The brutal soul with bloodied hands and a tortured mind, who feels too much or nothing at all.
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Fros1565366 · M
Reúne a los "juguetes" en la sala de recreo... Tendremos una segunda invitada esta noche, y quiero que esté bien atendida. Que se divierta sin cesar.
No fue necesario esperar confirmación, pues estaba seguro de que su decreto había sido recogido y, pronto, ejecutado. Reafirmado por tal certeza, ahora tenía delante suyo la parte más enojosa: convencer a Is de que se retirara de la contienda. Tal objetivo requeriría de mayor sutileza, que comenzó a manifestarse en la engañosa dulzura de su voz; adelantando el rostro, alcanzó con los labios el oído izquierdo de Is, susurrándole; aunque procurando que el mensaje también llegara a Chordeva, mientras que mantenía el contacto visual. Esperaba que, entre la expresión de su rostro y las palabras que diría, su intención fuera clara para ella: el siguiente paso no era más que una estratagema para liberarse de quien ahora era un estorbo para que ambos llegaran a desfogar sus ansias mutuamente, a cebarse en el cuerpo del otro y dar rienda suelta a un delirio que prometía demasiado.
—He mandado preparar un agasajo especial para ti, querida. ¿Recuerdas la sala de recreo? Sí, esa donde ya probaste las mieles de la sumisión antes... Sé buena chica y espérame ahí, que aún debo atender a los engorrosos pormenores de esta fiesta. Aunque, para nosotros, apenas comienza.
Nosotros: con un énfasis tan claro que, a menos que Flauros no fuese tan ingenioso y falaz como presumía ser, habría servido para evidenciar lo que pasaba por su mente, con distintos sentidos para cada una de aquellas mujeres. Is podría entender que se refería a Flauros y ella, probablemente acompañados por Chordeva; y esta última, si sabía leer los ojos del duque e interpretar su amplia, lujuriosa sonrisa, podría comprender que ese colectivo solo incluía a dos personas, convirtiendo el trío en un dúo sin que la pobre ingenua entre ellos tuviera derecho a unirse.
Sintió a Is estremecerse, y comprendió que ella sí logró evocar el lugar al que él aludió: la "sala de recreo" estaba en un ala apartada del castillo, siendo un espacio dedicado por entero a los placeres de la carne. Una mesa amplia, bien provista de viandas y licores, dominaba un extremo de la estancia, atendida por doncellas y lacayos que el duque había elegido personalmente; quienes, ataviados con uniformes de lo más reveladores - diseñados para mostrar y resaltar los atractivos de aquellos cuerpos jóvenes, lúbricos, bien alimentados - se ocupaban de satisfacer cualquier capricho de los comensales. Cualquiera. Más allá, separado del resto por un fino biombo, estaba una suerte de baño comunal, en donde los convidados podían sumergirse en agua templada a su gusto, perfumada y decorada con plantas de ornato, mientras que eran obsequiados de la misma forma, sin restricciones. Cuando Flauros ordenó que los "juguetes" se apersonaran ahí, se refería, por supuesto, al grupo selecto de aquellos que harían las veces de sirvientes en el banquete; a sabiendas de que su invitada sería incapaz de resistirse a tener las atenciones plenas de un séquito entero, bien adiestrado, dispuesto a arrancarle toda suerte de suspiros y exclamaciones de goce. Confiaba en no equivocarse al suponer que tal tentación sería demasiada para Is.
Aprovechó ese momento para desasirse con firmeza, aunque sin demostrar a todas voces su rechazo, de la presa sobre su entrepierna. Siguiendo las evoluciones de la danza, rodeó a la insaciable mujer y, como si fuese un acto casual, producto de la galantería que se esperaría del anfitrión, Flauros terminó por colocarse detrás de Chordeva, permitiendo que su cercanía despertara esa placentera descarga que ambos sintieron desde el primer roce. En aras de mitigar la suspicacia de Is, le dedicó una mirada intensa, cargada de (falso) significado; parecía que intentaba reafirmar su confianza, hacerle sentir que ella era el verdadero trofeo de la noche, y que Chordeva sería una simple diversión momentánea. Nada más alejado de la realidad.
Con lenta discreción, su mano izquierda apartó la melena blanca de su presa para dejar a su merced el oído y cuello femeninos; lo hizo con tal gracia, que parecía un movimiento más del baile, sencillo, elegante. Aprovechó el ademán para que las yemas de sus dedos rozaran esa piel tan anhelada, que ya moría por ver cubierta de marcas - suyas, por supuesto. Flauros era consciente del efecto que solía tener en las féminas, y cada una de sus jugadas iba revestida de esa seguridad, sustentada en la veteranía de su naturaleza cautivadora; de ahí que, cuando dedicó un nuevo susurro, esta vez al oído de Chordeva, su voz no flaqueara, sino todo lo contrario: el tono fue penetrante y cavernoso, invitante, tanto como su lenguaje corporal lo había sido hasta el momento.
—¿Qué opina, milady Chordeva? ¿Le gustaría que la velada se prolongase un poco más...?
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No fue necesario esperar confirmación, pues estaba seguro de que su decreto había sido recogido y, pronto, ejecutado. Reafirmado por tal certeza, ahora tenía delante suyo la parte más enojosa: convencer a Is de que se retirara de la contienda. Tal objetivo requeriría de mayor sutileza, que comenzó a manifestarse en la engañosa dulzura de su voz; adelantando el rostro, alcanzó con los labios el oído izquierdo de Is, susurrándole; aunque procurando que el mensaje también llegara a Chordeva, mientras que mantenía el contacto visual. Esperaba que, entre la expresión de su rostro y las palabras que diría, su intención fuera clara para ella: el siguiente paso no era más que una estratagema para liberarse de quien ahora era un estorbo para que ambos llegaran a desfogar sus ansias mutuamente, a cebarse en el cuerpo del otro y dar rienda suelta a un delirio que prometía demasiado.
—He mandado preparar un agasajo especial para ti, querida. ¿Recuerdas la sala de recreo? Sí, esa donde ya probaste las mieles de la sumisión antes... Sé buena chica y espérame ahí, que aún debo atender a los engorrosos pormenores de esta fiesta. Aunque, para nosotros, apenas comienza.
Nosotros: con un énfasis tan claro que, a menos que Flauros no fuese tan ingenioso y falaz como presumía ser, habría servido para evidenciar lo que pasaba por su mente, con distintos sentidos para cada una de aquellas mujeres. Is podría entender que se refería a Flauros y ella, probablemente acompañados por Chordeva; y esta última, si sabía leer los ojos del duque e interpretar su amplia, lujuriosa sonrisa, podría comprender que ese colectivo solo incluía a dos personas, convirtiendo el trío en un dúo sin que la pobre ingenua entre ellos tuviera derecho a unirse.
Sintió a Is estremecerse, y comprendió que ella sí logró evocar el lugar al que él aludió: la "sala de recreo" estaba en un ala apartada del castillo, siendo un espacio dedicado por entero a los placeres de la carne. Una mesa amplia, bien provista de viandas y licores, dominaba un extremo de la estancia, atendida por doncellas y lacayos que el duque había elegido personalmente; quienes, ataviados con uniformes de lo más reveladores - diseñados para mostrar y resaltar los atractivos de aquellos cuerpos jóvenes, lúbricos, bien alimentados - se ocupaban de satisfacer cualquier capricho de los comensales. Cualquiera. Más allá, separado del resto por un fino biombo, estaba una suerte de baño comunal, en donde los convidados podían sumergirse en agua templada a su gusto, perfumada y decorada con plantas de ornato, mientras que eran obsequiados de la misma forma, sin restricciones. Cuando Flauros ordenó que los "juguetes" se apersonaran ahí, se refería, por supuesto, al grupo selecto de aquellos que harían las veces de sirvientes en el banquete; a sabiendas de que su invitada sería incapaz de resistirse a tener las atenciones plenas de un séquito entero, bien adiestrado, dispuesto a arrancarle toda suerte de suspiros y exclamaciones de goce. Confiaba en no equivocarse al suponer que tal tentación sería demasiada para Is.
Aprovechó ese momento para desasirse con firmeza, aunque sin demostrar a todas voces su rechazo, de la presa sobre su entrepierna. Siguiendo las evoluciones de la danza, rodeó a la insaciable mujer y, como si fuese un acto casual, producto de la galantería que se esperaría del anfitrión, Flauros terminó por colocarse detrás de Chordeva, permitiendo que su cercanía despertara esa placentera descarga que ambos sintieron desde el primer roce. En aras de mitigar la suspicacia de Is, le dedicó una mirada intensa, cargada de (falso) significado; parecía que intentaba reafirmar su confianza, hacerle sentir que ella era el verdadero trofeo de la noche, y que Chordeva sería una simple diversión momentánea. Nada más alejado de la realidad.
Con lenta discreción, su mano izquierda apartó la melena blanca de su presa para dejar a su merced el oído y cuello femeninos; lo hizo con tal gracia, que parecía un movimiento más del baile, sencillo, elegante. Aprovechó el ademán para que las yemas de sus dedos rozaran esa piel tan anhelada, que ya moría por ver cubierta de marcas - suyas, por supuesto. Flauros era consciente del efecto que solía tener en las féminas, y cada una de sus jugadas iba revestida de esa seguridad, sustentada en la veteranía de su naturaleza cautivadora; de ahí que, cuando dedicó un nuevo susurro, esta vez al oído de Chordeva, su voz no flaqueara, sino todo lo contrario: el tono fue penetrante y cavernoso, invitante, tanto como su lenguaje corporal lo había sido hasta el momento.
—¿Qué opina, milady Chordeva? ¿Le gustaría que la velada se prolongase un poco más...?
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