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31-35, M
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¡Oye, espera un momento! —a medio camino su mano había quedado suspendida en el aire, tratando de detenerlo. Era ella quien normalmente actuaría por impulso, pero bajo aquella situación todo parecía acontecerle de un modo más lento, en un sentido que la estaba obligando a meditar dos veces una acción antes de ponerla en marcha. ¿La razón? Había comenzado a reprocharse internamente todo aquel destino... De haber reunido más información acerca de aquellas tierras antes de aventurarse en ellas. De no haber arrastrado a Gaudy hacia aquella búsqueda atropellada y avariciosa. De haber pensado con calma y no sobre la marcha... probablemente él seguiría siendo él y ella no se sentiría de aquel modo, tan confundida, tan paralizada.

No había tenido tiempo ni de pactar un ataque conjunto, ni siquiera de evaluar de qué se trataba todo aquel extraño -y por demás espeluznante- espectáculo. Gaudy había roto el lazo mágico que lo mantenía a su lado y se había arrojado sin reparos hacia la destrucción de aquellos entes.

Había sido demasiado sencillo, incluso siendo víctimas de la Espada de La Luz. Algo sobre aquel hecho le producida a Rina una inquietud casi nauseabunda y no era capaz de identificar la razón. Quizá fuera aquella energía verdusca y retorcida que el brazalete exhalaba en torno al espadachín, casi como si quisiera consumirlo en su esencia. Quizá fuera la misma actitud de él o el hecho de que aquellos demonios hechos trizas portaran rasgos demasiado humanos para ser una personificación azarosa.

Observó con cierto sigilo lo acontecido frente a sus ojos. Vio cómo el brazalete se iluminó en un momento para luego volver a su letargo inicial. ¿Qué había sido todo aquello?

Creí que actuaríamos juntos —no dejó pasar la oportunidad de reprochar. Aunque él no portara registro alguno de su existencia, actuar individualmente era un error—. Si tienes la sensación de huir como lo has dicho, sólo se debe a que alguien más lo está disponiendo de ese modo, ¿no lo crees? —claro que ella estaba echándole la culpa directamente al artilugio enroscado en su muñeca y a su creador—. Para alguien que quiere ser libre, es ilógico pensar que se deje manipular de esa forma. En otras palabras, quieres huir porque alguien te lo impone, ¿qué clase de libertad absurda es ésa? —lo apuntó con su ´índice, señalando su rostro, y fue allí cuando notó los remanentes de un color verde que parecía querer devorarse el azul natural de sus ojos.

Sintió un vuelco en el estómago al ser consciente de aquello, pero más aún, al verlo por primera vez en todo ese tiempo, directamente a los ojos, y tener la certeza de no reconocerlo.
Nunca antes había tenido tantos problemas en mantener el balance sobre unas escaleras y jamás pensó que fuera algo que realmente podría llegar a sucederle… hasta que se halló en medio de aquella peculiar y fastidiosa situación.

Ella jalaba; Gaudy jalaba de regreso. La cuerda mágica que los unía, a ratos conseguía tensarse tanto, que acababa siendo ella la única perjudicada. Con su tamaño y fuerza física no era rival para aquel juego de tira-y-afloja; comenzaba a quedarle bastante claro. Mantenerlo unido a ella por medio de aquel truco, sin embargo, había sido una idea beneficiosa, aunque sólo hasta cierto punto… ¡Apenas estaban avanzando! Él no tenía intenciones de colaborar y ella no iba a dejarlo huir; vaya problema.

Con un último tirón que consiguió balancear la situación medianamente a su favor, Rina se detuvo en cuanto alcanzaron el primer nivel de lo que, comenzaba a estar bastante segura ya (debido a la forma escalada de su estructura), debía ser una torre. Si estaban ascendiendo, al menos era buena señal, ¿no?

Fueron las palabras de Gaudy las que la hicieron frenar el regaño que estuvo a nada de soltarle, las que detuvieron su ritmo en seco. De espaldas a él, apenas unos pasos por delante, el brillante lazo del Laphas Seed se volvió intermitente. Cada vez que sus emociones se tambaleaban, su concentración flaqueaba un instante, haciendo endeble su atadura. Afortunadamente consiguió reforzarla a tiempo. Sólo debía mantenerlo así un poco más… de lo contrario, él podría escapar de su lado y quién sabe qué cosas terribles podrían suceder.

No estoy presionando para que recuerdes quién soy, y aun así, eres tú quien pregunta mi nombre... —podía comprender que en su advertencia había una sazón de amenaza implícita, pero aún así le era difícil de asimilar—. "Rina" —repuso entonces, tal como lo había hecho la primera vez cuando se conocieron algunos años atrás en un viejo sendero a la mitad del bosque, de camino a la ciudad de Atlas, cuando él la confundió con una niña y creyó haberla salvado de un grupo de malhechores sin tener siquiera idea de lo que estaba a punto de comenzar para ambos; sin siquiera sospechar que a partir de ese entonces se volverían inseparables...

Un nudo le estrujó la garganta, pero se mantuvo estoica; todo lo que pudo.

Sí. Era tal como aquel día… —, para que lo sepas, yo me llamo Rina Inverse —mismas palabras, mismos protagonistas; sin un sol reluciente como aquel día, ni atmósfera de complicidad alguna. Tan sólo una media sonrisa forzosa, que en nada se parecía a aquel instante ya vivido, ya perdido.

Aún así y con la sensación de todo el peso del mundo en sus hombros, no podía dejarse devastar una vez más. Inspiró valor y alzó los hombros, encogiéndose con ellos.

No tengo que agradarte para que colabores conmigo. Ambos queremos salir de aquí, ¿no es así? —ancló una mano a su cadera y volteó hacia él—. Creo que comprendes que te conviene tanto como a mí, así que... —estaba tratando de apelar a su razón. Si de nada serviría el peso sentimental, debía irse por la lógica... Era su mejor salida para alcanzar su objetivo, al parecer, ya no común.

[...]

Un ruido proveniente del interior de la niebla espesa que hace rato se había comenzado a formar en torno a ellos, la alertó—. Dejemos las diferencias para después, algo se acerca —tomó de inmediato una postura defensiva, preparada para lo que fuera. En ese momento, las figuras de dos demonios, bajo la apariencia humana de dos hombres que no supo reconocer, se movieron lentamente en su dirección. Con el fin de iluminar el terreno y sus rostros, Rina conjuró la magia del Relámpago.

Con una breve mirada soslayada y un gesto que buscaba su aprobación, se dirigió a Gaudy. Intentaba comprobar si aquella nueva versión de él estaba, aunque fuera sólo un poco, de su lado. Había comprobado su desdén, pero hasta ese entonces no se había preguntado si alzaban aún la misma bandera aliada.

¡Cómo deseaba una guía! Alguien que le dijera qué hacer y cómo. Fugazmente su memoria trajo de regreso a la anciana Aqua, a la Biblia de Claire de la que había sido guardiana y al gran Milgazia… Ellos habrían aportado luz y sabiduría a su momento de oscuridad, ellos habrían tenido una pista que le ayudara a desmenuzar aquel problema. Ella no tenía las herramientas y su voluntad -a instantes- parecía resquebrajarse un poco cuando Gaudy (¡o quienquiera que fuera él!) le lanzaba miradas y palabras duras. Debía regresar a su amigo a la normalidad y no lo lograría quedándose allí, de pie como si fuera otro tallado más en la piedra.

Se enjugó las lágrimas y se tragó el llanto; una mirada que guardaba determinación se alzó una vez más cuando se dirigió a él con firmeza.

Déjame ver el brazalete —acompañó la exigencia con unos pasos que volvieron a encaminarse a su lado. Aunque los gestos de aquel “nuevo” Gaudy fueran cerrados y huidizos, supo reconocer en su lenguaje corporal la urgencia que estaba experimentando: él estaba a punto de huir; ¡no se lo permitiría!

Con una mano se aferró a su muñeca, la opuesta al brazalete mágico, y con premura ella improvisó sobre la marcha—: [code]«Laphas Seed»[/code] —su voz sonó como un siseo y de su mano, unida a la extremidad del espadachín, una cuerda mágica nació y se enroscó en su muñeca como un segundo brazalete, que acabó unido a su propia muñeca como un pequeño par de esposas lumínicas. Con su capacidad de crear y manipular conjuros existentes, había sido capaz de moldear las ataduras del Laphas Seed a completa voluntad y hacer de éste un enlace compartido. Todo lo que tenía que hacer a partir de allí era mantener su concentración para que el conjuro no se disolviera, de ese modo garantizaba que Gaudy no la abandonara en el trayecto próximo, de camino a deshacer la maldición.

No te separes de mí… —había sido una orden, pero algo en la suavidad de su voz había sonado como una petición… la última que fue capaz de hacerle, incluso si él no podía siquiera recordar su nombre—. Andando —no espero a oír lo que tenía para decir, simplemente tomó la iniciativa, arrojándose a la carrera, escaleras arriba.
Su voz, su rostro; la altura de siempre, los mismos rasgos… Era él. Se trataba de Gaudy, pero al mismo tiempo no lo era. No supo reconocer en él expresión alguna; no supo reconocerlo en lo absoluto… El Gaudy que ella conocía era un hombre de gesto amable y temple suave. El Gaudy que ella conocía jamás le habría hecho recular de esa forma hasta hallarse acorralada por su cuerpo y una fría pared de piedra.

¡¿De qué estás hablando?! ¡Soy yo! —se llevó una mano al pecho, y probablemente pareciera que buscaba dar énfasis a sus palabras, remarcando que se trataba de ella, Rina, la hechicera a la que había jurado proteger, pero lo cierto era que, más bien, aquel había sido un reflejo espasmódico ante lo inusitado; ella estaba tratando de contener los latidos desbocados de su corazón, que se sacudía con fuerza ante lo que, cada vez más y más, comenzaba a ser una certeza dolorosa: Gaudy, su buen Gaudy, la había desterrado de su memoria…

Tragó en seco, con los labios trémulos y alzó un puño cerrado contra el pecho del rubio. Sin atreverse a sostener su mirada, comenzó a golpearlo allí mismo, sin fuerza alguna, pero como un reproche, como si intentara negar el cruel festín que aquella nueva realidad se estaba dando con ella.

¡No juegues así conmigo, grandísimo tonto! —tenía que ser una broma, una muy mala— ¡Tonto! ¡Tonto! ¡Tonto!... —un golpe y dos más; su voz acabó entonces diluida por el temblor en su garganta y los movimientos cesaron por completo.

Gaudy era su pilar, su compañero, su fortaleza… No podía perderlo así.
De pronto se sintió demasiado sola y diminuta en aquella tierra extraña y maldita.

Su cuerpo, su ropa -desde el cabello hasta las pestañas- seguían recubiertos de una capa de humedad pegajosa y fría. Las gotitas de agua que se desprendieron desde la punta de sus cabellos, perdiéndose en una caída eterna, se aunaron a las lágrimas que barrieron sus mejillas, traicionando a su orgullo.

Tenía que tratarse de aquel brazalete, no podía ser de otra forma. Sin embargo, habría esperado cualquier cosa, lo que fuera, excepto aquella pesadilla que estaba viviendo. Por un instante su mente pareció bloquearse. Ella, quien siempre parecía tener la solución a todos los males y la respuesta lógica a cada rompecabezas, por primera vez en mucho tiempo se sintió inerme.
Notar que Gaudy era capaz de caminar por sí mismo fue la primera señal que necesitó para comprender que estaba despierto, que estaba de regreso; ¡vaya susto le había dado!

¡Gaudy! —exclamó con una alegría tan genuina como ingenua. No era consciente aún de lo oscura y radical que se había vuelto su realidad; no sabía aún cuánto lamentaría aquella excursión subterránea y el solo hecho de haber llegado hasta allá—. ¡Creí que algo malo te había ocurrido, cuando ese brazalete… —su atención se desvió por un segundo al susodicho artilugio que aún se aferraba a su muñeca con un espantoso albor demoníaco—. ¿Gaudy? —volvió a arrimarse a él, colocando una mano cautelosa sobre su hombro; normalmente él era un hombre alegre y bastante estrepitoso; su silencio no era normal.
Nuevamente sintió una punzada de temor que le oprimió el pecho; quería verlo a los ojos y comprobar que sus miedos eran infundados, pero al mismo tiempo, temía hacerlo y hallarse de frente con que aquella pesadilla se hallaba muy lejos de acabar.
¡El tesoro, cierto! Con todo el ajetreo en medio, por poco se le olvida que Gaudy se las había ingeniado para conseguir algo, aparentemente valioso, dentro de aquel irritante laberinto de piedra. Era bueno saber que, al menos, no habían acabado envueltos en todo aquel drama por nada.

[…]

Los destellos esmeraldas de la piedra que se reveló ante ellos como la joya más hermosa, cargaba dentro de sí un aura de misticismo ancestral; podía conjeturarlo por su labrado, podía verlo en aquellas palabras que recogía en toda la extensión del brazalete al que adornaba.

He visto esas escrituras antes —comentó a su guardián, lo suficientemente absorta en la corriente de su pensamiento, que ambicionaba hallar una respuesta rauda, como para prevenir lo que él estaba a punto de hacer. Había cierta similitud entre aquellas letras y el escrito tallado en piedra que hace tiempo habían hallado en los inconmensurables monolitos de la Biblia de Claire—. En efecto —coincidió con su compañero—, no es un artefacto común. Y si es cierto lo que la leyenda cuenta, entonces… —frenó en seco lo que presumiblemente sería otro monólogo histórico, cuando el asombro que recibió al ver lo que Gaudy pretendía hacer desvió por completo el rumbo de su reflexión. Antes de que pudiera prevenirlo, la pulsera había expulsado una corriente maligna que se negaba a soltar la muñeca de su nuevo portador.

Ella supo inmediatamente que había ocurrido un desastre.

Oyó a Gaudy exhalando de manera súbita y cortante, para luego prorrumpir en un grito desgarrador que llevaba impreso su nombre. Un aura siniestra los envolvió y el grabado sobre el brazalete iluminó cada una de sus letras, sellando su sentencia.
Rina se precipitó de inmediato en su ayuda, tratando de desprender de su cuerpo el brazalete que se le había adherido como una segunda piel, pero todo fue en vano… El material del que estaba compuesto aquella reliquia la empujaba hacía atrás y rechazaba su magia como un repelente. Ni siquiera un conjuro purificador o de apertura parecía contrarrestar su fuerza. Sus opciones eran reducidas… No podía destruirlo sin dañar a Gaudy; estaba acorralada.

¡No puedo quitarlo! ¡Gaudy! —la forma en la que el espadachín se retorcía había conseguido estremecerla con impotencia y pavor. ¡¿Qué le estaba haciendo esa cosa?! ¡¿Qué debía hacer para arrancárselo?!
La atmósfera a su alrededor se volvió más pesada cuando ella puso sus manos directamente sobre el artefacto en un intento desesperado por arrancarlo a mano limpia. Sin embargo, todo lo que consiguió fue salir despedida a un metro de distancia de él.

Vio a Gaudy por última vez, regresándole la mirada, y algo en ese último encuentro se sintió como un adiós. Rina regresó corriendo a su lado justo antes de que él cayera en la inconsciencia, atrapándolo al instante en un abrazo. Cayó de rodillas con un inconsciente Gaudy entre sus brazos, con la cabeza sobre su hombro y la pulsera aún reluciendo en su mano derecha, pero que poco a poco se fue apagando con él.

¡Gaudy! ¡Despierta! ¡Gaudy! —un nudo atravesó su garganta y por un instante el único sonido que perduró fue el del agua fluyendo en canal por debajo de la estructura rocosa.

Con ansiedad miró hacia atrás en dirección a la escalera, advirtiendo cambios de sombras en aquel extremo del pasadizo; creyó oír unos pasos y por instinto se puso de pie, tratando de estabilizar a Gaudy, pasando uno de sus brazos por sobre su hombro; cargaría con él hasta el piso superior de ser necesario.
Con el brazalete ahora muy cerca de su rostro, pudo oír un murmullo críptico proveniente de su interior. La piedra antes verde, se agitaba en su interior con una suerte de energía iridiscente, como si se burlara de ella y de su suerte.
A paso débil avanzó sobre el primer escalón; alcanzaría la cima y acabaría con quien fuera para romper con esa maldición.
El agua ascendía a un ritmo infernal y sabía que si no actuaban de inmediato pronto estarían cubiertos hasta la cabeza. Su mente, no obstante, trazaba plan tras otro sin dar con uno adecuado... Podría envolverlos a ambos en una esfera de aire para mantener el oxígeno dentro, pero ¿por cuánto tiempo? Ese tipo de magia requería de cierta concentración, una vez dentro no sería posible conjurar nada más sin que ésta reventara, sin que acabaran, inminentemente, tragados por la enorme ola.

A pesar del pánico interno que la misma situación conllevaba, Rina había estado manteniendo la calma en medio de sus interminables cavilaciones. Lo había hecho hasta que...

¡¿HAH?! ¡¿A QUIÉN LE LLAMAS DESTRUCTORA; ZOPENCO, INGRATO, CABEZA DE CHORLITO?! —con el agua hasta el pecho, había comenzado a brincar, o más bien... ¿a chapotear? [?] Vaya instante inadecuado para una disputa interna.

La seriedad que el instante requería, sin embargo, pronto la golpeó de nuevo con una bofetada de realidad cuando el nivel del agua ascendió hasta rozarle el mentón. Ella era más pequeña, ¡se ahogaría primero! ¡Qué forma tan ridícula de morir! ¡Se negaba!

Gaudy, ¡haz algo, Gaudy! —en un arrebato de desesperación se aferró a su brazo. En ese instante el haz de luz de su espada por un instante la cegó. Cerró los ojos. Inspiró la última bocanada de aire posible...

No vio el movimiento que el espadachín realizó, pero podía asegurar, por la corriente que de pronto la arrastró con furia, que lo había logrado, ¡a riesgo de todo él había abierto una salida!

El agua parecía seguir fluyendo de algún sitio, incluso cuando la ola finalmente perdió parte de su impulso y los dejó tendidos al pie de la escalera ascendente. Afortunadamente no tuvo que improvisar de nuevo con magia.

Con una exhalación se puso de pie, estaba terriblemente mareada. Con todo lo que habían descendido no estaba segura de cuánto les tomaría alcanzar el templo de la cima, pero debían hacerlo antes de acabar ahogados—. Levántate, Gaydy... hay que avanzar. —habría querido chequear si estaba bien, pero el orgullo pudo con ella.
Por supuesto que soltar impulsivamente un hechizo de la magnitud detonante de un Dam Brass, dentro de una cueva cerrada e inestable, no había sido la idea más inteligente. Y, sin embargo, lo sabía: hacer implosionar una estructura enteramente de rocas, dentro de un espacio tan reducido, era un acto escandaloso y suicida, pero de no haberlo hecho se habría hallado perdida en medio de un laberinto oscuro y mohoso por… ¡quizá por horas! Su paciencia no era tan nervuda como para tolerar ese tipo de suplicio tan sólo para dar de bruces con un estúpido altar vacío y polvoriento.

La explosión no sólo había abierto un enorme agujero en el muro que se erigía tras el modesto altar hace tiempo ya profanado, sino que, además, sólo la conectó con otro ridículo pasadizo pedrusco y pestilente.

¡¡Estoy harta de la estructura de este sitio!! —a punto estuvo de estirarse los cabellos del coraje, pero el eco de su grito que le devolvió la exclamación le trajo aún más que eso… Otro enorme estruendo resonó por encima de su cabeza; apenas consiguió moverse a tiempo cuando la bóveda de piedra colapsó por encima de ella, trayendo consigo a— ¡Gaudy! —¿Qué hacía allí? La primera respuesta que halló en su mente fue que su hechizo realmente había acabado con la estabilidad, no sólo de la parte baja, sino también de los pisos superiores de la cueva… Vaya problema.
Eso pensó, hasta que un grupo de no menos de diez de ogros enfundados con pesadas armaduras y todo tipo de armas cayeron también, como una pesada lluvia viviente, a pocos segundos del impacto de su amigo; ¡ni siquiera tuvo oportunidad de ver qué era lo que éste traía con tanto entusiasmo entre sus manos!

Deben tratarse de los sujetos que sabotearon el puente. —se puso de pie de inmediato entre los escombros, con toda gracia y estilo [??], como si no tuviera sobre el cabello el trozo de tela rasgado de un taparrabo de ogro. [???] Lo quitó y lo arrojó hacia atrás, adoptando instantáneamente una postura combativa—. Lo que les hayas robado, no les ha hecho gracia a estos gnomos —oyó el gruñido proveniente de una de las criaturas. No podían hablar su lengua, pero estaba bastante claro que no había sido de su particular gracia el ser reducido a la categoría de un gnomo—. Prepárate, Gaudy… —la media sonrisa audaz que se dibujó en labios de la hechicera sólo advertía algo: otro plan de escape suicida— ¡Descenderemos! —ya había comprobado antes, cuando se aventuró a la carrera a través de aquella cueva, que justamente donde se hallaba no era el piso inferior de la estructura, pocos minutos antes había caído en un pozo lo suficientemente profundo como para haber tenido que regresar a tierra levitando; de modo que, estaba segura: había un “más abajo”.

Su mirada fijó como objetivo el techo y allí se fue su segundo conjuro—: [code]«¡Vigarthgaia!»[/code] —puso una mano contra el suelo y de ella se liberó un pulso que sacudió la roca. El temblor que se generó anunciaba un desprendimiento inminente. Confundidos, los ogros observaron por encima de sus cabezas y a su alrededor. Era momento de tomar ventaja de esa distracción para escapar—: [code]«¡Bephis Bring!»[/code]


A tiempo conjuró el túnel que se abrió por debajo de ellos dos. El hueco los arrojó de inmediato a un nivel inferior; el nuevo techo, que antes había sido su suelo, quedó sellado por encima con una pesada roca y escombros; los ogros habían sido sepultados en medio.
Había sido el escape menos elegante en años, pero al menos estaban vivos… La pregunta ahora era, ¿cómo salir de allí?

Se puso de pie una vez más, sacudiendo sus manos como quien acaba de concretar un trabajo impecable.

Los ogros y los trolls son fuertes, pero muy tontos. Atacan en manada y son un problema, pero nada que unas cuantas rocas no puedan solucionar. —señaló hacia arriba, orgullosa de su exterminio masivo—. ¡Dejame ver ahora lo que encontraste! —sin embargo, cuando creyó que nada podía ir peor, el paso al frente que dio para reunirse con Gaudy sonó como el sonido de una compuerta desprendiéndose de su reposo eterno; sonó exactamente como lo que era: la activación de una trampa.
No podía ver mucho a su alrededor, la oscuridad era compacta, pero sí que podía oír… Podía oír a la perfección el agua que comenzó a fluir a través de las rocas, que empezó a cubrir sus pies, sus rodillas y muy pronto llegaría a alcanzar su cintura: no sólo era una cueva, ¡aquella maldita cosa era una enorme cisterna!

¡Gaudy, no vayas a perder el tesoro! —¿Era una prioridad? Claro que no, ¡pero no saldría de aquel maldito lugar con las manos vacías!— Debemos salir de aquí… —“antes de acabar ahogados”. Por una vez, no se atrevió a enunciar lo evidente.
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