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The brutal soul with bloodied hands and a tortured mind, who feels too much or nothing at all.
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¿Podría haber sido de otra manera? ¡Por supuesto que no!

Él siempre obtenía lo que deseaba.

Bastó ver el brillo, malévolo y lujurioso, de sus ojos entornados para comprender el grado de orgullo por su estratagema, pero sobre todo de fascinación por la diablesa albina, que sentía en ese instante. Si bien no había dudado ni por un momento de que lograría vencer en su empresa, el observar a Is alejándose sin rechistar le produjo alivio, y un placer íntimo, derivado de saber que había ganado sin que ella se disgustara; por el contrario, la sonrisa amplia en el rostro de la insaciable mujer, y cierta, indiscreta señal por partida doble en el torso del revelador - y a todas luces, tenue - atuendo que vestía, decían que ella se hallaba más que complacida, incluso expectante, frente al rumbo que la noche había tomado. "¡Pobre ingenua," se permitió pensar Flauros para sus adentros, siendo lo último que dedicaría esa noche a la ninfómana junto a una mirada de reojo para asegurarse de que ella se retiraba como le había instruido, "creyendo que hoy disfrutará de algo más que simples juguetes adiestrados para complacer!". En otras circunstancias se habría jactado por todo lo alto de su logro frente a Chordeva, a sabiendas de que era una victoria mutua; pero, al escuchar las últimas palabras de aquella hechizante seductora, comprendió que aquel asunto era completamente anodino, comparándolo con los augurios de fuego y lascivia desmedidos para el resto de la velada; segundo cometido que él enfrentaría con gusto, deseoso de dar inicio a la verdadera celebración por su ascenso al poder, que tendría lugar en su alcoba.

Sería mentira el decir que el ruido atronador de los aplausos lo sacó de ese ligero regodeo en que cayó al cavilar sobre lo acontecido. No, fue el actuar de Chordeva lo que terminó por devolverlo a la (deliciosa) realidad, cuando ella habló en primera instancia, prometiendo sumisión ante él, y después tomándolo por sorpresa al friccionar sus apetitosas curvas contra el Duque, en un movimiento que resultó ser el final perfecto para el duelo que la pieza musical representó. Alguien menos astuto que él probablemente se habría posesionando de la demonesa tras esa última, clara invitación; no así Flauros, quien resistió con una actitud que podría calificarse de estoica, si se obviaba que su cuerpo no era ajeno a las acciones de Chordeva; aunque solo ella podría haber notado ese detalle traicionero cuando descendió en aquel meneo enloquecedor, puesto que solamente la cercanía íntima podría haberlo puesto de relieve. Y, cuando ella se volvió, pudo encontrarse con la sonrisa de Flauros, entre la cual destelleaban atisbos de sus colmillos; los que pretendían crear las marcas impúdicas en la piel de su próxima amante, no bien tuviera la oportunidad. Ese gesto satisfecho en el rostro del varón recibió de nuevo la mirada de la cortesana, haciendo juego con el tono gutural e hipnótico del que echó mano nuevamente para responder a la invitación de la chica.

—No hará falta llegar hasta tal extremo, cuando habremos de labrar nuestro propio e infame paraíso en la privacidad de mis habitaciones.

El trato había sido cerrado. No fueron pocas las miradas de decepción o enojo que se clavaron en ambos, pues varios hombres y otras tantas mujeres (o sus émulos entre los seres infernales, quienes pueden a veces derruir las barreras entre los géneros como más convenga a sus fines) habían elegido a uno u otro miembro del dúo recién creado como objetivo de sus intenciones, fuesen meramente lujuriosas, maquiavélicas, o incluso vengativas. Mas el rotundo coqueteo entre Chordeva y Flauros había echado por tierra todas aquellas esperanzas, motivando al corro a disolverse, con varios de sus miembros comenzando la búsqueda por nuevas compañías... O víctimas. Todos sabían cómo - y en dónde - terminaría aquel encuentro, y era obvio que no había nada por hacer para evitarlo.

Consciente de eso, Flauros estuvo a punto de rodear con galantería, no desprovista de posesividad, la cintura de Chordeva; ya se hallaba estirando el brazo para unirla a su cuerpo, cuando un muy leve, casi imperceptible aroma llegó a sus fosas nasales, inusualmente agudas y entrenadas para ese efluvio en particular. Entre las notas cautivadoras del perfume de la cortesana, cuidadosamente disimulado por el gusto dulzón de la piel sudorosa e impregnada de atractivas secreciones, pudo distinguir un instrumento del que él mismo había echado mano antes, y del que se había salvado en el pasado merced a su desconfianza; un arma infalible en el arsenal de los asesinos.

Veneno.

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