i’m the captain of slytherin and my own faith. | ᴍᴀʀᴀᴜᴅᴇʀ's ᴇʀᴀ ʀᴘ
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User1573223 · M
Toujours Pour
"Es un honor que se te considere para este deber. ¿Te sientes honrado, Arcturus?, ¿no te alegra hacer algo bueno por esta comunidad?"
Las palabras de Walburga resonaban en los oídos de Black como un eco que había empezado siendo lejano, pero que poco a poco tomaba más volumen, intensidad y presencia. Era como si ella estuviese ahí, junto a él, sosteniendole la mano en alto para obligarlo a apuntar la varita hacia el siguiente muggle asustadizo... Como si fuese ella la que conjuraba el maleficio "crucio" para hacer que la punta de la madera se iluminara antes de lanzar un rayo entre rojizo y verdoso que acabara colisionando con el cuerpo enclenque de la pobre victima. Pero no, no era Walburga ni era Orion quien perpetuaba tan terrible acto. Era él mismo el verdugo, y todo sucedía frente a sus ojos, pese a que su mente lo procesara más bien en tercera persona.
El acto era tan atroz que Regulus se había disociado de la realidad para poder mantener la compostura y no arruinar aquella prueba que el Señor Tenebroso les había impuesto; de lo contrario, si mostraba un ápice de la repulsión que estaba sintiendo, dejaría de ser el único digno de los hijos varones de la familia Black. Y no podía permitírselo, Sirius le había arrancado esa posibilidad.
—Diffindo —no supo en qué momento lo dijo, ni sintió sus propios labios moverse. Sin embargo, el encantamiento seccionador cortó sin miramientos la piel del hombre que aún se retorcía por el terrible dolor, y su sangre salió disparada en varias direcciones. El traje -anteriormente impoluto- de Regulus se manchó de diversas gotas de aquel líquido carmesí. Curioso que en lo único que atinara en pensar fuese lo molesta que estaría su madre por la prenda.
"Bien hecho, joven Black. Los cortes son bastante limpios. ¿Por qué no vuelves a tus deberes habituales? Pero antes... Deberás conjurarlo. Terminar el trabajo. Ha sido demasiada tortura, temo que muera desangrado antes de que puedas ver como su alma escapa de sus ojos."
—Avada...
—¡Avadakedabra!
Fue lo imprevisto del momenyo, la sorpresa y el alivio, lo que hizo que Regulus volviese a la realidad de pronto solo para darse cuenta de que el mismísimo Voldemort acababa de hablar con él y que había sido Bellatrix la que había conjurado la maldición imperdonable antes que él. Salvándolo, sin que ella siquiera tuviese esa intención para empezar. Pues apenas el hombre falleció, se fue saltando con euforia para seguir con la siguiente persona.
Hasta ese momento Regulus fue capaz de percibir los gritos desgarradores y la piel se le heló por completo.
—Vete ya —una voz detrás de él pareció ordenarle que desapareciera, pese a que la voz vibrara con nerviosismo y miedo más que con severidad.
Black ni siquiera se dio la vuelta para conocer el rostro del locutor. Empezó a andar lejos de ahí y siguió andando, anduvo entre cadaveres y magos. Pudo ver de reojo a Malfoy, a los gemelos Carrow, a Lestrange y a su mismísima prima, quien estaba siendo reprendida por Voldemort. Anduvo hasta que dejó todo aquello atrás y los gritos dejaron de oírse, y siguió andando sin un rumbo definido. Realmente se sorprendió cuando vio un recinto frente a él escuchó a lo lejos la voz de Vanity. ¿Por qué había llegado hasta ahí?
Quiso responderle a la rubia, pero temió que su voz saliera en forma de gritos. Fue consciente de las miradas que ella le lanzaba y hasta entonces se vio la diestra ensangrentada. No supo cómo se la había manchado, y aún tenía la varita sostenida entre sus dedos cuando comenzó a restregarse con fuerza la palma en el pantalón de vestir.
Atinó a negar con la cabeza y se aseguró de no perder demasiado la compostura. Por costumbre, más que nada, de reprimir todo sentimiento que pudiera mostrarse en su expresión; empero, algo de dolor sí dejó ver, cuando sonrió de lado. Una mueca tan lastimera que bien podría significar lo mismo que una lágrima.
JB1535635 · F
Entonces la chica bonita quería respuestas. Pues las tendría. Jenna pestañeó un par de veces y luego en su rostro se perfiló una sonrisa—. Soy el contenedor de un demonio y cada vez que este quiere hacer una visita a este plano terrenal, pues se manifiesta a través de mi. A veces trae compañía consigo, como demonios menores los cuales esparcen plagas y otros detalles, ya sabes, las visitas no pueden llegar con las manos vacías. — De la misma manera que Emilia podía implicar más de un significado en sus palabras tan solo utilizando su tono de voz, Jenna también era capaz de hacerlo. Combinado con una ceja arqueada y un tono jocoso, todo lo que acababa de decir podría sonar como un delirio a pesar de que no podría ser más cercano de la realidad. De la suya y del resto de la comunidad de reencarnados que todavía no iba a revelar frente a una desconocida.
Sin embargo, Dantalion la había escuchado alto y claro y los ojos curiosos de la lagartija delataban dos cosas: la primera, diversión. Y, la segunda, que estaba a punto de dejar a un lado todo ese aburrido acto de ser un simple animal, con una sonora carcajada poco propia de una lagartija:— JAAAAAAAAA —pero capaz más apropiada para un demonio encerrado en esa forma humilde.
Jenna colocó los ojos en blanco conforme la lagartija tosía y con sus pequeñas patitas trataba de zafarse de ese agarre tan desconsiderado que sufría a mano de esa atrevida mortal—. Yo te voy a causar problemas cuando no me dejes salir de acá, ¿quién crees que soy para que estés sujetándome así? ¡¿Eh?! ¡JENNA! ¡SÁCAME DE ESTA PRISIÓN! —hubiera sido divertido ser la espectadora de los aprietos del pequeño demonio, pero en el momento en que su arma fue retirada de sus manos, Jenna frunció el ceño con el enojo hirviendo a una velocidad alarmante. La rulosa dio un paso hacia adelante, lista para adelantarse a cualquier golpe cuando la desconocida guardó su palo de madera. Soltó un resoplido, sintiendo cómo esa pequeña inyección de adrenalina, el anticipo a una pelea, empezaba a desvanecerse—. Tu recelo a que explore por donde quiera me hace creer que este lugar guarda cosas más interesantes que un palo de madera multiusos.
Dantalion continuaba peleando por su libertad, con esos mordiscos inofensivos pero que él juraba que en nada dejarían regueros de sangre. Jenna ignoró a la mascota de Sabriel y se enfocó en la rubia frente a ella. — ¿A qué te refieres con terminar? — Genuina confusión. Hasta la lagartija se detuvo de morder para observar con sus ojos verdes a la muchacha. — ¿Terminar contigo? ¿O el asunto? ¿O ambos? Si pides ambos, puedo hacerte una bonita oferta y acabar con los pendientes en mitad de tiempo. — Era un deleite tomarse esas palabras con tanta ligereza. Jenna estaba tan acostumbrada a morirse una y otra vez que consideraba el proceso como algo de rutina. Sin embargo, tenía que recordar que no todos pasaban por lo mismo.
Se aclaró la garganta y con el mentón señaló hacia el arma—. La querías abajo y allí está. Pero si no me devuelves a la lagartija con vida, me tomaré la libertad de vengarlo contigo ¿Ya había hablado contigo antes? Créeme, cuando empieza a hablar es más insufrible de lo normal y no vas a querer perder tu vida por una criatura inmunda como esa. — Tremendo encanto que se manejaba Bane cuando hablaba del hijo de la nigromante Wolrick. Dantalion levantó su cabeza y suspiró—. Puedo escuchar varios latidos acercándose, ya me quiero ir.
—Sí, yo también.
Y, sin más, Jenna apretó el dije de su collar el cual resplandeció. A las espaldas de la desconocida se abrió una brecha en el espacio, un portal y antes de que esta protestara, la rulosa la empujó hacia esa brecha sin deliberarlo. Ilusa. Creyó que esa brecha la llevaría de vuelta a casa, que así como había llegado a esa dimensión, también podría volver. Pero las cosas no eran tan fáciles, porque cuando cruzó el portal, se topó con neblina y árboles gigantescos—. Esto no es el departamento en Bristol —no, mejor: era el bosque prohibido. Si es que, en todas las dimensiones, Jenna siempre estaría inclinada a los desastres y los escenarios peligrosos. Volteó para buscar con la mirada tanto a la lagartija como a la desconocida—. Oye, ¿dónde estamos?
Sin embargo, Dantalion la había escuchado alto y claro y los ojos curiosos de la lagartija delataban dos cosas: la primera, diversión. Y, la segunda, que estaba a punto de dejar a un lado todo ese aburrido acto de ser un simple animal, con una sonora carcajada poco propia de una lagartija:— JAAAAAAAAA —pero capaz más apropiada para un demonio encerrado en esa forma humilde.
Jenna colocó los ojos en blanco conforme la lagartija tosía y con sus pequeñas patitas trataba de zafarse de ese agarre tan desconsiderado que sufría a mano de esa atrevida mortal—. Yo te voy a causar problemas cuando no me dejes salir de acá, ¿quién crees que soy para que estés sujetándome así? ¡¿Eh?! ¡JENNA! ¡SÁCAME DE ESTA PRISIÓN! —hubiera sido divertido ser la espectadora de los aprietos del pequeño demonio, pero en el momento en que su arma fue retirada de sus manos, Jenna frunció el ceño con el enojo hirviendo a una velocidad alarmante. La rulosa dio un paso hacia adelante, lista para adelantarse a cualquier golpe cuando la desconocida guardó su palo de madera. Soltó un resoplido, sintiendo cómo esa pequeña inyección de adrenalina, el anticipo a una pelea, empezaba a desvanecerse—. Tu recelo a que explore por donde quiera me hace creer que este lugar guarda cosas más interesantes que un palo de madera multiusos.
Dantalion continuaba peleando por su libertad, con esos mordiscos inofensivos pero que él juraba que en nada dejarían regueros de sangre. Jenna ignoró a la mascota de Sabriel y se enfocó en la rubia frente a ella. — ¿A qué te refieres con terminar? — Genuina confusión. Hasta la lagartija se detuvo de morder para observar con sus ojos verdes a la muchacha. — ¿Terminar contigo? ¿O el asunto? ¿O ambos? Si pides ambos, puedo hacerte una bonita oferta y acabar con los pendientes en mitad de tiempo. — Era un deleite tomarse esas palabras con tanta ligereza. Jenna estaba tan acostumbrada a morirse una y otra vez que consideraba el proceso como algo de rutina. Sin embargo, tenía que recordar que no todos pasaban por lo mismo.
Se aclaró la garganta y con el mentón señaló hacia el arma—. La querías abajo y allí está. Pero si no me devuelves a la lagartija con vida, me tomaré la libertad de vengarlo contigo ¿Ya había hablado contigo antes? Créeme, cuando empieza a hablar es más insufrible de lo normal y no vas a querer perder tu vida por una criatura inmunda como esa. — Tremendo encanto que se manejaba Bane cuando hablaba del hijo de la nigromante Wolrick. Dantalion levantó su cabeza y suspiró—. Puedo escuchar varios latidos acercándose, ya me quiero ir.
—Sí, yo también.
Y, sin más, Jenna apretó el dije de su collar el cual resplandeció. A las espaldas de la desconocida se abrió una brecha en el espacio, un portal y antes de que esta protestara, la rulosa la empujó hacia esa brecha sin deliberarlo. Ilusa. Creyó que esa brecha la llevaría de vuelta a casa, que así como había llegado a esa dimensión, también podría volver. Pero las cosas no eran tan fáciles, porque cuando cruzó el portal, se topó con neblina y árboles gigantescos—. Esto no es el departamento en Bristol —no, mejor: era el bosque prohibido. Si es que, en todas las dimensiones, Jenna siempre estaría inclinada a los desastres y los escenarios peligrosos. Volteó para buscar con la mirada tanto a la lagartija como a la desconocida—. Oye, ¿dónde estamos?
SW-User
SW-User thinks you are Mysterious.
AdreyFloyen · M
AdreyFloyen thinks you are Cute.
JB1535635 · F
Mucho más que intimidarse por un palo de madera siendo apuntado en su dirección, Jenna se quedó atónita al ver cómo esa desconocida tomaba a Dantalion como si se tratara de una creación de Dios cuando era totalmente lo contrario. ¿Sería que ese demonio le había chupado el cerebro y ahora la tenía bajo su control? Por Samael, qué horror. Tenía que cuidarse de chupadas de cabeza, sin duda alguna. Su ceño fruncido y su mirada asesina fueron hacia la lagartija que, aún en cuatro patas, la observaba. Bane juró que incluso le sonrió. ¿Que cómo sonreía una lagartija? Simplemente lo hacía y tú te dabas cuenta. Ella lo estaba haciendo conforme su agarre en el mango de su arma se acentuaba. Los nudillos se volvieron blancos y de sus labios casi, ¡pero casi!, salió un gruñido. Finalmente, su mirada azul viajó hacia la intrusa.
Rubia, piel de porcelana, alta y toda la apariencia de un bonito angelito. De esos que te frustraban los planes como abrir en dos a una lagartija en venganza a unas botas hechas mierda. Jenna colocó los ojos en blanco. La rizada tenía todo un repertorio de impresiones. Desde las que debía utilizar en la Asociación Alois para demostrar al resto de la sociedad de reencarnados que no era un caso perdido hasta la genuina alegría y entusiasmo con los cuales recibía a sus amigos a sus brazos. Pero, entre esos dos extremos, habían diferentes escalas de grises—. ¿«Empezaría»? —como por ejemplo ese: Jenna enarcando una ceja conforme evaluaba la audacia de aquella de hablarle así. La reencarnada negó lentamente con la cabeza conforme reunía la misma audacia de la contraria para apuntar con el arma hacia la lagartija, la cual retrocedió en un gesto falso de temor. ¡Había sido testigo de Dantalion lanzándole el Libro de los Muertos a Salias en toda la cara!
Ni ella se osaba a ser tan desgraciada:— Vamos a hacer algo acá, bonita. Tú no vas a decirme qué hacer y yo voy a arreglar mis asuntos con esa pequeña bestia de cuatro patas. No pintas, literalmente, nada entre esa lagartija y yo. Es más, si fuera tú me alejaría de ese capullo escamoso, todo lo que atrae son problemas —con consejito y todo.
Jenna esperó que eso funcionara y la rubia bonita que, ojalá, no tuviera una pizca de la insoportable de Johvanna Holmes se retirara de escena; sin embargo, Dantalion decidió jugar sus cartas una vez más cuando dio un salto del alfeizar hacia el brazo de la rubia—. Dantalion... —empezó la rizada en un tono de advertencia, pero la lagartija continuó con su camino hasta que llegó al cuello de la desconocida, refugiándose allí y causando en la reencarnada unas terribles náuseas de tan solo imaginar esas mismas patitas caminando por su piel. Un verdadero asco.
Los ojos reptiles del demonio se clavaron en ella y cuando le sacó la lengua, Jenna liberó una mano del arma para señalarlo con este:— Estúpida bestia inmunda de los mil demonios —maldijo la eterna antes de bajar el arma, poco dispuesta a cercenar la cabeza de una desconocida solo porque tuviera al bicho ahí refugiado. Con un golpecito de la punta inferior del arma hacia el suelo, este se envolvió en un resplandor que acabó en su dedo meñique de la diestra con la forma humilde de un bonito anillo. Dantalion volvió a sonreír y Jenna lo fulminó con la mirada. Fueron unos bonitos segundos llenos de tensión. Estos acabaron cuando la rizada soltó una exhalación que tenía bastante de resignación y muy poco de conformidad. Levantó las palmas mostrándolas a ambos costados —conteniendo el claro y natural impulso de sacudirlas cuales jazz hands, porque: chica de cultura— y observó de nuevo a la rubia pinta-de-ángel:— La primera regla de las amenazas: no pides nombres, porque eso te involucra más en el crimen —la experiencia hablaba—. No sé qué es lo que es una varita, pero si te refieres a mi arma, está segura y resplandeciente, lista para recibir a esa lagartija que sigue contigo, ¿sabías que tiene una dueña, chica? —hasta podría inventarse que la dueña estaba desconsolada, a nada de colgarse y toda una serie de escenarios dramáticos, pero la sola alusión a Sabriel hacia que Dantalion se removiera incómodo.
Como si él también fuera consciente que si Sabriel se enteraba de todo eso haría algo más que ahogarlo en el Río Lete. O al menos eso esperaba Jenna.
Rubia, piel de porcelana, alta y toda la apariencia de un bonito angelito. De esos que te frustraban los planes como abrir en dos a una lagartija en venganza a unas botas hechas mierda. Jenna colocó los ojos en blanco. La rizada tenía todo un repertorio de impresiones. Desde las que debía utilizar en la Asociación Alois para demostrar al resto de la sociedad de reencarnados que no era un caso perdido hasta la genuina alegría y entusiasmo con los cuales recibía a sus amigos a sus brazos. Pero, entre esos dos extremos, habían diferentes escalas de grises—. ¿«Empezaría»? —como por ejemplo ese: Jenna enarcando una ceja conforme evaluaba la audacia de aquella de hablarle así. La reencarnada negó lentamente con la cabeza conforme reunía la misma audacia de la contraria para apuntar con el arma hacia la lagartija, la cual retrocedió en un gesto falso de temor. ¡Había sido testigo de Dantalion lanzándole el Libro de los Muertos a Salias en toda la cara!
Ni ella se osaba a ser tan desgraciada:— Vamos a hacer algo acá, bonita. Tú no vas a decirme qué hacer y yo voy a arreglar mis asuntos con esa pequeña bestia de cuatro patas. No pintas, literalmente, nada entre esa lagartija y yo. Es más, si fuera tú me alejaría de ese capullo escamoso, todo lo que atrae son problemas —con consejito y todo.
Jenna esperó que eso funcionara y la rubia bonita que, ojalá, no tuviera una pizca de la insoportable de Johvanna Holmes se retirara de escena; sin embargo, Dantalion decidió jugar sus cartas una vez más cuando dio un salto del alfeizar hacia el brazo de la rubia—. Dantalion... —empezó la rizada en un tono de advertencia, pero la lagartija continuó con su camino hasta que llegó al cuello de la desconocida, refugiándose allí y causando en la reencarnada unas terribles náuseas de tan solo imaginar esas mismas patitas caminando por su piel. Un verdadero asco.
Los ojos reptiles del demonio se clavaron en ella y cuando le sacó la lengua, Jenna liberó una mano del arma para señalarlo con este:— Estúpida bestia inmunda de los mil demonios —maldijo la eterna antes de bajar el arma, poco dispuesta a cercenar la cabeza de una desconocida solo porque tuviera al bicho ahí refugiado. Con un golpecito de la punta inferior del arma hacia el suelo, este se envolvió en un resplandor que acabó en su dedo meñique de la diestra con la forma humilde de un bonito anillo. Dantalion volvió a sonreír y Jenna lo fulminó con la mirada. Fueron unos bonitos segundos llenos de tensión. Estos acabaron cuando la rizada soltó una exhalación que tenía bastante de resignación y muy poco de conformidad. Levantó las palmas mostrándolas a ambos costados —conteniendo el claro y natural impulso de sacudirlas cuales jazz hands, porque: chica de cultura— y observó de nuevo a la rubia pinta-de-ángel:— La primera regla de las amenazas: no pides nombres, porque eso te involucra más en el crimen —la experiencia hablaba—. No sé qué es lo que es una varita, pero si te refieres a mi arma, está segura y resplandeciente, lista para recibir a esa lagartija que sigue contigo, ¿sabías que tiene una dueña, chica? —hasta podría inventarse que la dueña estaba desconsolada, a nada de colgarse y toda una serie de escenarios dramáticos, pero la sola alusión a Sabriel hacia que Dantalion se removiera incómodo.
Como si él también fuera consciente que si Sabriel se enteraba de todo eso haría algo más que ahogarlo en el Río Lete. O al menos eso esperaba Jenna.
JB1535635 · F
───── Yo no sé dónde estoy, solo persigo a una lagartija; noche.
Empezó con querer utilizar sus botas esa noche. De esas que eran todo terreno y que la habían acompañado en incontables aventuras. Siguió con ella buscándolas de manera animada por todo su desastre que era mejor conocido como habitación. Luego se hizo una parada en ella entrando a la habitación de Emilia solo para preguntarle si había visto las condenadas botas. La pelirroja no estaba de humor, o disposición, para atenderla. Eso sucedía cada vez que le tocaba cuidar a Dantalion porque, de pronto, la lagartija de Sabriel había pasado de ser su hijo reptil a la responsabilidad de todos. Era como pasarse la pelota de a quién le tocaría soportar unas horas con el bicho mientras que la nigromante se encargaba de limpiar el Inframundo o estaba en alguna misión importante. Salias había demostrado su utilidad cuando decidió devolver al demonio a su casa solo para que su melliza lo detuviera, porque no podían devolverlo a menos que quisieran desatar una especie de guerra entre todos los demonios allá abajo.
Jenna, la verdad, había apoyado la idea. Mas allá del tema de desatar una especie de desequilibrio en el Inframundo, lo único que ella buscaba era deshacerse de la lagartija de una vez por todas sin mancharse las manos en el proceso. Siempre tan conveniente.
Como fuera, ese día Emilia no estaba de humor. Jenna no encontraba sus botas. Y Dantalion estaba en el sofá, viendo un show de talentos en la televisión mientras que aliviaba la comezón de sus colmillitos con las mordidas a un pedazo de cuero que se trataba de nada más y nada menos que las dichosas botas de Bane. Ella pasó frente a la lagartija con rapidez, intentando ignorarlo lo máximo posible. Solo para detenerse unos pasos más tarde y voltear en una tortuosa lentitud hacia el bicho escamado que continuaba distraído con uno de los competidores en esa televisión. El silencio se sumió por parte de la rulosa que, con esa naturaleza dramática, empezó a dar pasos de retroceso hacia el bicho. Su mirada estaba pegada a las botas. Sus dedos empezaron a cerrarse sobre sus palmas y cuando la reencarnada arrebató una bota de las diminutas manos de Dantalion, solo tuvo que ver el desgaste de la punta para confirmar que se trataban de sus botas.
Lo siguiente se redujo a un borrón en su cabeza.
En ese borrón se incluían sus gritos, los gritos de Dantalion, las reclamaciones de Emilia, el destello de la hoja de su guadaña y, posiblemente, una televisión partida en dos. Un conjunto de acciones que se fueron hacia un segundo plano de desinterés, porque todo lo que vio Bane registró fue a la lagartija utilizar su diminuto tamaño para evitar los cortes que ella lanzaba. Después lo vio utilizar esas cuatro diminutas patas para emprender una carrera. Emilia gritó que se detuviera, pero ni el uno ni la otra la escucharon antes de que la muchacha saliera disparada detrás del bicho que Sabriel ya podía dar por muerto. Sintió un tirón en el estómago, las náuseas subiendo por la boca de su estómago y una inusual ligereza. Todo en un lapso de dos pestañeos que pateó a un tercer plano de interés cuando su atención volvió a enfocar a Dantalion que corría como alma que llevara el diablo.
—¡TE VOY A ARRANCAR ESCAMA POR ESCAMA Y ME HARÉ UNAS BOTAS NUEVAS CON ESTAS! —vociferó haciéndole una digna competencia a una banshee graduada con honores de la escuela de gritos.
¿Que si había reparado en que no se encontraba en su departamento en Bristol? Ni por asomo. ¿Que si se dio cuenta de que sus pies descalzos ya no se deslizaban sobre la alfombra del pasillo sino que ahora registraban una gélida sensación por la piedra debajo de estos? Tampoco. ¿Que si Dantalion estaba cada vez más cerca de que lo alcanzara y lo abriera en dos como una rana en un aburrido experimento de ciencia? Eso claro que se dio cuenta. Sintió la gloria en la punta de sus dedos los cuales asieron, con emoción y expectativa, con más fuerza el mango de su arma. Sin embargo, si creía que en esa ecuación era la única que tenía la solución estaba equivocada. Por algo Dantalion continuaba vivo hasta la fecha.
Solo cuando Jenna levantó la mirada, reconoció hacia dónde se dirigía el demonio. Apenas tuvo tiempo para fruncir el ceño, en una mezcla de molestia y confusión. Ella era buena recordando rostros. Excepto los que nunca había visto, como por ejemplo el de la rubia a la cual, el demonio, encerrado en esa forma humilde de lagartija, llegó para empezar a subir por su pierna.
Empezó con querer utilizar sus botas esa noche. De esas que eran todo terreno y que la habían acompañado en incontables aventuras. Siguió con ella buscándolas de manera animada por todo su desastre que era mejor conocido como habitación. Luego se hizo una parada en ella entrando a la habitación de Emilia solo para preguntarle si había visto las condenadas botas. La pelirroja no estaba de humor, o disposición, para atenderla. Eso sucedía cada vez que le tocaba cuidar a Dantalion porque, de pronto, la lagartija de Sabriel había pasado de ser su hijo reptil a la responsabilidad de todos. Era como pasarse la pelota de a quién le tocaría soportar unas horas con el bicho mientras que la nigromante se encargaba de limpiar el Inframundo o estaba en alguna misión importante. Salias había demostrado su utilidad cuando decidió devolver al demonio a su casa solo para que su melliza lo detuviera, porque no podían devolverlo a menos que quisieran desatar una especie de guerra entre todos los demonios allá abajo.
Jenna, la verdad, había apoyado la idea. Mas allá del tema de desatar una especie de desequilibrio en el Inframundo, lo único que ella buscaba era deshacerse de la lagartija de una vez por todas sin mancharse las manos en el proceso. Siempre tan conveniente.
Como fuera, ese día Emilia no estaba de humor. Jenna no encontraba sus botas. Y Dantalion estaba en el sofá, viendo un show de talentos en la televisión mientras que aliviaba la comezón de sus colmillitos con las mordidas a un pedazo de cuero que se trataba de nada más y nada menos que las dichosas botas de Bane. Ella pasó frente a la lagartija con rapidez, intentando ignorarlo lo máximo posible. Solo para detenerse unos pasos más tarde y voltear en una tortuosa lentitud hacia el bicho escamado que continuaba distraído con uno de los competidores en esa televisión. El silencio se sumió por parte de la rulosa que, con esa naturaleza dramática, empezó a dar pasos de retroceso hacia el bicho. Su mirada estaba pegada a las botas. Sus dedos empezaron a cerrarse sobre sus palmas y cuando la reencarnada arrebató una bota de las diminutas manos de Dantalion, solo tuvo que ver el desgaste de la punta para confirmar que se trataban de sus botas.
Lo siguiente se redujo a un borrón en su cabeza.
En ese borrón se incluían sus gritos, los gritos de Dantalion, las reclamaciones de Emilia, el destello de la hoja de su guadaña y, posiblemente, una televisión partida en dos. Un conjunto de acciones que se fueron hacia un segundo plano de desinterés, porque todo lo que vio Bane registró fue a la lagartija utilizar su diminuto tamaño para evitar los cortes que ella lanzaba. Después lo vio utilizar esas cuatro diminutas patas para emprender una carrera. Emilia gritó que se detuviera, pero ni el uno ni la otra la escucharon antes de que la muchacha saliera disparada detrás del bicho que Sabriel ya podía dar por muerto. Sintió un tirón en el estómago, las náuseas subiendo por la boca de su estómago y una inusual ligereza. Todo en un lapso de dos pestañeos que pateó a un tercer plano de interés cuando su atención volvió a enfocar a Dantalion que corría como alma que llevara el diablo.
—¡TE VOY A ARRANCAR ESCAMA POR ESCAMA Y ME HARÉ UNAS BOTAS NUEVAS CON ESTAS! —vociferó haciéndole una digna competencia a una banshee graduada con honores de la escuela de gritos.
¿Que si había reparado en que no se encontraba en su departamento en Bristol? Ni por asomo. ¿Que si se dio cuenta de que sus pies descalzos ya no se deslizaban sobre la alfombra del pasillo sino que ahora registraban una gélida sensación por la piedra debajo de estos? Tampoco. ¿Que si Dantalion estaba cada vez más cerca de que lo alcanzara y lo abriera en dos como una rana en un aburrido experimento de ciencia? Eso claro que se dio cuenta. Sintió la gloria en la punta de sus dedos los cuales asieron, con emoción y expectativa, con más fuerza el mango de su arma. Sin embargo, si creía que en esa ecuación era la única que tenía la solución estaba equivocada. Por algo Dantalion continuaba vivo hasta la fecha.
Solo cuando Jenna levantó la mirada, reconoció hacia dónde se dirigía el demonio. Apenas tuvo tiempo para fruncir el ceño, en una mezcla de molestia y confusión. Ella era buena recordando rostros. Excepto los que nunca había visto, como por ejemplo el de la rubia a la cual, el demonio, encerrado en esa forma humilde de lagartija, llegó para empezar a subir por su pierna.
Todo sucedió tan rápido como en las peleas a las que el viejo solía enviarlos para "salvar al mundo", con excepción de que esta vez Cinco no estaba en completo control de sus poderes como para ser el héroe del lugar. Un hombre con máscara apuntó a otro y lo derrotó tras un destello de luz, era lo más tonto que Cinco había visto en su vida... ¿Dónde estaba la sangre y los golpes?, ¿eran esos super poderes? Casi se lamentó por Ben, quien tenía que pasar por un baño de carmín al usar su transformación; tal vez podría conseguirle una de esas varas antes de volver a intentar saltar en el tiempo, como un souvenir curioso. Claro, eso si salía con vida.
Fue inesperado, el hombre enmascarado lo vio de reojo y decidió atacar, pero antes de que siquiera pudiese reaccionar una extraña y transparente pared apareció de la nada para repelerlo e, inmediatamente después, una chica extraña comenzó a jalarlo del brazo. El primer instinto de Cinco fue usar su conocimiento en pelea cuerpo a cuerpo para hacerla girar por los aires y deshacerse de su agarre, sin embargo, tuvo que admitir que con la falta de conocimiento del lugar no le vendría mal una especie de guía y ella lo había ayudado; podría prescindir de su instinto de arrancarle la mano por tocarlo sin permiso por esta vez. Tras correr con ella y resguardarse en la oscuridad de un callejón empezó el cuestionamiento inútil de cosas que, por supuesto, él desconocía. ¿Traslador?, ella debía pensar que él pertenecía a ese lugar y explicar su condición y el error no parecía ser algo que le conviniera del todo. Mientras menos comentara, menos alteraría el futuro... ¿o el pasado?
—Sí... Lo perdí. En realidad, estoy bastante confundido. Creo que me di un golpe fuerte en la cabeza, ¿qué sucede? —actuar como tonto, la mejor estrategia para salirse por la tangente sin dar explicaciones claras que no se tienen. Cinco parpadeó un par de veces seguidas para seguir la parafernalia e incluso se llevó la mano hasta la frente con una expresión de dolor. ¿Sería eso suficiente para engañarla? Antes de recibir una respuesta a su duda el estruendo de una explosión hizo sacudir el suelo y el edificio que lo resguardaba se resquebrajó, advirtiendo así su pronta caída. Cinco bufó y miró a la chica a la espera de que se moviera porque si no lo hacía, bueno, él nunca había tenido problemas en salir de esos desastres sin testigos para comentar lo que vieron en él.
Fue inesperado, el hombre enmascarado lo vio de reojo y decidió atacar, pero antes de que siquiera pudiese reaccionar una extraña y transparente pared apareció de la nada para repelerlo e, inmediatamente después, una chica extraña comenzó a jalarlo del brazo. El primer instinto de Cinco fue usar su conocimiento en pelea cuerpo a cuerpo para hacerla girar por los aires y deshacerse de su agarre, sin embargo, tuvo que admitir que con la falta de conocimiento del lugar no le vendría mal una especie de guía y ella lo había ayudado; podría prescindir de su instinto de arrancarle la mano por tocarlo sin permiso por esta vez. Tras correr con ella y resguardarse en la oscuridad de un callejón empezó el cuestionamiento inútil de cosas que, por supuesto, él desconocía. ¿Traslador?, ella debía pensar que él pertenecía a ese lugar y explicar su condición y el error no parecía ser algo que le conviniera del todo. Mientras menos comentara, menos alteraría el futuro... ¿o el pasado?
—Sí... Lo perdí. En realidad, estoy bastante confundido. Creo que me di un golpe fuerte en la cabeza, ¿qué sucede? —actuar como tonto, la mejor estrategia para salirse por la tangente sin dar explicaciones claras que no se tienen. Cinco parpadeó un par de veces seguidas para seguir la parafernalia e incluso se llevó la mano hasta la frente con una expresión de dolor. ¿Sería eso suficiente para engañarla? Antes de recibir una respuesta a su duda el estruendo de una explosión hizo sacudir el suelo y el edificio que lo resguardaba se resquebrajó, advirtiendo así su pronta caída. Cinco bufó y miró a la chica a la espera de que se moviera porque si no lo hacía, bueno, él nunca había tenido problemas en salir de esos desastres sin testigos para comentar lo que vieron en él.
Aún tenía 13 años y aún estaba varado en el apocalipsis pero, pese a esas cosas tan ciertas en su mente, no tenía idea de cuántos minutos habían pasado ya desde que contemplaba las tumbas improvisadas que había hecho para cuatro de sus hermanos: Klaus, Luther, Diego y Allisson; Cuatro, Uno, Dos y Tres. En vano intentó dar con el cadáver de Vanya y eso, sumado a la idea de que era el único humano vivo en el planeta, lo había desbaratado a niveles que a su corta edad no debía de haber vivido, sin embargo, ¿qué de todas las cosas que habían pasado en su vida era sana realmente?
—Ni siquiera tengo otra pista, maldición —habló al aire, pese a parecer que se dirigía a las tumbas de sus hermanos. En el bolsillo derecho de su saco descansaba la prótesis de ojo que Luther sostenía en la mano aún después de muerto; el objeto, redondo y vidrioso, pesaba más que cualquier cosa, como si se hubiera absorbido el sentimiento de culpa que el chico experimentaba. Un momento de rebeldía, solamente eso le costó no poder regresar jamás.
Se aclaró la garganta en aras de deshacer el nudo que empezaba a crearse ahí y volvió a ponerse de pie, esta vez más decidido a ir hasta las últimas consecuencias para regresar. Pasaría por encima del miedo a lo desconocido —sensación que le quedó grabada a fuego en la mente una vez terminó en ese lugar— y estaría en casa para cenar. Se disculparía con su padre, les hablaría sobre lo que vio y haría todo lo necesario para evitar que el futuro acabara así. Que ellos acabaran así.
Sus manos acusaron una luz azul que fue apoderándose de ellas mientras más forzaba su don, estas también temblaban, cual si intentarán abrir una puerta tremenda mente pesada. Cinco respiró profundo y dio un último vistazo a los montículos de tierra, obligándose a ir más y más lejos, hasta que los huesos le dolieron y el vértigo se apoderó de él. De pronto un portal se abrió debajo de sus pies y lo tragó como una bestia hambrienta engulle a su presa, sin siquiera masticarla por las prisas; él gritó y lo último que vio fue el cielo anaranjado y la luna rota en el firmamento.
El asfalto lo recibió y el polvo se alzó para danzar a su alrededor, pero eso no fue todo pues una luz verdosa le pasó a centímetros de la cabeza. Con rapidez, Hargreeves giró a su costado y se levantó para empezar a correr, por suerte alguien más atacó a ese otro que lo había intentado matar y… Sí, había visto bien, eran lucecitas extrañas salidas de un pedazo de madera. ¿A dónde demonios había ido a parar ahora?
—Mierda… No, no otra vez.
—Ni siquiera tengo otra pista, maldición —habló al aire, pese a parecer que se dirigía a las tumbas de sus hermanos. En el bolsillo derecho de su saco descansaba la prótesis de ojo que Luther sostenía en la mano aún después de muerto; el objeto, redondo y vidrioso, pesaba más que cualquier cosa, como si se hubiera absorbido el sentimiento de culpa que el chico experimentaba. Un momento de rebeldía, solamente eso le costó no poder regresar jamás.
Se aclaró la garganta en aras de deshacer el nudo que empezaba a crearse ahí y volvió a ponerse de pie, esta vez más decidido a ir hasta las últimas consecuencias para regresar. Pasaría por encima del miedo a lo desconocido —sensación que le quedó grabada a fuego en la mente una vez terminó en ese lugar— y estaría en casa para cenar. Se disculparía con su padre, les hablaría sobre lo que vio y haría todo lo necesario para evitar que el futuro acabara así. Que ellos acabaran así.
Sus manos acusaron una luz azul que fue apoderándose de ellas mientras más forzaba su don, estas también temblaban, cual si intentarán abrir una puerta tremenda mente pesada. Cinco respiró profundo y dio un último vistazo a los montículos de tierra, obligándose a ir más y más lejos, hasta que los huesos le dolieron y el vértigo se apoderó de él. De pronto un portal se abrió debajo de sus pies y lo tragó como una bestia hambrienta engulle a su presa, sin siquiera masticarla por las prisas; él gritó y lo último que vio fue el cielo anaranjado y la luna rota en el firmamento.
El asfalto lo recibió y el polvo se alzó para danzar a su alrededor, pero eso no fue todo pues una luz verdosa le pasó a centímetros de la cabeza. Con rapidez, Hargreeves giró a su costado y se levantó para empezar a correr, por suerte alguien más atacó a ese otro que lo había intentado matar y… Sí, había visto bien, eran lucecitas extrañas salidas de un pedazo de madera. ¿A dónde demonios había ido a parar ahora?
—Mierda… No, no otra vez.
User1573223 · M
Regulus rodó los ojos, aunque no pudo evitar elevar levemente sus comisuras ante tal comentario; sabía que Emma no hablaba desde un ego inflado que no poseía, así que, como broma, era buena. Mientras la rubia hacía toda aquella parafernalia para acomodarse a un lado suyo, Regulus empezó a sacudir levemente sus manos, como si se quitara de los dedos algún tipo de polvo imaginario; necesitaba dejar ir la sensación del papel entre sus dedos y sacar las imágenes de su cabeza. Al fin había acabado la atadura al recuerdo, era hijo único y -pensó- ya no habría de inmutarse ni un poco si veía a Sirius por los pasillos. Ya no eran hermanos.
Tomó el dulce que ella le ofrecía sin siquiera agradecer y dejó caer su espalda en el asiento antes de meterse la varita a la boca para degustar su sabor. —¿Las grandes mentes? Creo que, más bien, lo que tenemos en común es la presión de la vida —Regulus pretendía que aquello fuese un chiste, pero era tan real que terminó por sentirse asfixiado más que liberado. Mordisqueó entonces el dulce antes de empujar a Emma con el brazo, molestandola un poco. —Deberías volver a la cama, la capitana del equipo debe estar descansada para poder gritarnos, como siempre, por la mañana.
Tomó el dulce que ella le ofrecía sin siquiera agradecer y dejó caer su espalda en el asiento antes de meterse la varita a la boca para degustar su sabor. —¿Las grandes mentes? Creo que, más bien, lo que tenemos en común es la presión de la vida —Regulus pretendía que aquello fuese un chiste, pero era tan real que terminó por sentirse asfixiado más que liberado. Mordisqueó entonces el dulce antes de empujar a Emma con el brazo, molestandola un poco. —Deberías volver a la cama, la capitana del equipo debe estar descansada para poder gritarnos, como siempre, por la mañana.
¿Un favor?" Por un momento estuvo a punto de negarse con cierto dramatismo, cerrando el libro de pociones de sexto grado de un golpe. Pero la curiosidad era grande y más al ver el pedazo de papel que la chica sacaba del bolsillo y extendía sobre la mesa para la vista de Snape.
No requirió de mayor explicación. Apenas vio los primeros dos ingredientes enlistados, supo que era para una poción regenerativa y lo asoció entonces con el vendaje que audazmente había escondido la chica dentro de la manga de la túnica tras su mirada inquisidora al verla llegar.
Con una expresión perezosa, alzó la vista a Emma, pero sonreía de lado con cierta malicia. Le gustaban las situaciones ventajosas.
—Admito... —Retiró la mano de la pasta rígida del libro, para enlazar los dedos con la otra, optando una posición un tanto formal, más de la que normalmente solía adoptar cuando requería de extrema seriedad. La mirada penetrante del pelinegro, se clavó en los de Emma antes de continuar.—... Que me encantaría ver a Potter morder el polvo, sin embargo, no me contento con algo tan... Infantil. Así que estoy abierto a negociar otro... —Miró a la joven de arriba a abajo. —...Tipo de pago.
No requirió de mayor explicación. Apenas vio los primeros dos ingredientes enlistados, supo que era para una poción regenerativa y lo asoció entonces con el vendaje que audazmente había escondido la chica dentro de la manga de la túnica tras su mirada inquisidora al verla llegar.
Con una expresión perezosa, alzó la vista a Emma, pero sonreía de lado con cierta malicia. Le gustaban las situaciones ventajosas.
—Admito... —Retiró la mano de la pasta rígida del libro, para enlazar los dedos con la otra, optando una posición un tanto formal, más de la que normalmente solía adoptar cuando requería de extrema seriedad. La mirada penetrante del pelinegro, se clavó en los de Emma antes de continuar.—... Que me encantaría ver a Potter morder el polvo, sin embargo, no me contento con algo tan... Infantil. Así que estoy abierto a negociar otro... —Miró a la joven de arriba a abajo. —...Tipo de pago.
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