18-21, M
Hjarta mitt ræður leiðina til myrkurs. ╯ El enviado de la Serpiente Negra.
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Iriel · 70-79, F
~ Muy pronto, antes que siquiera la Luindar tuviera la oportunidad de responder tras prestar atención a las palabras del forastero, la senda se abrió ante ambos. La tupida "floresta" pareció dar la bienvenida, una reverencia hacia las estrellas, y a una decena de palmos una cabaña de aspecto medieval, rrural como la de un granjero de tiempos antiguos pero muy bien cuidada, de maderas nobles al natural, y acogedora techumbre de paja que se mecía con los vientos nocturnos. El trinar de su voz se hizo manifiesto, solamente para responder a la pregunta de Svartur. ~
Ayudo a todos los forasteros que puedo. El respiro de estos bosques me confesó con sus crujidos que esa era su tarea sin juzgarles, y yo les acompaño en ese deber. Bienvenido, por favor, pasad y si queréis tomad asiento... que prontamente estará vuestra comida.
~ Iriël abrió la puerta al momento en el que la gota de luz que la acompañaba, se dividió en decenas de hermanas de sí misma, las que se esparcieron por los ambientes interiores. No eran necesarias las velas, solamente ese inofensivo poder dio luz feérica suficiente a la pequeña morada. Había algo de polvo en las superficies, solamente aquel que por dos días se suele acumular en un hogar sin sus dueños. Una mesa de comedor hecha de roble joven lucía parcialmente ocupada por hierbas, alimentos frescos, verduras y tres cántaros llenos de agua, otro, junto a la cocina a leña seguida de una campana de piedra sólida que hacía las veces de chimenea sostenía contenedores hechos de mimbre bien trenzado algunos sacos de arroz, trigo y otros utensilios antiguos además de aceites varios y condimentos naturales. Moledora de trigo, morteros, cuchillos de madera y otras herramientas de cocina.
Sin embargo lo que más llamaba la atención era el mesón del fondo junto a la ventana, misma que Lirio Blanco se esmeró en abrir a medias. Una cantidad de pequeñas botellas con fuegos encendidos de diversos colores, campánulas rojas y azules en su estado más tierno puestas en macetas alargadas talladas en madera de ciprés revestidas con piedras de río, y gemas varias y otros catalizadores junto a pequeños recipientes cóncavos con ceniza y carbón. Los trozos de joya cristalina minadas y pulidas generaban reflejos mágicos ayudadas por las tenues gotas luminosas que llenaban las paredes con cromático juego. La cabaña, finalmente tenía una escalera que subía y dividía el todo con un altillo y una cama estrecha, acolchada con hojas secas, almohada de algodón revestida en tela de hiedras eternas y manta de cabellos élficos. Claramente la dama nívea no dormía allí, pues la austeridad pese a la notable comodidad no era propia de un cuerpo delicado como el de ella, mas era un hecho que el sitio había sido construido para almas cansadas.
De inmediato se deslizó hacia la cocina y se esmeró, tras ponerse en cuclillas en poner algunas de las maderas y hojas muertas en la hoguera, y de encenderla utilizando dos piedras en un solo diestro golpeteo. Sopló suave con un vapor etéreo y el fuego cobró vida. Sin mediar ni reparar, cerró las compuertas de piedra contra el suelo, haciendo algo de esfuerzo debido a su nula fuerza, a sabiendas que la pira no moriría tras el cuidado que le había dado. Tras ello, fue a la mesa del comedor sonriendo a Svartur, tomando un cántaro de agua completo entre sus brazos, no solamente valiéndose de sus manos, ya que su peso era bastante para la delgadez de la anfitriona. Así proclamó: ~
Esta noche os haré comida, y esta cabaña será de vuestra propiedad por los días que deseéis quedaros. Yo luego de vuestra cena me retiraré y volveré a primera hora para saber si deseáis iros o quedaros un poco más. Vuestra guía seré si ansiáis seguir vuestro camino, maese. Lamento tanta austeridad, mas sé que vuestra alma necesita quietud y una posada no es lugar digno para que disfrutéis del silencio.
Ayudo a todos los forasteros que puedo. El respiro de estos bosques me confesó con sus crujidos que esa era su tarea sin juzgarles, y yo les acompaño en ese deber. Bienvenido, por favor, pasad y si queréis tomad asiento... que prontamente estará vuestra comida.
~ Iriël abrió la puerta al momento en el que la gota de luz que la acompañaba, se dividió en decenas de hermanas de sí misma, las que se esparcieron por los ambientes interiores. No eran necesarias las velas, solamente ese inofensivo poder dio luz feérica suficiente a la pequeña morada. Había algo de polvo en las superficies, solamente aquel que por dos días se suele acumular en un hogar sin sus dueños. Una mesa de comedor hecha de roble joven lucía parcialmente ocupada por hierbas, alimentos frescos, verduras y tres cántaros llenos de agua, otro, junto a la cocina a leña seguida de una campana de piedra sólida que hacía las veces de chimenea sostenía contenedores hechos de mimbre bien trenzado algunos sacos de arroz, trigo y otros utensilios antiguos además de aceites varios y condimentos naturales. Moledora de trigo, morteros, cuchillos de madera y otras herramientas de cocina.
Sin embargo lo que más llamaba la atención era el mesón del fondo junto a la ventana, misma que Lirio Blanco se esmeró en abrir a medias. Una cantidad de pequeñas botellas con fuegos encendidos de diversos colores, campánulas rojas y azules en su estado más tierno puestas en macetas alargadas talladas en madera de ciprés revestidas con piedras de río, y gemas varias y otros catalizadores junto a pequeños recipientes cóncavos con ceniza y carbón. Los trozos de joya cristalina minadas y pulidas generaban reflejos mágicos ayudadas por las tenues gotas luminosas que llenaban las paredes con cromático juego. La cabaña, finalmente tenía una escalera que subía y dividía el todo con un altillo y una cama estrecha, acolchada con hojas secas, almohada de algodón revestida en tela de hiedras eternas y manta de cabellos élficos. Claramente la dama nívea no dormía allí, pues la austeridad pese a la notable comodidad no era propia de un cuerpo delicado como el de ella, mas era un hecho que el sitio había sido construido para almas cansadas.
De inmediato se deslizó hacia la cocina y se esmeró, tras ponerse en cuclillas en poner algunas de las maderas y hojas muertas en la hoguera, y de encenderla utilizando dos piedras en un solo diestro golpeteo. Sopló suave con un vapor etéreo y el fuego cobró vida. Sin mediar ni reparar, cerró las compuertas de piedra contra el suelo, haciendo algo de esfuerzo debido a su nula fuerza, a sabiendas que la pira no moriría tras el cuidado que le había dado. Tras ello, fue a la mesa del comedor sonriendo a Svartur, tomando un cántaro de agua completo entre sus brazos, no solamente valiéndose de sus manos, ya que su peso era bastante para la delgadez de la anfitriona. Así proclamó: ~
Esta noche os haré comida, y esta cabaña será de vuestra propiedad por los días que deseéis quedaros. Yo luego de vuestra cena me retiraré y volveré a primera hora para saber si deseáis iros o quedaros un poco más. Vuestra guía seré si ansiáis seguir vuestro camino, maese. Lamento tanta austeridad, mas sé que vuestra alma necesita quietud y una posada no es lugar digno para que disfrutéis del silencio.