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El derecho a ser Dios ahora es mío.
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-No lo dudo Albert, has debido estar bastante aburrido. – Apostilló usando ese ronroneo mordaz con el que a veces se expresaba, refiriéndose al estado de vigilancia del que había hecho mención el mayor.

- … Sobre lo demás… - continuó luciendo definitivamente más seria. – Tengo claro que no te gusta correr riesgo, a razón de eso he trabajo para ti durante tanto tiempo… - Se relamió los labios inclinándose ligeramente hacia adelante y ladeando la cabeza en un ángulo suave. – Por esa razón, para mantenerme con vida he tenido que tomar decisiones de último momento, específicas y necesarias, mas sin embargo he cumplido para contigo, si consideras eso saboteo puedes buscar a alguien más Wesker, porque te lo he dicho antes, no juego bajo sus reglas.

Puntualizó ella con esa sempiterna expresión calmada que matizaba con su sarcasmo. Se arregló unos mechos de cabello tras la oreja y arrojó una mirada a su derecha al tiempo en que un mesonero pasaba empujando un carrito repleto de postres. La atención de la mujer puesta tan súbitamente en los dulces y luego su mirada avasalladora hacia el mozo, hizo que este se detuviera mirando a la pareja algo desconcertado, una mujer joven aunque de aspecto experimentado, cuerpo atlético y esbelto, rostro de rasgos finos y un cabello tan reluciente como la seda que envolvía sus curvas y atributos, junto con ese hombre rubio de rostro maduro y sombrío, porte regio, fornido. Ambos muy diferentes de los clichés que veía a diario.

El joven tragó saliva pareciendo notar la tensión en el aire y preguntó entre balbuceos que quiso disimular con simpatía, “si querían algo de lo que ofrecía el carrito”. La agente sonrió inclinándose por la tarta de queso y este se la sirvió aguardando por si el caballero deseaba algo.

La mujer adoptó una postura más relajada aunque aún cargada de toda esa elegancia que la caracterizaba y llevó una porción del postre a sus labios, saboreando la crema y arrojando un vago gemido de satisfacción.
 
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Le miraba atentamente, tomando notas mentales al tiempo en que ponía en orden de prioridad sus compromisos, no eran demasiados dado que había rechazado algunos por el simple hecho de querer tener vacía su agenda, tomarse unos días libres y quizás aburrirse como ostra con total libertad.
Tomó la copa de nueva cuenta para darse un trago. Sus ojos siguieron vagamente los de él antes de dedicarse a descifrar su expresión, parecía más cauteloso aunque siempre lo había sido, se fijó en el modo en que sus ojos refulgían con suavidad bajo el cristal polarizado de los anteojos notando una singular sensación en su estómago, como si reconocer que estar frente a una aberración la hiciera sentir especial. Bajó la copa y la mirada desviándola hacia otra dirección escondiendo la diversión absurda que sus pensamientos le generaban, enseriándose al tiempo de oír el resto de lo que Wesker tenía que decirle.

“…Sé que no estás en tu mejor momento”

Ada pareció desconcertada por un instante, luego su expresión fue tornándose gradualmente sombría y finalmente, con una sonrisa ladina y los ojos entornados se reclinó en su asiento cambiando de posición el cruce de sus piernas y observando divertida al varón.

-¿Cómo estás tan seguro? – Inquirió sonando muy interesada, alargando la mano para tomar la copa y dar un trago con el que acabaría de vaciarla. En realidad no necesitaba esa respuesta, conocía a ese hombre frente a ella, a ese ser y su megalomanía, solía pasar así, que tuvieran siempre esa ineludible certeza de saberlo todo a fondo, lo cual no era entonces sorprendente.
Sapphire666 · 100+, F
R/Off: Muchas gracias por agregar, será un placer realizar una interesante historia con usted.
Parpadeó un par de veces entornando los ojos para enfocarle, se había perdido en sus meditaciones, en vagos recuerdos de los acontecimientos recientes…

Él la había alcanzado en la mesa con absoluta naturalidad, ella le había visto entrar haciendo gala de esa aura tan particularmente oscura como sus atuendos de rigor, su cabello impecable, su andar rígido, seguro, era él. De un momento al otro, estaban frente a frente y ella había sentido deseos de estirar la mano y tocarle el rostro solo para terminar de confirmar que era real.

Un año atrás había tenido en la mano el informe, toda la información clasificada de la BSAA bajo el escrutinio atento de sus ojos, el volcán, los cohetes, toda esa debilidad debido a un aparente envenenamiento, sobre dosis.

Wesker, Albert Wesker al fin descansaba en paz.

Debió suponer que no sería tan fácil. ¿Facil? ¿Luego de un volcán? El reporte era preciso, Chris y su compañera de equipo dieron fé de lo acontecido, lo habían enfrentado y por fin habían ganado.

"¿Cuánto tiempo te tomó recuperarte?" había preguntado ella misma, presa de la más genuina y excitante curiosidad, y al obtener la respuesta volvió a ser consciente de la magna aberración que era aquel hombre del que tan confiadamente había aceptado una cita y con el que tan “alegre” y “campante” hablaba sobre un próximo movimiento, de nuevo, en su tablero, una pieza de ajedrez con beneficios, bueno, si aceptaba….

Ahora la mención de su nombre la regresaba a este instante preciso de la propuesta.

-¿Por sorpresa? - un ligero brillo se instaló en sus ojos al tiempo en que cruzaba las piernas poniéndose cómoda en su lugar. – Si, admito que es toda una revelación tu aparición... – Miró distraídamente sus manos, estudió detenidamente su piel, perfecta, sin quemaduras o el deterioro terrible de los años. Sonrió divertida al pensar en esas nimiedades tan importantes en una mujer.

-Sin embargo una parte de mi lo suponía…- continuó pasando a mirar el entorno, a los mesoneros ir y venir, a las familias, las parejas, en su instantánea burbuja de confort, en su ilusión vaga de seguridad, todo tan distante y distinto de ellos dos, de ese hombre y ella. – La misma parte que accede a participar en esto. – concluyó tomando la copa para llevársela a los labios, dándose un trago hondo tras el cual relamió sus labios y suspiró.

Ir a Latinoamérica e interceptar un cargamento de droga que en realidad era la nueva y más descarada tapadera para transportar algunas cepas del virus T, rastrear al comprador y dar con el vendedor de origen, ¿Cuantas veces había estado ante él teniendo la misma clase de discusión que tenían justo ahora? El tiempo parecía haberse detenido en un evento tan corriente como distante. Entrecerró los ojos y una sonrisa ladina se asomó a la comisura de sus rosáceos labios.


-¿Cuándo lo haremos? – Inquirió aparentemente entusiasmada aunque su rostro conservara aquella misma distante expresión difícil de escrutar de siempre.
La calle anterior estaba repleta de autos, personas, faroles, el sonido de la vida citadina no se apaciguaba en ninguna esquina, no había pausas ni descansos, pero ella se permitió bajar la velocidad de marcha apenas ingresó en el callejón. Una risa estentórea resonó ecuánime en el espacio, haciéndola volver la mirada hacia arriba, la luz amarilla en una ventana a 3 pisos del suelo junto con el revoloteo de las sombras en su interior, le hacían imaginar un estimado de los ocupantes que aparentemente celebraban esa noche. Sonrió como si les acompañara en su alegría y justo en ese momento escuchó el deslizar de un auto muy cerca, en ambos flancos, cerrando la calleja y haciéndola detenerse en medio de la misma con fastidio.

De pie, con la mano estratégicamente colocada sobre el vestido en su muslo, contempló a un hombre calvo descender de uno de los lujosos autos, volvía a penas la cabeza para mirar sobre su hombro, percatándose de que nadie abandonaba el de atrás. ¿Le cerraban el camino?, Llevó sus ojos hacia el hombre que pausadamente se aproximaba demasiado bien vestido y demasiado calmado aunque absurdamente equipado. Eso de querer retenerla así, no era exagerar?

Aguardó en su lugar hasta que el hombre se detuvo, ambos se miraban fijamente. El extendió la mano y ella con naturalidad cogió el sobre que le ofrecía. Esperó el tiempo pertinente sin bajar la guardia hasta que ambos autos se marcharon. Examinó el sobre sin abrirlo cuidando de notar cualquier protuberancia y al no conseguirlas, solo lo guardó en su bolso.

Revisó la nota horas más tarde al estar en su hotel. Reconoció la caligrafía de inmediato aunque una parte en su cerebro desmintiera el hallazgo era como esas cosas que sin importar qué daba por hecho en algún punto inconsciente de su mente. Sonrió aunque la sonrisa no le durara mucho. Había creído cerrada una puerta, pasada una página y acabado un capitulo, mas ahora volvía a ella esa sensación vaga y anómala, cierta ansiedad. La maldita curiosidad que le movía desde siempre en todo lo que tuviera que hacer.

Dejó la nota sobre el velador. La noche de la cita, acabaría con sus dudas.


27 de Septiembre, Absinthe Bistro, 20:41hrs.

Entró al restaurante, inspeccionando inquisitivamente cada resquicio del lugar, tan elegante y selectivo en su clientela como cabía, excepto porque ella no lo había visitado antes y la visión de las columnas románicas adornadas con ninfas y personalidades épicas se le antojó excesivo, la interrumpió de su meditación contemplativa el mozo para preguntarle por su reservación. Por un momento no supo bien que decir pero acabó dando su apellido. Bingo. El hombre la condujo a la zona para no fumadores tal como ella se lo indicó y la dejó seleccionar una mesa dispuesta para dos personas. Antes de tomar asiento optó por ir al baño, luego de revisar disimuladamente el salón por segunda vez. No había señales de él.

En el tocador solo se miró al espejo. Sentíase estúpida, vagamente estúpida embutida en ese vestido rojo de falda tubo con mangas cortas y escote en V, usando guantines negros y botines a juego con su diminuto bolso negro también, esperando por un viejo amigo. El espejo le regresó la imagen de una mujer convencida de que a pesar de tener muchos viejos “amigos” esperaba a uno en particular. Se tocó los labios suavemente con la yema de sus dedos, no portaba más maquillaje que un brillo translucido y rímel, los ojos ligeramente ahumados y las mejillas desprovistas de colorete. Dejó de mirarse para mirar su reloj. 20:54pm. Ya casi era hora del show, así que volvió al salón, tomó asiento en su mesa y se dispuso estoicamente a esperar por la visión… del fantasma.
-Se llevó la cuchara a los labios con una porción pequeña del pastel en ella, notó el licor con el que había sido bañado el bizcocho y al mismo tiempo degustó la amargura deliciosa del chocolate que habían escogido para hacer dicho postre. Se relamió los labios luego pasándose cuidadosamente la servilleta de tela por los mismos, dejándola en el lugar propicio en la mesa, alzó la vista posándola en el instrumento que acaba de usar, tan perfectamente pulida la superficie del metal que reflejaba todo como un espejo, en ella notó el movimiento que estaba esperando. Un hombre mayor a un par de mesas al fondo, se levantaba disculpándose cortésmente con los que le acompañaban, al mismo tiempo un par de hombres entrajetados se ponían de pie secundado al mayor para seguirlo a donde este se dirigía, el baño. Al momento en que ellos pasaron a su lado, ella se levantó despacio caminando en la misma dirección, sin prisa, casi pareciendo perdida en sus meditaciones, tanto así que tropezó con los gorilas que aguardaban cerca de la puerta de los aseos. Se disculpó con timidez y pidió permiso, los hombres le sonrieron socarronamente al unísono y ella pasó hacia el tocador de damas o eso estuvo por hacer, en un giro rápido cambió de parecer e ingresó al de hombres sin ser vista, el par le daba la espalda así como lo hacía su objetivo que orinaba distraído al tiempo en que silababa alegremente. La alegría le duró lo que ella tardó en ponerle el arma en la nuca.


-Ni una palabra, ven conmigo. –

El hombre obedeció sin chistar siguiendo a la dama, no entendía que podía querer esa mujer vestida de rojo, se había fijado en ella al llegar al restaurante, una belleza exótica comiendo sola, su cabello corto tan negro, su piel tan blanca y ese vestido tan descaradamente rojo con un escote tan pronunciado en su espalda solo podía significar “caza fortuna” y por una mujer como esa, él podría perder la suya, pero jamás sospecharía que también su vida. Entre abrió la boca para decir algo y ella negó con la cabeza.

-No me interesa tu dinero. –

Leía la mente o solo era experiencia?

Para ese momento estaban dentro de uno de los cubículos. Ella le señaló los pantalones con una mirada y él bajó la suya cayendo en cuenta de que los tenía abajo. Un leve rubor advirtió su vergüenza e indignación cuando de pronto una aguja se clavaba en su regordete cuello dándole un sacudón a su cuerpo que no duró absolutamente nada pues las fuerzas le abandonaron y para ese instante ella ya lo empujaba sentándolo sobre el inodoro, manteniéndole la cabeza erguida y delicadamente llevándosela hacia atrás para que no se fuera de bruces contra el suelo.

Suspiró mirando su entorno y tragándose sus propias quejas. Trabajo era trabajo. Extrajo una pequeña ampolla de su bolso, la destapó y vertió el contenido en la boca del nombre, verificó la señal en un pequeño aparato electrónico comprobando el perfecto comportamiento del rastreador, oprimió un botón y observó como el cuerpo del hombre se retorcía un poco. Alzó ambas cejas con una expresión vaga de hastió y dio por terminado el asunto.

-No vas a recordarme… - murmuró abandonando el cubículo. – pero yo tendré la imagen de un vejete en el trono por un rato en mi memoria. –

Sonrió con amargura abandonando el aseo, cuidando de que nadie se percatara de que venia del masculino y regresando al salón para terminar su postre, miró el reloj, No había demorado ni 4 minutos en el tocado. Arregló uno de los mechones de su cabello tras su oreja y acabó rápidamente con el pastel para poder irse, la cuenta ya la había pagado, la comida ahí era buena así que tras limpiarse de nuevo los labios con la servilleta de tela, abandonó el lugar.

La brisa fría de una noche que amenazaba con lluvia, le erizó los vellitos de los brazos, sin embargo se rehusó a tomar un taxi apenas puso pie en la avenida. Acostumbrada a andar en tacones, no le era difícil desplazarse por las callejas con la gracia de una bailarina esquivando personas que parecían no querer esquivarla a ella. Agotador. Se miró en el reflejo de una vitrina. - vistes de rojo, ¿qué esperas? – Se habló a si misma continuando su caminata aunque ahora por una calleja más solitaria.