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LotusGothsky · 18-21, F
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“Pero si el destino quiere ser amable conmigo - por primera vez en toda mi existencia - me dejará encontrarla otra vez.”


Había pasado tiempo desde la defunción de la mujer que Caím había amado y, aunque odiaba admitirlo, el mundo no se había detenido para nadie. La humanidad seguía avanzando y los fantasmas continuaban acumulándose en los bosques, ríos e, incluso, en las grandes urbes; el pelirrojo solía pensar que su existencia no tenía motivo, y por ello le resultaba casi cómico que su presente se desarrollara en una academia nuevamente, donde tenía que fingir ser un adolescente del montón con el fin de encontrar nuevamente a su amada. ¿Por qué tenía la esperanza de verla en el mismo sitio en el que había vivido con anterioridad? Bueno, ella era alguien fuera de lo común y su espíritu parecía estar atado a la ciudad que había habitado desde su primera vida; ya fuera por ir de paso, nacer ahí o alguna otra casualidad, Caím siempre tenía los ojos bien abiertos en pos de cumplir la promesa que hizo el día de su funeral y recuperar el tiempo perdido.


Mientras recorría las calles, con rumbo a su improvisado hogar, se dio cuenta de que su némesis le pisaba los talones. Aquello no era extraño de ver todos los días porque el otro demonio había jurado que no permitiría que Caím saliera victorioso, empero, la persecución se acababa una vez que el fantasma dragón desaparecía tras la puerta de su apartamento para no volver a salir hasta el día siguiente. Ninguno de ambos soltó palabra alguna, Caím estaba harto de intentar ahuyentarlo sin éxito y Daemon comenzaba a cansarse de sentir que era algún tipo de escolta para el pelirrojo; como se dijo, ambos llegaron al punto de quiebre y tomaron sus respectivos caminos… Sin embargo, ese día iba a ser todo distinto.


Fue realmente una casualidad el que Caím asomara sus narices para fumar junto a la ventana, ya que usualmente no le molestaba que su hogar se impregnara con olor a tabaco, y fue aún más casualidad el que el timbre de voz femenino que tanto recordaba se adueñara de sus oídos y lo hechizara en cuestión de segundos. <<¡Al fin!>> pensó para sus adentros, deshaciéndose del cigarrillo antes de saltar por el balcón hasta el suelo; si tuviera corazón este se habría agitado hasta el punto de provocarle un ataque cardíaco, pues estaba tan emocionado que no podía detener sus pies de emprender carrera. Recorrió los callejones cercanos, la avenida principal y se asomó por la ventana de cada auto, pero no fue hasta que miró tras el vidrio de una tienda que pudo identificarla: preciosa, alta, delgada y de cabello naranja. La reencarnación de su primer amor estaba ahí parada pidiendo unos dulces en el mostrador.


Caím se detuvo en seco antes de que su instinto lo llevase a entrar, ¿cómo le explicaba que había pasado una vida buscándola? No había modo racional… ¡Pero si Daemon se enteraba perdería su oportunidad una vez más! <<Carpe diem>> entró al recinto haciendo sonar la campanilla de la puerta y tomó lo primero que vio para colocarse a un lado de ella. Al menos tenía que arcarla para asegurarse de que no lo haría su némesis primero.

—Disculpa, quiero tomar eso frente a ti. —Adelantó su mano rumbo a la caja, pretendiendo querer tomar un folleto pero con la clara idea de tocar la muñeca de la chica.

¿Podría hacerlo? La expectativa lo mataba.
Y el aire olía a fresas, justo como ella antes de morir.
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Continuó su camino con cautela sin levantar sospecha alguna, hasta que detuvo sus pasos cerca de la enorme avenida principal, esa donde transitar se convertía en un caos y, el más mínimo descuido podía costarle la vida a cualquiera. Hombres que parecían engullir filosas cimitarras de un tajo, otros que realizaban malabares con cuchillos y algunos que escupian fuego. Ganarse la vida en el mercado no sólo incluía las ventas de productos, sino también esos servicios que despertaban el morbo de los hombres y les obligaban a mirar presas de la curiosidad.

— [c=#802D2D]Parece que en esta ocasión al menos se ha preparado mejor que Rashad. Digno del hijo mayor. Infeliz. [/c]—Espetó al final cuando su mirada se vio obligada a bajar hacia el suelo como una [i]reverencia[/i] ante el hombre montado en la bestia guía.

Levantó poco después la cabeza y así observó con atención el desfile de los camellos que llevaban hacia el improvisado camino que el Derbi debía seguir por capricho del primer príncipe: Mukhtar. Una competencia que mensualmente cada uno de los nobles hijos del Sultán elaboraba de manera gratuita para su gente en una forma de agradecerles su entrega y lealtad. Un suspiro escapó de su boca al momento que cruzó los brazos sobre el pecho y apoyó el hombro izquierdo contra la pared en una postura más relajada. Las noches de bazar le permitían rememorar épocas más tranquilas y amadas en su infancia, esas que la vida se tragaba. Tranquilidad era lo que respiraba y que, de cierta forma, esperaba tener cuando menos por una noche más pero, ¿qué secretos extraordinarios le podía deparar ese bazar tal cuál lo había estipulado su [i]Libro del Destino[/i]? Avanzó entonces, de nuevo, asegurándose de afirmar un poco más la capucha y parte de la túnica, con dirección contraria a la que seguían los camellos. Había más cosas por hacer aún antes de que su paz fuera a resquebrajarse.

[center][quote=#802D2D]
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[center][quote=#802D2D][c=#FFFFFF][b]❛❛ En aquella mística ciudad, existe solamente un lugar donde puedes encontrar un sinfín de sorpresas que atraparán tu atención. Desde las voces que incitan a mirar, a tocar, degustar y comprar; donde los colores son devorados a través de las miradas permitiendo los saltos de negocio en negocio, objeto en objeto y persona en persona.
¿Estás dispuesto a adentrarte en esta tierra cuya principal presa son los tontos? ❜❜[/b][/c][/quote][/center][sep]
Es sorprendente la forma en que las ciudades están construidas mediante increíbles escalafones sociales, peldaños por los cuales algunos desean subir con rapidez mientras que otros esperan jamás caer. Pero, en toda la ciudad de Ghaaliya, solo existe un lugar donde no existen diferencias sociales de ningún tipo. No hay ricos, no hay pobres, no existe la clase media; no existen hombres valientes, fuertes ni cobardes; no hay cabellos oscuros, rubios o rojos; mucho menos importan los colores de la piel que, al igual que la arena expuesta al sol, merman en su pureza pasando desde el pálido blanco hasta el verde con que los palmeras danzan embriagadas por la calidez del sol.

Los ruidos que allí se presentan son parte de la mescolanza de seres; algunos hablan en árabe, otros turco, unos cuantos más hebreo, otros quizá el viernamita y existen también aquellos que logran hablar las frases más esenciales de todos los idiomas que han logrado escuchar y les permiten comunicarse durante el regateo: Telas, especias, animales, joyas, oro, frutas, panes y granos. Todo tipo de moneda de cambio está permitida para obtener las más absurdas baratijas o los más sorprendentes artefactos, esos que solamente se escuchan en cuentos de fantasía o que parecen mitos. ¿Es que acaso habrá alguna alfombra mágica o una lámpara que dentro contenga un poderoso Djin? Imposible era saberlo y distinguir, a simple vista, de una lámpara ordinaria de aceite y una lámpara mágica de aceite. Voces llamando a los clientes, otras llamando a los guardias, otras implorando que dejaran los productos en su lugar si no iban a comprar; era un ruido espantoso que al mezclarse generaba un único idioma irreconocible incluso ante los oídos expertos: El idioma de la criatura mercante.

Justo entre aquellas calles de vivarachos colores y ánimos encendidos por la emoción de una buena compra-venta, es que divagaba él. Sus ojos paseaban de un lado a otro mientras que ajustaba un poco más la capucha color marrón sobre las hebras rubias, un intento de encubrir su identidad para no generar caos, uno que se extendiera tan rápido como el polvo durante las carreras de camellos para entretener al pueblo. No, su deseo de mantener [i]oculta[/i] su identidad no era por la popularidad que alguien como él podía tener, es decir, ¿cuántas personas no se atreverían a posarse ante los pies de un príncipe para recibir un muy bien remunerado favor? Era alguien de la realeza, sí, pero su posición dentro de tal no era la más favorecedora, ni alentadora, mucho menos era motivo de alegría para al menos... Cerca de tres cuartos de la población. Príncipe entre los leones, bendecido del trueno e hijo bastardo del Sultán. ¿Qué clase de fama podía tener alguien que deseaba formar una revolución donde todos parecían vivir en una aparente, perfecta y métrica tranquilidad? La peor, como su caracter, como los rumores inhumanos que navegaban en el viento, de boca en boca, hablando de sus aventuras desastrosas y sus ideas utópicas de liberar a quienes se encontraban presos en una ficticia libertad.

— [c=#2D5680]¡Hey tú, sí, tú. Ven aquí a comprar! ¡Especias y telas importadas fuera de la ciudad! Más allá de las murallas que rodean la ciudad, incluso pasando las dunas que marcan el fin de Rhydovur. ¡Compra, compra, buen precio! [/c]—Aquel mercader bonachón le habló con la misma confianza que cualquier otro allí pero, aún con la emocionante tentación de ver los artefactos más lejanos a su hogar, Khalil tenía otros planes que le obligaban a continuar su camino con la mirada hacia el frente para esquivar a los transeúntes que iban en su sentido, los que caminaban al contrario y, también, las bestias que transitaban entre las personas llevando las cargas para surtir nuevamente los comercios que se dedicaban a la venta de alimentos y alcohol; desde cuidarse de los habituales caballos, hasta de los ocasionales camellos que portaban alfombras y rollos de telas finas en sus espaldas.

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Te amoooo
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— ¡Siiiiiiiiií! *-* yo quiero un dinosaurio de peluche .— La pequeña da pequeños brincos llena de emoción alrededor de la pelirroja
LotusGothsky · 18-21, F
Ayayay.
No finjas inocencia. >>'