26-30, F
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GenevieveLGuerin · F
La noche, a pesar de intentar recrear el invierno más crudo del mundo, era espléndida. Por los ventanales de aquella galería detrás de la muchacha frente a ella, el baile de los copos de nieve desplazándose en el aire y entremezclándose entre ellos, la distrajeron un segundo de recordar la calefacción óptima que Beuxbatoms contaba en todos y cada uno de sus recovecos.
La función había terminado, la había descubierto; cerró su abrigo lo más que pudo y sonrío festejando su curiosidad, a pesar de notar cierto prejuicio hacia su escuela. —Suenas como si fuesen incompatibles. —Concluyó negando con la cabeza y rompiendo el momentáneo silencio que las había envuelto, tomándose unos segundos para observarla con detenimiento a pesar de la escasa luz de sus alrededores. Los estereotipos entre escuelas le resultaban una estupidez, uno no podía elegir ni dónde nacía ni a qué escuela era asignado, si es que tenía la suerte de finalmente acceder a una plaza.
Tal vez una pequeño comentario pasivo agresivo hubiese escapado de sus labios o le hubiese revelado la verdad de lo que realmente pretendía hacer esa noche. Pero cuando gracilmente apoyó una mano sobre el piel de la estatua para balancear su peso, no tuvo tiempo de emitir palabra. Sus movimientos pusieron en funcionamiento un mecanismo a simple vista oculto, que no hizo más que abrir la pared sobre la que estaba apoyada, haciéndola caer hacia atrás. La entrada del tan buscado pasadizo, había sido descubierta de una manera tan accidental que a otra persona quizá le daría vergüenza contarlo como anécdota, pero Gigi estaba tan emocionada que incluso en el suelo, cuando comprendió lo que sucedió, sus ojos comenzaron a brillar como si estuviesen de pequeñas estrellas fugaces. Había pocas cosas que la emocionaran, pero los inicios inciertos eran una de ellas.
Se puso de pié con una rapidez sobrehumana impulsada por la emoción del momento y extendió sus brazos cubriendo la totalidad del túnel. —La respuesta a tu pregunta. ¿Vienes? —La invitó mientras se daba vuelta sobre sus pies y amagaba por avanzar, no iba a darle demasiado tiempo para pensar. Agitó su varita y unas mariposas de luz revolotearon frente a ella, iluminando el estrecho camino que no parecía, a simple vista, tener fin.
La función había terminado, la había descubierto; cerró su abrigo lo más que pudo y sonrío festejando su curiosidad, a pesar de notar cierto prejuicio hacia su escuela. —Suenas como si fuesen incompatibles. —Concluyó negando con la cabeza y rompiendo el momentáneo silencio que las había envuelto, tomándose unos segundos para observarla con detenimiento a pesar de la escasa luz de sus alrededores. Los estereotipos entre escuelas le resultaban una estupidez, uno no podía elegir ni dónde nacía ni a qué escuela era asignado, si es que tenía la suerte de finalmente acceder a una plaza.
Tal vez una pequeño comentario pasivo agresivo hubiese escapado de sus labios o le hubiese revelado la verdad de lo que realmente pretendía hacer esa noche. Pero cuando gracilmente apoyó una mano sobre el piel de la estatua para balancear su peso, no tuvo tiempo de emitir palabra. Sus movimientos pusieron en funcionamiento un mecanismo a simple vista oculto, que no hizo más que abrir la pared sobre la que estaba apoyada, haciéndola caer hacia atrás. La entrada del tan buscado pasadizo, había sido descubierta de una manera tan accidental que a otra persona quizá le daría vergüenza contarlo como anécdota, pero Gigi estaba tan emocionada que incluso en el suelo, cuando comprendió lo que sucedió, sus ojos comenzaron a brillar como si estuviesen de pequeñas estrellas fugaces. Había pocas cosas que la emocionaran, pero los inicios inciertos eran una de ellas.
Se puso de pié con una rapidez sobrehumana impulsada por la emoción del momento y extendió sus brazos cubriendo la totalidad del túnel. —La respuesta a tu pregunta. ¿Vienes? —La invitó mientras se daba vuelta sobre sus pies y amagaba por avanzar, no iba a darle demasiado tiempo para pensar. Agitó su varita y unas mariposas de luz revolotearon frente a ella, iluminando el estrecho camino que no parecía, a simple vista, tener fin.
IY1573807 · F
[code]No pudo contener aquella mirada de asombro que delataba sus ansias por conocer aún más de aquel colegio. A pesar de los rumores acerca de sus antepasados, se sabía que los padres de la pelirroja habían acordado mantenerla lejos del Instituto de donde provenía su contraria, debido a recuperar aquel honor que Rasputín había heredado generación tras generación desde el estallido de la Revolución Rusa. Escuchó y procesó las materias que imparten en Durmstrang, solo para asegurarse de haber leído o no alguna de ellas en un libro viejo unos días antes o desde su primer año. No era conocida por tener la nariz pegada a los libros, pero sí por tener una memoria algo dotada cuando se trataba de sus estudios y exámenes prácticos o teóricos.
Rodó los ojos al momento que uno de los miembros del equipo de su casa le gritó, anunciando que el subdirector ya estaba presente. Ocurrieron dos situaciones; la primera, donde Inna tomaba uno de los pastelitos de limón para apreciar un poco su aroma y calmar sus ansias, mientras que miraba cómo Abigail se levantaba. Le siguió el acto y sacudió la túnica negra que distinguía a la casa Grigoriev del resto de las de Koldovstoretz. Miró de arriba hacia abajo al subdirector, notando una molestia, pues no estaba permitido tener duelos o herirse entre estudiantes.
—No tengo ni que preguntar quién ha hecho estas jugarretas.— Mencionó el subdirector al momento que se arrodillaba para poder atender a la jugadora herida. Luego, volteó a varios lados, buscando algún responsable a quien culpar de un momento a otro, dando con Inna y Abigail. —Usted, Grindelwald, a detención por el fin de semana.—
Inna no tuvo contención y soltó una risita, pues disfrutaba ver las expresiones del profesor cuando regañaba a alguien, era como si un pequeño sapo saltara sus ojos y abriera la boca tan grande para croar. Pero, su gusto no dudaría mucho, ya que uno de sus compañeros le decía algo más al oído al subdirector, por lo cual volvió a vociferar en contra de la pelirroja. —Señorita Yefímovich, a la oficina del director, tendremos una plática muy seria.—
La sonrisa se borró de su rostro, justo cuando ya estaba a punto de dar una mordida a su pastelito, provocando que éste le diera la sensación de un sabor algo amargo. Torciendo el labio, solamente asintió y, sin importarle más, suspiró.
—Déjeme adivinar, quieren hablar acerca de mi futuro en el mundo mágico, blah blah, oh Inna debes limpiar tu nombre, blah blah— Decía mientras imitaba la voz de alguna señora anciana que quería dar una lección de vida. —Por favor, solo por no querer atender a una buscapleitos no debería ser para tanto. ¿Por qué no manda a la rubia? Digo, ella fue quien rompió las reglas desde un inicio. Sería una pena no hacer “justicia” en este colegio, ¿no lo cree?— Terminó por fijar su mirar en el resto de sus compañeros, para después dirigirse hacia Abigail y esperar alguna respuesta de su parte.[/code]
Rodó los ojos al momento que uno de los miembros del equipo de su casa le gritó, anunciando que el subdirector ya estaba presente. Ocurrieron dos situaciones; la primera, donde Inna tomaba uno de los pastelitos de limón para apreciar un poco su aroma y calmar sus ansias, mientras que miraba cómo Abigail se levantaba. Le siguió el acto y sacudió la túnica negra que distinguía a la casa Grigoriev del resto de las de Koldovstoretz. Miró de arriba hacia abajo al subdirector, notando una molestia, pues no estaba permitido tener duelos o herirse entre estudiantes.
—No tengo ni que preguntar quién ha hecho estas jugarretas.— Mencionó el subdirector al momento que se arrodillaba para poder atender a la jugadora herida. Luego, volteó a varios lados, buscando algún responsable a quien culpar de un momento a otro, dando con Inna y Abigail. —Usted, Grindelwald, a detención por el fin de semana.—
Inna no tuvo contención y soltó una risita, pues disfrutaba ver las expresiones del profesor cuando regañaba a alguien, era como si un pequeño sapo saltara sus ojos y abriera la boca tan grande para croar. Pero, su gusto no dudaría mucho, ya que uno de sus compañeros le decía algo más al oído al subdirector, por lo cual volvió a vociferar en contra de la pelirroja. —Señorita Yefímovich, a la oficina del director, tendremos una plática muy seria.—
La sonrisa se borró de su rostro, justo cuando ya estaba a punto de dar una mordida a su pastelito, provocando que éste le diera la sensación de un sabor algo amargo. Torciendo el labio, solamente asintió y, sin importarle más, suspiró.
—Déjeme adivinar, quieren hablar acerca de mi futuro en el mundo mágico, blah blah, oh Inna debes limpiar tu nombre, blah blah— Decía mientras imitaba la voz de alguna señora anciana que quería dar una lección de vida. —Por favor, solo por no querer atender a una buscapleitos no debería ser para tanto. ¿Por qué no manda a la rubia? Digo, ella fue quien rompió las reglas desde un inicio. Sería una pena no hacer “justicia” en este colegio, ¿no lo cree?— Terminó por fijar su mirar en el resto de sus compañeros, para después dirigirse hacia Abigail y esperar alguna respuesta de su parte.[/code]
GenevieveLGuerin · F
╔═══════════════╗
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Arriver à Koldovstoretz
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En el pequeño marco del carruaje, un inmenso castillo con su peculiar implantación se hizo presente, inundando sus visuales y removiendo cada partícula de su cuerpo. Desde que escuchó los cascos de los pegazos resonar contra las piedras que enmarcaban la entrada a Koldovstoretz, tuvo la certeza que esa noche no iba a poder pegar un ojo de la emoción. Había esperado tanto para poder salir de su escuela a recorrer el mundo, que aquello era solo el primer paso de todo lo que existía por explorar.
—Gigi, ne saute pas! —Su compañera de butaca bromeó al verla tan inclinada sobre el vidrio, como si Geneviève realmente pensara en atravesar aquella barrera cristalina y caer a la tierra que cada vez estaba más cerca.
La ceremonia de recepción transcurrió sin tropiezos, las instituciones invitadas realizaron sus pequeñas presentaciones al entrar al salón principal de la escuela rusa y el banquete fue abundante. La joven de Beauxbâtons no tuvo casi oportunidad de dar bocado ya que no dejó de conversar con estudiante que se le cruzara, cuestionando a los lugareños sobre si era cierto que existían pasadizos secretos tal como sus compañeras mayores le habían hecho creer. A pesar de que las respuestas no le dieron información suficiente para develar los secretos de como funcionaba la obra arquitectónica que la alojaba, encontró un punto en común en todas las historias. Un lugar que contenía un grupo escultórico.
Mientras daba vueltas sobre su cama, aquel lugar la atormentaba llamándola a su encuentro. Si iba, tenía que ser esa misma noche, ¿Qué mejor excusa que perderse buscando el baño? Si esperaba a otro día, ya resultaría menos justificable su escapada nocturna. Se decidió a ir, con el distintivo equipo de gimnasia celeste de su escuela y una bata de noche por encima.
Se aventuró a los pasillos trazando un plano de lo que conocía hasta ese momento, poseía una memoria espacial extraordinaria por lo que era raro que se perdiera, incluso en entornos nuevos. Lo único que la distinguía de las sombras era un pequeño círculo incandescente, que pertenecía al extremo opuesto del cigarro que rozaba sus labios, el cual se balanceaba al caminar. Al oír pasos, lo estrechó contra el frío piso, desintegrándolo bajo su zapatilla y se adhirió a la estatua que se encontraba contra un muro. En la esperanza de pasar desapercibida, adoptó una posición bastante incómoda para integrarse a la persona de mármol, lista para mantenerse hasta que los pasos cesaran.
Pero no lo hicieron. Se acercaron cada vez más hacia su "escondite" y no fue hasta que una luz se posó delante de su rostro hasta que abandonó su postura con toda la gracia posible; haciendo una pequeña reverencia como las que realizaba una vez que finalizaba una coreografía. Alzó la vista y al encontrar a una joven como ella, contuvo una carcajada. —No luces como un celador tenebroso. —Declaró con un deje de sorpresa. —...tampoco como una lugareña, ¿Durmstrang? —La verdad es que no estaba adivinando, recordaba haberla visto en aquel uniforme durante la cena, no muy lejos del lugar donde se había sentado.
IY1573807 · F
[code]Atenta, sin quitar la mirada de la rubia, escuchó a cada una de sus palabras; en verdad le fascinaba toda la ideología que podría aprenderse en Durmstrang, colegio donde se le había prohibido ir gracias a sus padres. En efecto, acertaba en sus tantas divagaciones que al fin se encontraba entablando una conversación con la descendiente del mago Grindelwald. Al momento que mencionaba y señalaba a su compañera herida, no lograba ahogar una risilla, pues muy en su fondo disfrutaba ver a otros recibir un merecido que pudiera parecer trágico. Volvió la cabeza en cuanto vio que su contraria tomaba asiento, haciéndole aquella invitación.
No dudó mucho, solo miraba que el resto del equipo esperaba a su regreso para auxiliar a la muchacha herida. Haciendo caso omiso a los gritos, tomó asiento justo al frente del juego de té, mostrando una pequeña sonrisa al imaginar lo que sería ser testigo de un sufrimiento físico y un castigo a la autora de la escena.
—Entonces, Abigail, ¿cierto?, te aseguro que curar a la buscapleitos no será el problema, nos destacamos por el arte de la sanación, un tanto patético, ¿no crees? — Preguntó con aire de tranquilidad al momento de cruzar sus piernas para quedar en una posición parecida a la “flor de loto” en términos de yoga. —Me estás diciendo que en tu colegio no hay alguna restricción en usar las Artes Oscuras. Cuéntame un poco más, ¿quieres? Así podría aprender un poco de lo que en esta escuela no se nos permite.—
Decidió tomar algo de iniciativa, y fue la misma Inna quien tomó la tetera para poder vaciar el preciado líquido en cada una de las tazas que se encontraban también por ahí. Volteó los ojos un poco, pues detrás de sí comenzaron los murmullos de sus demás compañeros, sabían la admiración que la pelirroja tenía por su familiar Rasputín, por ello preguntaba por los pasillos si había alguna forma de lograr un intercambio al Instituto Durmstrang, lugar donde el ya mencionado había concretado sus estudios antes de comenzar su carrera de consejero del Zhar de Rusia.
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No dudó mucho, solo miraba que el resto del equipo esperaba a su regreso para auxiliar a la muchacha herida. Haciendo caso omiso a los gritos, tomó asiento justo al frente del juego de té, mostrando una pequeña sonrisa al imaginar lo que sería ser testigo de un sufrimiento físico y un castigo a la autora de la escena.
—Entonces, Abigail, ¿cierto?, te aseguro que curar a la buscapleitos no será el problema, nos destacamos por el arte de la sanación, un tanto patético, ¿no crees? — Preguntó con aire de tranquilidad al momento de cruzar sus piernas para quedar en una posición parecida a la “flor de loto” en términos de yoga. —Me estás diciendo que en tu colegio no hay alguna restricción en usar las Artes Oscuras. Cuéntame un poco más, ¿quieres? Así podría aprender un poco de lo que en esta escuela no se nos permite.—
Decidió tomar algo de iniciativa, y fue la misma Inna quien tomó la tetera para poder vaciar el preciado líquido en cada una de las tazas que se encontraban también por ahí. Volteó los ojos un poco, pues detrás de sí comenzaron los murmullos de sus demás compañeros, sabían la admiración que la pelirroja tenía por su familiar Rasputín, por ello preguntaba por los pasillos si había alguna forma de lograr un intercambio al Instituto Durmstrang, lugar donde el ya mencionado había concretado sus estudios antes de comenzar su carrera de consejero del Zhar de Rusia.
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IY1573807 · F
[code]Todo iba como cada año para todo aquel que ya residía en Koldovstoretz. El inicio de un nuevo ciclo escolar lleno de simples presentaciones de aquellos estudiantes de primer año, prometiéndose amistad eterna, mientras que los de tercero, cuarto, en fin, todos sabían que las relaciones podrían romperse con mucha facilidad o habrán sido entrelazadas por el mismo destino. Algo incierto, es verdad. Rusia, uno de los países más fríos y no solamente hablando del clima, sino de la misma gente que habitaba en ella; imagínense ahora lo que es que haya magos y brujas rondando por cada avenida, cada palacio. Podrían causar el terror de algunos si es que no se les trataba con una buena mano o actitud, riesgos a cada esquina. Afortunadamente, esos tiempos habían concluido desde hacía varios años.
La mañana daba sus primeros rayos de sol. Las chicas de un dormitorio de la casa Grigoriev murmuraban acerca de lo que pedirían de desayuno, mientras una de ellas sacudía con algo de fuerza un bulto de sábanas, donde algunos mechones de un pelirrojo intenso se alcanzaban a asomar, junto con una mano vendada. -Inna… Inna, ¡ya es hora de levantarte! Vamos a llegar tarde.- Decía una y otra vez hasta que la cabeza de la pelirroja se mostró por completo, adormilada, como si la noche hubiese sido eterna. -Sí, sí, lo siento. Ya voy.-
Entre tropiezos y más risilla, las tres chicas que compartían habitación con Inna la empujaron para llegar al baño y cada quien tomar una respectiva ducha. Algunos minutos después, salieron con sus uniformes, solo que Inna no quiso usar el abrigo que usualmente llevaban los estudiantes cuando hacía un clima frío, pues tendría que quitárselo más tarde para ir a su práctica de Quidditch. El desayuno fue algo apresurado para ella, ya que el capitán del equipo de su casa la tomó del hombro mientras se encontraba sentada, era hora de ir a su campo para volar.
Peculiaridad de su colegio, no había escobas por montar, sino que cada jugador iba montado en un árbol, de su preferencia, con todo y raíz. El entrenamiento había comenzado, pero para Inna sería algo aburrido, ya que aún no sería su turno de atrapar a la Snitch Dorada, sino que practicaba un poco sus reflejos junto con su capitán, Nath, que no era su verdadero nombre, solo le decía así por bromear entre su círculo social. De pronto, estando a pleno vuelo, solo alcanzó a escuchar el estruendoso grito de una de sus compañeras, lo que provocaba que tanto Inna como el resto de los que se encontraban lejos girasen sus rostros hacia una adolorida jugadora. Sin tardar mucho, hicieron rueda alrededor de la joven, tratando de calmarla.
-Hey, hey, calma. ¿Qué sucedió?-Inna parecía un tanto confundida, pues no recordaba si en alguna de sus clases de encantamientos habían aprendido algún hechizo que hiriera alguien, ni siquiera en la materia de Magia Vyazat’. El resto de jugadores le explicaron a Inna y a Nath lo que había ocurrido, a lo cual la pelirroja soltó una carcajada para ponerse en cunclillas frente a la golpeadora herida. -Te lo mereces. Recuerda no buscar pleito donde no te llaman. Llévenla a la enfermería.- Dijo después de levantarse y soltar su cabellera para mirar en dirección a las gradas, donde todavía se encontraba Grindelwald. Tomó algo de aire y fue en dirección a aquellas gradas, sin varita en mano. -Oye, tú, Grindelwald. ¿Acaso no te enseñaron a no atacar a un mago desarmado?- Sabía que podría meterse también en problemas, solo deseaba hacer algo de tiempo en lo que alguno de los prefectos se enteraba del pequeño incidente.
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La mañana daba sus primeros rayos de sol. Las chicas de un dormitorio de la casa Grigoriev murmuraban acerca de lo que pedirían de desayuno, mientras una de ellas sacudía con algo de fuerza un bulto de sábanas, donde algunos mechones de un pelirrojo intenso se alcanzaban a asomar, junto con una mano vendada. -Inna… Inna, ¡ya es hora de levantarte! Vamos a llegar tarde.- Decía una y otra vez hasta que la cabeza de la pelirroja se mostró por completo, adormilada, como si la noche hubiese sido eterna. -Sí, sí, lo siento. Ya voy.-
Entre tropiezos y más risilla, las tres chicas que compartían habitación con Inna la empujaron para llegar al baño y cada quien tomar una respectiva ducha. Algunos minutos después, salieron con sus uniformes, solo que Inna no quiso usar el abrigo que usualmente llevaban los estudiantes cuando hacía un clima frío, pues tendría que quitárselo más tarde para ir a su práctica de Quidditch. El desayuno fue algo apresurado para ella, ya que el capitán del equipo de su casa la tomó del hombro mientras se encontraba sentada, era hora de ir a su campo para volar.
Peculiaridad de su colegio, no había escobas por montar, sino que cada jugador iba montado en un árbol, de su preferencia, con todo y raíz. El entrenamiento había comenzado, pero para Inna sería algo aburrido, ya que aún no sería su turno de atrapar a la Snitch Dorada, sino que practicaba un poco sus reflejos junto con su capitán, Nath, que no era su verdadero nombre, solo le decía así por bromear entre su círculo social. De pronto, estando a pleno vuelo, solo alcanzó a escuchar el estruendoso grito de una de sus compañeras, lo que provocaba que tanto Inna como el resto de los que se encontraban lejos girasen sus rostros hacia una adolorida jugadora. Sin tardar mucho, hicieron rueda alrededor de la joven, tratando de calmarla.
-Hey, hey, calma. ¿Qué sucedió?-Inna parecía un tanto confundida, pues no recordaba si en alguna de sus clases de encantamientos habían aprendido algún hechizo que hiriera alguien, ni siquiera en la materia de Magia Vyazat’. El resto de jugadores le explicaron a Inna y a Nath lo que había ocurrido, a lo cual la pelirroja soltó una carcajada para ponerse en cunclillas frente a la golpeadora herida. -Te lo mereces. Recuerda no buscar pleito donde no te llaman. Llévenla a la enfermería.- Dijo después de levantarse y soltar su cabellera para mirar en dirección a las gradas, donde todavía se encontraba Grindelwald. Tomó algo de aire y fue en dirección a aquellas gradas, sin varita en mano. -Oye, tú, Grindelwald. ¿Acaso no te enseñaron a no atacar a un mago desarmado?- Sabía que podría meterse también en problemas, solo deseaba hacer algo de tiempo en lo que alguno de los prefectos se enteraba del pequeño incidente.
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Una cualidad de Arsen, era la adaptación rápida; a pesar de que su apariencia intimidara un poco a los demás siempre terminaban acercándose a él, era su encanto. Su madre lo había educado así, basando todo en apariencias y en la importancia de contactos, ya que gracias a ellos, tenían todo los beneficios con los que gozaban actualmente.
Durmstrang rápidamente se volvió en su segundo hogar, señalado algunas veces por los profesores como un estudiante modelo, que a pesar de que sus tíos fueran mortífagos y estuvieran en Azkaban, no lograban estropear su buena imagen.
—¿No ves sus ojos? —murmuró una de sus compañeras, alentando a los demás en la mesa para criticar. Y sin duda, el resto de los presentes le hicieron segunda, un par incluso intentó meter a Arsen dentro de la conversación para que expresara su opinión, pero él no era así, a pesar de su edad era demasiado maduro como para prestarse a niñeras como "mira su cabello". Sin embargo, lo que sí llamó su atención fue el nombre de la albina.
—Grindelwald... —repitió casi sin separar los labios.
Estuvo atento a dónde sería enviada, y sin sorprenderse, ella terminó en su mesa, no esperaba menos. "No puede ser, ella no debería estar aquí" escuchaba a sus compañeros, y veía como se alejaban de ella. «¿Será que le tienen miedo?, Entonces quienes no deberían estar aquí son ellos», pensó.
La noche avanzó, y a pesar de que la nueva le intrigaba, la superó, contando a sus compañeros su hazañas, y recibiendo halagos y atenciones de las jóvenes, sin importar que estuvieran en otra mesa, se esmeraban en que él las notara. Su juego favorito.
Cuándo todo acabó, había olvidado a Abigail, y se fue directo a la sala común, pero, no entró con los demás. Se quedó a fuera, parado frente a una de las ventanas, y no estaba ahí precisamente en plan de filosófico, estaba esperando a la lechuza de su familia. Era obvio que había escuchado los pasos de alguien, pero fingía no saberlo, pensó que se trataba de alguna compañera queriendo "ser amable", así que se sonrió, divertido, esperando a que ella le hablara, y así pasó, pero no era quién esperaba.
—Vi cómo te llamaban —le respondió tardando varios segundos en dirigirle la mirada, entonces contempló de cerca lo "llamativo" de su apariencia. Ladeó su rostro, y mantuvo su sonrisa para ella—. ¿Qué hiciste? Tan rápido y rompiendo reglas, te divertirás —con el indice le señaló unas escaleras que estaban detrás de ella—. Por allá está, sigue las escaleras, te llevarán, o puedo llevarte. Después de todo también debo ir, no tardarán en venir a molestarnos.
Encontraba fascinante el aspecto de Abigail, incluso se vio tentado en tocarle el cabello, jamás había visto que alguien tuviera ese tono natural, pero eso era demasiado infantil y estúpido, justo las actitudes qué momentos antes criticó a sus compañeros.
Y en ese momento, la lechuza se paró frente a la ventana, con un sobre en el pico. Arsen solo hizo un gesto para que no dijera nada, mientras tomaba la carta y despedía al animal.
Durmstrang rápidamente se volvió en su segundo hogar, señalado algunas veces por los profesores como un estudiante modelo, que a pesar de que sus tíos fueran mortífagos y estuvieran en Azkaban, no lograban estropear su buena imagen.
—¿No ves sus ojos? —murmuró una de sus compañeras, alentando a los demás en la mesa para criticar. Y sin duda, el resto de los presentes le hicieron segunda, un par incluso intentó meter a Arsen dentro de la conversación para que expresara su opinión, pero él no era así, a pesar de su edad era demasiado maduro como para prestarse a niñeras como "mira su cabello". Sin embargo, lo que sí llamó su atención fue el nombre de la albina.
—Grindelwald... —repitió casi sin separar los labios.
Estuvo atento a dónde sería enviada, y sin sorprenderse, ella terminó en su mesa, no esperaba menos. "No puede ser, ella no debería estar aquí" escuchaba a sus compañeros, y veía como se alejaban de ella. «¿Será que le tienen miedo?, Entonces quienes no deberían estar aquí son ellos», pensó.
La noche avanzó, y a pesar de que la nueva le intrigaba, la superó, contando a sus compañeros su hazañas, y recibiendo halagos y atenciones de las jóvenes, sin importar que estuvieran en otra mesa, se esmeraban en que él las notara. Su juego favorito.
Cuándo todo acabó, había olvidado a Abigail, y se fue directo a la sala común, pero, no entró con los demás. Se quedó a fuera, parado frente a una de las ventanas, y no estaba ahí precisamente en plan de filosófico, estaba esperando a la lechuza de su familia. Era obvio que había escuchado los pasos de alguien, pero fingía no saberlo, pensó que se trataba de alguna compañera queriendo "ser amable", así que se sonrió, divertido, esperando a que ella le hablara, y así pasó, pero no era quién esperaba.
—Vi cómo te llamaban —le respondió tardando varios segundos en dirigirle la mirada, entonces contempló de cerca lo "llamativo" de su apariencia. Ladeó su rostro, y mantuvo su sonrisa para ella—. ¿Qué hiciste? Tan rápido y rompiendo reglas, te divertirás —con el indice le señaló unas escaleras que estaban detrás de ella—. Por allá está, sigue las escaleras, te llevarán, o puedo llevarte. Después de todo también debo ir, no tardarán en venir a molestarnos.
Encontraba fascinante el aspecto de Abigail, incluso se vio tentado en tocarle el cabello, jamás había visto que alguien tuviera ese tono natural, pero eso era demasiado infantil y estúpido, justo las actitudes qué momentos antes criticó a sus compañeros.
Y en ese momento, la lechuza se paró frente a la ventana, con un sobre en el pico. Arsen solo hizo un gesto para que no dijera nada, mientras tomaba la carta y despedía al animal.
S1574336 · F
-Al estar a salvo no pudo evitar reírse con ella debido a la adrenalina y al momento que vivieron hace tan solo minutos recostada sobre el pasto vio sus heridas haciendo una mueca un tanto divertida tardarían unos cuantos días en curarse y unas semanas más en desaparecer los efectos pero había válido la pena, miro la pecera y a la criatura pensando unos instantes hasta que la idea vino a ella de repente- Hay una sala en Hogwarts.. La llaman el salón de Menesteres.. Dicen que se le aparece a aquellos estudiantes que lo necesitan realmente
S1574336 · F
-Siguio a su compañera de aventuras por el fondo del lago hasta donde se hallaban aquellas largas algas sin usar su varita como la albina le había indicado cuando estuvieron cerca y pudo capturar al grindylow sonrio para si misma al saber que lo habían logrado hasta que se vieron atacadas por las criaturas iba a salir cuando fue atacada por varios de estos viendo a la albina salir al menos estaba a salvo, los minutos peleando por liberarse le parecieron eternos incluso llego a pensar que moriría allí y de aquella forma un tanto patética para alguien de su linaje a duras penas pudo salir del lago hacia la superficie, llena de varios rasguños y mordidas-
Edward1545791 · M
Edward1545791 thinks you are Awesome.
ArsenRiddle1568028 thinks you are Arrogant.
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