The brutal soul with bloodied hands and a tortured mind, who feels too much or nothing at all.
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Fros1565366 · M
Su mirada se afiló; pero no con burla o menosprecio, sino en una clara declaración de intenciones, permaneciendo fija en los rubíes de Chordeva mientras su aliento acariciaba el lóbulo de Is, quien, ajena o no a la "batalla" que se desarrollaba a ambos lados suyos, suspiró de gusto, aferrándose más al cuerpo de la albina. Claramente, estaba disfrutando con ser el centro de atención; incluso podría ser que estuviera recordando las artes amatorias de ambos, intentando decidir quién de los dos podría ser quien la poseyera esa noche. Poco sabía que, muy probablemente, terminaría siendo excluida, pues ahora tanto Flauros como Chordeva tenían claro qué esperaban el uno del otro. El tono del varón adquirió un matiz de falsa tersura, sin perder un ápice de masculinidad o de las notas graves de su voz; hasta en la manera de hablar, exudaba la seguridad del seductor nato que era.
—¿O será que tu amiga es, justamente, esa dama de la que he oído hablar? Vamos, mi querida Is; no pretendas quedarte con las mejores para ti sola... Deberías presentarnos, hm.
Entonces, volviendo a subir las manos, ahora las colocó sin dudar sobre las de Chordeva, frotándolas con una lentitud que recordaría - si ella sentía lo mismo que él - a las primeras caricias tentativas en el escarceo íntimo, aquellas destinadas a hacer manar el almíbar del misterio femenino; sus yemas hicieron la presión necesaria, se permitieron sentir la suavidad de la piel ajena como si exploraran un terreno virgen, desconocido, con ansias bien disfrazadas pero no imposibles de descubrir. Al mismo ritmo de la música, los roces se volvieron circulares, volviéndose una alusión todavía más evidente al acoso que con gusto perpetraría sobre el cuerpo de aquella fémina. Ahí estaba su jugada; era hora de ver cómo reaccionaría ella, y cuánto más debería esperar para que ambos tuvieran que aceptar la innegable atracción entre ellos.
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—¿O será que tu amiga es, justamente, esa dama de la que he oído hablar? Vamos, mi querida Is; no pretendas quedarte con las mejores para ti sola... Deberías presentarnos, hm.
Entonces, volviendo a subir las manos, ahora las colocó sin dudar sobre las de Chordeva, frotándolas con una lentitud que recordaría - si ella sentía lo mismo que él - a las primeras caricias tentativas en el escarceo íntimo, aquellas destinadas a hacer manar el almíbar del misterio femenino; sus yemas hicieron la presión necesaria, se permitieron sentir la suavidad de la piel ajena como si exploraran un terreno virgen, desconocido, con ansias bien disfrazadas pero no imposibles de descubrir. Al mismo ritmo de la música, los roces se volvieron circulares, volviéndose una alusión todavía más evidente al acoso que con gusto perpetraría sobre el cuerpo de aquella fémina. Ahí estaba su jugada; era hora de ver cómo reaccionaría ella, y cuánto más debería esperar para que ambos tuvieran que aceptar la innegable atracción entre ellos.
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