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MiaAyuzawa · 26-30, F
Feliz navidad. (?) Me debes tanto que ya no sé. [?]
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... Pero la calma desapareció de su rostro cuando percibió algo extraño en su ambiente, no sabía con exactitud cómo definirlo, pero la sensación picante en la nuca no desaparecía tan fácil ante la alerta de algún peligro latente. La pregunta era, ¿dónde y quién?

— ¿H-Hola? —Llamó de la forma más tonta en que se le pudo ocurrir hacerlo, era una de las principales reglas de supervivencia que las películas de terror planteaban: Jamás preguntar si existía alguien cuando tenías la sospecha de no estar solo. Pero vamos, ¿qué podía ser lo bastante fuerte para hacerle frente a un dragón? Nada, absolutamente nada que no fuese otro dragón o alguna de esas armas que otros reinos desarrollaban para destruir a tan sagrada e imponente especie. Avanzó lento, torpe, fingiendo que no tenía idea de dónde estaba o lo que estaba haciendo allí— Hey, sé que hay alguien por allí. Es mejor que salgas ahora… O no encontrarás cómo llegar a donde… Sea que quieres llegar —Encogió los hombros durante unos instantes, sus ojos buscaban con cuidado el terreno a su alrededor. Debía de existir alguien allí, no muy lejos, no tan cerca para no poder ser percibido por el olfato o el mínimo ruido al quebrar una rama… Como la que aquel conejo blanco detrás de un pilar caído, cerca de un arbusto de moras, había logrado romper. Suspiró aliviada después de un respingo que dio su cuerpo involuntariamente, se llevó las manos a la cintura y observó al animalito con desaprobación e incluso diversión— Casi me asustas, pensé que eras uno de esos tipos feos y malos que rondan por allí. Y bien, ¿sabrás tú qué fue lo que cayó del cielo? —Tonto, sumamente tonto era como se podía describir aquel acto tan infantil, pero debía admitirse que era una buena treta para ocultar la verdad. Y es que dentro estaba confiada de sus propias habilidades como para dejarse vencer o atrapar tan fácilmente; podía aparentar ser débil, incluso ser físicamente pequeña y en apariencia, pero dentro tenía la fuerza suficiente para hacer cimbrar el suelo con una patada caprichosa en plena rabieta. Dentro existía la energía para levantar automóviles, rocas seis u ocho veces más pesadas que ella, era el poder de la sangre de dragón que corría por sus venas, pero aquello debía y seguiría siendo un secreto— Vamos, no seas tímido. ¿Por qué no sales y te acercas de una vez? Prometo que no te haré daño… En absoluto —Seguía siendo tonto el método de confundir al enemigo. Las palabras que decía parecían ir en relación al felpudo animal que movía la nariz con rapidez mientras levantaba las orejas, como si estuviese escuchando, aunque lo cierto era, que sus frases estaban dirigidas hacia alguien más, algún ente que estuviese allí mirando, inspeccionando, buscando alguna respuesta a interrogantes. [i]Quizá solo hice una mala suposición. O quizá se atreverá a salir. Quién sabe. [/i]
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... que se opusiese a sus saqueos monetarios, intelectuales o carnales. Pero Nijail en su tiempo manejó políticas que impedían esa clase de actos vandálicos manteniendo un sistema de seguridad especial, exclusivo y eficiente para todo aquel que no tuviese una invitación directa del gobernante en turno o que no fuese algún dragón exiliado en búsqueda de un lugar de paz donde continuar existiendo en el universo. Y aquel mecanismo era tan simple como efectivo, pero por desgracia… no se contaba más con él.

— Vincent se va a molestar —Murmuró tras inflar las mejillas en un gesto infantil, una especie de puchero ante el espíritu aventurero que estaba naciendo en ella en ese momento, sentía curiosidad, quería indagar un poco más sobre el artefacto celestial. ¿Qué era? ¿De dónde venía? ¿Cómo es que había caído? ¿Por qué tenía la forma de una especie de felino? ¿Quién estaba dentro… La lluvia de preguntas pausó en su mente dejándola casi en blanco durante unos segundos. ¿Y si existía alguien dentro de aquella cosa y estaba herido? ¿O eran más de uno los que tenían lesiones? Sintió que dentro de sí nació esa necesidad de apoyar al otro, de ser solidaria, de preocuparse antes por un tercero que ella misma. Una faceta que trataba de mantener oculta de todo aquel con quien no hubiese interactuado antes o poco le importara el cambiar esa relación un tanto fría al principio; todo aquello lo estaba desplazando a causa de la preocupación que motivaba a su corazón a desobedecer aquella orden, la cual ahora su mente trataba de hacer pasar como una sugerencia: Volver al castillo ni bien sintiese que estaba en peligro o que podían acercarse forasteros a la entrada de la ciudad. Pero ello no importaba, echó un último vistazo hacia el claro, despidiéndose de la zona, para emprender caminata tranquila en dirección a aquel lugar. Solo existía una salida del bosque, una correcta claro estaba. Una de ellas daba hacia la [i]civilización[/i] o lo que restaba de esos enormes edificios medio barrocos que daban la apariencia ideal de un sitio para saquear, el resto de las salidas conducía hacia zonas más densas del bosque, más oscuras, donde los animales esperaban a sus presas para acechar, cazar, matar y devorar… Ya que no solo eran lobos los que existían cerca.

— ¿Qué haría Skyler en una situación así? —Preguntó como si de un monólogo se tratase, como buscando obtener las respuestas a esos arrebatos impulsivos que nacían de la violencia del fuego que se podía formar en sus pulmones, mismos que ronroneaban ante la necesidad de una defensa en caso de que fuese necesario— ¿Qué haría él? ¿O qué haría Vin? —Insistió mientras el índice de la mano derecha, donde llevaba un par de vendajes bien colocados desde la raíz de los dedos hasta la mitad del antebrazo, se encargaba de golpetear nerviosamente sus labios en búsqueda de una solución. Probablemente Vincent le daría un sermón más un castigo por haberse burlado las órdenes de retornar a casa y enfrentar la situación por sí sola sin tener la experiencia necesaria para ello. Skyler también le habría reprochado, incluso, estaba segura de que el moreno le llevaría de regreso a Nijail casi a rastras o sobre los hombros cual vil saco de patatas. Solo quedaba una respuesta: Seguir sus impulsos. Y eso hacía, creía firmemente que era la mejor opción ya que… Si tu no vas a la montaña, la montaña irá a ti; aunque en este caso ella sería la dichosa montaña. Agudizó los sentidos mientras que aceleraba sus pasos al punto de que las pisadas se convertían en trotes, no existía prisa realmente ni motivo alguno por el cuál acelerar esa presentación, ese conocimiento de lo desconocido. Si iba a encontrar algo, sería bajo las meras casualidades del destino.

Detuvo sus pasos poco a poco conforme llegaba a la [i]plazuela[/i] que se encontraba a mitad de camino hacia los viejos portales que conectaban con los hombres del norte del mundo, con los del sur y con esos otros universos que existían, que eran conocedores de los poderes que las magias antiguas de los dragones eran capaces o, que simplemente, tenían el entendimiento suficiente de la existencia de mensajes ocultos en las runas del Nijail antiguo. Suspiró lento, pensando con más calma y analizando la situación. Ese debía ser el único punto de encuentro civilizado, pero no podía visualizar a nadie allí, no existía persona alguna en sus alrededores… Al menos no alguna que pudiese ver en su momento; pero ello no le hizo relajarse, al contrario, la incentivó a mantenerse alerta, incluso a mostrar las escamas negras, duras como el acero y el diamante mismos, debajo de los vendajes para mantener la apariencia de una chiquilla inocente. Y es que a sus ya dieciocho años, la más pequeña del linaje Dussart continuaba teniendo rasgos aniñados en el rostro, en el cuerpo e incluso en la voz, siendo esta la cualidad más notoria con esa melodía dulce, infantil y acaramelada que solía tener ante las buenas situaciones. Pero la calma desapareció de su rostro cuando
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La tranquilidad que reinaba era tal, que sus ojos luchaban por mantenerse abiertos y ella despierta, por no rendirse ante el deseo de un descanso tras el abrazo de Morfeo con esos brazos firmes, llenos de seguridad, que cobijaban el descanso formando ensoñaciones con las cuales podía perderse en tan anhelados y queridos recuerdos como su infancia. Cada vez que sus ojos se cerraban por más de medio minuto, sentía que podía escuchar los pasos de su calzado golpeando los adoquines que llevaban hacia el enorme jardín del palacio; a aquel rinconcito tan especial donde podía disfrutar del aroma de las flores, corretear mariposas de colores que batían sus alas al dejar tras de sí las rosas, de distintas tonalidades de colores, donde se posaban.

[i]— Ven aquí, pequeña, anda, regresemos a dentro. Vayamos a tomar el té. [/i]La dulce voz de aquella mujer le causó un revuelo de emociones tan grande, que le resultaba difícil comprender cuál de todas predominaba dentro del montón: felicidad, tristeza, ansiedad; ¿cuál de ellas resultaría ganadora? Era imposible no experimentar tanto ante un ser amado que ahora no existía más físicamente en el mismo plano que ellos y se mantenía más presente en sus recuerdos a través del tiempo. Podía verse a sí misma, no podía decir con seguridad si se trataba de un sueño recién creado con fundamentación de un cúmulo de momentos vividos en el pasado, o si eran los deseos que tenía de volver a verla. Y todo ello lo daba por perdido con una simple frase: [i]Si tan solo hubiese… [/i] La pregunta la destruía, pero no con la misma intensidad que la culpabilidad, no como esa despreciable emoción que nacía en la boca del estómago y se extendía a todas partes en formas diferentes: calores vibrantes de pies a cabeza, dolores de cabeza, náuseas, sensación de febrícula y un temblor casi incontrolable en las piernas, así como las manos; una especie de síntomas ansiosos. Despertó y abrió los ojos con una velocidad sorprendente que por un momento la luz, aun siendo poca, pareció cegarle. Echó el torso hacia delante para poder apartarse del suelo, quedando sentada sobre éste con las manos a los costados de su cuerpo, y visualizó al verdadero causante de la interrupción: Una estrella fugaz. Una muy estruendosa, a decir verdad.

Sus ojos notaron la pequeñez de la estela que iba dejando a su paso, aunque ciertamente, algo dentro del recorrido, la forma y el tamaño no estaba del todo bien. [i] ¿Realmente es una estrella fugaz? [/i]Se preguntó aquello mientras que se ponía de pie tras impulsarse con ayuda de ambas manos, las juntó al frente para sacudirlas y retirar el exceso de polvo sin perder detalle alguno de aquel astro que no tardó en ser catalogado como un simple objeto desconocido, no era una estrella, de eso estaba segura. Y es que era una de las habilidades innatas que poseía gracias a su naturaleza real, la que escondía debajo de la apariencia dulce, tierna e infantil que mostraba: Un dragón. Sus ojos cambiaron, para poder encontrarle sentido al objeto, dejando que el iris pasara del color verde hacia un color ámbar o parecido al color del oro líquido, aquel preciado material para criaturas como ella. Aun con esa apariencia de un humano común, existían habilidades que podía despertar sin causar mayor alteración ni problemas a las criaturas de su entorno tales como: un agudo sentido del oído, idéntico quizás o mejor al de un sabueso, sentido del olfato más activo y una visión que podía modificar a su antojo para amplificar los objetos gracias a esa cualidad que llamaba: [i]El ojo dragón[/i].

El choque de aquel artefacto, que aún no se animaba a definir, hizo temblar la tierra por cuestión de breves segundos, al menos fue así una de las tantas formas en las que ella había logrado experimentar y captar tan extraño… ¿Felino volador? Ladeó la cabeza confundida hacia el costado derecho, a juzgar por la forma de aquel objeto foráneo, no celeste, era algo sumamente raro de ver; y siendo algo que una criatura catalogada de extraña lo mencionase, de verdad tenía que ser uno de esos fenómenos que se presentaban una vez cada cientos, billones o trillones de años para presenciarle nuevamente. Utilizó la derecha para formar una especie de visor que le permitiera el ver más allá de las frondosas ramas de los pinos, creía estar segura de que su aterrizaje no estaba tan lejos de allí, al menos no volando o en algún transporte, pero podían pasar días ante de salir del bosque que rodeaba la ciudad. Y ella lo sabía bien; lo conocía bien… Y se mantenía exactamente igual que cuando tuvo que huir de casa por la guerra, correr entre las variaciones de arbustos, de pinos, entre toda esa flora que reinaba en tan maravilloso, majestuoso y oscuro lugar. Un laberinto para los desconocidos, una perdición para los no invitados que se aventuraban a tratar de llegar hacia la entrada hacia la capital dragón para vaciar las arcas del oro allí guardado, para destruir la tranquilidad en que se vivía desollando a todo aquel.