[just rol] figure me out.
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JB1535635 · F
El problema es que no lo veo en ningún momento ayudando, sino solo señalando cada uno de mis errores, contestó mentalmente una discreta Myrcella quien solo asintió con la cabeza ante las palabras de Sebastian. Era consciente de que en el momento en que se había presentado frente al guerrero para señalarle con el dedo índice y avisarle que le enseñaría a manejar la espada ―aún sin preguntarse si eso era del agrado del ajeno― estaba rompiendo todos sus esquemas. O quizás destruyéndolos por completo, ya que hasta ese momento solo hacía alarde de su supuesta valentía a través de su mentón en alto frente a su padre. Sin miedo. Sin embargo, Myrcella hacia solo esto temerosa a que le arrebataran lo único que deseaba que fuera genuino en esa fría celda: la libertad. Quizás si aprendía a enfrentar la adversidad con dignidad y orgullo tal como Alec podría atravesar esas paredes. Quizás si aprendía a ganarse sus propios méritos con esfuerzo tal como Tessa podría escurrirse sin miedo a las calles del pueblo para divertirse con personas que te sonreían sin intenciones ocultas. Quizás... quizás si aprendía a ser tan fuerte como Sebastian para continuar ahí de pie después de enfrentar los ojos iracundos del Rey podría ser capaz de ver más allá de los altos muros de lo que en un inicio había sido su hogar para transformarse progresivamente en una prisión. Una prisión dorada.
Era como si una mezcla de envidia y orgullo batallara dentro de ella cada vez que ellos estaban cerca su presencia. Pero Myrcella jamás llegaba a descifrar qué sentimiento era más poderoso entendiendo que entre ambos existía una fina línea para ser nocivo o inocuo. Se aclaró la garganta: ― Lo entiendo. Dejando esto a un lado... ― Se remojó los labios como cada vez que tenía que hacer la siguiente pregunta. ― ¿Iniciamos? ― Myrcella podría gritar cuando quisiera, podría colocar los ojos en blanco cuando se le diese el renegado placer e incluso ausentarse a reuniones y lecciones, pero aquel, aquel preciso instante, era solo un roce de la realidad a la cual su padre se negaba a mostrarle. Porque se suponía que ellos vivían sumergidos en placer e ignorancia. Ella clamaba querer conocerlo. Ella observaba con entusiasmo el horizonte, pero he ahí se encontraba: esperando que no estuviese temblando cual hoja azotada por el viento. Patético, pensó sobre sí misma y rascándose el mentón, una señal de su claro nerviosismo, comenzó caminar hacia el ala izquierda.
Apoyadas sobre una pila de madera se encontraban tres diferentes espadas. Y la suya, aquella que Alec había asegurado que iba más acorde a la lánguida anatomía de la princesa, era cuya empuñadura casi le hizo creer tres días atrás que estaba a puertas de ir a acompañar para siempre a su madre. Casi con la necesidad de escuchar alguna aprobación de Sebastian, sonrió mientras que sostenía con firmeza la empuñadura. Tomó una pequeña bocanada de aire y levantó la espada para que estuviera a la altura de su mentón. A continuación repasó una de las caras de las hojas con la palma de su mano y prosiguió dando una vuelta con seguridad. Al comprobar que la espada no había salido volando de sus manos, sonrió y casi se puso a saltar en su lugar; sin embargo, tenía que continuar enseñando lo que había aprendido. Dio un par de pasos hacia adelante proporcionando con cada uno de estos un corte en diagonal al aire y al terminar jadeaba en su posición. Pero la sonrisa se mantenía allí. Desvió su mirada hacia Sebastian y antes de que pudiera decir algo, Alec se acercó y pateó uno de sus pies ligeramente. ― Caerás si alguien te ataca por la izquierda.
Cómo te detesto, quiso responderle. He ahí se esfumaban sus cinco segundos de gloria.
Era como si una mezcla de envidia y orgullo batallara dentro de ella cada vez que ellos estaban cerca su presencia. Pero Myrcella jamás llegaba a descifrar qué sentimiento era más poderoso entendiendo que entre ambos existía una fina línea para ser nocivo o inocuo. Se aclaró la garganta: ― Lo entiendo. Dejando esto a un lado... ― Se remojó los labios como cada vez que tenía que hacer la siguiente pregunta. ― ¿Iniciamos? ― Myrcella podría gritar cuando quisiera, podría colocar los ojos en blanco cuando se le diese el renegado placer e incluso ausentarse a reuniones y lecciones, pero aquel, aquel preciso instante, era solo un roce de la realidad a la cual su padre se negaba a mostrarle. Porque se suponía que ellos vivían sumergidos en placer e ignorancia. Ella clamaba querer conocerlo. Ella observaba con entusiasmo el horizonte, pero he ahí se encontraba: esperando que no estuviese temblando cual hoja azotada por el viento. Patético, pensó sobre sí misma y rascándose el mentón, una señal de su claro nerviosismo, comenzó caminar hacia el ala izquierda.
Apoyadas sobre una pila de madera se encontraban tres diferentes espadas. Y la suya, aquella que Alec había asegurado que iba más acorde a la lánguida anatomía de la princesa, era cuya empuñadura casi le hizo creer tres días atrás que estaba a puertas de ir a acompañar para siempre a su madre. Casi con la necesidad de escuchar alguna aprobación de Sebastian, sonrió mientras que sostenía con firmeza la empuñadura. Tomó una pequeña bocanada de aire y levantó la espada para que estuviera a la altura de su mentón. A continuación repasó una de las caras de las hojas con la palma de su mano y prosiguió dando una vuelta con seguridad. Al comprobar que la espada no había salido volando de sus manos, sonrió y casi se puso a saltar en su lugar; sin embargo, tenía que continuar enseñando lo que había aprendido. Dio un par de pasos hacia adelante proporcionando con cada uno de estos un corte en diagonal al aire y al terminar jadeaba en su posición. Pero la sonrisa se mantenía allí. Desvió su mirada hacia Sebastian y antes de que pudiera decir algo, Alec se acercó y pateó uno de sus pies ligeramente. ― Caerás si alguien te ataca por la izquierda.
Cómo te detesto, quiso responderle. He ahí se esfumaban sus cinco segundos de gloria.
RoyceShneider · M
-II-
Mostrándose como la liebre inofensiva que deambula en el valle sombrío Royce llegaría al círculo social de los Wolrick, por supuesto midió que más rápido podría ingresar al espacio de Sabriel que el de su hermano, Salias. Desde que ambos compartieron tan solo una breve ojeada sabían que había cosas en el otro que no concordaban en lo absoluto. Pero, estaba Sabriel de por medio y Royce sabía perfectamente que aquel devoto y protector hermano no intervendría más allá entre ellos sí Sabriel se lo decía. Con las semanas el Schneider descubrió que aquellos hermanos los había conocido en otras vidas y que para mayor sorpresa habían augurado el mismo destino. Sin embargo, algo había cambiado en ellos, era más fuertes que aquella vez. Tener una campanilla en tu poder podía volverte el ser más poderoso de los reinos, tanto el de los vivos como el de los muertos ¿Quién podría luchar contra eso? Ayudaría mucho a manipular las corrientes de vida, y más cuando la has estado alterando desde antiguos tiempos donde siempre has hurgado en la maleza para dar fin a lo que te estorba, Caín y Abel, desde luego.
El Schneider había quedado con la Wolrick para dar un paseo, había logrado que la chica sintiese curiosidad por quién era él y lo que hacía. Aunque si bien su comportamiento era impredecible, a veces frio y otras veces agraciado –porque así lo quería– sus intenciones eran siempre las mismas. La manipulación de los sentimientos de Sabriel era un objetivo a alcanzar y bajo la advertencia de Zhar de que estuviese atento ante el mayor de los Wolrick, el Schneider continuó con su cometido.
Para el momento yacía sentado a la postre de uno de los pilares de mármol que sostenían parte del edificio principal de la Asociación. El sol que aún se mantenía por encima del tejado a eso de las 2:34 P.M, el astro recreaba una descomunal sombra que se alzaba más allá del edificio y unos galpones a unos 10 metros a la distancia. La brisa soplaba y los arbustos se mecían, el clima estaba fresco y cómodo para variar. El Schneider vistiendo tan solo ropas cómodas y casuales aguardaría con un cigarro en mano por la llegada de la Wolrick, esperando que desde luego nada cambiase sus expectativas.
–“Open your eyes. Look up to the skies and see. I'm just a poor boy. I need no sympathy…”
Fumaba y cantaba.
RoyceShneider · M
[ I: Antes de perder la Máscara. ]
- I -
Para muchos las reencarnaciones son tan solo cuentos que busca la gente para darle explicación a situaciones que ni ellos mismo saben explicar. Es lógico que la sociedad buscase tales definiciones para dar forma a lo que no entienden. Lo diferente siempre ha sido una amenaza para ellos, y cuando las amenazas existen los miedos surgen, y cuando los miedos surgen empiezan las guerras.
La Asociación había empezado a recibir seres peculiares desde hace mucho tiempo, las orientaciones que se les brindaban a estas personas estaban siempre enfocadas a la superación, por supuesto también se trataba de tratos de equivalencia. Dar algo para recibir algo a cambio. Era allí donde entraban los intereses de los directores. Zhar siendo el regente actual de la Asociación se encargaba de revisar muy minuciosamente los perfiles de los ingresos de la academia, era cuidadoso y muy severo con las admisiones y tan solo cuando había algo muy especial en alguno contactaba a quien en un pasado fue su tutor, Royce. Zhar se había mostrado muy interesado en informar al Schneider sobre un dúo de hermanos que habían llegado al lugar gracias a Adam su hermano, por lo que no dudo en darle a conocer algunos detalles. La comunicación fue por email.
______________________________________
Fecha: XX/XX/20XX.
De: Zhar Lou.
Para: R.
“Probablemente leerás este e-mail muy tarde. La resignación ante tu conducta es una habilidad que logré desarrollar con el tiempo. Acepte a dos hermanos muy especiales que quizás te interesen. Es necesario que cuando puedas visites la Asociación.
Te estaré esperando, como siempre.
PD. No es graciosa la postal de Feliz cumpleaños que me enviaste. Así que, no lo vuelvas hacer.”
______________________________________
Royce llegó al tiro cuando leyó aquel mensaje, si bien era de lo más odioso tener que usar la tecnología se había logrado acostumbrar a las trivialidades mundanas de las cuales la nueva sociedad hacia mucha galantería. Una vez estando en la Asociación Royce conoció a los Hermanos Wolrick, no le parecieron la gran cosa, de hecho no hubo interés en el primer encuentro. Tan solo una mirada inquisitiva ante las expresiones del mayor de los hermanos y una despectiva ante la menor de los Wolrick. Zhar le había informado al Schneider la procedencia de estos, su historia, y las desdichas que los rodeaban, sin mencionar el extraño apego que tenía Adam con ellos. Actitud que Zhar calificó como “debilidad”. Royce sin embargo se mostró receptivo ante el tema, y conociendo con mayor profundidad los dotes que cada uno tenía, sus pensamientos volaron más allá de las nubes. Manipular la entrada y la salida del Inframundo era algo que al Schneider le vendría bien, había escapado tantas veces del hombre con la guadaña que de pronto se había interesado en ver su esquelética cara, lo quería hacer de forma digna como aquel Eterno que nunca murió pero que ahora podía deambular libremente en aquel reino. El corazón casi se le salió.
SabrielWolrick · 31-35, F
Love you so much, Salias.
SabrielWolrick · 31-35, F
Sabriel sostuvo la mano de su hermano con fuerza, aferrándose a los pequeños dedos. Sus ojos seguían enfocados en los azules del desconocido y aún era incapaz de decidirse entre seguir escuchándolo o jalar a su hermano e irse de ahí. Pero había algo que caracterizaba a los hermanos: no le daban la espalda a sus problemas. Desde que tenían raciocinio, se habían enfrentado a las disyuntivas de la vida. Solos. Aquél hombre de ojos azules no sería el primer obstáculo ni el último contra el que tendrían que luchar. Sabriel mordió su labio inferior con fuerza, tirando de la mano de Salias hacia atrás cuando el desconocido estiró el brazo en su dirección. Pero su hermano fue más rápido y, en segundos, ella se encontraba tras su espalda, viendo el rostro de Adam Lou por encima de su hombro. No supo si era una coincidencia pero le pareció percibir una expresión de desasosiego en el hombre.
—Mi intención no es obtener algo de ustedes, sino darles lo que les pertenece. Sé que ahora no me reconocen, pero lo harán. Siempre nos encontramos —Adam le sonrió. Fue como si entendiera que solo Sabriel podría entender las barreras de Salias e intentara convencerla a ella. La niña negó lentamente con la cabeza.
—Lo siento. Tiene que irse.
Adam suspiró. Pero no parecía darse por vencido. Se inclinó hacia adelante sólo para dejarse caer sobre la arena y sentarse sobre ella. Trajo su mochila desde su espalda hacia adelante y la abrió con lentitud. Sabriel volvió a tensarse. Aquella no era la primera vez que un desconocido intentaba mostrarles algo con la intención de llevárselos. Pero Adam no hizo nada brusco. Del interior de la bolsa sacó una caja de cuero, desgastada y despintada. Sobre la tapa de la misma se encontraba grabadas en runas un solo nombre: Maura. Sabriel no entendía como es que sabía lo que decía el texto, a vista de cualquiera serían símbolos extraños. Apretó la mano de Salias. La anticipación por conocer el interior y el contenido se confundían con la sensación de reconocimiento.
—Tal vez no crean en mi. Pero crean en esto. No pueden negar sus orígenes. Si deciden abrirlo, sabrán donde encontrarme —y Adam, de la misma forma misteriosa en que arribó, se despidió. Con la ola de incertidumbre en el aire y la confusión plasmada en sus mentes. Sabriel volvió a apretar la mano de Salias. Apoyó sus labios sobre el hombro desnudo de su hermana y susurró: —¿Estamos pensando lo mismo, Salias?
—Mi intención no es obtener algo de ustedes, sino darles lo que les pertenece. Sé que ahora no me reconocen, pero lo harán. Siempre nos encontramos —Adam le sonrió. Fue como si entendiera que solo Sabriel podría entender las barreras de Salias e intentara convencerla a ella. La niña negó lentamente con la cabeza.
—Lo siento. Tiene que irse.
Adam suspiró. Pero no parecía darse por vencido. Se inclinó hacia adelante sólo para dejarse caer sobre la arena y sentarse sobre ella. Trajo su mochila desde su espalda hacia adelante y la abrió con lentitud. Sabriel volvió a tensarse. Aquella no era la primera vez que un desconocido intentaba mostrarles algo con la intención de llevárselos. Pero Adam no hizo nada brusco. Del interior de la bolsa sacó una caja de cuero, desgastada y despintada. Sobre la tapa de la misma se encontraba grabadas en runas un solo nombre: Maura. Sabriel no entendía como es que sabía lo que decía el texto, a vista de cualquiera serían símbolos extraños. Apretó la mano de Salias. La anticipación por conocer el interior y el contenido se confundían con la sensación de reconocimiento.
—Tal vez no crean en mi. Pero crean en esto. No pueden negar sus orígenes. Si deciden abrirlo, sabrán donde encontrarme —y Adam, de la misma forma misteriosa en que arribó, se despidió. Con la ola de incertidumbre en el aire y la confusión plasmada en sus mentes. Sabriel volvió a apretar la mano de Salias. Apoyó sus labios sobre el hombro desnudo de su hermana y susurró: —¿Estamos pensando lo mismo, Salias?
SabrielWolrick · 31-35, F
R/out. Tengo una idea fantástica para rol. Pero avísame cuando puedas para platicarla. Lob u. <3
EmiliaDecker · F
[ Siglo XIV ]
Las suaves manos de Claude recorrían su cabellera oscura, enredando algunas hebras con sus dedos y jalándolos con cierta fuerza para que la dueña de estos riera con complicidad y se quejara con disimulo. ― Me dejaras calva y ya no me amaras, Claude. ― El antiguo esclavo de su padre, sonriéndole como el solo sabía hacerlo, se acercó para silenciarle con un casto beso que logro enrojecer sus mejillas como aumentar su ritmo cardiaco. ― Yo siempre voy a amarte, Cordelia, calva o no calva. ― Susurrándole con amor, atrajo a la mujer en sus brazos para así envolverla con ellos con propiedad. Ambos amantes no podían creer lo que habían hecho la noche anterior pero, viéndose en ese momento a los ojos, realmente no podían creer cuanto tiempo les había tomado el haberse decidido a realmente hacerlo. A huir de sus responsabilidades.
Cordelia, esa misma mañana, iba a casarse con un hombre que apenas conocía y, a pesar de que le había atraído, su amor por Claude era muchísimo más fuerte puesto que el guardián de su familia había sido su primer y único amor. Y si, había experimentado fuertes sentimientos por su primo Pierro pero este se encargó de hacerle entender que no era nada más que cariño familiar y, con las conversaciones nocturnas con Myrcella, había llegado a entender que era como lo relataba el poseedor de dos ojos distintos pero ahora esos eran dulces recuerdos. Su lugar estaba con Claude y siempre así lo sería. ― ¿Qué estará haciendo Myrcella ahora? ― Con su diestra en la mejilla de su amado, no pudo evitar preguntarse en voz alta la situación de su hermana que, con lo alocada que era, podía estar cruzando el mar para averiguar que hay más allá; buscando su propia felicidad. ― No lo sé pero estará bien. Sebastian y Alec no dejaran que se meta en problemas. ― Endulzándose con sus palabras, cerró los ojos y aspiro el aroma de hierba mojada a su alrededor. Su hermana estaba bien, tenía a esos dos hombres enamorados atrás de ella aunque esta no se diera cuenta.
Si, su hermana estaba bien… Entonces, ¿por qué su corazón se le apretujaba con tal fuerza? Cordelia, sin saberlo con exactitud, escucho los sollozos de Myrcella Lalaurie al ser desposada por Alec Vorhoof sin su consentimiento. Privándose así de su libertad.
[ Actualidad ]
Despertándose de golpe, Emilia respiro grandes bocanadas de aire para recuperar la estabilidad y dirigió sus orbes grises por toda su habitación en Bristol. Ya no era Cordelia Lalaurie sino Emilia Decker y sabía muy bien que había ocurrido con aquella vida pasada que ahora rondaba por el aire del mundo al terminar carbonizada luego de que su hermana cobrara su vida. Había sido un sueño, nada más. Un sueño que, si contaba, sería la continuación de algunos otros que había tenido en la última semana. Myrcella, Cordelia, Claude, Pierro, Alec… Todos ellos habían vuelto y conocía a sus nuevos cuerpos pero, ¿Teresa y Sebastián? Esos dos hermanos fueron importantes en su vida en Florencia pero ahora no sabía si eran reencarnados o su ciclo había concluido con la peste. Levantándose de su fría cama, empezó a alistarse para terminar todas las preguntas de sus pesadillas y solo había un hombre que podía responderle con honestidad o, al menos, llevarle hacia la solución: Adam Lou.
Con un sencillo vestido gris y botas oscuras, tomó a Cristal y se transportó al Pilar de Concordia buscando a alguien que no estaría ahí.
Las suaves manos de Claude recorrían su cabellera oscura, enredando algunas hebras con sus dedos y jalándolos con cierta fuerza para que la dueña de estos riera con complicidad y se quejara con disimulo. ― Me dejaras calva y ya no me amaras, Claude. ― El antiguo esclavo de su padre, sonriéndole como el solo sabía hacerlo, se acercó para silenciarle con un casto beso que logro enrojecer sus mejillas como aumentar su ritmo cardiaco. ― Yo siempre voy a amarte, Cordelia, calva o no calva. ― Susurrándole con amor, atrajo a la mujer en sus brazos para así envolverla con ellos con propiedad. Ambos amantes no podían creer lo que habían hecho la noche anterior pero, viéndose en ese momento a los ojos, realmente no podían creer cuanto tiempo les había tomado el haberse decidido a realmente hacerlo. A huir de sus responsabilidades.
Cordelia, esa misma mañana, iba a casarse con un hombre que apenas conocía y, a pesar de que le había atraído, su amor por Claude era muchísimo más fuerte puesto que el guardián de su familia había sido su primer y único amor. Y si, había experimentado fuertes sentimientos por su primo Pierro pero este se encargó de hacerle entender que no era nada más que cariño familiar y, con las conversaciones nocturnas con Myrcella, había llegado a entender que era como lo relataba el poseedor de dos ojos distintos pero ahora esos eran dulces recuerdos. Su lugar estaba con Claude y siempre así lo sería. ― ¿Qué estará haciendo Myrcella ahora? ― Con su diestra en la mejilla de su amado, no pudo evitar preguntarse en voz alta la situación de su hermana que, con lo alocada que era, podía estar cruzando el mar para averiguar que hay más allá; buscando su propia felicidad. ― No lo sé pero estará bien. Sebastian y Alec no dejaran que se meta en problemas. ― Endulzándose con sus palabras, cerró los ojos y aspiro el aroma de hierba mojada a su alrededor. Su hermana estaba bien, tenía a esos dos hombres enamorados atrás de ella aunque esta no se diera cuenta.
Si, su hermana estaba bien… Entonces, ¿por qué su corazón se le apretujaba con tal fuerza? Cordelia, sin saberlo con exactitud, escucho los sollozos de Myrcella Lalaurie al ser desposada por Alec Vorhoof sin su consentimiento. Privándose así de su libertad.
[ Actualidad ]
Despertándose de golpe, Emilia respiro grandes bocanadas de aire para recuperar la estabilidad y dirigió sus orbes grises por toda su habitación en Bristol. Ya no era Cordelia Lalaurie sino Emilia Decker y sabía muy bien que había ocurrido con aquella vida pasada que ahora rondaba por el aire del mundo al terminar carbonizada luego de que su hermana cobrara su vida. Había sido un sueño, nada más. Un sueño que, si contaba, sería la continuación de algunos otros que había tenido en la última semana. Myrcella, Cordelia, Claude, Pierro, Alec… Todos ellos habían vuelto y conocía a sus nuevos cuerpos pero, ¿Teresa y Sebastián? Esos dos hermanos fueron importantes en su vida en Florencia pero ahora no sabía si eran reencarnados o su ciclo había concluido con la peste. Levantándose de su fría cama, empezó a alistarse para terminar todas las preguntas de sus pesadillas y solo había un hombre que podía responderle con honestidad o, al menos, llevarle hacia la solución: Adam Lou.
Con un sencillo vestido gris y botas oscuras, tomó a Cristal y se transportó al Pilar de Concordia buscando a alguien que no estaría ahí.
JB1535635 · F
alrededor de 1238, tierras francesas, media mañana
Tessa jamás se cansaría de dirigir miradas de reojo llenas de preocupación a Myrcella LaLaurie mientras que colocaba sobre el tocador con mucho cuidado la diadema de la princesa. Si tan solo el Rey tuviera la más mínima idea sobre lo que la menor de sus hijas hacia, probablemente la mandaría a encerrar en la torre más alta. Y, tal como conocía a su lady, Myrcella no tardaría en lanzarse desde el único ventanal de aquella pequeña prisión por el simple placer de hacer enfadar al Rey, de sentir el viento en sus pies. Myrcella LaLaurie levantó el pie derecho para deslizar su vestido azul fuera de su cuerpo y, consciente de que su doncella volvía a la misma rutina de cada tarde, enarcó una ceja. — ¡Lo estás haciendo de nuevo! — La acusó mientras que la observaba por el espejo. Tessa le ayudó a acomodar su vestido con mucho cuidado sobre el lecho de la princesa y asintió con la cabeza: — Lo siento, my la-... — Inmediatamente tuvo que corregirse cuando Myrcella enarcó aún más aquella ceja en signo de reproche: — ... Myrcella. No dudo de mi hermano, pero, ¿cómo podría explicarle al Rey si un día aparece con un corte en el rostro? — La princesa tomó asiento y Tessa procedió a trenzarle el cabello mientras que drenaba sus preocupaciones: — Sebastian podría herirte por accidente y jamás se lo perdonaría. — Sujetó su cabello. — Cordelia pegaría el grito al cielo y-... — Myrcella se levantó abruptamente y se acomodó las botas en silencio. Tessa desvió la mirada hacia sus zapatos considerando mentalmente que había sobrepasado sus límites y solo cuando Myrcella se aseguró que estaba lista y cómoda, volteó a observar a su doncella: — De ser así, solo diremos que fue mi culpa. Yo y mis ganas de ir contraria a los deseos del Supremo Rey. — Con una pequeña sonrisa al final, Myrcella LaLaurie desapareció hacia los pasadizos y escaleras.
Tan pronto llegó al lugar de encuentro, sus hombros se cayeron un poco cuando reconoció a una segunda figura en el escenario: Alec Vorhoof. ¿Quién era? Un bastardo, por supuesto. Pero uno esperaría que los bastardos tuvieran pintado en cada uno de sus rincones esa palabra y se deshicieran en vergüenza; sin embargo, Alec se mantenía con el rostro en alto y con los hombros relajados como si aquel título no lo inhibiera en lo más mínimo. Myrcella se tomó un par de segundos antes de acercarse al par de hombres solo para asegurarse que tenía las botas bien amarradas y que no se tropezaría en su digna entrada. Y tan pronto el bastardo la ubicó, no tardó en darle un ligero ademán a su compañero para que volteara. — Nos deleitas con tu presencia, princesa. — Inició Alec, ¡el atrevimiento!, y continuó inclinándose un poco hacia su dirección. — ¿Son nuevas? Dinos, ¿cuántas madrugadas les tomó a tus lacayos terminarlas, [i]princesa? [/i]— Myrcella tragó en seco, apartando esas ganas de apelar a su posición, y al poder de su padre, para que dejara de molestarla y le imitó la posición, levantando la barbilla y manteniendo una perfecta ceja alzada: — No te molestes en continuar, porque estas son de Tessa. — Desvió su mirada hacia Sebastian como si quisiera disculparse por esto, pero no había terminado con el bastardo. — ¿Por qué estás aquí? ¿No deberías refugiarte en tus herramientas y hacer algo útil en cualquier otro sitio? — Alec levantó las manos y retrocedió cediéndole más terreno a Sebastian. — No, princesa, estoy aquí para asegurarme que no mandes a decapitar al sirviente del Rey porque te has golpeado con la empuñadura de tu espada y estás segura que estás sangrando por dentro. — Myrcella enrojeció. La última vez que eso había pasado, Sebastian tuvo que recalcarle, con esa serenidad y paciencia infinita, que todo estaría bien. Volteó a observar a Sebastian: — Lo siento, fue absurdo creer que algo se me había reventado. — Alec soltó una carcajada.
Tessa jamás se cansaría de dirigir miradas de reojo llenas de preocupación a Myrcella LaLaurie mientras que colocaba sobre el tocador con mucho cuidado la diadema de la princesa. Si tan solo el Rey tuviera la más mínima idea sobre lo que la menor de sus hijas hacia, probablemente la mandaría a encerrar en la torre más alta. Y, tal como conocía a su lady, Myrcella no tardaría en lanzarse desde el único ventanal de aquella pequeña prisión por el simple placer de hacer enfadar al Rey, de sentir el viento en sus pies. Myrcella LaLaurie levantó el pie derecho para deslizar su vestido azul fuera de su cuerpo y, consciente de que su doncella volvía a la misma rutina de cada tarde, enarcó una ceja. — ¡Lo estás haciendo de nuevo! — La acusó mientras que la observaba por el espejo. Tessa le ayudó a acomodar su vestido con mucho cuidado sobre el lecho de la princesa y asintió con la cabeza: — Lo siento, my la-... — Inmediatamente tuvo que corregirse cuando Myrcella enarcó aún más aquella ceja en signo de reproche: — ... Myrcella. No dudo de mi hermano, pero, ¿cómo podría explicarle al Rey si un día aparece con un corte en el rostro? — La princesa tomó asiento y Tessa procedió a trenzarle el cabello mientras que drenaba sus preocupaciones: — Sebastian podría herirte por accidente y jamás se lo perdonaría. — Sujetó su cabello. — Cordelia pegaría el grito al cielo y-... — Myrcella se levantó abruptamente y se acomodó las botas en silencio. Tessa desvió la mirada hacia sus zapatos considerando mentalmente que había sobrepasado sus límites y solo cuando Myrcella se aseguró que estaba lista y cómoda, volteó a observar a su doncella: — De ser así, solo diremos que fue mi culpa. Yo y mis ganas de ir contraria a los deseos del Supremo Rey. — Con una pequeña sonrisa al final, Myrcella LaLaurie desapareció hacia los pasadizos y escaleras.
Tan pronto llegó al lugar de encuentro, sus hombros se cayeron un poco cuando reconoció a una segunda figura en el escenario: Alec Vorhoof. ¿Quién era? Un bastardo, por supuesto. Pero uno esperaría que los bastardos tuvieran pintado en cada uno de sus rincones esa palabra y se deshicieran en vergüenza; sin embargo, Alec se mantenía con el rostro en alto y con los hombros relajados como si aquel título no lo inhibiera en lo más mínimo. Myrcella se tomó un par de segundos antes de acercarse al par de hombres solo para asegurarse que tenía las botas bien amarradas y que no se tropezaría en su digna entrada. Y tan pronto el bastardo la ubicó, no tardó en darle un ligero ademán a su compañero para que volteara. — Nos deleitas con tu presencia, princesa. — Inició Alec, ¡el atrevimiento!, y continuó inclinándose un poco hacia su dirección. — ¿Son nuevas? Dinos, ¿cuántas madrugadas les tomó a tus lacayos terminarlas, [i]princesa? [/i]— Myrcella tragó en seco, apartando esas ganas de apelar a su posición, y al poder de su padre, para que dejara de molestarla y le imitó la posición, levantando la barbilla y manteniendo una perfecta ceja alzada: — No te molestes en continuar, porque estas son de Tessa. — Desvió su mirada hacia Sebastian como si quisiera disculparse por esto, pero no había terminado con el bastardo. — ¿Por qué estás aquí? ¿No deberías refugiarte en tus herramientas y hacer algo útil en cualquier otro sitio? — Alec levantó las manos y retrocedió cediéndole más terreno a Sebastian. — No, princesa, estoy aquí para asegurarme que no mandes a decapitar al sirviente del Rey porque te has golpeado con la empuñadura de tu espada y estás segura que estás sangrando por dentro. — Myrcella enrojeció. La última vez que eso había pasado, Sebastian tuvo que recalcarle, con esa serenidad y paciencia infinita, que todo estaría bien. Volteó a observar a Sebastian: — Lo siento, fue absurdo creer que algo se me había reventado. — Alec soltó una carcajada.
SabrielWolrick · 31-35, F
R/out. Corto, pero con amor.
R/on.
Imagina crecer pensando que tus padres son partidiarios de la población marginada de India. O que han sido desterrados del país por delitos contra la patria y traición. Imagina lo que es crecer pensando que eres un ejemplo de abandono porque tus progenitores cometieron un delito. Intenta crecer con todo el pueblo sabiendo quiénes son tus padres y lo que hicieron, pero tú no conoces nada de ellos. El mensaje más cercano que tienes sobre su existencia es una carta amarillenta que dice ”Los amamos”. Las madres del pueblo donde vivían solían tenerles lástima. Eran los pobres niños abandonados y solos; los mellizos que sólo se tenían el uno al otro. Salias corriendo por las vías del tren hasta La Ciudadela para conseguir dinero. Sabriel cortándose el cabello, logrando la apariencia de un niño, mientras hacía favores a los comerciantes para tener alimentos. Desde que nacieron los mellizos sólo se tenían uno al otro. E, incluso, no existían por separado. Eran el dúo dinámico hindú. Las niñas querían ser las futuras esposas de Salias, así que le enseñaban a los hermanos a escribir y leer. Los niños se peleaban por tener en sus equipos de fútbol a los mellizos.
Pero, aún con la aceptación, faltaba la figura de un padre o una madre que les abrazara por la noche susurrándoles la canción de la Ganesha. El primer vestigio de ello apreció con el hombre de apariencia británica que entró por el frente de la casa cuando tenían seis años.
Llevaba una camisa azul oscuro, que se le pegaba al cuerpo por el calor. Su pantalón, negro, estaba manchado con la tierra de India. Su chaqueta colgaba de la mochila que portaba y su cabello despeinado era producto de las ventiscas. Pero, lo que más llamó su atención, fueron los ojos azules brillantes observándolos. No sabía qué sintió Salias. Él le tomó la mano. Sin embargo, Sabriel sospechó que pensaron lo mismo: lo conocían. Había algo en él que te inundaba de tranquilidad. Sólo con verlo sentías la confianza necesaria para dejar de estar asustado. Y su sonrisa, jamás la olvidaría, pendía de sus labios con movimientos lentos. Todo su rostro era una indicación del pasado; como si lo hubieran visto en sueños. Como si estuvieran esperándolo. Sabriel pensó que no entenderían lo que fuera a decirles, jamás habían aprendido el inglés. Pero el hombre lo logró. De su boca brotaron palabras únicas.
—No están solos. Ya los he encontrado. —
R/on.
Imagina crecer pensando que tus padres son partidiarios de la población marginada de India. O que han sido desterrados del país por delitos contra la patria y traición. Imagina lo que es crecer pensando que eres un ejemplo de abandono porque tus progenitores cometieron un delito. Intenta crecer con todo el pueblo sabiendo quiénes son tus padres y lo que hicieron, pero tú no conoces nada de ellos. El mensaje más cercano que tienes sobre su existencia es una carta amarillenta que dice ”Los amamos”. Las madres del pueblo donde vivían solían tenerles lástima. Eran los pobres niños abandonados y solos; los mellizos que sólo se tenían el uno al otro. Salias corriendo por las vías del tren hasta La Ciudadela para conseguir dinero. Sabriel cortándose el cabello, logrando la apariencia de un niño, mientras hacía favores a los comerciantes para tener alimentos. Desde que nacieron los mellizos sólo se tenían uno al otro. E, incluso, no existían por separado. Eran el dúo dinámico hindú. Las niñas querían ser las futuras esposas de Salias, así que le enseñaban a los hermanos a escribir y leer. Los niños se peleaban por tener en sus equipos de fútbol a los mellizos.
Pero, aún con la aceptación, faltaba la figura de un padre o una madre que les abrazara por la noche susurrándoles la canción de la Ganesha. El primer vestigio de ello apreció con el hombre de apariencia británica que entró por el frente de la casa cuando tenían seis años.
Llevaba una camisa azul oscuro, que se le pegaba al cuerpo por el calor. Su pantalón, negro, estaba manchado con la tierra de India. Su chaqueta colgaba de la mochila que portaba y su cabello despeinado era producto de las ventiscas. Pero, lo que más llamó su atención, fueron los ojos azules brillantes observándolos. No sabía qué sintió Salias. Él le tomó la mano. Sin embargo, Sabriel sospechó que pensaron lo mismo: lo conocían. Había algo en él que te inundaba de tranquilidad. Sólo con verlo sentías la confianza necesaria para dejar de estar asustado. Y su sonrisa, jamás la olvidaría, pendía de sus labios con movimientos lentos. Todo su rostro era una indicación del pasado; como si lo hubieran visto en sueños. Como si estuvieran esperándolo. Sabriel pensó que no entenderían lo que fuera a decirles, jamás habían aprendido el inglés. Pero el hombre lo logró. De su boca brotaron palabras únicas.
—No están solos. Ya los he encontrado. —
JB1535635 · F
Búscate a alguien más a quien molestar. Quizás uno de tus amiguitos del Inframundo.
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