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The brutal soul with bloodied hands and a tortured mind, who feels too much or nothing at all.
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[center][media=https://youtu.be/vhG8zC4npsE]

[code]C x F[/code][/center]
De la misma forma sutil, mas rotunda, había dejado claro que sabía lo que ella tramaba; pero, sobre todo, que aceptaba el desafío, lanzando uno propio. Era la hora de la verdad, donde ella podría huir o encarar el reto; y, aunque no lo supiera, de eso dependía si saldría con vida de Malebolge o si tenía aún cierta posibilidad de lograr sus objetivos; porque Flauros no perdonaría la afrenta, pero sí se mediría con ella en la cama, deseoso de saber si el destino pretendía arrebatarle todo esa noche o, por el contrario, le había regalado el corolario a sus hazañas en forma de aquella hembra espléndida que quería someter a su voluntad y caprichos...

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Debía haberlo supuesto. El primero de varios intentos de eliminarlo estaba ahí, justo delante de él; ¿qué mejor aliada para sus adversarios que aquella mujer irresistible? Flauros estuvo a punto de soltar una carcajada, sin maravillarse demasiado por la conjura; sin embargo, se reprimió, al sentir un impulso irrefrenable por desafiar al destino. Aún faltaba comprobar si sus sentidos estaban en lo correcto, sin embargo; tarea a la que se dedicó de inmediato, terminando de abrazar el talle de Chordeva para acabar con la ya de por sí casi nula distancia entre ambos, mientras bajaba el rostro en lo que parecía ser un nuevo galanteo: acercó la nariz al costado del cuello de la diablesa, aspirando cual si deseara llenar sus pulmones con la fragancia que de ella exudaba, al tiempo de subir con lentitud medida, convirtiendo esa intención en un roce electrizante al permitir que no solo su aliento al exhalar, sino sus labios en unas cuantas ocasiones, rozaran esa tierra de nadie, a medida que ascendía para casi encontrarse frente a frente con la cortesana. A pesar de conocer el peligro, la tentación de besarla lo atacó con todavía más intensidad que antes: literalmente, moriría por probar esos labios, beber de ellos hasta saciarse, así la palidez del sepulcro fuese quien coronara sus anhelos. Pero logró abstenerse, y pasó de largo en aquel jugueteo, dejando que su olfato pasara a muy corta distancia de la boca de Chordeva sin perpetrar contacto alguno; sabía que estaba a salvo mientras se hallaran en público, dado que aún podía contar con Raum, al menos, quien sin duda tomaría cartas en el asunto si su señor cayera fulminado de súbito. Ella no se arriesgaría a ser capturada, podía apostar por ello; había probado ser tanto o más astuta que él, por lo que no se atrevería a echarlo todo a perder por mera impaciencia.

Siguiendo la pantomima, Flauros siguió su camino, que lo llevó a pasar al lado de ese rostro perverso y agraciado del que había quedado prendado sin remedio. Su objetivo era claro: de nueva cuenta había elegido el oído de la asesina para lanzarle palabras envueltas en voz pícara, de ronquedad evidente. No obstante, se detuvo ahí por un breve lapso, que pareció servir para que la calidez de su hálito estimulara la sensibilidad del lóbulo, en un jugueteo adicional; aunque en realidad fue la pausa necesaria para que él determinase su próximo envite. Dentro de él, dos sensaciones muy distintas se arremolinaban: la furia y el embeleso. La primera merced a la afrenta que su ego recibió al sentir que otros lo creían capaz de morir con esa jugarreta; pero la segunda, mucho más fuerte, lo hacía admirarse de las artimañas de Chordeva, quien, a pesar de sus intenciones, seguía siendo el manjar más exquisito que él hubiese tenido enfrente jamás, la mujer más deslumbrante que hubiese conocido, capaz de rivalizar con él en el peligroso ajedrez que acababan de disputarse, poniendo sobre la mesa sus mismas vidas como apuesta. Un segundo le bastó para decidirse. Sería una verdadera lástima terminar la partida ahí, con una vulgar exhibición de su potestad apenas adquirida; él era mejor que eso...

Finalmente, habló.

—Vayamos, pues, Chordeva... Ardo en deseos de ver de lo que eres capaz.

A pesar de su declaración, no se separó de ella ni emprendió la marcha. Se mantuvo ahí, cuerpo contra cuerpo, aún respirando a su oído mientras tomaba la fatal decisión: si había alguien por quien valdría la pena jugarse la vida, sería esa mujer. Su soberbia, quizá, lo instaba a porfiar en esa escena que bien podría tener un desenlace fatal; pero es que Flauros no había obtenido nada en la vida por arredrarse, sino que su carácter bizarro e indomable lo habían empujado hasta los límites con tal de tomar posesión de cuanto deseara. Y, a partir del primer segundo en que posó la mirada en Chordeva, ella se había convertido en todo lo que él quería dominar, subyugar a sus antojos; le era imposible sacudirse la idea de que en ella había encontrado un igual a sus ímpetus y voluntad. Era hora de revelar su mano, y entonces sabría si había medido a la diablesa de manera correcta. Si en verdad valdría la pena arriesgarse.

—Pondré mi vida sobre la línea. [b]Moriría[/b] —y un énfasis sutil enmarcó esa palabra, dicha en un tono aún más bajo que el resto —por domarte, fierecilla; y voy a demostrártelo apenas nos hallemos lejos de esta muchedumbre insulsa. Acompáñame... Te probaré que estoy a la altura de tus intenciones. Pretendo sobrevivir a ellas [b]y hacerte mía[/b].

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¿Podría haber sido de otra manera? ¡Por supuesto que no!

[b]Él siempre obtenía lo que deseaba.[/b]

Bastó ver el brillo, malévolo y lujurioso, de sus ojos entornados para comprender el grado de orgullo por su estratagema, pero sobre todo de fascinación por la diablesa albina, que sentía en ese instante. Si bien no había dudado ni por un momento de que lograría vencer en su empresa, el observar a Is alejándose sin rechistar le produjo alivio, y un placer íntimo, derivado de saber que había ganado sin que ella se disgustara; por el contrario, la sonrisa amplia en el rostro de la insaciable mujer, y cierta, indiscreta señal por partida doble en el torso del revelador - y a todas luces, tenue - atuendo que vestía, decían que ella se hallaba más que complacida, incluso expectante, frente al rumbo que la noche había tomado. [i]"¡Pobre ingenua,"[/i] se permitió pensar Flauros para sus adentros, siendo lo último que dedicaría esa noche a la ninfómana junto a una mirada de reojo para asegurarse de que ella se retiraba como le había instruido, [i]"creyendo que hoy disfrutará de algo más que simples juguetes adiestrados para complacer!"[/i]. En otras circunstancias se habría jactado por todo lo alto de su logro frente a Chordeva, a sabiendas de que era una victoria mutua; pero, al escuchar las últimas palabras de aquella hechizante seductora, comprendió que aquel asunto era completamente anodino, comparándolo con los augurios de fuego y lascivia desmedidos para el resto de la velada; segundo cometido que él enfrentaría con gusto, deseoso de dar inicio a la verdadera celebración por su ascenso al poder, que tendría lugar en su alcoba.

Sería mentira el decir que el ruido atronador de los aplausos lo sacó de ese ligero regodeo en que cayó al cavilar sobre lo acontecido. No, fue el actuar de Chordeva lo que terminó por devolverlo a la (deliciosa) realidad, cuando ella habló en primera instancia, prometiendo sumisión ante él, y después tomándolo por sorpresa al friccionar sus apetitosas curvas contra el Duque, en un movimiento que resultó ser el final perfecto para el duelo que la pieza musical representó. Alguien menos astuto que él probablemente se habría posesionando de la demonesa tras esa última, clara invitación; no así Flauros, quien resistió con una actitud que podría calificarse de estoica, si se obviaba que su cuerpo no era ajeno a las acciones de Chordeva; aunque solo ella podría haber notado ese detalle traicionero cuando descendió en aquel meneo enloquecedor, puesto que solamente la cercanía íntima podría haberlo puesto de relieve. Y, cuando ella se volvió, pudo encontrarse con la sonrisa de Flauros, entre la cual destelleaban atisbos de sus colmillos; los que pretendían crear las marcas impúdicas en la piel de su próxima amante, no bien tuviera la oportunidad. Ese gesto satisfecho en el rostro del varón recibió de nuevo la mirada de la cortesana, haciendo juego con el tono gutural e hipnótico del que echó mano nuevamente para responder a la invitación de la chica.

—No hará falta llegar hasta tal extremo, cuando habremos de labrar nuestro propio e infame paraíso en la privacidad de mis habitaciones.

El trato había sido cerrado. No fueron pocas las miradas de decepción o enojo que se clavaron en ambos, pues varios hombres y otras tantas mujeres (o sus émulos entre los seres infernales, quienes pueden a veces derruir las barreras entre los géneros como más convenga a sus fines) habían elegido a uno u otro miembro del dúo recién creado como objetivo de sus intenciones, fuesen meramente lujuriosas, maquiavélicas, o incluso vengativas. Mas el rotundo coqueteo entre Chordeva y Flauros había echado por tierra todas aquellas esperanzas, motivando al corro a disolverse, con varios de sus miembros comenzando la búsqueda por nuevas compañías... O víctimas. Todos sabían cómo - y en dónde - terminaría aquel encuentro, y era obvio que no había nada por hacer para evitarlo.

Consciente de eso, Flauros estuvo a punto de rodear con galantería, no desprovista de posesividad, la cintura de Chordeva; ya se hallaba estirando el brazo para unirla a su cuerpo, cuando un muy leve, casi imperceptible aroma llegó a sus fosas nasales, inusualmente agudas y entrenadas para ese efluvio en particular. Entre las notas cautivadoras del perfume de la cortesana, cuidadosamente disimulado por el gusto dulzón de la piel sudorosa e impregnada de atractivas secreciones, pudo distinguir un instrumento del que él mismo había echado mano antes, y del que se había salvado en el pasado merced a su desconfianza; un arma infalible en el arsenal de los asesinos.

[b]Veneno.[/b]

[code][1/2][/code]
[i]Reúne a los "juguetes" en la sala de recreo... Tendremos una segunda invitada esta noche, y quiero que esté bien atendida. Que se divierta sin cesar.[/i]

No fue necesario esperar confirmación, pues estaba seguro de que su decreto había sido recogido y, pronto, ejecutado. Reafirmado por tal certeza, ahora tenía delante suyo la parte más enojosa: convencer a Is de que se retirara de la contienda. Tal objetivo requeriría de mayor sutileza, que comenzó a manifestarse en la engañosa dulzura de su voz; adelantando el rostro, alcanzó con los labios el oído izquierdo de Is, susurrándole; aunque procurando que el mensaje también llegara a Chordeva, mientras que mantenía el contacto visual. Esperaba que, entre la expresión de su rostro y las palabras que diría, su intención fuera clara para ella: el siguiente paso no era más que una estratagema para liberarse de quien ahora era un estorbo para que ambos llegaran a desfogar sus ansias mutuamente, a cebarse en el cuerpo del otro y dar rienda suelta a un delirio que prometía demasiado.

—He mandado preparar un agasajo especial para ti, querida. ¿Recuerdas la sala de recreo? Sí, esa donde ya probaste las mieles de la sumisión antes... Sé buena chica y espérame ahí, que aún debo atender a los engorrosos pormenores de esta fiesta. Aunque, para nosotros, apenas comienza.

[b]Nosotros[/b]: con un énfasis tan claro que, a menos que Flauros no fuese tan ingenioso y falaz como presumía ser, habría servido para evidenciar lo que pasaba por su mente, con distintos sentidos para cada una de aquellas mujeres. Is podría entender que se refería a Flauros y ella, probablemente acompañados por Chordeva; y esta última, si sabía leer los ojos del duque e interpretar su amplia, lujuriosa sonrisa, podría comprender que ese colectivo solo incluía a dos personas, convirtiendo el trío en un dúo sin que la pobre ingenua entre ellos tuviera derecho a unirse.

Sintió a Is estremecerse, y comprendió que ella sí logró evocar el lugar al que él aludió: la "sala de recreo" estaba en un ala apartada del castillo, siendo un espacio dedicado por entero a los placeres de la carne. Una mesa amplia, bien provista de viandas y licores, dominaba un extremo de la estancia, atendida por doncellas y lacayos que el duque había elegido personalmente; quienes, ataviados con uniformes de lo más reveladores - diseñados para mostrar y resaltar los atractivos de aquellos cuerpos jóvenes, lúbricos, bien alimentados - se ocupaban de satisfacer cualquier capricho de los comensales. [b]Cualquiera[/b]. Más allá, separado del resto por un fino biombo, estaba una suerte de baño comunal, en donde los convidados podían sumergirse en agua templada a su gusto, perfumada y decorada con plantas de ornato, mientras que eran obsequiados de la misma forma, sin restricciones. Cuando Flauros ordenó que los "juguetes" se apersonaran ahí, se refería, por supuesto, al grupo selecto de aquellos que harían las veces de sirvientes en el banquete; a sabiendas de que su invitada sería incapaz de resistirse a tener las atenciones plenas de un séquito entero, bien adiestrado, dispuesto a arrancarle toda suerte de suspiros y exclamaciones de goce. Confiaba en no equivocarse al suponer que tal tentación sería demasiada para Is.

Aprovechó ese momento para desasirse con firmeza, aunque sin demostrar a todas voces su rechazo, de la presa sobre su entrepierna. Siguiendo las evoluciones de la danza, rodeó a la insaciable mujer y, como si fuese un acto casual, producto de la galantería que se esperaría del anfitrión, Flauros terminó por colocarse detrás de Chordeva, permitiendo que su cercanía despertara esa placentera descarga que ambos sintieron desde el primer roce. En aras de mitigar la suspicacia de Is, le dedicó una mirada intensa, cargada de (falso) significado; parecía que intentaba reafirmar su confianza, hacerle sentir que ella era el verdadero trofeo de la noche, y que Chordeva sería una simple diversión momentánea. Nada más alejado de la realidad.

Con lenta discreción, su mano izquierda apartó la melena blanca de su presa para dejar a su merced el oído y cuello femeninos; lo hizo con tal gracia, que parecía un movimiento más del baile, sencillo, elegante. Aprovechó el ademán para que las yemas de sus dedos rozaran esa piel tan anhelada, que ya moría por ver cubierta de marcas - [b]suyas[/b], por supuesto. Flauros era consciente del efecto que solía tener en las féminas, y cada una de sus jugadas iba revestida de esa seguridad, sustentada en la veteranía de su naturaleza cautivadora; de ahí que, cuando dedicó un nuevo susurro, esta vez al oído de Chordeva, su voz no flaqueara, sino todo lo contrario: el tono fue penetrante y cavernoso, invitante, tanto como su lenguaje corporal lo había sido hasta el momento.

—¿Qué opina, milady Chordeva? ¿Le gustaría que la velada se prolongase un poco más...?

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Todo, absolutamente todo del momento, le sobrecogió y deleitó sus sentidos; desde escuchar su nombre en los labios y voz de Chordeva (un sencillo, mas glorioso placer que sirvió como base a los siguientes) hasta sentir los primeros cerrándose alrededor de su dedo índice; los escalofríos no se hicieron esperar, deliciosos estremecimientos que avivaron hasta el más recóndito nervio de su ser en oleadas de placer anticipado, erizando su piel. Atrás habían quedado los últimos restos de duda, o de fingido interés por nadie que no fuera la diablesa de blanca melena; tras el descubrimiento de la química innegable entre ambos, despertada por el más sencillo de los roces, buscado por él, Flauros tuvo una verdad clara e irrefutable enfrente: [b]nada[/b] podría evitar que hiciera suya a esa mujer; y ya se las arreglaría para que su posesión durara más de una noche, sintiéndose completamente seguro de que no obtendría sino las más profundas satisfacciones de ella. La perfección de su silueta; el efluvio intoxicante de su perfume, mezcla de notas dulces y eróticas, las segundas sin duda nacidas de su propio aroma de mujer fatal; el atrevimiento de sus ademanes; y, por supuesto, quizá por encima de todo, el exquisito despliegue de astucia, encanto e inteligencia que ella había ejecutado para llevar el flirteo hasta el punto actual. El duque había encontrado algunas de esas cualidades, en mayor o menor grado, en las mujeres de su pasado; pero ninguna las había reunido todas, en tal cantidad, hasta ese momento. La contienda se tornó en cacería; y el orgullo, en necesidad. Ya no se trataba solamente de los placeres carnales, sino que había mucho más en juego.

Flauros no se atrevió a retirar la mirada del cruce que mantenía con la opuesta mientras era objeto de aquella provocación, obvia y sensual, culminada con la declaración - digno broche para cerrar el trato - que la voz femenina hizo, escogiendo tan cuidadosamente las palabras que el sentido detrás de ellas sería imposible de confundir. Tan clara fue, que la misma Is reaccionó a ella: pasando de la seguridad al desespero, evidenciado en el movimiento de sus formas contra los dos amantes que aún consideraba posibles. Sin embargo, el cuerpo del varón no se retrajo ni un centímetro ante el roce, ni su voluntad e intenciones flaquearon; llegado a ese punto, la azabache no era más que un obstáculo, una herramienta que ya había cumplido su objetivo: propiciar el acercamiento entre Chordeva y él; aunque, en respeto a los múltiples encuentros que había tenido con ella en el dormitorio (o fuera de él, ya entrando en detalles), y en una posible muestra de cautela, no se limitaría a arrojarla lejos con descaro, sino que intentaría suavizar el rechazo. ¿Quién sabe? Probablemente la necesitaría en un futuro, y Flauros no había conseguido llegar hasta su posición si fuese proclive a hacerse enemigos aquí y allá. La diplomacia era su insignia, a la par de la artería.

—Chordeva, eh. Gracias por la felicitación...

La inflexión que dio a las últimas palabras imprimió un obvio significado a ellas: más allá de agradecer la frase de rutina, aludió a los mimos que había recibido de la boca ajena en su índice, en una clara aceptación de las intenciones detrás de ese gesto. Incluso, sin detener el balanceo del trío, se dio el lujo de adelantar esa misma mano y, con el pulgar, retirar los restos de saliva que habían quedado en los labios de su próxima amante - tan seguro estaba de que lograría su objetivo -: pasando la yema del pulgar por los labios, dibujándolos con lentitud, logró limpiar la humedad, en una caricia lenta y sugerente. Imposible que ese ademán no fuera visto por todos los que seguían con interés las circunstancias; empezando por Is, quien, en un último y desesperado intento por mantenerse en el juego, hizo un mohín de disgusto antes de echar la mano derecha atrás y deslizarla, a la fuerza, entre el casi nulo espacio que quedaba entre la parte posterior de su cuerpo y el vientre del duque. Así, con dedos seguros, desprovistos de pudor, comenzó a explorar la zona por encima de la tela, en un intento de despertar la voracidad del hombre que la había poseído tantas lunas atrás; reconociendo con el tacto ese intruso que ya había resguardado entre sus muslos, intentó recordarle a Flauros las ventajas y goces de yacer con ella. Al último le fue imposible pasar por alto tal descaro. Decidido a resolver ese detalle de una vez por todas, hubo de apelar al rasgo más característico de la Dahut: su ninfomanía. Era hora de dar una nueva orden.

[i]Raum.[/i]

Localizar a su aliado y establecer el lazo telepático de nuevo no le requirió ningún esfuerzo; de modo que no pareció distraerse ni por un instante mientras dictaminaba sus más recientes mandatos, continuando el silencio efímero antes de seguir el desafío.

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Su mirada se afiló; pero no con burla o menosprecio, sino en una clara declaración de intenciones, permaneciendo fija en los rubíes de Chordeva mientras su aliento acariciaba el lóbulo de Is, quien, ajena o no a la "batalla" que se desarrollaba a ambos lados suyos, suspiró de gusto, aferrándose más al cuerpo de la albina. Claramente, estaba disfrutando con ser el centro de atención; incluso podría ser que estuviera recordando las artes amatorias de ambos, intentando decidir quién de los dos podría ser quien la poseyera esa noche. Poco sabía que, muy probablemente, terminaría siendo excluida, pues ahora tanto Flauros como Chordeva tenían claro qué esperaban el uno del otro. El tono del varón adquirió un matiz de falsa tersura, sin perder un ápice de masculinidad o de las notas graves de su voz; hasta en la manera de hablar, exudaba la seguridad del seductor nato que era.

—¿O será que tu amiga es, justamente, esa dama de la que he oído hablar? Vamos, mi querida Is; no pretendas quedarte con las mejores para ti sola... Deberías presentarnos, hm.

Entonces, volviendo a subir las manos, ahora las colocó sin dudar sobre las de Chordeva, frotándolas con una lentitud que recordaría - si ella sentía lo mismo que él - a las primeras caricias tentativas en el escarceo íntimo, aquellas destinadas a hacer manar el almíbar del misterio femenino; sus yemas hicieron la presión necesaria, se permitieron sentir la suavidad de la piel ajena como si exploraran un terreno virgen, desconocido, con ansias bien disfrazadas pero no imposibles de descubrir. Al mismo ritmo de la música, los roces se volvieron circulares, volviéndose una alusión todavía más evidente al acoso que con gusto perpetraría sobre el cuerpo de aquella fémina. Ahí estaba su jugada; era hora de ver cómo reaccionaría ella, y cuánto más debería esperar para que ambos tuvieran que aceptar la innegable atracción entre ellos.

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La muchedumbre se había apartado, creando un espacio a media pista y rodeando a las dos hembras que competían en voluptuosidad y habilidades, quienes seguían meneando sus cuerpos magníficos en una clara rivalidad erótica. Parecían querer dominarse la una a la otra, tocándose sin miramientos; Flauros no pudo evitar admirarlas - como hacía el resto de la gente, en completo silencio - y, por un momento, jugar con la idea de tener a ambas en su dormitorio: una sinfonía de cuerpos desnudos, jadeos y sudor, donde seguramente los tres quedarían harto satisfechos, ahítos tras intentar múltiples combinaciones de sus respectivas perversiones; ¿cómo evitar semejante fantasía, si aún cuando las ropas estorbaban las danzantes parecían estarse poseyendo mutuamente a plena vista? Aquella clase de exhibiciones no eran infrecuentes en esas tierras de pecado; mas las protagonistas demostraban tal ardor y gracia en su baile, para conquistarse la una a la otra, que nadie deseaba perderse detalle alguno del momento, impregnando el ambiente con múltiples emociones mezcladas: deseo, envidia, codicia, ansiedad. Flauros debía admitir que las sentía todas a la vez.

La chica que aspiraba a distraerlo de su meta bufó con evidente disgusto y desprecio, murmurando aparentemente para sí misma, aunque en suficiente volumen para que Flauros pudiera escucharle (y, de paso, evidenciando su completa ignorancia respecto a lo que sucedía realmente en aquel lugar):

—¡Qué mal gusto tiene esa zorra! Is Dahut debe haber pasado por [b]todos[/b] los hombres de este lugar. Supongo que a Chordeva le agradará beber simiente en cáliz ajeno.

De aquella pulla, Flauros solo dio crédito a una sencilla palabra, que repitió para sí mismo con cierta fascinación: al fin, el objeto de sus pretensiones tenía nombre, uno inusual - pero no por ello menos atractivo. Como su dueña.

—Chordeva, huh...

La aludida eligió ese preciso momento para lanzar su desafío; mismo que llegó en forma de una sonrisa pícara, que no pasó desapercibida en absoluto por Flauros, quien la devolvió con creces; sabía que las cartas habían sido puestas sobre la mesa, y solo tenía dos opciones: aceptar el reto tácito, o resignarse a tomar lo que tan fácilmente podía conseguir. Y, tras decir el nombre femenino entre dientes, casi paladeando las sílabas, dejó su copa en manos de la mucama; quien, visiblemente decepcionada y molesta, hubo de resignarse a que sus avances fueran completamente rechazados. Cosa que, por supuesto, le tenía sin cuidado al Duque de Malebolge.

Era hora de hacer su movimiento. Flauros se abrió paso nuevamente entre los asistentes, quienes se apartaron con la misma facilidad de unos minutos atrás; el varón se dirigió con paso decidido al centro de la pista, sin permitir que se le escapara el más mínimo pormenor de la diversión enfrente suyo, dejando atrás los ardides para actuar sin recato. Le bastaron unos segundos para alcanzar a ambas mujeres; la tensión se sentía en el aire, las expectativas crecían a su alrededor. Todos esperaban a ver en qué terminaba ese duelo implícito; aunque pocos habrían notado quiénes eran los verdaderos contendientes, con la idea general siendo que el gobernante pretendía pasar la noche con las dos. Nada más alejado de la realidad: él ya había elegido, y se jugaría el todo por el todo en vistas a conseguir lo que quería - [i]a quien quería[/i].

Ni siquiera pidió permiso para unirse. Poniendo aún más en evidencia la verdadera naturaleza del encuentro (y quiénes eran los verdaderos "rivales" en él), Flauros se colocó a espaldas de Is Dahut, poniendo en práctica la experiencia de su figura para añadirse a la danza; sus manos se posaron sobre la cintura de la demonio azabache, bajando en un recorrido que se detuvo en las caderas; sin embargo, durante él, rozó intencionalmente las manos de Chordeva, y el contacto le hizo sentir un delicioso escalofrío que erizó su piel. Sin embargo, nada logró que rompiera el cruce de miradas, dejando sus intenciones a las claras: Is podría ser el aparente premio de la contienda, pero Flauros estaba ahí para demostrar cuán a la altura estaba, respondiendo con el movimiento de su centro, con las discretas pero insistentes embestidas que su pelvis acusaba, sin llegar a cruzar el límite difuso entre lo vulgar y lo erótico. Adelantando el rostro por encima del hombro de Is, susurró a su oído, aunque con el volumen suficiente para que Chordeva también pudiera escuchar.

—Querida, es un placer verte. Pensé que estarías ocupada; he escuchado rumores de una amante tuya que ha logrado refrenar tus ansias, así sea momentáneamente. No me dirás que te has olvidado de mis... Cualidades, ¿o sí? Quizás deba recordarte las razones por las que disfrutábamos tanto en esas largas noches.

[code][2/3][/code]
La cacería había comenzado.

Raum - sus ojos y oídos en aquella elegante bacanal -, aún discretamente fundido con la multitud, le hacía saber sobre los movimientos de aquella mujer seductora e intrigante, cuya melena nívea refulgía entre los danzantes; Flauros solo hubo de cerrar los ojos un momento y permitir que el enlace mental hablara por sí mismo, para contemplar las atrevidas evoluciones que su presa describía con una y otra pareja tras abandonar al pobre incauto que por unos minutos la creyó suya, exhibiéndose en toda la gloria de su sexualidad latente. Ah, el balanceo de aquellas caderas, el ondear de sus curvas bajo la cadencia de la música; todo en ella hablaba de pasión y lujuria, de promesas no escritas para el fuego del lecho que, si todo salía bien, los esperaba. Su sonrisa se acentuó, siguiendo el andar de su objetivo a través de la pista; sabía de sobra que los ojos de la concurrencia estarían clavados en la debutante, y el deseo de los hombres (a la par del de algunas féminas) por ella casi podía respirarse en el aire; no cabía duda de que había elegido un soberbio ejemplar como objeto de sus ansias.

Aquella pantomima continuó, y Flauros hubo de admitir que ser espectador de ella le daba un cierto placer, sintiéndose una especie de[i] voyeur[/i] al acecho. Y podría haber continuado sin inmutarse durante largo rato, disfrutando de la escena; pero hubo algo que llamó su atención poderosamente y le sacó del trance, haciéndole saber que su estratagema había surtido efecto: entre la concurrencia, observando con el mismo interés que él ponía en la chica, captó la figura lasciva de Is Dahut, hacia quien la albina se encaminaba sin dudar; y en ese instante comprendió que el juego continuaba, sabiamente alimentado por su contraparte. Is parecía esperar con la paciencia de una depredadora consumada a ser abordada, a juzgar por su gesto a todas luces hambriento, y el fulgor de su mirada, la que Flauros había tenido sobre la suya en varias ocasiones anteriores; como, por ejemplo, al tenerla hincada y a su merced, complaciéndolo con la maestría de la amante consumada que era. El simple hecho de recordar escenas como ésa le hizo estremecerse de manera exquisita, si bien disimulada; y sus dedos recorrieron el contorno de la botella que había elegido para sus planes en una caricia discreta, aunque de inconfundible lascivia, en un gesto que solo podía corresponder a las memorias lúbricas que asaltaron su mente. Abrió los ojos, y dejó que una nueva, sencilla orden cruzara el gran salón, dirigida a su fiel lugarteniente; con la expectativa de ver sus anhelos coronados.

[i]"A partir de ahora, me ocuparé yo mismo de vigilar a nuestra invitada. Ordena a la servidumbre que prepare la alcoba principal, y asegúrate de estar listo para convertirte en el anfitrión de la fiesta apenas me vaya. No creo desocuparme durante el resto de la noche..."
[/i]
Su siervo, asintiendo en completo silencio, aceptó el mandato y volvió a mezclarse con los presentes; sin dejar rastro, se escabulló por uno de los múltiples pasillos del castillo, dirigiéndose a cumplir lo que su señor había dispuesto. Raum, quien en forma demoníaca era un hombre con cabeza de cuervo, nunca había dado un solo motivo a Flauros para que éste sospechara de la más mínima flaqueza en su lealtad; razón de más para que este último le confiase con tanta ligereza tareas de todo tipo, como las de aquella noche. Tras haber dispuesto las nuevas responsabilidades de su sirviente, el Duque se desentendió por completo del asunto, a sabiendas de que no sería decepcionado en absoluto. Ahora, podía enfocarse en el cortejo.

Ya no era necesario disimular. Como si hubiera desistido de su idea original, Flauros dejó una de las copas sobre la mesa ya atestada de ellas; sosteniendo la segunda, hizo ademán de servirse un poco de champagne, cuando una obsequiosa y nada inocente doncella de corta melena azabache, ataviada con el uniforme de la servidumbre, intentó captar su atención, deslizando su mano intencionalmente sobre la del señor infernal para arrebatarle la botella en un jugueteo tan obvio como coqueto. El varón apenas y le dedicó un vistazo repleto de desdén, acompañado con el mitigar de su sonrisa que perdió ese tono complacido despertado apenas segundos atrás; sin dedicar una nueva mirada a la atrevida - quien seguramente esperaba ganarse el favor de su señor de manera harto burda -, simplemente levantó la copa, dejando que ella le sirviese. No obstante, eligió esa oportunidad justo para girarse hacia el "escenario", con intenciones de observar por sí mismo las acciones de Is y la que esperaba fuese huésped de su cama; y lo que encontró terminó por devolverle la maliciosa alegría de hacía unos segundos atrás, incluso trayendo un brillo concupiscente a su mirar.

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