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[just rol] figure me out.
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JB1535635 · F
El problema es que no lo veo en ningún momento ayudando, sino solo señalando cada uno de mis errores, contestó mentalmente una discreta Myrcella quien solo asintió con la cabeza ante las palabras de Sebastian. Era consciente de que en el momento en que se había presentado frente al guerrero para señalarle con el dedo índice y avisarle que le enseñaría a manejar la espada ―aún sin preguntarse si eso era del agrado del ajeno― estaba rompiendo todos sus esquemas. O quizás destruyéndolos por completo, ya que hasta ese momento solo hacía alarde de su supuesta valentía a través de su mentón en alto frente a su padre. Sin miedo. Sin embargo, Myrcella hacia solo esto temerosa a que le arrebataran lo único que deseaba que fuera genuino en esa fría celda: la libertad. Quizás si aprendía a enfrentar la adversidad con dignidad y orgullo tal como Alec podría atravesar esas paredes. Quizás si aprendía a ganarse sus propios méritos con esfuerzo tal como Tessa podría escurrirse sin miedo a las calles del pueblo para divertirse con personas que te sonreían sin intenciones ocultas. Quizás... quizás si aprendía a ser tan fuerte como Sebastian para continuar ahí de pie después de enfrentar los ojos iracundos del Rey podría ser capaz de ver más allá de los altos muros de lo que en un inicio había sido su hogar para transformarse progresivamente en una prisión. Una prisión dorada.

Era como si una mezcla de envidia y orgullo batallara dentro de ella cada vez que ellos estaban cerca su presencia. Pero Myrcella jamás llegaba a descifrar qué sentimiento era más poderoso entendiendo que entre ambos existía una fina línea para ser nocivo o inocuo. Se aclaró la garganta: ― Lo entiendo. Dejando esto a un lado... ― Se remojó los labios como cada vez que tenía que hacer la siguiente pregunta. ― ¿Iniciamos? ― Myrcella podría gritar cuando quisiera, podría colocar los ojos en blanco cuando se le diese el renegado placer e incluso ausentarse a reuniones y lecciones, pero aquel, aquel preciso instante, era solo un roce de la realidad a la cual su padre se negaba a mostrarle. Porque se suponía que ellos vivían sumergidos en placer e ignorancia. Ella clamaba querer conocerlo. Ella observaba con entusiasmo el horizonte, pero he ahí se encontraba: esperando que no estuviese temblando cual hoja azotada por el viento. Patético, pensó sobre sí misma y rascándose el mentón, una señal de su claro nerviosismo, comenzó caminar hacia el ala izquierda.

Apoyadas sobre una pila de madera se encontraban tres diferentes espadas. Y la suya, aquella que Alec había asegurado que iba más acorde a la lánguida anatomía de la princesa, era cuya empuñadura casi le hizo creer tres días atrás que estaba a puertas de ir a acompañar para siempre a su madre. Casi con la necesidad de escuchar alguna aprobación de Sebastian, sonrió mientras que sostenía con firmeza la empuñadura. Tomó una pequeña bocanada de aire y levantó la espada para que estuviera a la altura de su mentón. A continuación repasó una de las caras de las hojas con la palma de su mano y prosiguió dando una vuelta con seguridad. Al comprobar que la espada no había salido volando de sus manos, sonrió y casi se puso a saltar en su lugar; sin embargo, tenía que continuar enseñando lo que había aprendido. Dio un par de pasos hacia adelante proporcionando con cada uno de estos un corte en diagonal al aire y al terminar jadeaba en su posición. Pero la sonrisa se mantenía allí. Desvió su mirada hacia Sebastian y antes de que pudiera decir algo, Alec se acercó y pateó uno de sus pies ligeramente. ― Caerás si alguien te ataca por la izquierda.

Cómo te detesto, quiso responderle. He ahí se esfumaban sus cinco segundos de gloria.
 
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