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JB1535635 · F
[...] los eventos tomaban un nuevo giro cuando cuando cada recuerdo adquiría un tinte oscuro. Cuando cada sonrisa producto de la evocación, desaparecía. Cuando en vez de encontrar un arrullo por algo que había sido bonito, el tormento la consumía. Y todo empezaba con Rose. Su creación. Las noches que había pasado con el guardián detallándole cómo le gustaría que fuera su portal. Y las promesas. Las promesas que esta siempre estaría con ella como una extensión. La realización de que el muchacho no solo creaba portales, sino también una extensión de sí misma. Una demasiado dolorosa.

Jenna enmudeció en su lugar. Su mano se encerró en el dije, sintiéndose lunática por un palpito. Como si el dije hubiera adquirido consciencia y vida a través de los años y los excesivos usos.

Thud.

Saltó en su lugar con el portal aún aferrado entre sus dedos con el sonido del libro. En silencio, siguió el recorrido de la nigromante. Poco dispuesta a que Sabriel la atrapara con unos labios temblorosos por un suspiro, Jenna se compuso en un instante. Si iba a morir o no pronto, lo mínimo que podría hacer era que en sus últimas horas aún conservara esa naturaleza retadora y pícara:— ¿No será que me estás llevando donde está Dantalion porque esperas que lo cuide como último acto misericordioso? —la media sonrisa sugería que la opción no la incomodaba del todo. Si es que la lagartija a pesar de ser pesada también era divertida. Así como ella, por eso se querían matar mutuamente: no podían vivir viendo el reflejo del otro por mucho tiempo. Jenna extendió su mano y le sonrió. Pecó de confiada, pero, ¿cómo no hacerlo con la nigromante si la había visto de tantas formas y continuaban juntas como una constante? Entre tanta traición, encontraba un refugio de confianza y seguridad con la azabache, porque Jenna no se imaginaba que existiera en Sabriel siquiera una pizca de oscuridad. Irónico cuando sus dominios eran aquellos. Para el recipiente de Samael, la nigromante era lo más cercano a lo bendito entre tanto condenado.

Seguro que si hablaba con Salias, este la actualizaba un poco. Pero para eso se necesitaba toda una terapia de guardian y protegida primero. Engorroso.

Hizo caso a las órdenes de la contraria e hizo su mejor esfuerzo de no respirar, aunque siempre existiera esa vocecilla en su cabeza que le decía que hiciera completamente lo contrario y respirara. ¡Pero por las estrellas que se contuvo! La bocanada de aire le supo demasiado limpia. Como si en ese lugar no la utilizaran y esta la estuviera esperando. Y, realmente, era así. Caín abrió los ojos y sonrió:— ¿Vive acá? Sabriel, me suena el nombre, pero Emilia me metía la historia a librazos y ni así retenía mucho, pero si vive acá podemos visitarlo, ¿no? —como una cría en una tienda de dulces.

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