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JB1535635 · F
Ojalá poder ser más como la nigromante.

Ojalá poder ver la imagen completa. Ver qué desenlaces podría tener una decisión tan cuestionable como destrozar un portal. Ojalá poder desistir de inmediato a la idea y no aferrarse a los escenarios hipotéticos donde resistía el dolor y no perdía la cabeza o el control, dejando que algo más grande y catastrófico se abriera paso. Pero Jenna se aferraba a esos escenarios hipotéticos. Ciega por un sentido egoísta de liberarse de ese dolor. Ciega por recuperar esa especie de libertad que había tenido de absolutamente todo hasta que se quebró en muchos pedazos desatando un descontrol que Salias no tenía interés de dominar. Eso era lo que Jenna pensaba, eso era lo que veía en su mirada cada vez que se alejaba. Aunque había algo más, algo que hacía que el demonio dentro de ella moviera su cola con regocijo como si este reconociera cómo acercarse a su recipiente sería más perjudicial para él que para cualquier otro.

La reencarnada se mantuvo observando a la criatura que creaba ondas hipnóticas en el agua con el movimiento de su cola. En su expresión se mezclaban el enojo y el interés. Ella podría demostrarse realmente desinteresada de su posición frente a los demás. Mientras menos ojos tuviera encima dentro de la asociación, mejor. Detestaba los títulos, repudiaba las miradas de admiración. Y ni qué decir de aquellos que por tener una especie de status dentro de ese lugar se veía con la libertad de acercarse a ella como si se tratara de un accesorio adquirido en esa estúpida escalera de reputación. Jenna odiaba esa y muchas cosas más; sin embargo, haber crecido con todas las historias de lo que implicaba ser el recipiente del demonio padre habían hecho de ella una muchacha dispuesta a mover sus cartas como mejor viera. Y en ese momento, escogía no aceptar cualquier tono despectivo hacia ella y su maldita naturaleza. Sintió su interior vibrar con orgullo, lo cual logró que sus entrañas se revolvieran del disgusto—. Todos tienen un trabajo acá. Tómalo o condénate a algo mucho peor —respondió con firmeza la reencarnada, consciente de la estela de masacres que tenía detrás de ella. A veces era fácil ignorarla. Otras, se lo recordaban y chasqueaba los dientes con fastidio. Como en ese momento.

Las palabras de Sabriel continuaron abriéndose paso entre ellos. Entre el interés de Demóstenes cada vez que observaba su pecho y el fastidio acrecentado de la reencarnada por verse expuesta frente a algo que no llegaba de comprender de qué se trataba exactamente. Tantas veces que había estado allí y ya había creído que lo había visto todo. Desde el primer dominio hasta el último. Ida y vuelta. Demóstenes volvió a dar otro movimiento de su cola con emoción por su propuesta. Expectante a la respuesta de Caín.

¿No te parece que es un auténtico fastidio ser lo que somos? —preguntó en dirección Sabriel; sin embargo, el paso que dio fue hacia el kelpie—. «No hagas esto, porque puedes desatar una catástrofe» —citó con cinismo—. «Toma estas armas y hazte cargo del Inframundo o catástrofe asegurada» —o al menos así ella suponía que alguna vez le habían dicho a los mellizos nigromantes que tampoco habían buscado esa carga. Jenna quería cometer errores sin arrastrar a alguien más, quería seguir sus instintos y hacer lo que le diera la regalada gana sin tener que pensar en otros que pudieran verse afectados por algo así. Así que todo se quedaba en la resignación a quedarse de brazos cruzados y soportarlo. Soportarlo hasta que no pudiera más y las consecuencias fueran aún mayores. Jenna dio otro paso en dirección al kelpie el cual no perdió de vista ningún subir y bajar de su pecho, como si estuviera deseoso de atrapar cada aliento de la reencarnada dentro de él. La reencarnada dio dos pasos más y cuando Demóstenes creyó que la tenía donde quería, la misma sonrió. Una sonreía y el otro desencajaba su expresión.

La reencarnada extendió una mano que, en las sombras, se vio como mutaba: los dedos se alargaron hasta terminar en puntas sugiriendo que en vez de los suaves y níveos dedos de Bane se encontraban las garras de Samael. Sus dedos repasaron las riendas de Demóstenes y solo cuando llegaron a colocarse debajo de su hocico tentando la posibilidad de quitarle esa celda tan molestosa, ella se detuvo. Y el agarre se afirmó con fuerza. Sus ojos centellearon con energía, sintiendo cómo todo su interior se revitalizaba por todo lo que la rodeaba. Sabriel y Salias podían considerar el Inframundo como su casa, pero eran Jenna y Emilia quienes podían alimentarse de este de una manera que no podrían hacerlo en cualquier otro lugar—. Adelante, necesito una segunda confirmación que destrozar este artefacto no traerá más que desgracias. Porque, aunque aprecie a cada persona que se encuentra cerca a mi, eso definitivamente no me va a servir a largo plazo cuando el instinto sea mayor —perfiló una sonrisa conforme volteaba hacia Sabriel— ... que la razón.
 
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Honestamente, se habría decepcionado si la nigromante le hubiera entregado el libro como si fuera un accesorio cualquiera. El tiempo conociendo a Sabriel era poco y las conversaciones habían sido cortas, enriquecedoras y suficientes. Los mellizos eran el fenómeno destacado de la asociación. Una nacida en el manto de Lilith. Uno cobijado por Samael. Y por lo que podía ver deducía que habían seguido sus constelaciones madre y padre al piel de la regla. No obstante, la influencia de la fémina parecía ser mayor en el hijo de Samael quien había participado en contadas oportunidades. Las suficientes para saber que estaba atento a todo lo que ocurría. Cualquier movimiento o imprevisto no pasaría de la atención del nigromante.

La idea se sembró en ese momento. Fue un momento entre los susurros, corto pero determinante para el guardián de Jenna que guardaba más planes de los que le gustaría admitir debajo de la manga.

— No podemos perder tiempo.

Eso era todo. Así Linden estaba aceptando los términos y condiciones de los mellizos. Como todo, la certeza era un lujo demasiado caro. De la misma manera que había protegido a Vera de cualquier amenaza, también la había condenado a temer del exterior, motivado por la culpabilidad y el recelo. La exposición de la reencarnada a nuevos participantes más allá de Adam y él mismo representaba un augurio de que todo lo que había conocido hasta ese momento estaba a punto de cambiar. Parecía una burla que él no pudiera estimar cuánto tiempo pasaría para ello pero era algo de lo cual estaba seguro.

Atar su integridad a las manos de Vera era una medida de contención para la reencarnada.

Y si no funcionaba, la menor de las preocupaciones de los reencarnados debería ser verlo ser arrastrado hacia el séptimo dominio.

El pelinegro se acercó hacia la nigromante y le extendió la mano. — No serás la única con un ojo en el sello. Si algo fuera a pasarme, tendrán una ventaja de algunos minutos para reunirse y armar alguna estrategia de acuerdo a la situación — Cuando sintió la mirada del mellizo sobre él repleta de preguntas silenciosas, el guardián de portales extendió una mano hacia el frente hasta que juntó el pulgar y el índice. Acercó la unión de las yemas hacia él haciendo vibrar dos portales en las posesiones de quienes tenía al frente: los mellizos. Sus portales estaban conectados a través de hilos invisibles, esos y de otros reencarnados que él creyó pertinente incluir en caso de emergencia. Lideraban Emilia y Jenna como la última medida a mantenerlas a salvo, Francis y su videncia también estaban incluidas. La sanación de Johvanna no se despreciaba y mucho menos se le hacía ascos a la naturaleza conciliadora de Adam. Los mellizos podrían también ser útiles.

Todos ellos conectados con hilos invisibles.

Todos ellos destinados a ser tragados por portales para colocarlos a cubiertos en caso de que Vera desatara su verdadero poder y fuera contra todo y todos. — Este sello no sale de acá — Puntualizó como última indicación. Ni siquiera Adam lo sabría. Bastante consciente era el guardián de cómo el cegado sentido de protección de aquel hombre podía hacerle mover más que montañas y lo último que necesitaba era al telépata buscando a los nigromantes para idear otra manera que no implicara condenar a uno de sus pupilos tan pronto.
JB1535635 · F
[...] los eventos tomaban un nuevo giro cuando cuando cada recuerdo adquiría un tinte oscuro. Cuando cada sonrisa producto de la evocación, desaparecía. Cuando en vez de encontrar un arrullo por algo que había sido bonito, el tormento la consumía. Y todo empezaba con Rose. Su creación. Las noches que había pasado con el guardián detallándole cómo le gustaría que fuera su portal. Y las promesas. Las promesas que esta siempre estaría con ella como una extensión. La realización de que el muchacho no solo creaba portales, sino también una extensión de sí misma. Una demasiado dolorosa.

Jenna enmudeció en su lugar. Su mano se encerró en el dije, sintiéndose lunática por un palpito. Como si el dije hubiera adquirido consciencia y vida a través de los años y los excesivos usos.

Thud.

Saltó en su lugar con el portal aún aferrado entre sus dedos con el sonido del libro. En silencio, siguió el recorrido de la nigromante. Poco dispuesta a que Sabriel la atrapara con unos labios temblorosos por un suspiro, Jenna se compuso en un instante. Si iba a morir o no pronto, lo mínimo que podría hacer era que en sus últimas horas aún conservara esa naturaleza retadora y pícara:— ¿No será que me estás llevando donde está Dantalion porque esperas que lo cuide como último acto misericordioso? —la media sonrisa sugería que la opción no la incomodaba del todo. Si es que la lagartija a pesar de ser pesada también era divertida. Así como ella, por eso se querían matar mutuamente: no podían vivir viendo el reflejo del otro por mucho tiempo. Jenna extendió su mano y le sonrió. Pecó de confiada, pero, ¿cómo no hacerlo con la nigromante si la había visto de tantas formas y continuaban juntas como una constante? Entre tanta traición, encontraba un refugio de confianza y seguridad con la azabache, porque Jenna no se imaginaba que existiera en Sabriel siquiera una pizca de oscuridad. Irónico cuando sus dominios eran aquellos. Para el recipiente de Samael, la nigromante era lo más cercano a lo bendito entre tanto condenado.

Seguro que si hablaba con Salias, este la actualizaba un poco. Pero para eso se necesitaba toda una terapia de guardian y protegida primero. Engorroso.

Hizo caso a las órdenes de la contraria e hizo su mejor esfuerzo de no respirar, aunque siempre existiera esa vocecilla en su cabeza que le decía que hiciera completamente lo contrario y respirara. ¡Pero por las estrellas que se contuvo! La bocanada de aire le supo demasiado limpia. Como si en ese lugar no la utilizaran y esta la estuviera esperando. Y, realmente, era así. Caín abrió los ojos y sonrió:— ¿Vive acá? Sabriel, me suena el nombre, pero Emilia me metía la historia a librazos y ni así retenía mucho, pero si vive acá podemos visitarlo, ¿no? —como una cría en una tienda de dulces.

—2/2
JB1535635 · F
Peligroso.

Irresponsable.

¿Habrían otras dos palabras que resumieran a Jenna? Probablemente no. La reencarnada se cruzó de brazos y ladeó el rostro, esperando algo que de verdad la sorprendiera. Si Sabriel creía que con esas palabras la iba a hacer pensar dos veces, estaba muy equivocada. Recibía la misma reprimenda por parte de Emilia en una dosis diaria. Recibía la reprimenda silenciosa por parte de Salias cada vez que la recogía de cualquier rincón. Recibía eso y más. La rizada sonrió y se encogió de hombros:— ¿Cuál es la media de mis vidas, Sabriel? —preguntó con verdadero interés. Una pregunta retórica, porque Bane era consciente que cualquier vida que hubiera tenido no había llegado tan lejos. Pero siempre volvía. Lista para ser la personaje principal de nuevas y cuestionables decisiones. Como Nakahara quemando uno de los cuarteles en el campo de concentración. Como Myrcella hundiendo unas tijeras en la yugular de Cordelia. Y como tantos más.

Mucho antes de que la nigromante tuviera un impulso de responderle, la propia se encogió de hombros, ahorrándole el cálculo:— No me afecta morir —confesó con una tranquilidad poco propia de alguien que se desvivía en pulmones desgastados por todo el aire que necesitaba para hablar—, no niego que ha sido una buena vida. Si colocamos a un lado lo del psiquiatra y el abandono de mis padres... creo que ha sido bastante decente. Pero tampoco es como si estuviera buscando eso ahora, ¿sabes? O sea, si sucede, pues... nos vemos en una década o dos —añadió lo último en un tono jocoso, esperando que esa pequeña charla aligerara cualquier peso que la contraria ya estuviera colocándose sobre sus hombros.

Porque cuando evaluabas cada factor, perder la cabeza era más fácil. Por eso Jenna decidía con la espontaneidad encabezando. No se paraba a evaluar que si decidía continuar con ese plan terminaría siendo una de muchos perjudicados. Zhar enloquecería. Emilia se quedaría sola. Linden viviría como si ella nunca hubiera existido. Salias terminaría siendo un fracaso frente a todos los reencarnados. Sabriel quedaría apuntada como una de las responsables. Las cazadoras estarían más cerca de aniquilar a los dos hermanos. Pero todo eso era tan fácil de pintar bajo otra perspectiva. Tan fácil de ver en otro ángulo cuando el egoísmo era todo lo que te consumía. De pies a cabeza.

Donde Zhar enloquecería, Jenna lo observaba como un logro: su muerte significaba frustrar sus planes. Donde Emilia regresaba a un apartamento sola, Jenna lo cubría con el alivio de Abel, porque Caín no lo había matado una vez más. Donde Linden vivía en la ignorancia, Jenna lo decoraba con el consuelo que no tendría por qué continuar ligado a la asociación. Un fracasado Salias se transformaba en uno liberado de una responsabilidad que nunca había pedido. Una Sabriel responsable por su muerte se traducía a una muchacha probando un punto de vista. Quizás hasta aumentando alguna investigación. Y donde las cazadoras se acercaban más a la aniquilación de los hermanos pecadores, Jenna escogía la bonita creencia que se quedarían con el mal sabor de no haberlo hecho por su propia cuenta. Era increíble. Increíble la manera en cómo Bane podía pintar un cielo totalmente diferente. Ciega. Engañada.

Y podría haber continuado con ese inesperado y calmado temple. Hasta que Sabriel lo apuntó en una página. Jenna no había abierto ese libro nunca; sin embargo, lo reconocía. Podía hacerlo. Era una especie de hilo invisible, uno que la empujaba a estirar la mano. Uno que decidió reprimir cuando encerró esa mano deseosa de estirarse hacia la foto... en un puño. Para Sabriel no fue suficiente eso, porque si sus palabras no hubieron surtido una especie de efecto en el recipiente de Samael, la afirmación lo hizo. Suave e intensa. Cuidadosa y destructiva. Jenna observó a Sabriel con una mezcla de impotencia y enojo, porque no quería que le dijeran eso. No quería que intentaran persuadirla que esos esfuerzos serían para nada. No cuando estaba tan desesperada y su mente tan nublada que no podía ocurrírsele algo más. No cuando su visión de túnel no le permitía observar algo más que no incluyera su propia destrucción.

Como si la estuviera buscando también. Como si el sentimiento de culpa estuviera haciendo mucha más mella de la que Bane daba a notar. Porque en ese momento entendió que si estaba optando por ese método era también por el dolor que acarrearía para la propia. Como una especie de pago por todo lo que había hecho. Sentía que se lo debía—. Si no logra eso, entonces terminará por desligarme por completo de él —compensó la muchacha. Era cierto. Si la destrucción de su portal no lograba el efecto deseado, Jenna podría cortar ese hilo invisible que la unía con el guardián. Podría verlo desaparecer con Rose hecha añicos, porque el peso del dije sobre su pecho había aumentado con el pasar de los días. Las memorias la carcomían y aunque esto nunca había sido un verdadero problema...
JB1535635 · F
La nigromante podría saber qué hacer, Jenna podría preguntarle. Mentirle. Sacar la información y luego ponerla a prueba. La había visto hace poco en la asociación. Encontrarla no fue tan difícil. La azabache podría camuflarse con las sombras de muchos, volverse invisible. Una virtud que poco funcionaba con Jenna cuando había todo un hilo de vidas que las conectaba de tal manera que cualquier intento de escabullirse de la rizos poco podía funcionar. Sentada, con un libro entre manos y una mirada perdida. Jenna aún respiraba por la boca cuando estuvo a unos pasos de ella.

No, pero eso no importa —no tenía tiempo que perder y las palabras salieron más rápidas, mandando cualquier intento de sutileza al demonio—, ¿cómo destruyo un portal?

Su mirada no denotaba gracia. Ausentaba ese brillo de picardía. Cargaba un peso indescifrable. El peso de sentirse como la principal culpable de la distancia que nunca había cuestionado que algún día tendría que enfrentar con el guardián. Inalcanzable. Como extender una mano hacia el cielo y sentirse tan lejos de las estrellas. Odiar la distancia. Buscar cualquier medio para alcanzarlas y que nada funcionara.

El recipiente de Samael tragó en seco. Y esperó la respuesta.

—2/2
JB1535635 · F
Jenna aceptaba de buena gana los cambios.

Sentía que le daban sabor a su (ya) larga vida. No había día donde no recorría cada rincón del mundo por un poco de ese sabor en el paladar. Lo buscaba en los retos, en los ojos llenos de amenazas, en todo aquello que la sacudiera de adrenalina. Entonces...

¿Por qué no podía aceptar aquel nuevo cambio?

No había sido el carcelero quien le dio las noticias. Solo Samael podía saber lo mucho que la habría enervado recibir esas noticias de su lado, seguro acompañado de una sonrisa de medio labio, celebrando que podía existir algo en toda esa rutina que pudiera afectarla de esa manera que tanto ansiaba él. No. Había sido Adam. El hermano del carcelero había llegado al apartamento de los recipientes, amablemente le había pedido a Emilia un tiempo a solas con Caín y había procedido a darle el cambio que Jenna jamás aceptaría. No se quebró frente a él. No demostró el dolor que le causaba confirmar esas sospechas. Porque las evasivas de Linden la perforaban sin compasión. Porque sus intentos por acercarse a él y demostrarle que ella continuaba siendo ella y él continuaba siendo el guardián que la había rescatado años atrás... finalmente rendían sus frutos: ninguno. Jenna continuaba siendo Jenna. Solo que sin el guardián de portales. No debía cambiar mucho las cosas, ¿verdad?

Pero, joder, cómo lo hacía.

La reencarnada apretó el dije con fuerza.

Detente.

Déjame sola, Salias —respondió ella, incapaz de continuar en ese lugar. Incapaz de respirar, porque siempre había fingido molestia con el hecho de tener a alguien que vigilara cada uno de sus pasos. La había fingido tan bien que uno podría creer que eso era cierto. Pero Jenna se había sentido de todo menos molesta de tener al guardián de portales evitando que algo la matara. Resguardándola de sí misma. Haciéndole recordar infinitas veces que era algo más que el recipiente de Samael. Tomándola a ella primero como la muchacha que lo había observado con ilusión cuando abrió un portal frente a ellos y la había liberado de unas cadenas que una niña de once años no tenía por qué tener sujetas a ella. Así que toda esa molestia era una máscara más. Una que había utilizado por muchos años. Y que en ese momento estaba imprimiéndose en su piel de tal manera que la molestia empezaba a ser genuina. Empezaba a sentirse realmente enojada. Volteó hacia el nigromante. Él no la observaba.

«Dime algo. Dime que todo va a estar bien. Miénteme.»

Pero Salias no volteó. Jenna sabía muy bien por qué. Sabía a dónde se iría como cada vez que ella lo sacaba de sus cabales y regresaba horas después apestando al Sexto Dominio. Volvería para recogerla del rincón en el que se dignara a caer, inconsciente y dolida. Repitiendo las palabras de Adam en su cabeza, porque Jenna ese día no se había roto frente a él, pero el Sequester la había arrullado en sus pensamientos, había sentido su dolor, su frustración e impotencia. La había cobijado de sus más destructivos pensamientos. Esos que ahora tenía que apartar por su cuenta, porque Salias no iba a hacer ese trabajo por ella. Él no era Linden. Él no era el guardián de portales—. No —su cuerpo entero la impulsó a negar todo ello mientras que marcaba más y más distancia con el nigromante.

Sus dedos se fundieron con el dije. Lo apretaron con fuerza y cuando la idea cruzó su cabeza, Jenna contuvo la respiración. Con desesperación se retiró el collar del cuello y lo observó en la palma de su mano. Sus labios se entreabrieron, su respiración volvió a agitarse. Si en ese lugar rompía a Rose, sería el trabajo del azabache arreglarlo. Podría verlo. Podría intentar una vez más solucionar todo ello. Deshacer el cambio. Pero hacerlo sería difícil. ¿Qué podría hacer para romper un portal? ¿Con quién tendría que ir para cumplir esos irracionales deseos? ¿Acaso sería capaz de romper una de las principales reglas de Alois? Linden se lo había explicado infinitas veces, por el miedo de verla herida. Le había explicado que si su portal sufría daños, también lo haría su portadora por el vínculo que los unía.

¿Estaba dispuesta a arriesgarse? Él solo había mencionado daños. Nada de destrucciones totales. Quizás debió pensar aquello antes de apartarse de ella. Enseñarle lo que pasaba si destruía un portal en totalidad. Quizás debió enseñarle cómo no ser una dependiente sin remedio. Ella, la que se jactaba de ser un espíritu libre y destructivo.. perdiendo la cabeza por él. Desesperada por recuperar esa ancla al punto de lastimarse. Decidida—. Sabriel.

—1/2
-II-


Se irguió lentamente a la vez que mencionó su apellido.

─Es cierto que solo es lodo. Pero mire lo que “él” ha hecho. Tiene su rostro. Tiene su cabello. Tiene sus indumentarias, y hasta su calzado. A veces lo inofensivo tiende a ser lo más peligroso. Es precisamente por su apariencia de “no hacer nada” que termina por destruir todo. La confianza Miss Santorini es uno de los males de muchas culturas.

Ahora se dibujaría una sonrisa tan significativa en su rostro a causa de aquel breve discurso. Sabia de lo que hablaba, él más que nadie tenía hartos conocimientos de lealtad y traición. Así que sus bases eran fundamentales. Pero, para no pasar por alto la estupidez de aquella frase de “es solo lodo” desvió su mirada hacia la rueda y la rama.

Subió su pie encima del brazo más largo de la vara y con una increíble facilidad hundió el mismo hasta el fondo para levantar aquella rueda y hacer retumbar el carro que se sacudió con mucha fuerza al ser sacado de aquel lodo y puesto por un breve empujón de su hombro hacia tierra sólida y firme. No hubo coloración en su rostro, ni signos de cansancio. Su rostro estaba tan pálido y tan fresco como si recién hubiese salido de su carruaje.

Mientras se revisaba sus indumentarias obviando sí es que la sorpresa y la impresión invadían el rostro de la contraria procedió agregar.
─¿Qué tan poco se puede apreciar una mujer para no considerarse digna ante un hombre? Alguien que por sí sola trate de apañarse en una situación difícil a mi parecer es una digna candidata.
Caminó hasta su carruaje, cogiendo su chaleco y vistiéndole con muchísima finura.
─Piense en ello. Miss Santorini. Y por favor no me miré con esos ojos. La rama estaba en la perfecta posición. Tan solo hacía falta un poco de fuerza. La mía en este caso. Quizás para otra ocasión la de usted.
Subió al carruaje, cerró la puerta y desde la ventana se despidió.
─Nos vemos allá Miss Santorini. Y en otro orden de ideas…
El carruaje empezó a andar con un azotar de las riendas.
─Mi nombre es Lihriam Arcos.
Y sin más le dejo. Por ahora.
- I -


Los rumores sobre la llegada de un extraño al pueblo de Villanueva siempre se esparcían como polvo en el viento. Era impresionante lo poco que duraba un breve suceso en secreto. En la mayoría de los casos los cabeza de familia buscan renombre y posición en la monarquía, la realeza era un tema de mucha seriedad para aquellas familias. Al parecer ser de una casta noble era como recibir el titulo divino de deidad romana o llevar el titulo favorecido de algún rey. Los beneficios ilimitados tanto económicos como sociales eran incalculables, a pesar de tener sus acostumbradas limitantes, pero más era el riesgo y la codicia de apostar por la nobleza que sucumbir ante la negación y la rendición interna.

Lihriam Arcos no tenía la más remota idea de lo mucho que había crecido su popularidad en aquel lugar, él tan solo cumplía con determinadas tareas, sin mencionar que más allá de hacerle la visita a un “buen amigo” estaba allí para expandir sus dominios según las indicaciones estrictas que le había dado el Rey de Inglaterra, Ricardo. Sin embargo, gozaba de una simpática propiedad más que inocente era conveniente. Nadie conocía su rostro, si bien los rumores hablaban de un emisario de Inglaterra apellidado Arcos no había persona en Villanueva que supiera como lucia el supuesto caballero. Tan solo los Lewis en cuyo regazo desde antiguos tiempos el joven Lihriam había aparecido conocían su apariencia.
La muchacha empezó hablar, sus preguntas inquisitivas –enteramente protocolares y carentes de interés- fueron siendo respondidas a medida que la situación exigía atención y esfuerzo. El Inglés vería a la joven mujer desenvolverse con increíble agilidad e independencia ¿Qué mujer podía gozar de semejantes atributos? Alguien que haya tenido o una vida muy desgraciada o alguien que haya decidido revelarse ante al sistema sumiso de las mujeres de aquella época. Interesante el descubrimiento.

Discretamente observó el horrendo maquillaje que se había hecho con el lodo.
─¿Cómo dice? ¿El joven Lewis no está prometido? Bueno, lógicamente debe ser así. Para algo es la fiesta que él dará.
Sonrió posicionándose del lado más largo de la rama.
─Mi comentario fue más que profético que una afirmación. Mi estimada señorita. En muchas culturas consideran los deseos una alta fuente de probabilidades. Sí deseas algo, lo puedes cumplir.

Revisó en hurtadillas posando una de sus manos en su mentón. Obvió por unos segundos lo último mencionado. Sabía que se refería a él como invitado, pero le restó importancia. Momentáneamente. El chasquido de los pasos que generaba la mujer le molestaba, le siguió el paso desde aquel punto hasta verle rodear el carruaje para ahora tenerle a un costado. Reverenciándose y presentándose. Volvió a sonreír. Respeto y pleitesía, palabras favoritas.
Le contempló unos segundos mientras su expresión se iba esfumando.

─Jamás subestime lo “inofensivo”. Miss Santorini.
[ Ooc. Be ready. ]

Había empezado el atardecer, el cielo pintado de colores vivos cubrían por completo toda la ciudad de Sendai, era todo un techo natural con matices naranja, amarillo, y a veces rosa. El sol se empezaba a ocultar mientras las nubes se volvían sombras delante suyo, convirtiendo lo blanco de sus montañas ahora en grises bultos. El viento soplaba con vaga fuerza peinando con delicadeza los campos de arroz que a la distancia mantenían los agricultores y que se veían en perfectas cuadras, como si fuesen un tablero de ajedrez. También los campos de girasoles sufrían la llegada de la brisa, la misma les peinaba los pétalos a todas las flores altas haciendo que muchas de sus hojas se desprendieran súbitamente para deambular en las corrientes del viento y viajar muy lejos del campo. No había otra cosa ese día que la calma. Oshuu estaba en un periodo de receso, el tiempo de la guerra había sido pausado por un duelo. Un samurái muy apreciado en todas las naciones había fallecido, y como era costumbre se le rendía tributo guardando algunos días silencio.

Los brazos gruesos y recubiertos de botones de cerezo se mecían con lento ritmo a medida que la brisa se aventuraba en moverlos. El tronco grueso del árbol tenía la forma de una “S” que si bien en otro árbol no hubiese tenido éxito en soportar tantos años con esa estructura, en este en especial aquel defecto le daba su fortaleza. El viento seguía su curso desprendiendo de algunas delgadas ramitas los pétalos rosados con puntas rojas de sus flores. Uno de ellos caería lentamente en la mejilla del Dragón de Oshuu mientras este sentado en una silla a los pies del árbol se mantenía meditabundo. Pasó sus dedos por su rostro extrayendo el pétalo, le contempló y sonrió ─Nuestro tiempo se acerca. ─Diría colocando el pétalo en su mano, soplaría para verle volar y paulatinamente verle caer a unos metros de él.

A su cercanía el General más importante de su clan llegaría con una noticia importante ─Masamune-sama. ─Saludó llevando una de sus rodillas a la hierba─ Pronto llegará la joven que está esperando. ─El Tuerto le dedicaría una mirada a su General quien le correspondería de igual forma. Asintió lentamente mientras internalizaba la noticia─ De acuerdo. Tráela ante mí, Kojuurou. ─El General arrugó el rostro─ ¿Aquí? ¿Bajo el árbol sagrado? ─El Tuerto subió su mirada inspeccionando los pétalos─ ¿Es muy ostentoso? ─Kojuurou negó sonriendo─ No Masamune-sama, está bien. ─El Tuerto le miro y asintió. Volvió nuevamente su atención hacia el firmamento notando un nuevo color, el violeta. El General le observaría silente por unos segundos, mientras una expresión triste se apoderaba de su rostro─ Masamune-sama… ─El Tuerto adormeció su vista mientras inhalaba profundamente─ Cumple con tu tarea, Kojuurou. Estoy bien. ─El General juntaría sus manos ante la respuesta del damyio y saldría de aquel jardín en búsqueda de la esperada invitada del Dokuganryu, la cual recibiría en las puertas de la fortaleza del Clan Date.
JB1535635 · F
Los pasadizos cada vez se hicieron más fáciles de encontrar, los latidos de cada persona eran más fuertes, pero entre todos reconocía dos de ellos. Dos que latían a un ritmo bastante menor que el común. Y este nimio detalle enfurecía al demonio padre quien serpenteó más pasadizos en la búsqueda del par. Mientras que más se acercaba, más entendía de dónde nacía esa aversión que estaba naciendo en su pecho. Los latidos pertenecían exactamente a uno de los bastardos de Lilith. Lilith, la primera servidora de Lucifer que había quedado insatisfecha ante los eventos que llevó a su primer hijo asesinar a Abel. Lilith, la exagerada mujer que en el Séptimo Dominio del Inframundo dirigía miradas llenas de odio a Samael, porque nuevamente sus hijos eran presas de las tendecias de la naturaleza de un Samael. Quizás era tiempo de escupirle en la cara y entregarle la cabeza de otro de sus bastardos para ver hasta dónde se enfurecía o si, de poder hacerlo, abría alguna puerta del Inframundo para que se causaran más destrozos. Y con el último mortal que pudo atrapar en su aura hasta reducirlo a gritos y partículas, Samael volteó para observar tras su mirada azulina a una menuda mortal. Canela, ojos grandes y con unas malditas campanillas en las manos. Y las reconocía.

Sabía de quienes inicialmente pertenecían esas campanillas.
Una mujer que había negado su parte demoniaca para aceptar las ordenes de un arcángel.
Su hija.

Maura. ― Susurró su aura atrayente mientras que el propio demonio agrandaba su sonrisa. Maura se había perdido hacia varios años entre las condenas del Inframundo. Seguro por ahí aún se mantenía su hija, cumpliendo sublimes castigos que solo le correspondían a una traidora a la sangre. A su naturaleza. Y el demonio se lanzó hacia las campanillas, hacia la mujer y hacia la destrucción de la propia. Pero algo sucedió en el último instante, porque si bien había reconocido el aroma de todo Lilith en la femenina, este opacó lo suficiente la marca del arcángel que poseía su acompañante quien se pronunció ante el demonio cuando alzó una pared de fuego de dragón. El aura del demonio colisionó con la pared de fuego haciendo que la explosión desequilibrara lo suficiente al demonio y mandara muchos metros más atrás al par de mortales. Samael lanzó un grito enfurecido antes de señalar con una garra al subordinado de los Cielos. ― ¡No es tu batalla, marcado de Miguel! ― El fuego de dragón. Las memorias de la Rebelión de Boadicea llegaron a él recordando a la cantidad de hijos que había perdido por este hacia ya varios siglos. Sus planes frustrados. Las siete Puertas del Inframundo cerrándose solemnemente, él quedando estancado en estas antes de incluso intentar realizar un movimiento. Pero ahora no perdería la oportunidad, así que cuando Jenna contempló como el demonio extendía sus garras hacia el portal de la muchacha para transformarlo en una versión más gigantesca y ostentosa de su guadaña, ella se desesperó.

No puedes hacer esto, por favor.
Por favor, no.


Jenna intentó recordar quién era ella, quién había sido durante todas sus vidas y quién deseaba ser. Quería controlar a Samael de utilizar su arma, porque solo cuando esta caía en las manos del demonio padre, este concentraba en la hoja gigantesca el fuego negro del Inframundo. Único en su especie y solo contrarrestado por el fuego azul que, desgraciadamente, el marcado del Señor no poseía. Lo iba a cortar en tantas partes que no iba a quedar ni un rastro de él. Y lo iba a hacer en ese preciso instante. Jenna golpeó las paredes que la mantenían encerrada en ese vacío siendo sus esfuerzos completamente inútiles. Contuvo la respiración cuando el demonio se dejó camuflar nuevamente sobre su aura como su caparazón. Y si Sabriel iba a hacer algo, ese era el momento preciso, porque el fuego negro consumiría al mortal hasta corromperlo e imposibilitarle el camino hacia el Reino de los Cielos.

― 2/2