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Te arrancaré la cabeza para que aprendas a guardar silencio de una vez por todas.

Tras el dictamen, Khalil cruzó los brazos en un gesto que Rashad imitó. Ambos poseían el mismo tamaño, casi, pero la diferencia se veía en el color de su piel y cabello: Rashad era moreno, como Mukthar, con el cabello en ese mismo color chocolate que poseía el Sultán y el de su divino elemento la tierra. Así pues, continuaron con su camino sin interrupción alguna en dirección al punto de su encuentro que, probablemente, no pasaría de más de un par de ataques y heridas antes de que sus diosas, Ghaaya y Almadi respectivamente, interrumpieran su combate al estar fuera de los eventos específicos de contienda.

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Siempre había considerado que no estaba destinado a disfrutar de la tranquilidad y la paz por más de unos cuantos días, quizá semanas siendo generosos, pero existía siempre un balance en el que, por cada paso dado hacia su destino, Hadir se encargaba de colocar tres o cuatro obstáculos nuevos con los que debía enfrentarse. A veces pequeños y banales, a veces tan grandes como sus sueños, su ego y su convicción; pero quizás, en esta ocasión, aquello había ido demasiado lejos a su criterio.

Como si el cuerpo no pudiera responderle, al entrar en un lapso de piloto automático, los ojos de Khalil observaron con atención los movimientos que siguieron a la voz de Khadimar; esa misma que pareció reproducirse como un nefasto eco en la lejanía que, a su vez, anunciaba lo peor. Parpadeó, iluso, en un intento de lograr entender qué era lo que estaba sucediendo y cómo los pronósticos de un favorable tiempo cambiaban de una forma radical. Pero, aunque todo parecía ser rápido para el mundo, para Khalil aquello parecía ser tan lento como el tormento que representan los granos de arena de un reloj, las débiles gotas que caen para saciar la sed de los esclavos y prisioneros retenidos en los calabozos del Palacio.

”Khadimar”

Se mantenía tan iluso que por un momento parecía ser más pequeño de lo que realmente era sin saber cómo reaccionar, qué decir o qué hacer. Porque ninguna parte de su cuerpo estaba dispuesta a responderle pese a la lucha impuesta en su mente para tener dominio de sus extremidades. No fue hasta que le vio caer, que terminó por fragmentarse entre temblores y temores. Mas aquello no se debía a la muerte que hubiese obtenido de no ser por la intercesión del varón, no, era por la del mismo Khadimar que reaccionaba así. ¿Cuántas personas, que él consideraba ‘importantes’, no habían perecido ya por su causa y/o defensa? Se acercó entonces, con el puño tembloroso entre el miedo y la rabia que nacía en él con rapidez; se dejó caer de rodillas y extendió las manos para sujetarle los hombros y girarlo. Examinaba con ojos atentos, así como nerviosos cada rastro de aquella herida. Titubeó. No sabía qué hacer, lo único que se le ocurría era regresar y dejar todo en manos tanto de Arkam como Nadima, los únicos en quienes podía confiar. Le asió entonces por los brazos y poco después se impulsó para ponerse de pie, sin embargo, terminó por volver a caer tras arrojarse hacia su lado derecho. A la izquierda yacía clavada en la tierra una flecha con la cola de color verde.

¡JA, JA, JA, JA! Khalil, qué alegría verte… Vivo —La emoción que la voz de aquel muchacho que permanecía de pie, a varios metros de allí, fue pasando de la felicidad al enfado. Era evidente que no estaba del todo satisfecho con los resultados que su sicario había obtenido; entonces volvió a tensar el arco conforme observaba el ceño de su ‘hermano’ fruncirse otro poco— Vamos, te prometo que no será doloroso. Seré más bondadoso de lo que han sido Mukthar y Aasiyah. [/c]

El ceño de Khalil se frunció aún más, sus ojos parecían arder de un fastidio felino que no podía ocultar. Siempre que se trataba de sus ‘hermanos’ sus emociones terminaban por estallar. Suspiró, poco después chasqueó la lengua y volvió a colocarse de pie una vez más. Murmuró un par de palabras, en un tono tan silencioso que pareció apenas separar los labios para emitir un poco de aliento. Entonces a su costado, apareció Arkam, su confiable mago que se apoyaba con el bastón mientras que reía suavemente, pero aquella sonrisa desapareció con la angustia que percibió dentro de la molestia en los ojos del príncipe.

Ya, ya. Entiendo, entiendo. —Repitió mientras que con movía la mano izquierda de arriba abajo para darle tranquilidad. Él seguía siendo tan sereno a pesar de la situación ocurrida así como la ahora presente. Ocupó entonces el lugar del príncipe siendo él quien se encargó de sostener a Khadimar y así aprovechar la oportunidad de examinar para tomar la decisión de los mejores cuidados ‘médicos’ –que no eran otra cosa que magia–, que debía implementar para disminuir la preocupación de su futuro gobernante.

Vamos, acabemos con esto de una vez, Rashad— Habló mientras que se sacudía un poco las manos, negó después y estiró la izquierda para señalar en dirección al templo de Hadir— Pelearemos allá, no me importa lastimar civiles en el proceso pero, ¿el cuarto príncipe piensa lo mismo? —Soltó una risa, ácida y cínica, cuando terminó de hablar. Era esa la personalidad que le solía mostrar con desprecio a sus hermanos. Avanzó entonces pero se detuvo para mirar de reojo al hechicero— Vete. Que nadie, especialmente Nadima, se entere de esto. Más te vale que él despierte. —Volvió entonces a mirar a Rashad quién le alcanzó y se miraron con total tranquilidad, como si antes no hubiesen tratado de matarse ya.

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Negó un par de veces, tras su propia pausa en la que presionó cayó en cuenta de que sus manos presionaban con fuerza la pasta dura y añeja del libro, hasta el punto que un clic advirtió de su ruptura. Intentó sonreír a medias, como siempre, y terminó por soltar algo de sus tensiones con un nuevo suspiro.

Esa es la respuesta a tu pregunta. Y también parte de la historia y cultura de esta nación. Puedo prestarte un par de libros en Palacio para que continúes saciando tu curiosidad sobre las Diosas. ¿Hay algo más que gustes saber o hacer, Khadimar?


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Aunque se podía considerar más como una pregunta casual o común, cierta sorna adornó sus labios ante los cuestionamientos de Khadimar. Eran justamente los mismos que él solía hacerle a su madre cada ocasión que le contaba aquella historia de las Diosas, la fundación de su ciudad y el cómo los hombres habían perdido su libertad. Cerró los ojos, sólo un momento, para tratar de alejar aquel recuerdo que acudió hasta su memoria y negó, de una forma sutil que llenó sus labios de ironía.

Hadir, Diosa madre y deidad del presente, creadora de los hombres en nuestra sociedad, nuestra cultura. Ella fue quién escribió esa clase de libros, de principio a fin, de todos los habitantes existentes aquí y los ya no existentes. —Trató de mantenerse serio, no quería reírse como solía hacerlo durante tiempos de antaño, en su adolescencia para ser precisos, pues le encantaba jactarse de cómo los planes de las diosas se salían de control simplemente con su existencia. De una forma entre ansiosa e incómoda, Khalil pasó el libro entre sus manos hasta que decidió pasar las hojas de principio a fin y viceversa para saciar esas sensaciones. Demasiados recuerdos afloraban y existían allí inmersos, de matices tan contradictorios que solamente le quedaba reír o fantasear con todo aquello que hubiese sido de no tomar las riendas de su propio destino. Humedeció sus labios, con la punta de la lengua, y entonces habló: — Como bien es sabido, al principio de todo no existió ley alguna que nos permitiera definir lo que estaba bien de lo que estaba mal; los hombres sembraban el caos doquiera que mirases. Destrucción de tierras, de especies, de otros hombres y de esa cosa absurda que llaman corazones, emociones, sentimientos.

Movió su mano derecha de un lado al otro, como si de un abanico se tratase y que tenía doble efecto: Restarle importancia a sentimentalismos innecesarios de su historia, que de niño él adoraba escuchar de la dulce voz de su madre, y mermar el tono de su voz para no llamar la atención de otros. Él, que siempre había repudiado la forma en que se regía su nación, parecía contar con algo de emoción una anécdota que comenzaba a ser más un cuento infantil que una parte importante de su historia. Al menos, se sentía afortunado de conocer la forma resumida y no tener que recurrir a alguno de los múltiples libros de su biblioteca personal para ello.

El hombre de Ghaaliya perdió el albedrío libre cuando sus acciones amenazaron con destruir el mundo que conocemos. Tomaba y consumía más de lo que la tierra fértil podía darle. No conocía la saciedad en cuanto a nutrientes, conocimiento, poder y sangre; ante el inminente caos, las tres diosas, entre ellas Hadir, decidieron poner un fin a ello. La menor, decidió que lo mejor era destruir a los hombres pero, aunque la mayor también estaba de acuerdo, significaba rebajarse a su nivel, así que desistió. Hadir, decidió entonces que lo mejor era controlar a los hombres definitivamente. Y para eso, creó los libros de vida, como el que has visto ya.

Levantó un poco el libro, a fin de servir más de una referencia visual que para darle la oportunidad de volver a leerlo. Lo acomodó, así lo tomó desde el lomo y lo utilizó para señalar hacia el frente, por sobre las edificaciones que cubrían algunas viviendas cercanas al bazar, otros comercios y demás estructuras que se levantaban en los alrededores de la ciudad. Había un punto en concreto que quería mostrarle, aunque sus propias emociones le impedían llegar hasta aquel lugar que durante tantos años consideró más como un insulto y monumento a la tragedia, la carencia de libertad y el desprecio, que un sitio de preservación y lealtad.

Cerca de los muros del Norte, está el templo de Hadir iluminado con antorchas cuyo fuego no se extingue con el paso de los dias, que soporta las bajas temperaturas de las crueles noches y los vientos más fuertes que pueden soplar. Ni siquiera la lluvia es capaz de extinguirlo, porque Hadir aún no ha saciado su odio y desprecio al quebrantar la ley. Antigua ley. —Corrigió, casi que de inmediato y asintió para convencerse que nada de eso podía suceder más. Entonces detuvo sus pasos y giró sobre su propio eje, manos tras la espalda para esconder el libro con recelo. Cerró los ojos un momento, tomó aire con algo de fuerza y profundidad para luego negar. Le causaba una punzante molestia de ira en el estómago.— Esas antorchas son humanos, como tú o yo. Su único error fue seguir lo que no estaba escrito en sus libros, por decisión, por accidente o descuido; los llamamos: "Los imprudentes"; existen para recordar las consecuencias de nuestros actos y la furia que poseen los dioses. Como somos frágiles ante ellos y...

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Terminó entonces por mostrar una línea firme en sus labios, casi recta por la presión que ejerció sobre ellos y soltó el aire con fuerza.— Realmente... Ghaaliya ha cambiado mucho en estos últimos años. Desde la forma en que dejaron de concebir a las tres Diosas primarias como centro de su vida, hasta poder caminar tranquilamente por estas calles sin ser señalado como un bastardo. He logrado progresar mucho, al punto que ahora los extranjeros pueden permanecer aquí más de un día sin temer por su vida.

Por primera vez, quizá, un atisbo de inconformidad mezclada con algo de tristeza se asomó en su rostro. Con el rojo intenso de su mirada apagado y la postura relajada se permitió exhibir una mínima parte de su pasado, no porque le fuera imposible contárselo, sino por el hecho de no saber cómo empezar o hacerlo sin convertirlo en una tragedia más grande de la que para él era. Quizá, sólo debía dejar que las preguntas que, en su momento sugieran de la curiosidad de Khadimar, hicieran el trabajo de aclarar el panorama para expresarse debidamente. Volvió entonces a aclarar su garganta y se detuvo, casi de golpe, para avanzar ahora a su derecha donde observó un libro particular que llamó su atención: Estaba desgastado de las tapas como el lomo, las hojas eran un caos pero aquello no le importaba, le llamaba la atención el contenido y aquello era más que suficiente. Así que lo volvió a hojear después de ofrecer las monedas correspondientes por él.

— [c=#802D2D]Desde que Ghaaliya se creó hace cientos de años, todos los hombres fueron regidos por algo como esto.
—Señaló el libro en su mano, mismo que poco después le mostró con cuidado para señalar el contenido: Era similar a un diario, registrado por fechas y horas basadas en la posición del sol, la luna o los granos de arena que habían caído desde el canto de las aves; desde actividades simples como acudir a labores, preparar el almuerzo y atender a la familia, hasta actividades más rebuscadas y oscuras como robo, mentiras, asesinato y 'suicidio'. Entonces decidió extenderlo hacia él, para que pudiera tomarlo e intentar analizar lo que le fuera posible en aquel texto.— Se les conoce como libros de vida. Toda persona que nace en esta ciudad tiene uno, desde los más pobres hasta los más acaudalados... Excepto yo. En esos libros está escrito lo que sucederá en tu vida de principio a fin, actos que cumplirás al pie de la letra o morirás entre las llamas de Hadir que jamás se han de extinguir. O eso era antes. —Levantó los hombros un momento y retomó su caminata con mayor cautela porque quería ver cada una de las reacciones de su acompañante en todo momento. Llevó las manos tras la espalda y allí las mantuvo tras sujetar la muñeca izquierda con la derecha.— Se nos prohibió la construcción libre del destino pero, me he encargado de devolverlo. De permitirles vivir de la forma en que yo lo hice, en la que siempre debió ser pero... —Se pausó y a sus palabras les añadió un toque natural de una risa mínimamente forzada al ocultar sus jos tras los párpados. Incluso apenas fue perceptible el movimiento de sus hombros ante la risa; mas no tardó en componer una vez más su postura, al erguirse incluso otro poco, y realizó un ademán con su mano como si solicitara que se acercara un poco más, aunque sólo era una incitación a perder el temor de cuestionarle.

Siéntete libre de preguntar directamente cualquier duda puedas tener. Ya sea sobre la ciudad, sobre la cultura o sobre mí. Te responderé hasta donde mis facultades me lo permitan; no sientas pena, prefiero ser yo la persona que te dé las respuestas deseadas antes de escucharlas de alguien más. —Finalmente, reveló parte de sus intenciones con cada una de las palabras que emitió, entonces llevó su vista hasta el suelo, donde se sonrió como resultado a su propia risa tras concebirse ataviado con las vestiduras propias del palacio y no las de un transeúnte más. El tiempo lo había ayudado a madurar y aprender a ocultar mejor sus emociones, esas que durante tanto tiempo le impulsaran y le hicieran meterse en cientos de problemas para llegar a su tan anhelada meta.— No soy perfecto, ni lo fui. Hice mucho de lo que me arrepiento y quisiera deshacer pero, si te entrego esta oportunidad, es para tratar de forjar un fuerte lazo de amistad entre nosotros. Para que puedas permanecer a mi lado con orgullo, como un aliado, un amigo; aquello que implica ser más allá de un siervo, cosa que no eres realmente para mí. Así que pregunta y responderé. ¿Qué te gustaría saber primero?

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Una parte de sí mismo tenía esa vaga esperanza que la respuesta a su pregunta fuera afirmativa pero, incluso él mismo era consciente que las probabilidades de ello eran sumamente bajas. No se le podía pedir que cambiara de la noche a la mañana, así fuese un deseo transformado en orden, sabía que existían momentos en los que serían más fuerte las memorias y enseñanzas impartidas para ser lo que, en algún tiempo, era: un esclavo destinado a obedecer. Khalil terminó por tomar aire, en silencio, hasta que infló su pecho a tal punto que pensó le sería imposible aspirar más; y entonces lo dejó salir con la misma rapidez que su mirada viajó para encontrarse con Khadimar que le expresaba verdades que le parecían imposibles de creer y que, a su vez, le dejaba pasmado por la facilidad con la cual podía sonreír de aquel modo tan... Animado, tan cálido y sorprendente. Sin duda que la sorpresa no tardó en asomarse por sus ojos carmín, los cuales continuaron escudriñando cada uno de los pliegues de los labios ajenos con el único propósito de comprender cómo es que aquella emoción se formaba por una causa que, él mismo, consideraba absurda. ¿Cuántas veces había considerado que su compañía para otros no era más que un horrendo atropeyo que tenía como consecuencia la muerte? Muchas. Y sólo Nadima había sido capaz de quebrar una parte de los muros impuestos por sus estigmas para llegar hasta él.

Llevó la mirada al frente una vez más y detuvo sus pasos para permitir el pase de la carreta de un nuevo mercader así como otros transeúntes. Sus ojos intentaron mirar más allá de las telas que cubrían cúmulos de objetos valiosos de la arena: Un par de lámparas, más telas, algunas frutas de brillantes colores, joyas; seguramente era de esos múltiples vendedores que tenían artículos extraños que siempre le habían fascinado a pesar de su inutilidad. Continuó el recorrido del vehículo tirado por una mula y regresó su mirada una vez más hacia el muchacho, donde parpadeó un par de veces antes de fruncir el entrecejo y tensar los labios hacia la izquierda. Era un símbolo latente de su propia confusión y burla. Negó un par de veces antes de avanzar con pasos lentos y recobrar su semblante más neutro para mantener su careta ante la sociedad de su nación: Un ser inexpresivo que solía tornarse violento cuando la situación lo ameritaba, con los fieros ojos de una bestia felina que todo el tiempo estaba hambrienta y, también, un cinismo excepcional que nacía de la forma más natural con sus escandalosas risas para hacer quedar mal a los demás. Era una caja de sorpresas que, a su criterio, distaba de la concepción que su sirviente tenía debido al pasado que desconocía.

Y con el pasado, venían acciones, actitudes e historias que no podían contarse tan libremente a los oídos de todos. No importaba si fuese en el bazar, en los jardines del palacio, en el templo donde solía acudir a su Diosa por consuelo o consejo, o incluso en sus aposentos; siempre existía alguien que estaba dispuesto a escuchar de más para escarbar en sus memorias y abrir viejas heridas que, incluso con el paso de los años, aún no terminaban de cerrar o cicatrizar. Terminó entonces por carraspear, no para llamar la atención de su contrario sino más bien para limar esas asperezas que no sólo molestaban, pues comenzaban a generar en él una sensación de resequedad que se acompañaba de ese incómodo calor en el pecho y un dolor ocasional en la boca del estómago: Melancolía, su más constante compañera. Sin embargo, a su mente acudió una idea que le reveló la verdad más absoluta de sus cuestiones; era mejor que se enterara del pasado por su propia boca que por los rumores, los chismes o las invenciones, convertidas casi en leyenda, de sus aventuras para hacerse de su lugar no sólo entre los herederos legítimos del Sultán, sino también convertirse en él.

Eres un hombre libre ahora. Y como tal, mientras permanezcas en esta tierra bajo mi protección y cuidado, tienes permitido el saber.— Dictaminó con una voz firme pero que reflejaba en sus notas una infinita tranquilidad que le ayudaba a esconder muy bien sus verdaderas emociones. Se giró por un momento, sin detener el movimiento de sus pasos y, con la mano más cercana, palmeó el hombro del varón un par de veces para incitarlo a relajarse.— Un hombre que conoce, es un hombre sabio, un hombre curioso... Un hombre libre. Todo lo que desees saber sobre Ghaaliya te lo explicaré, incluso Nadima podría hacerlo mejor que yo. Akram... Suele exagerar.— Hizo una par de muecas con los labios mientras que trataba de encontrar la forma de hilar sus ideas. Nadima, su mano derecha en las funciones reales, era más directa pero también sentimental, así que ella le daría más respuestas sobre el pasado del príncipe que de la nación misma; por otro lado, Akram sólo inventaría algunos rumores mientras se centraba en hacer más grande la historia de Khalil.

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... Estatus social le permitía; eran sólo algunas de las muchas cosas que Khalil tenía en mente para que en el futuro, no muy lejano quizá, tuviese la suficiente autonomía para comprender que existían acciones que podía tomar a su voluntad. Quizá su principal motivación era llegar a encontrar lo que se consideraba un amigo en él. Aprender desde cero con alguien que podía estar en los mismos conceptos y dudas sobre el término.

¡Vuelvan a su trabajo. Hagamos de esta una gran ciudad!, ¿De acuerdo? —Tuvo que levantar un poco la voz para dar aquella "orden", sin embargo trató de que su tono fuese solamente una sugerencia casual que les permitiera caminar por las calles con libertad, como si fuesen solamente dos visitantes más en búsqueda de unos artículos particulares para Khalil. Los súbditos en su mayoría respondieron con una afirmación enérgica, mientras que otros simplemente se limitaron a continuar con sus labores de forma ordinaria.— Como decía, hubo un tiempo donde lo único que recibí de otros, por no decir que de casi todos, fue lo contrario a lo que puedes apreciar ahora. Las miradas eran distintas, los saludos eran ofensivos y las bendiciones... Eran maldiciones comunes. Pero el tiempo ha pasado y todo ello ha quedado atrás, los ciudadanos de Ghaaliya han cambiado... Igual que lo harás tú. ¿Te has acostumbrado más a esta nueva vida?

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Era una de esas ocasiones en las que estaba cansado de los deberes, de las peticiones, de las lecturas de pergaminos que parecían no tener fin para solicitar lo mismo uno tras otro pero, lo que más llegaba a frustrarle, era tener la cabeza llena de visiones sobre el futuro que ni él mismo era capaz de entender o discernir sobre los tiempos en que ocurrirían, cuál sería el mejor modo de combatirlas para salir victorioso y, también, tratar de elegir en cuál de ellas tendría que sacrificar un poco de su energía para compensar el precio de su habilidad.

Y no se le había ocurrido nada mejor que acudir al bazar. A veces creía que recordar su pasado le permitía no sólo mantener los pies sobre la tierra, sino que también le recordaba constantemente cuáles habían sido los motivos de su rebelión: Libertad, posibilidades de elegir su propio destino... Y venganza. Aunque esta última podría pasar desapercibida a la perfección con esa sonrisa amena, a medias, que solía brindar para reconfortar. Pero, de todo el personal a su servicio, ¿a quién podía elegir esta ocasión para acompañarle? Se lo pensó desde el momento que salió de su habitación hasta que encontró a la más inocente de sus presas: Khadimar, aquel joven al que hubiese liberado bajo sus propios caprichos y deseos de que el destino debía ser forjado por uno mismo. Así pues, teniendo todo listo, tras haber dado las órdenes adecuadas, no tardó en emprender su camino hacia el bazar.

Aún existían muchas cosas que se mantenían igual, las posiciones y la variedad de instrumentos que se podían encontrar en las diversas locaciones de la plaza se mantenían, junto con la efusividad de la gente por obtener lo que deseaban a buenos precios tras regatear un par de veces para seducir al comprador. Probablemente, lo que más le gustaba a él eran todos los puestos de comerciantes extranjeros que podían establecerse allí sin ningún temor o documentación más allá de permisos legales y de autenticación de sus artículos. Sus ojos saltaban con curiosidad de un producto a otro, pero debía medirse para mantener una postura más propia de su estatus y posición. No podía comportarse como un niño curioso también dada la edad que poseía en esos momentos. Así que solo se limitaba a asentir, a mover la diestra en agradecimiento o saludo ante las cortesías que más de una vez llegó a considerar innecesarias e incómodas. Le seguía sorprendiendo cómo las personas que tanto habían repudiado sus ideas, eran a veces las que más agradecidas estaban con él. Y no fue hasta que escuchó la voz de su compañero que se atrevió a salir de su infantil trance para poder hablarle.

No siempre fue así, mucho tiempo ha pasado desde entonces, te sorprendería saber... —Interrumpió sus propias palabras mientras que detenía sus pasos, a través de la visión periférica logró percatarse que la silueta del siervo no le seguía más el paso. Terminó por parpadear un par de veces antes de animarse a girar sobre su propio eje, frunció las cejas hasta el momento en que le miró a la distancia de unos diez o doce pasos quizá, los cuales él mismo se atrevió a cortar.— ¿Qué es lo que estás haciendo? —Preguntó con una duda evidente en su voz, una casi anormal al instante en que colocó su diestra sobre la cintura en una postura de autoridad indiferente. Aún le costaba, claramente, entender todas las cosas que pasaban por la mente de Khadimar con respecto a su "nueva vida" pero, a su vez, él mismo era consciente de que la renuencia podía ser más natural que forzada, porque él mismo había vivido aquello tras ascender al trono de su nación.

Si quisiera que alguien estuviese tras de mí durante el paseo, habría llamado a algún integrante de la guardia real. Khadimar... —Utilizó entonces su nombre, porque lo consideró más prudente por la severidad de las palabras que pensaba emplear no sólo para tener su atención, sino para intentar darle una mayor libertad que a su vez no interfiera de forma radical con sus costumbres.— ¿Te importaría caminar a mi lado, por favor? —No solo le incitó con su voz, sino que también realizó un ademán con su izquierda para señalar, de una forma bastante discreta, el espacio vacío que estaba a su lado.

Poco parecían importarle las miradas de curiosidad a Khalil, no es como si fuera la primera vez que los vendedores, sobretodo los nacionales, de aquel bazar le observaran con atención, con cautela y con algún temor extraño ante las actitudes tan ordinarias que solía tomar al saltarse gran medida de los protocolos reales. Más de una vez se le había considerado como una plaga más, de esas que debían aniquilarse antes de que las tradiciones y designios divinos, bajo los cuales Ghaaliya se regía desde su fundación, se vieran afectados por el torbellino de sus convicciones e ideas irreverentes. Hablarle de tú a un mozo, llevarlo consigo a sus reuniones, intentar tratarlo más allá de lo que su...

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