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[Sʟᴀʏᴇʀs Fᴀɴᴅᴏᴍ] [Eʟ ᴇsᴘᴀᴅᴀᴄʜɪ́ɴ ᴅᴇ ʟᴜᴢ] [Rᴏʟ ᴅᴇ ᴛᴏᴅᴏ ᴛɪᴘᴏ] [Rᴀɴᴅᴏᴍ] [Sᴏʙʀᴇɴᴀᴛᴜʀᴀʟ] [Cᴏᴍᴇᴅɪᴀ]
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Su voz, su rostro; la altura de siempre, los mismos rasgos… Era él. Se trataba de Gaudy, pero al mismo tiempo no lo era. No supo reconocer en él expresión alguna; no supo reconocerlo en lo absoluto… El Gaudy que ella conocía era un hombre de gesto amable y temple suave. El Gaudy que ella conocía jamás le habría hecho recular de esa forma hasta hallarse acorralada por su cuerpo y una fría pared de piedra.
—¡¿De qué estás hablando?! ¡Soy yo! —se llevó una mano al pecho, y probablemente pareciera que buscaba dar énfasis a sus palabras, remarcando que se trataba de ella, Rina, la hechicera a la que había jurado proteger, pero lo cierto era que, más bien, aquel había sido un reflejo espasmódico ante lo inusitado; ella estaba tratando de contener los latidos desbocados de su corazón, que se sacudía con fuerza ante lo que, cada vez más y más, comenzaba a ser una certeza dolorosa: Gaudy, su buen Gaudy, la había desterrado de su memoria…
Tragó en seco, con los labios trémulos y alzó un puño cerrado contra el pecho del rubio. Sin atreverse a sostener su mirada, comenzó a golpearlo allí mismo, sin fuerza alguna, pero como un reproche, como si intentara negar el cruel festín que aquella nueva realidad se estaba dando con ella.
—¡No juegues así conmigo, grandísimo tonto! —tenía que ser una broma, una muy mala— ¡Tonto! ¡Tonto! ¡Tonto!... —un golpe y dos más; su voz acabó entonces diluida por el temblor en su garganta y los movimientos cesaron por completo.
Gaudy era su pilar, su compañero, su fortaleza… No podía perderlo así.
De pronto se sintió demasiado sola y diminuta en aquella tierra extraña y maldita.
Su cuerpo, su ropa -desde el cabello hasta las pestañas- seguían recubiertos de una capa de humedad pegajosa y fría. Las gotitas de agua que se desprendieron desde la punta de sus cabellos, perdiéndose en una caída eterna, se aunaron a las lágrimas que barrieron sus mejillas, traicionando a su orgullo.
Tenía que tratarse de aquel brazalete, no podía ser de otra forma. Sin embargo, habría esperado cualquier cosa, lo que fuera, excepto aquella pesadilla que estaba viviendo. Por un instante su mente pareció bloquearse. Ella, quien siempre parecía tener la solución a todos los males y la respuesta lógica a cada rompecabezas, por primera vez en mucho tiempo se sintió inerme.
—¡¿De qué estás hablando?! ¡Soy yo! —se llevó una mano al pecho, y probablemente pareciera que buscaba dar énfasis a sus palabras, remarcando que se trataba de ella, Rina, la hechicera a la que había jurado proteger, pero lo cierto era que, más bien, aquel había sido un reflejo espasmódico ante lo inusitado; ella estaba tratando de contener los latidos desbocados de su corazón, que se sacudía con fuerza ante lo que, cada vez más y más, comenzaba a ser una certeza dolorosa: Gaudy, su buen Gaudy, la había desterrado de su memoria…
Tragó en seco, con los labios trémulos y alzó un puño cerrado contra el pecho del rubio. Sin atreverse a sostener su mirada, comenzó a golpearlo allí mismo, sin fuerza alguna, pero como un reproche, como si intentara negar el cruel festín que aquella nueva realidad se estaba dando con ella.
—¡No juegues así conmigo, grandísimo tonto! —tenía que ser una broma, una muy mala— ¡Tonto! ¡Tonto! ¡Tonto!... —un golpe y dos más; su voz acabó entonces diluida por el temblor en su garganta y los movimientos cesaron por completo.
Gaudy era su pilar, su compañero, su fortaleza… No podía perderlo así.
De pronto se sintió demasiado sola y diminuta en aquella tierra extraña y maldita.
Su cuerpo, su ropa -desde el cabello hasta las pestañas- seguían recubiertos de una capa de humedad pegajosa y fría. Las gotitas de agua que se desprendieron desde la punta de sus cabellos, perdiéndose en una caída eterna, se aunaron a las lágrimas que barrieron sus mejillas, traicionando a su orgullo.