The brutal soul with bloodied hands and a tortured mind, who feels too much or nothing at all.
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Fros1565366 · M
La cacería había comenzado.
Raum - sus ojos y oídos en aquella elegante bacanal -, aún discretamente fundido con la multitud, le hacía saber sobre los movimientos de aquella mujer seductora e intrigante, cuya melena nívea refulgía entre los danzantes; Flauros solo hubo de cerrar los ojos un momento y permitir que el enlace mental hablara por sí mismo, para contemplar las atrevidas evoluciones que su presa describía con una y otra pareja tras abandonar al pobre incauto que por unos minutos la creyó suya, exhibiéndose en toda la gloria de su sexualidad latente. Ah, el balanceo de aquellas caderas, el ondear de sus curvas bajo la cadencia de la música; todo en ella hablaba de pasión y lujuria, de promesas no escritas para el fuego del lecho que, si todo salía bien, los esperaba. Su sonrisa se acentuó, siguiendo el andar de su objetivo a través de la pista; sabía de sobra que los ojos de la concurrencia estarían clavados en la debutante, y el deseo de los hombres (a la par del de algunas féminas) por ella casi podía respirarse en el aire; no cabía duda de que había elegido un soberbio ejemplar como objeto de sus ansias.
Aquella pantomima continuó, y Flauros hubo de admitir que ser espectador de ella le daba un cierto placer, sintiéndose una especie de voyeur al acecho. Y podría haber continuado sin inmutarse durante largo rato, disfrutando de la escena; pero hubo algo que llamó su atención poderosamente y le sacó del trance, haciéndole saber que su estratagema había surtido efecto: entre la concurrencia, observando con el mismo interés que él ponía en la chica, captó la figura lasciva de Is Dahut, hacia quien la albina se encaminaba sin dudar; y en ese instante comprendió que el juego continuaba, sabiamente alimentado por su contraparte. Is parecía esperar con la paciencia de una depredadora consumada a ser abordada, a juzgar por su gesto a todas luces hambriento, y el fulgor de su mirada, la que Flauros había tenido sobre la suya en varias ocasiones anteriores; como, por ejemplo, al tenerla hincada y a su merced, complaciéndolo con la maestría de la amante consumada que era. El simple hecho de recordar escenas como ésa le hizo estremecerse de manera exquisita, si bien disimulada; y sus dedos recorrieron el contorno de la botella que había elegido para sus planes en una caricia discreta, aunque de inconfundible lascivia, en un gesto que solo podía corresponder a las memorias lúbricas que asaltaron su mente. Abrió los ojos, y dejó que una nueva, sencilla orden cruzara el gran salón, dirigida a su fiel lugarteniente; con la expectativa de ver sus anhelos coronados.
"A partir de ahora, me ocuparé yo mismo de vigilar a nuestra invitada. Ordena a la servidumbre que prepare la alcoba principal, y asegúrate de estar listo para convertirte en el anfitrión de la fiesta apenas me vaya. No creo desocuparme durante el resto de la noche..."
Su siervo, asintiendo en completo silencio, aceptó el mandato y volvió a mezclarse con los presentes; sin dejar rastro, se escabulló por uno de los múltiples pasillos del castillo, dirigiéndose a cumplir lo que su señor había dispuesto. Raum, quien en forma demoníaca era un hombre con cabeza de cuervo, nunca había dado un solo motivo a Flauros para que éste sospechara de la más mínima flaqueza en su lealtad; razón de más para que este último le confiase con tanta ligereza tareas de todo tipo, como las de aquella noche. Tras haber dispuesto las nuevas responsabilidades de su sirviente, el Duque se desentendió por completo del asunto, a sabiendas de que no sería decepcionado en absoluto. Ahora, podía enfocarse en el cortejo.
Ya no era necesario disimular. Como si hubiera desistido de su idea original, Flauros dejó una de las copas sobre la mesa ya atestada de ellas; sosteniendo la segunda, hizo ademán de servirse un poco de champagne, cuando una obsequiosa y nada inocente doncella de corta melena azabache, ataviada con el uniforme de la servidumbre, intentó captar su atención, deslizando su mano intencionalmente sobre la del señor infernal para arrebatarle la botella en un jugueteo tan obvio como coqueto. El varón apenas y le dedicó un vistazo repleto de desdén, acompañado con el mitigar de su sonrisa que perdió ese tono complacido despertado apenas segundos atrás; sin dedicar una nueva mirada a la atrevida - quien seguramente esperaba ganarse el favor de su señor de manera harto burda -, simplemente levantó la copa, dejando que ella le sirviese. No obstante, eligió esa oportunidad justo para girarse hacia el "escenario", con intenciones de observar por sí mismo las acciones de Is y la que esperaba fuese huésped de su cama; y lo que encontró terminó por devolverle la maliciosa alegría de hacía unos segundos atrás, incluso trayendo un brillo concupiscente a su mirar.
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Raum - sus ojos y oídos en aquella elegante bacanal -, aún discretamente fundido con la multitud, le hacía saber sobre los movimientos de aquella mujer seductora e intrigante, cuya melena nívea refulgía entre los danzantes; Flauros solo hubo de cerrar los ojos un momento y permitir que el enlace mental hablara por sí mismo, para contemplar las atrevidas evoluciones que su presa describía con una y otra pareja tras abandonar al pobre incauto que por unos minutos la creyó suya, exhibiéndose en toda la gloria de su sexualidad latente. Ah, el balanceo de aquellas caderas, el ondear de sus curvas bajo la cadencia de la música; todo en ella hablaba de pasión y lujuria, de promesas no escritas para el fuego del lecho que, si todo salía bien, los esperaba. Su sonrisa se acentuó, siguiendo el andar de su objetivo a través de la pista; sabía de sobra que los ojos de la concurrencia estarían clavados en la debutante, y el deseo de los hombres (a la par del de algunas féminas) por ella casi podía respirarse en el aire; no cabía duda de que había elegido un soberbio ejemplar como objeto de sus ansias.
Aquella pantomima continuó, y Flauros hubo de admitir que ser espectador de ella le daba un cierto placer, sintiéndose una especie de voyeur al acecho. Y podría haber continuado sin inmutarse durante largo rato, disfrutando de la escena; pero hubo algo que llamó su atención poderosamente y le sacó del trance, haciéndole saber que su estratagema había surtido efecto: entre la concurrencia, observando con el mismo interés que él ponía en la chica, captó la figura lasciva de Is Dahut, hacia quien la albina se encaminaba sin dudar; y en ese instante comprendió que el juego continuaba, sabiamente alimentado por su contraparte. Is parecía esperar con la paciencia de una depredadora consumada a ser abordada, a juzgar por su gesto a todas luces hambriento, y el fulgor de su mirada, la que Flauros había tenido sobre la suya en varias ocasiones anteriores; como, por ejemplo, al tenerla hincada y a su merced, complaciéndolo con la maestría de la amante consumada que era. El simple hecho de recordar escenas como ésa le hizo estremecerse de manera exquisita, si bien disimulada; y sus dedos recorrieron el contorno de la botella que había elegido para sus planes en una caricia discreta, aunque de inconfundible lascivia, en un gesto que solo podía corresponder a las memorias lúbricas que asaltaron su mente. Abrió los ojos, y dejó que una nueva, sencilla orden cruzara el gran salón, dirigida a su fiel lugarteniente; con la expectativa de ver sus anhelos coronados.
"A partir de ahora, me ocuparé yo mismo de vigilar a nuestra invitada. Ordena a la servidumbre que prepare la alcoba principal, y asegúrate de estar listo para convertirte en el anfitrión de la fiesta apenas me vaya. No creo desocuparme durante el resto de la noche..."
Su siervo, asintiendo en completo silencio, aceptó el mandato y volvió a mezclarse con los presentes; sin dejar rastro, se escabulló por uno de los múltiples pasillos del castillo, dirigiéndose a cumplir lo que su señor había dispuesto. Raum, quien en forma demoníaca era un hombre con cabeza de cuervo, nunca había dado un solo motivo a Flauros para que éste sospechara de la más mínima flaqueza en su lealtad; razón de más para que este último le confiase con tanta ligereza tareas de todo tipo, como las de aquella noche. Tras haber dispuesto las nuevas responsabilidades de su sirviente, el Duque se desentendió por completo del asunto, a sabiendas de que no sería decepcionado en absoluto. Ahora, podía enfocarse en el cortejo.
Ya no era necesario disimular. Como si hubiera desistido de su idea original, Flauros dejó una de las copas sobre la mesa ya atestada de ellas; sosteniendo la segunda, hizo ademán de servirse un poco de champagne, cuando una obsequiosa y nada inocente doncella de corta melena azabache, ataviada con el uniforme de la servidumbre, intentó captar su atención, deslizando su mano intencionalmente sobre la del señor infernal para arrebatarle la botella en un jugueteo tan obvio como coqueto. El varón apenas y le dedicó un vistazo repleto de desdén, acompañado con el mitigar de su sonrisa que perdió ese tono complacido despertado apenas segundos atrás; sin dedicar una nueva mirada a la atrevida - quien seguramente esperaba ganarse el favor de su señor de manera harto burda -, simplemente levantó la copa, dejando que ella le sirviese. No obstante, eligió esa oportunidad justo para girarse hacia el "escenario", con intenciones de observar por sí mismo las acciones de Is y la que esperaba fuese huésped de su cama; y lo que encontró terminó por devolverle la maliciosa alegría de hacía unos segundos atrás, incluso trayendo un brillo concupiscente a su mirar.
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