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Una cualidad de Arsen, era la adaptación rápida; a pesar de que su apariencia intimidara un poco a los demás siempre terminaban acercándose a él, era su encanto. Su madre lo había educado así, basando todo en apariencias y en la importancia de contactos, ya que gracias a ellos, tenían todo los beneficios con los que gozaban actualmente.

Durmstrang rápidamente se volvió en su segundo hogar, señalado algunas veces por los profesores como un estudiante modelo, que a pesar de que sus tíos fueran mortífagos y estuvieran en Azkaban, no lograban estropear su buena imagen.

—¿No ves sus ojos? —murmuró una de sus compañeras, alentando a los demás en la mesa para criticar. Y sin duda, el resto de los presentes le hicieron segunda, un par incluso intentó meter a Arsen dentro de la conversación para que expresara su opinión, pero él no era así, a pesar de su edad era demasiado maduro como para prestarse a niñeras como "mira su cabello". Sin embargo, lo que sí llamó su atención fue el nombre de la albina.

—Grindelwald... —repitió casi sin separar los labios.

Estuvo atento a dónde sería enviada, y sin sorprenderse, ella terminó en su mesa, no esperaba menos. "No puede ser, ella no debería estar aquí" escuchaba a sus compañeros, y veía como se alejaban de ella. «¿Será que le tienen miedo?, Entonces quienes no deberían estar aquí son ellos», pensó.

La noche avanzó, y a pesar de que la nueva le intrigaba, la superó, contando a sus compañeros su hazañas, y recibiendo halagos y atenciones de las jóvenes, sin importar que estuvieran en otra mesa, se esmeraban en que él las notara. Su juego favorito.

Cuándo todo acabó, había olvidado a Abigail, y se fue directo a la sala común, pero, no entró con los demás. Se quedó a fuera, parado frente a una de las ventanas, y no estaba ahí precisamente en plan de filosófico, estaba esperando a la lechuza de su familia. Era obvio que había escuchado los pasos de alguien, pero fingía no saberlo, pensó que se trataba de alguna compañera queriendo "ser amable", así que se sonrió, divertido, esperando a que ella le hablara, y así pasó, pero no era quién esperaba.

—Vi cómo te llamaban —le respondió tardando varios segundos en dirigirle la mirada, entonces contempló de cerca lo "llamativo" de su apariencia. Ladeó su rostro, y mantuvo su sonrisa para ella—. ¿Qué hiciste? Tan rápido y rompiendo reglas, te divertirás —con el indice le señaló unas escaleras que estaban detrás de ella—. Por allá está, sigue las escaleras, te llevarán, o puedo llevarte. Después de todo también debo ir, no tardarán en venir a molestarnos.

Encontraba fascinante el aspecto de Abigail, incluso se vio tentado en tocarle el cabello, jamás había visto que alguien tuviera ese tono natural, pero eso era demasiado infantil y estúpido, justo las actitudes qué momentos antes criticó a sus compañeros.

Y en ese momento, la lechuza se paró frente a la ventana, con un sobre en el pico. Arsen solo hizo un gesto para que no dijera nada, mientras tomaba la carta y despedía al animal.
 
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