de lo contrario os guiaré por la encrucijada de los lirios hacia vuestro destino.
Iriel · 70-79, F
Descansad tranquilo. Nadie osará a molestaros. ~ Lirio Blanco pareció deslizarse ingrávida después de esa extraña despedida cuando salió de la austera cabaña, dejándola despoblada de su bruma y presencia. Se dirigió hacia los vastos campos de prado tierno en colinas cercanas, para que las estrellas fueran su compañía en lo que restaba de la cena y después, el velo del tiempo ocluyó sus acciones. Quizás cierto sería que estuviere ayudando a otros forasteros en sus tierras, o tal vez demasiado ocupada con sus quehaceres en la posada a las orillas del lago, mas siempre teniendo en cuenta la salida del sol para visitar las afueras de la cabaña y saber cual sería la respuesta de Svartur. ¿Sería acaso que, en su tiempo libre, podría yacer a ojos cerrados en los brazos de Irmo, donde los sueños y las visiones danzan de la mano un suave ballet rodeados de infinita oscuridad y olvido?


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Fresnos rojos, una lágrima maldita que mancilla la vida de un valle y una corona de lirios delicadamente teñida con gotas de sangre.
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Iriël al segundo día... despertó.

Sus áureos ojos poblados de asombro se encendieron dulces cuando recobró sus sentidos al saberse de pie frente a la modesta vivienda donde había dejado al viajero encapuchado. Parpadeó extrañada con un vago recuerdo de los bosques rojos escritos en un viejo pergamino, un cuento perdido de otro mundo que había recibido como regalo de uno de los tantos forasteros que tuvo la dicha de ayudar. Este pensamiento solamente fue visible en sus gestos con la transparencia de agua clara, por el sutil susurro de la doncella compartido con el aire de esos bosques. ~ ¿Será acaso... que este forastero pertenece a ese mundo? ~ El sol hacía despertar cálidamente al nuevo día, iluminando el rocío de los prados y las flores vueltas botón. ~
Iriel · 70-79, F
~ Sus ojos, mientras comía, dictaban que parecía no recordar la última vez que ella misma había probado bocado. Era como una niña que por primera vez prueba un nuevo platillo. Mientras masticaba con su pequeña boca cerrada en una semi sonrisa, los áureos astros se entrecerraban con júbilo, pero no en dirección al invitado, sino hacia la ventana que ofrecía la vista del campo de flores a lo lejos, las estrellas y las luciérnagas arrulladas entre la fronda del bosque. Comía lento, aunque procuraba llenarse la boca y degustar con premura, dada la gentil y cálida combinación de sabores en su interior.

Y no podría decirse que no oía a Svartur. Asentía hacia él suavemente cuando este le hablaba, alzando sus hombros en un afán gestual de no haber hecho nada extraordinario por él, tras esas gracias dadas y le sonreía cuando él comentaba que estaba delicioso. Los motivos de su silencio yacían bajo el velo del enigma, aquel mismo que antes le había hecho hablar a raudales y que ahora la sumía en el sabor de esa comida y bebida. Era como si esperara a que Svartur terminara su cena, pues ella, cuando vio el platillo vacío, se puso de pie con su cuenco de greda en mano a medio terminar en una mano, y con la jarra de hidromiel sin alcohol en la otra. ~

Entiendo que estéis exhausto, así es que terminaré de comer a las orillas del lago. Si deseáis, hay más comida en la olla, aún tibia, más hidromiel, pero si así lo queréis también hay lugar donde dormir. Os deseo un buen descanso. Namárië, heru. Mañana estaré aquí para recibir vuestra determinación. Si queréis partir, vuestra guía seré, de lo contrario aquí, para grata charla, estaré.

~ Y le sonrió... nada más, nada menos. Parecía entender más allá de demostrar que era lo que pasaba por su mente. Sus actos hablaban por ella con una sencillez que echaba por tierra cualquier revés. Estaba pronta a salir por la puerta, mas solamente esperaba la venia del forastero. ~
Iriel · 70-79, F
No sabría decir si es vil e injusta, o justa y bondadosa. La naturaleza es simplemente eso. Una energía que vive en todos nosotros, y que da luz y sombra a los mundos en su justa medida. Estar consciente del dolor significa que a futuro, se atesorará la felicidad.

~ Proclamó suave, fluyendo de ella las prosas ligeras, pero con múltiples significados y muy profundos, casi como si se tratase de un encantamiento que aletarga, o un vaticinio dictado en sueños mientras Iriël, dejaba que los minutos corrieran, se torcieran a su antojo sin ella tener control del tiempo.

Pronto, cuando el perfume del arroz blanco fue perceptible y un suave siseo de fritura inició su canción, la dama de los lirios tomó sus dos blancos paños como guantes, y la olla del mesón de piedra alejó, destapándola para dejar relucir la receta lista y su dulce sazón. Tomó dos platillos de greda hondos, grandes, sirviendo generosa porción, conformado por un volcán blanco de faldas nevadas, pues esto simulaba ser el arroz y los vegetales húmedos delineaban su cúspide llena de color. Allí prosiguió: ~

Mañana tendré mi paga lo queráis o no. El recuerdo, para quien todo olvida, de vuestro rostro enérgico partiendo a un nuevo destino, vale más que la fortuna de mil imperios. Ahora ¡A llenar estómago y corazón!

~ Ambos platillos fueron situados, pesados, sobre la mesa. Una cuchara, un tenedor de madera pinchando el cerro de comida en cada una de las porciones y también, tras ambos contenedores de alimento dos jarras de grueso cristal con un asa por lado. Finalmente antes de tomar asiento, sirvió el refrescante brebaje de hidromiel sin alcohol proveniente de una botella tapada con telas de algodón prensado, pues de la misma comida y misma infusión ambos habrían de embuchar a plenos ojos del varón, para que así no primara el resquemor. Una vez frente al forastero, sentada, dio el primer bocado. Delicadeza en sus maneras, sonrisa tallada en los labios, parsimonia humilde, familiaridad engarzada en sus ojos de oro y apetito a destajo, inició la cena. ~
Iriel · 70-79, F
Los mundos lejanos son más grandes que estos bosques. Sus sufrimientos y bienaventuranzas escapan a estos parajes y no es posible ayudarlos a todos. Las guerras, la paz, la maldad y el altruismo siguen su curso lejos de aquí, pero es parte de la naturaleza, y así como este lar da descanso y conforte, esos otros tienen su tarea. Esa, es liberar a sus hijos de la indiferencia ante la paz y la felicidad, puesto que cuando se nace y vive feliz por siempre, el júbilo deja de existir, pues no se valora. No es algo que yo decida, es el mundo mismo el que encuentra su balanza.

~ Dedicó sus odas a los dos primeros planteamientos del extraño mientras parecía dedicarse en cuerpo, alma y corazón a cortar las primeras verduras sobre una placa rústica y lisa de abedul, tras haber dejado el cántaro de agua sobre el mesón de roca hirviendo que reposaba firme sobre el fuego enclaustrado. Puso todas las verduras en un recipiente de greda y preparó una gran olla, agregando arroz dentro, y una poca de agua fría para contraer sus granos blancos, espolvoreando algunas especias y sal que antes de la llegada del viajero, había sido molida en un mortero. "El dinero"... dio la sensación de que manaba de sus ojos como el reflejo de un pensamiento, uno condescendiente para con Svartur, propio de una reina que lo tiene todo y cuya benevolencia va mucho más allá de ganar algo de riqueza. ~

No debéis pagar, puesto que el dinero nada vale para mí. Pago suficiente para mí será veros con renovadas fuerzas, y si no os parece suficiente, entonces que lo sea una sonrisa franca escapando de vuestra faz.

~ Y por supuesto se dejó ayudar, aunque destilaba de su mirar dorado preocupación por esos pies que claramente necesitaban curación, mas aún así respondió. ~ No tenéis el poder de decidir quien merece más o menos que vos. Ni siquiera yo soy digna de sentenciar tal cosa. Estos bosques, que son mis hermanos, deciden que todos han de recibir igual trato, y yo les tiendo una mano, aunque de ser por mi propia cuenta hubiese sido de igual forma, porque ellos y yo pensamos en la naturaleza como una sola.

~ Los movimientos de Iriël al cocinar eran magistrales. Esas delicadas manos blanquísimas, tanto o más que los magullados pies de Svartur manejaban los alimentos con la destreza que una madre tendría dada la práctica, los años, las experiencias y la necesidad de cuidar de los suyos. Era amor de madre aquel que tomaba el cántaro con dos paños blancos y doblados para no quemarse, echando el agua hirviendo a la olla, y sobre ella dejando navegar y sazonar las verduras con el resto del caldo que cocinaría el arroz, liberando un aroma encantador. El vapor de agua manando antes de ser tapado se mezcló con las luces, con la bruma casi imperceptible que rodeaba a la elfa, dando gran calidez y conforte a la cabaña. ~
Iriel · 70-79, F
~ Muy pronto, antes que siquiera la Luindar tuviera la oportunidad de responder tras prestar atención a las palabras del forastero, la senda se abrió ante ambos. La tupida "floresta" pareció dar la bienvenida, una reverencia hacia las estrellas, y a una decena de palmos una cabaña de aspecto medieval, rrural como la de un granjero de tiempos antiguos pero muy bien cuidada, de maderas nobles al natural, y acogedora techumbre de paja que se mecía con los vientos nocturnos. El trinar de su voz se hizo manifiesto, solamente para responder a la pregunta de Svartur. ~

Ayudo a todos los forasteros que puedo. El respiro de estos bosques me confesó con sus crujidos que esa era su tarea sin juzgarles, y yo les acompaño en ese deber. Bienvenido, por favor, pasad y si queréis tomad asiento... que prontamente estará vuestra comida.

~ Iriël abrió la puerta al momento en el que la gota de luz que la acompañaba, se dividió en decenas de hermanas de sí misma, las que se esparcieron por los ambientes interiores. No eran necesarias las velas, solamente ese inofensivo poder dio luz feérica suficiente a la pequeña morada. Había algo de polvo en las superficies, solamente aquel que por dos días se suele acumular en un hogar sin sus dueños. Una mesa de comedor hecha de roble joven lucía parcialmente ocupada por hierbas, alimentos frescos, verduras y tres cántaros llenos de agua, otro, junto a la cocina a leña seguida de una campana de piedra sólida que hacía las veces de chimenea sostenía contenedores hechos de mimbre bien trenzado algunos sacos de arroz, trigo y otros utensilios antiguos además de aceites varios y condimentos naturales. Moledora de trigo, morteros, cuchillos de madera y otras herramientas de cocina.

Sin embargo lo que más llamaba la atención era el mesón del fondo junto a la ventana, misma que Lirio Blanco se esmeró en abrir a medias. Una cantidad de pequeñas botellas con fuegos encendidos de diversos colores, campánulas rojas y azules en su estado más tierno puestas en macetas alargadas talladas en madera de ciprés revestidas con piedras de río, y gemas varias y otros catalizadores junto a pequeños recipientes cóncavos con ceniza y carbón. Los trozos de joya cristalina minadas y pulidas generaban reflejos mágicos ayudadas por las tenues gotas luminosas que llenaban las paredes con cromático juego. La cabaña, finalmente tenía una escalera que subía y dividía el todo con un altillo y una cama estrecha, acolchada con hojas secas, almohada de algodón revestida en tela de hiedras eternas y manta de cabellos élficos. Claramente la dama nívea no dormía allí, pues la austeridad pese a la notable comodidad no era propia de un cuerpo delicado como el de ella, mas era un hecho que el sitio había sido construido para almas cansadas.

De inmediato se deslizó hacia la cocina y se esmeró, tras ponerse en cuclillas en poner algunas de las maderas y hojas muertas en la hoguera, y de encenderla utilizando dos piedras en un solo diestro golpeteo. Sopló suave con un vapor etéreo y el fuego cobró vida. Sin mediar ni reparar, cerró las compuertas de piedra contra el suelo, haciendo algo de esfuerzo debido a su nula fuerza, a sabiendas que la pira no moriría tras el cuidado que le había dado. Tras ello, fue a la mesa del comedor sonriendo a Svartur, tomando un cántaro de agua completo entre sus brazos, no solamente valiéndose de sus manos, ya que su peso era bastante para la delgadez de la anfitriona. Así proclamó: ~

Esta noche os haré comida, y esta cabaña será de vuestra propiedad por los días que deseéis quedaros. Yo luego de vuestra cena me retiraré y volveré a primera hora para saber si deseáis iros o quedaros un poco más. Vuestra guía seré si ansiáis seguir vuestro camino, maese. Lamento tanta austeridad, mas sé que vuestra alma necesita quietud y una posada no es lugar digno para que disfrutéis del silencio.
Iriel · 70-79, F
~ El alzar de la voz del contrario la obligó a dar un pequeño respingo. Vasta era su sorpresa, no por la aclaración, sino por el tono perpetrado como ataque a sus sentidos. Lentamente se fue poniendo de pie conjuntamente con el forastero, admirando sus rasgos tan niños como maltrechos por las experiencias de vida. Notó la fineza de su nariz, las cicatrices en su piel y el brillo de esos ojos que asumía albergaban recelo y que quizá no cruzaban los propios, ostentando estos últimos paz y dulzura. Esbozó una pequeña sonrisa evidenciando sutil congoja cuando sus palabras se hicieron una con la tonada nostálgica de la natura. ~

Os ruego me disculpéis, maese, mas para mí es igual. Un alma no tiene género a mis ojos y mis intenciones tampoco son distintas al reconoceros como varón. Un poco de comida caliente, breve charla y ser una guía de vuelta a vuestro hogar si así lo deseáis, es todo lo que quiero entregaros, nada más.

~ Casi fue interrumpida por él cuando aclaraba estas cuestiones, reaccionando visiblemente encantada con ese pequeño voto de confianza. Juntó sus manos en un aplauso inaudible mientras intensificaba su sonrisa, sus ojos se iluminaban con una notable y pueril alegría y las puntas de sus agudas orejas vibraban apenas visiblemente entre el océano argénteo de sus cabellos. ~ ¡Qué dicha! ~ Exclamó jubilosa, inmediatamente añadiendo. ~ Para que confiéis, os dejaré ir tras de mí. La pequeña cabaña no está muy lejos de aquí. ~ Y así volteó con inusitada gracia. La danza presente en los movimientos de Iriël se hizo manifiesta cuando comenzó una marcha de ánimo tranquilo acompañada de la pequeña gota de luz junto a su cabeza, yendo rumbo al este, estando consciente del extenuado ánimo de Svartur y esperando ser seguida por aquel. Y como si fuera poco, entrecruzó las manos tras de sí en jovial ánimo dejando a la vista las extremidades ante el forastero, de manera que no hubiesen suspicacias sobre algún movimiento oculto por parte de la elfa. ~

¿Y cuál sería el nombre por el cual podría llamaros? Escoged el que más os guste si no confiáis en mí.


~ Lirio Blanco hacía gala de una inocencia notable, puesto que caminaba delante del varón sin medir las posibles consecuencias. Parecía inverosímil verla tan despreocupada cuando una cuchilla desde atrás contra su cuello o espalda podrían terminar con su vida. No obstante... por alguna razón la dama confiaba plenamente en el extraño. Le era imposible ver malicia alguna en él, por mucho que el sufrimiento que contempló momentos antes en esa faz, hubiere logrado asediar su espíritu. ~
Iriel · 70-79, F
~ El tiempo para la doncella élfica era una ilusión ¿Cuánto se habrían estirado las hebras de su existencia desde que notó a la silueta obscura farfullar y perderse entre la flora hasta cuando ésta última clamó? El roce de sus dedos contra las hojas del arbusto, el viento, el fluir del pequeño caudal cercano llevaban una armonía tan encantadora y la tierra húmeda traía consigo tan inigualable fragancia, que no pudo más que suspenderse en un estado contemplativo.

Las luciérnagas quedaron atrás, el silencio fue adornado con el adagio de la naturaleza hasta que Iriël advirtió ese grácil santiamén. No lo esperaba, no lo hubiese deseado ni en mil eones, pero sabía que aquellos pasos toscos sobre el lodazal que antes se alejaron de sí traían consigo un infinito agobio que tarde o temprano harían mella en esa alma. Los robles y fresnos llevaron sus brazos hacia la luna dormida, tan lentamente que el roce de ramas y verdor se extendió por el vasto paraje. Al mismo momento en el que las sílfides llegaron con fresca danza en torno de la albina doncella, recibió la voz de los ancestrales entes de madera, en especial de uno que arrullaba al nuevo huésped de sus tierras.

Valiéndose de su ligereza dio un pequeño salto hacia la más cercana higuera. Su tacto, trepar y avance fueron dulces mimos a la vegetación. Edhel parecía nadar entre el ramaje como si éste fuese agua, puesto que la flexibilidad de sus extremidades y tronco le permitían pasar incluso entre minúsculas brechas a través de saltos ágiles, girando sobre sí misma, manteniendo el cuerpo extendido y la faz directa hacia aquel que acunaba el incipiente sueño de la sombra cansada, sin ser más ruidosa que un suspiro. Sus pies parecían tomar con notable calma la vorágine de su movimiento, ya que cabe destacar que la maestría en su desplazar obedecía a que ella y el bosque parecían ser una sola esencia y así, Lirio Blanco, al lóbrego claro habría de llegar.

Una porción de la niebla que de forma sempiterna la acompañaba se concentró en sus labios, como si quedase a la espera de una prosa, y mientras Iriël silenciosamente bajaba de uno de los árboles, en un susurro recitó cuidadosa. ~ Idril Mith... ~ De sus labios manó la palabra reluciendo como un vaho que dio forma al aura, siendo esbozada tan acuosa como luminosa. Una estrella se encendió quedando suspendida a un costado del lozano rostro de la dama, tan diminuta como la libélula, pero cuyo blanco hacía gala de los tonos de su dueña.

Siempre frente al forastero, caminó hacia él hasta que tres metros los separaron justo en el momento en el que esa alma comenzaba a cerrar sus ojos. Alzó una de sus manos mirando hacia arriba con una sonrisa ligera en suplicante ánimo y entonces, una pera de un árbol cayó rumbo a la extremidad la elfa, quien la atrapó sin gran problema. Su intención mala no era, mas tampoco osaba a acercarse al extraño pues bien sabidos tenía los deseos del mismo. Se inclinó dejando que el mar de gasas que conformaba su vestido se extendiera, y que la bruma que la rodeaba diera la ilusión de ondear cual océano bravío sin tocar a Svartur, y que sus cabellos largos bañaran su virtuosa efigie en ondas afables. Puso el fruto sobre el prado y le dio un pequeño impulso con la palma y dedos para que ésta viajara rodando hacia la sombra.

La Luindar sonreía con manso ánimo de líneas leves. No se atrevía a dibujar en su rostro emociones fuertes, pero no podía evitar sentir curiosidad por la femenina silueta ante sus ojos, y cual niña se dedicó a admirarle en silencio por breve lapso sin erigirse. Puso ambas manos sobre sus rodillas, y allí, acuclillada con liviandad sobre las puntas de los pies, apoyó una mejilla sobre la zona suave y blanca de los dorsos. El adagio culminó con la música de su voz. ~

Os invitaría a comer algo hecho de mi propia mano si aceptárais, noble dama. Si gustáis después de reponeros podréis iros en libertad. Nada quiero de vuestra merced más que ver alivio, aunque sea por ínfimo tris, en vuestro camino.