31-35, F
Just Rol —agregar si pretendes rolear.
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JB1535635 · F
Jenna aceptaba de buena gana los cambios.
Sentía que le daban sabor a su (ya) larga vida. No había día donde no recorría cada rincón del mundo por un poco de ese sabor en el paladar. Lo buscaba en los retos, en los ojos llenos de amenazas, en todo aquello que la sacudiera de adrenalina. Entonces...
¿Por qué no podía aceptar aquel nuevo cambio?
No había sido el carcelero quien le dio las noticias. Solo Samael podía saber lo mucho que la habría enervado recibir esas noticias de su lado, seguro acompañado de una sonrisa de medio labio, celebrando que podía existir algo en toda esa rutina que pudiera afectarla de esa manera que tanto ansiaba él. No. Había sido Adam. El hermano del carcelero había llegado al apartamento de los recipientes, amablemente le había pedido a Emilia un tiempo a solas con Caín y había procedido a darle el cambio que Jenna jamás aceptaría. No se quebró frente a él. No demostró el dolor que le causaba confirmar esas sospechas. Porque las evasivas de Linden la perforaban sin compasión. Porque sus intentos por acercarse a él y demostrarle que ella continuaba siendo ella y él continuaba siendo el guardián que la había rescatado años atrás... finalmente rendían sus frutos: ninguno. Jenna continuaba siendo Jenna. Solo que sin el guardián de portales. No debía cambiar mucho las cosas, ¿verdad?
Pero, joder, cómo lo hacía.
La reencarnada apretó el dije con fuerza.
—Detente.
—Déjame sola, Salias —respondió ella, incapaz de continuar en ese lugar. Incapaz de respirar, porque siempre había fingido molestia con el hecho de tener a alguien que vigilara cada uno de sus pasos. La había fingido tan bien que uno podría creer que eso era cierto. Pero Jenna se había sentido de todo menos molesta de tener al guardián de portales evitando que algo la matara. Resguardándola de sí misma. Haciéndole recordar infinitas veces que era algo más que el recipiente de Samael. Tomándola a ella primero como la muchacha que lo había observado con ilusión cuando abrió un portal frente a ellos y la había liberado de unas cadenas que una niña de once años no tenía por qué tener sujetas a ella. Así que toda esa molestia era una máscara más. Una que había utilizado por muchos años. Y que en ese momento estaba imprimiéndose en su piel de tal manera que la molestia empezaba a ser genuina. Empezaba a sentirse realmente enojada. Volteó hacia el nigromante. Él no la observaba.
«Dime algo. Dime que todo va a estar bien. Miénteme.»
Pero Salias no volteó. Jenna sabía muy bien por qué. Sabía a dónde se iría como cada vez que ella lo sacaba de sus cabales y regresaba horas después apestando al Sexto Dominio. Volvería para recogerla del rincón en el que se dignara a caer, inconsciente y dolida. Repitiendo las palabras de Adam en su cabeza, porque Jenna ese día no se había roto frente a él, pero el Sequester la había arrullado en sus pensamientos, había sentido su dolor, su frustración e impotencia. La había cobijado de sus más destructivos pensamientos. Esos que ahora tenía que apartar por su cuenta, porque Salias no iba a hacer ese trabajo por ella. Él no era Linden. Él no era el guardián de portales—. No —su cuerpo entero la impulsó a negar todo ello mientras que marcaba más y más distancia con el nigromante.
Sus dedos se fundieron con el dije. Lo apretaron con fuerza y cuando la idea cruzó su cabeza, Jenna contuvo la respiración. Con desesperación se retiró el collar del cuello y lo observó en la palma de su mano. Sus labios se entreabrieron, su respiración volvió a agitarse. Si en ese lugar rompía a Rose, sería el trabajo del azabache arreglarlo. Podría verlo. Podría intentar una vez más solucionar todo ello. Deshacer el cambio. Pero hacerlo sería difícil. ¿Qué podría hacer para romper un portal? ¿Con quién tendría que ir para cumplir esos irracionales deseos? ¿Acaso sería capaz de romper una de las principales reglas de Alois? Linden se lo había explicado infinitas veces, por el miedo de verla herida. Le había explicado que si su portal sufría daños, también lo haría su portadora por el vínculo que los unía.
¿Estaba dispuesta a arriesgarse? Él solo había mencionado daños. Nada de destrucciones totales. Quizás debió pensar aquello antes de apartarse de ella. Enseñarle lo que pasaba si destruía un portal en totalidad. Quizás debió enseñarle cómo no ser una dependiente sin remedio. Ella, la que se jactaba de ser un espíritu libre y destructivo.. perdiendo la cabeza por él. Desesperada por recuperar esa ancla al punto de lastimarse. Decidida—. Sabriel.
—1/2
Sentía que le daban sabor a su (ya) larga vida. No había día donde no recorría cada rincón del mundo por un poco de ese sabor en el paladar. Lo buscaba en los retos, en los ojos llenos de amenazas, en todo aquello que la sacudiera de adrenalina. Entonces...
¿Por qué no podía aceptar aquel nuevo cambio?
No había sido el carcelero quien le dio las noticias. Solo Samael podía saber lo mucho que la habría enervado recibir esas noticias de su lado, seguro acompañado de una sonrisa de medio labio, celebrando que podía existir algo en toda esa rutina que pudiera afectarla de esa manera que tanto ansiaba él. No. Había sido Adam. El hermano del carcelero había llegado al apartamento de los recipientes, amablemente le había pedido a Emilia un tiempo a solas con Caín y había procedido a darle el cambio que Jenna jamás aceptaría. No se quebró frente a él. No demostró el dolor que le causaba confirmar esas sospechas. Porque las evasivas de Linden la perforaban sin compasión. Porque sus intentos por acercarse a él y demostrarle que ella continuaba siendo ella y él continuaba siendo el guardián que la había rescatado años atrás... finalmente rendían sus frutos: ninguno. Jenna continuaba siendo Jenna. Solo que sin el guardián de portales. No debía cambiar mucho las cosas, ¿verdad?
Pero, joder, cómo lo hacía.
La reencarnada apretó el dije con fuerza.
—Detente.
—Déjame sola, Salias —respondió ella, incapaz de continuar en ese lugar. Incapaz de respirar, porque siempre había fingido molestia con el hecho de tener a alguien que vigilara cada uno de sus pasos. La había fingido tan bien que uno podría creer que eso era cierto. Pero Jenna se había sentido de todo menos molesta de tener al guardián de portales evitando que algo la matara. Resguardándola de sí misma. Haciéndole recordar infinitas veces que era algo más que el recipiente de Samael. Tomándola a ella primero como la muchacha que lo había observado con ilusión cuando abrió un portal frente a ellos y la había liberado de unas cadenas que una niña de once años no tenía por qué tener sujetas a ella. Así que toda esa molestia era una máscara más. Una que había utilizado por muchos años. Y que en ese momento estaba imprimiéndose en su piel de tal manera que la molestia empezaba a ser genuina. Empezaba a sentirse realmente enojada. Volteó hacia el nigromante. Él no la observaba.
«Dime algo. Dime que todo va a estar bien. Miénteme.»
Pero Salias no volteó. Jenna sabía muy bien por qué. Sabía a dónde se iría como cada vez que ella lo sacaba de sus cabales y regresaba horas después apestando al Sexto Dominio. Volvería para recogerla del rincón en el que se dignara a caer, inconsciente y dolida. Repitiendo las palabras de Adam en su cabeza, porque Jenna ese día no se había roto frente a él, pero el Sequester la había arrullado en sus pensamientos, había sentido su dolor, su frustración e impotencia. La había cobijado de sus más destructivos pensamientos. Esos que ahora tenía que apartar por su cuenta, porque Salias no iba a hacer ese trabajo por ella. Él no era Linden. Él no era el guardián de portales—. No —su cuerpo entero la impulsó a negar todo ello mientras que marcaba más y más distancia con el nigromante.
Sus dedos se fundieron con el dije. Lo apretaron con fuerza y cuando la idea cruzó su cabeza, Jenna contuvo la respiración. Con desesperación se retiró el collar del cuello y lo observó en la palma de su mano. Sus labios se entreabrieron, su respiración volvió a agitarse. Si en ese lugar rompía a Rose, sería el trabajo del azabache arreglarlo. Podría verlo. Podría intentar una vez más solucionar todo ello. Deshacer el cambio. Pero hacerlo sería difícil. ¿Qué podría hacer para romper un portal? ¿Con quién tendría que ir para cumplir esos irracionales deseos? ¿Acaso sería capaz de romper una de las principales reglas de Alois? Linden se lo había explicado infinitas veces, por el miedo de verla herida. Le había explicado que si su portal sufría daños, también lo haría su portadora por el vínculo que los unía.
¿Estaba dispuesta a arriesgarse? Él solo había mencionado daños. Nada de destrucciones totales. Quizás debió pensar aquello antes de apartarse de ella. Enseñarle lo que pasaba si destruía un portal en totalidad. Quizás debió enseñarle cómo no ser una dependiente sin remedio. Ella, la que se jactaba de ser un espíritu libre y destructivo.. perdiendo la cabeza por él. Desesperada por recuperar esa ancla al punto de lastimarse. Decidida—. Sabriel.
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