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The brutal soul with bloodied hands and a tortured mind, who feels too much or nothing at all.
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La muchedumbre se había apartado, creando un espacio a media pista y rodeando a las dos hembras que competían en voluptuosidad y habilidades, quienes seguían meneando sus cuerpos magníficos en una clara rivalidad erótica. Parecían querer dominarse la una a la otra, tocándose sin miramientos; Flauros no pudo evitar admirarlas - como hacía el resto de la gente, en completo silencio - y, por un momento, jugar con la idea de tener a ambas en su dormitorio: una sinfonía de cuerpos desnudos, jadeos y sudor, donde seguramente los tres quedarían harto satisfechos, ahítos tras intentar múltiples combinaciones de sus respectivas perversiones; ¿cómo evitar semejante fantasía, si aún cuando las ropas estorbaban las danzantes parecían estarse poseyendo mutuamente a plena vista? Aquella clase de exhibiciones no eran infrecuentes en esas tierras de pecado; mas las protagonistas demostraban tal ardor y gracia en su baile, para conquistarse la una a la otra, que nadie deseaba perderse detalle alguno del momento, impregnando el ambiente con múltiples emociones mezcladas: deseo, envidia, codicia, ansiedad. Flauros debía admitir que las sentía todas a la vez.

La chica que aspiraba a distraerlo de su meta bufó con evidente disgusto y desprecio, murmurando aparentemente para sí misma, aunque en suficiente volumen para que Flauros pudiera escucharle (y, de paso, evidenciando su completa ignorancia respecto a lo que sucedía realmente en aquel lugar):

—¡Qué mal gusto tiene esa zorra! Is Dahut debe haber pasado por todos los hombres de este lugar. Supongo que a Chordeva le agradará beber simiente en cáliz ajeno.

De aquella pulla, Flauros solo dio crédito a una sencilla palabra, que repitió para sí mismo con cierta fascinación: al fin, el objeto de sus pretensiones tenía nombre, uno inusual - pero no por ello menos atractivo. Como su dueña.

—Chordeva, huh...

La aludida eligió ese preciso momento para lanzar su desafío; mismo que llegó en forma de una sonrisa pícara, que no pasó desapercibida en absoluto por Flauros, quien la devolvió con creces; sabía que las cartas habían sido puestas sobre la mesa, y solo tenía dos opciones: aceptar el reto tácito, o resignarse a tomar lo que tan fácilmente podía conseguir. Y, tras decir el nombre femenino entre dientes, casi paladeando las sílabas, dejó su copa en manos de la mucama; quien, visiblemente decepcionada y molesta, hubo de resignarse a que sus avances fueran completamente rechazados. Cosa que, por supuesto, le tenía sin cuidado al Duque de Malebolge.

Era hora de hacer su movimiento. Flauros se abrió paso nuevamente entre los asistentes, quienes se apartaron con la misma facilidad de unos minutos atrás; el varón se dirigió con paso decidido al centro de la pista, sin permitir que se le escapara el más mínimo pormenor de la diversión enfrente suyo, dejando atrás los ardides para actuar sin recato. Le bastaron unos segundos para alcanzar a ambas mujeres; la tensión se sentía en el aire, las expectativas crecían a su alrededor. Todos esperaban a ver en qué terminaba ese duelo implícito; aunque pocos habrían notado quiénes eran los verdaderos contendientes, con la idea general siendo que el gobernante pretendía pasar la noche con las dos. Nada más alejado de la realidad: él ya había elegido, y se jugaría el todo por el todo en vistas a conseguir lo que quería - a quien quería.

Ni siquiera pidió permiso para unirse. Poniendo aún más en evidencia la verdadera naturaleza del encuentro (y quiénes eran los verdaderos "rivales" en él), Flauros se colocó a espaldas de Is Dahut, poniendo en práctica la experiencia de su figura para añadirse a la danza; sus manos se posaron sobre la cintura de la demonio azabache, bajando en un recorrido que se detuvo en las caderas; sin embargo, durante él, rozó intencionalmente las manos de Chordeva, y el contacto le hizo sentir un delicioso escalofrío que erizó su piel. Sin embargo, nada logró que rompiera el cruce de miradas, dejando sus intenciones a las claras: Is podría ser el aparente premio de la contienda, pero Flauros estaba ahí para demostrar cuán a la altura estaba, respondiendo con el movimiento de su centro, con las discretas pero insistentes embestidas que su pelvis acusaba, sin llegar a cruzar el límite difuso entre lo vulgar y lo erótico. Adelantando el rostro por encima del hombro de Is, susurró a su oído, aunque con el volumen suficiente para que Chordeva también pudiera escuchar.

—Querida, es un placer verte. Pensé que estarías ocupada; he escuchado rumores de una amante tuya que ha logrado refrenar tus ansias, así sea momentáneamente. No me dirás que te has olvidado de mis... Cualidades, ¿o sí? Quizás deba recordarte las razones por las que disfrutábamos tanto en esas largas noches.

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