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Era una de esas ocasiones en las que estaba cansado de los deberes, de las peticiones, de las lecturas de pergaminos que parecían no tener fin para solicitar lo mismo uno tras otro pero, lo que más llegaba a frustrarle, era tener la cabeza llena de visiones sobre el futuro que ni él mismo era capaz de entender o discernir sobre los tiempos en que ocurrirían, cuál sería el mejor modo de combatirlas para salir victorioso y, también, tratar de elegir en cuál de ellas tendría que sacrificar un poco de su energía para compensar el precio de su habilidad.
Y no se le había ocurrido nada mejor que acudir al bazar. A veces creía que recordar su pasado le permitía no sólo mantener los pies sobre la tierra, sino que también le recordaba constantemente cuáles habían sido los motivos de su rebelión: Libertad, posibilidades de elegir su propio destino... Y venganza. Aunque esta última podría pasar desapercibida a la perfección con esa sonrisa amena, a medias, que solía brindar para reconfortar. Pero, de todo el personal a su servicio, ¿a quién podía elegir esta ocasión para acompañarle? Se lo pensó desde el momento que salió de su habitación hasta que encontró a la más inocente de sus presas: Khadimar, aquel joven al que hubiese liberado bajo sus propios caprichos y deseos de que el destino debía ser forjado por uno mismo. Así pues, teniendo todo listo, tras haber dado las órdenes adecuadas, no tardó en emprender su camino hacia el bazar.
Aún existían muchas cosas que se mantenían igual, las posiciones y la variedad de instrumentos que se podían encontrar en las diversas locaciones de la plaza se mantenían, junto con la efusividad de la gente por obtener lo que deseaban a buenos precios tras regatear un par de veces para seducir al comprador. Probablemente, lo que más le gustaba a él eran todos los puestos de comerciantes extranjeros que podían establecerse allí sin ningún temor o documentación más allá de permisos legales y de autenticación de sus artículos. Sus ojos saltaban con curiosidad de un producto a otro, pero debía medirse para mantener una postura más propia de su estatus y posición. No podía comportarse como un niño curioso también dada la edad que poseía en esos momentos. Así que solo se limitaba a asentir, a mover la diestra en agradecimiento o saludo ante las cortesías que más de una vez llegó a considerar innecesarias e incómodas. Le seguía sorprendiendo cómo las personas que tanto habían repudiado sus ideas, eran a veces las que más agradecidas estaban con él. Y no fue hasta que escuchó la voz de su compañero que se atrevió a salir de su infantil trance para poder hablarle.
— No siempre fue así, mucho tiempo ha pasado desde entonces, te sorprendería saber... —Interrumpió sus propias palabras mientras que detenía sus pasos, a través de la visión periférica logró percatarse que la silueta del siervo no le seguía más el paso. Terminó por parpadear un par de veces antes de animarse a girar sobre su propio eje, frunció las cejas hasta el momento en que le miró a la distancia de unos diez o doce pasos quizá, los cuales él mismo se atrevió a cortar.— ¿Qué es lo que estás haciendo? —Preguntó con una duda evidente en su voz, una casi anormal al instante en que colocó su diestra sobre la cintura en una postura de autoridad indiferente. Aún le costaba, claramente, entender todas las cosas que pasaban por la mente de Khadimar con respecto a su "nueva vida" pero, a su vez, él mismo era consciente de que la renuencia podía ser más natural que forzada, porque él mismo había vivido aquello tras ascender al trono de su nación.
— Si quisiera que alguien estuviese tras de mí durante el paseo, habría llamado a algún integrante de la guardia real. Khadimar... —Utilizó entonces su nombre, porque lo consideró más prudente por la severidad de las palabras que pensaba emplear no sólo para tener su atención, sino para intentar darle una mayor libertad que a su vez no interfiera de forma radical con sus costumbres.— ¿Te importaría caminar a mi lado, por favor? —No solo le incitó con su voz, sino que también realizó un ademán con su izquierda para señalar, de una forma bastante discreta, el espacio vacío que estaba a su lado.
Poco parecían importarle las miradas de curiosidad a Khalil, no es como si fuera la primera vez que los vendedores, sobretodo los nacionales, de aquel bazar le observaran con atención, con cautela y con algún temor extraño ante las actitudes tan ordinarias que solía tomar al saltarse gran medida de los protocolos reales. Más de una vez se le había considerado como una plaga más, de esas que debían aniquilarse antes de que las tradiciones y designios divinos, bajo los cuales Ghaaliya se regía desde su fundación, se vieran afectados por el torbellino de sus convicciones e ideas irreverentes. Hablarle de tú a un mozo, llevarlo consigo a sus reuniones, intentar tratarlo más allá de lo que su...
Y no se le había ocurrido nada mejor que acudir al bazar. A veces creía que recordar su pasado le permitía no sólo mantener los pies sobre la tierra, sino que también le recordaba constantemente cuáles habían sido los motivos de su rebelión: Libertad, posibilidades de elegir su propio destino... Y venganza. Aunque esta última podría pasar desapercibida a la perfección con esa sonrisa amena, a medias, que solía brindar para reconfortar. Pero, de todo el personal a su servicio, ¿a quién podía elegir esta ocasión para acompañarle? Se lo pensó desde el momento que salió de su habitación hasta que encontró a la más inocente de sus presas: Khadimar, aquel joven al que hubiese liberado bajo sus propios caprichos y deseos de que el destino debía ser forjado por uno mismo. Así pues, teniendo todo listo, tras haber dado las órdenes adecuadas, no tardó en emprender su camino hacia el bazar.
Aún existían muchas cosas que se mantenían igual, las posiciones y la variedad de instrumentos que se podían encontrar en las diversas locaciones de la plaza se mantenían, junto con la efusividad de la gente por obtener lo que deseaban a buenos precios tras regatear un par de veces para seducir al comprador. Probablemente, lo que más le gustaba a él eran todos los puestos de comerciantes extranjeros que podían establecerse allí sin ningún temor o documentación más allá de permisos legales y de autenticación de sus artículos. Sus ojos saltaban con curiosidad de un producto a otro, pero debía medirse para mantener una postura más propia de su estatus y posición. No podía comportarse como un niño curioso también dada la edad que poseía en esos momentos. Así que solo se limitaba a asentir, a mover la diestra en agradecimiento o saludo ante las cortesías que más de una vez llegó a considerar innecesarias e incómodas. Le seguía sorprendiendo cómo las personas que tanto habían repudiado sus ideas, eran a veces las que más agradecidas estaban con él. Y no fue hasta que escuchó la voz de su compañero que se atrevió a salir de su infantil trance para poder hablarle.
— No siempre fue así, mucho tiempo ha pasado desde entonces, te sorprendería saber... —Interrumpió sus propias palabras mientras que detenía sus pasos, a través de la visión periférica logró percatarse que la silueta del siervo no le seguía más el paso. Terminó por parpadear un par de veces antes de animarse a girar sobre su propio eje, frunció las cejas hasta el momento en que le miró a la distancia de unos diez o doce pasos quizá, los cuales él mismo se atrevió a cortar.— ¿Qué es lo que estás haciendo? —Preguntó con una duda evidente en su voz, una casi anormal al instante en que colocó su diestra sobre la cintura en una postura de autoridad indiferente. Aún le costaba, claramente, entender todas las cosas que pasaban por la mente de Khadimar con respecto a su "nueva vida" pero, a su vez, él mismo era consciente de que la renuencia podía ser más natural que forzada, porque él mismo había vivido aquello tras ascender al trono de su nación.
— Si quisiera que alguien estuviese tras de mí durante el paseo, habría llamado a algún integrante de la guardia real. Khadimar... —Utilizó entonces su nombre, porque lo consideró más prudente por la severidad de las palabras que pensaba emplear no sólo para tener su atención, sino para intentar darle una mayor libertad que a su vez no interfiera de forma radical con sus costumbres.— ¿Te importaría caminar a mi lado, por favor? —No solo le incitó con su voz, sino que también realizó un ademán con su izquierda para señalar, de una forma bastante discreta, el espacio vacío que estaba a su lado.
Poco parecían importarle las miradas de curiosidad a Khalil, no es como si fuera la primera vez que los vendedores, sobretodo los nacionales, de aquel bazar le observaran con atención, con cautela y con algún temor extraño ante las actitudes tan ordinarias que solía tomar al saltarse gran medida de los protocolos reales. Más de una vez se le había considerado como una plaga más, de esas que debían aniquilarse antes de que las tradiciones y designios divinos, bajo los cuales Ghaaliya se regía desde su fundación, se vieran afectados por el torbellino de sus convicciones e ideas irreverentes. Hablarle de tú a un mozo, llevarlo consigo a sus reuniones, intentar tratarlo más allá de lo que su...
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