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El derecho a ser Dios ahora es mío.
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-Se llevó la cuchara a los labios con una porción pequeña del pastel en ella, notó el licor con el que había sido bañado el bizcocho y al mismo tiempo degustó la amargura deliciosa del chocolate que habían escogido para hacer dicho postre. Se relamió los labios luego pasándose cuidadosamente la servilleta de tela por los mismos, dejándola en el lugar propicio en la mesa, alzó la vista posándola en el instrumento que acaba de usar, tan perfectamente pulida la superficie del metal que reflejaba todo como un espejo, en ella notó el movimiento que estaba esperando. Un hombre mayor a un par de mesas al fondo, se levantaba disculpándose cortésmente con los que le acompañaban, al mismo tiempo un par de hombres entrajetados se ponían de pie secundado al mayor para seguirlo a donde este se dirigía, el baño. Al momento en que ellos pasaron a su lado, ella se levantó despacio caminando en la misma dirección, sin prisa, casi pareciendo perdida en sus meditaciones, tanto así que tropezó con los gorilas que aguardaban cerca de la puerta de los aseos. Se disculpó con timidez y pidió permiso, los hombres le sonrieron socarronamente al unísono y ella pasó hacia el tocador de damas o eso estuvo por hacer, en un giro rápido cambió de parecer e ingresó al de hombres sin ser vista, el par le daba la espalda así como lo hacía su objetivo que orinaba distraído al tiempo en que silababa alegremente. La alegría le duró lo que ella tardó en ponerle el arma en la nuca.


-Ni una palabra, ven conmigo. –

El hombre obedeció sin chistar siguiendo a la dama, no entendía que podía querer esa mujer vestida de rojo, se había fijado en ella al llegar al restaurante, una belleza exótica comiendo sola, su cabello corto tan negro, su piel tan blanca y ese vestido tan descaradamente rojo con un escote tan pronunciado en su espalda solo podía significar “caza fortuna” y por una mujer como esa, él podría perder la suya, pero jamás sospecharía que también su vida. Entre abrió la boca para decir algo y ella negó con la cabeza.

-No me interesa tu dinero. –

Leía la mente o solo era experiencia?

Para ese momento estaban dentro de uno de los cubículos. Ella le señaló los pantalones con una mirada y él bajó la suya cayendo en cuenta de que los tenía abajo. Un leve rubor advirtió su vergüenza e indignación cuando de pronto una aguja se clavaba en su regordete cuello dándole un sacudón a su cuerpo que no duró absolutamente nada pues las fuerzas le abandonaron y para ese instante ella ya lo empujaba sentándolo sobre el inodoro, manteniéndole la cabeza erguida y delicadamente llevándosela hacia atrás para que no se fuera de bruces contra el suelo.

Suspiró mirando su entorno y tragándose sus propias quejas. Trabajo era trabajo. Extrajo una pequeña ampolla de su bolso, la destapó y vertió el contenido en la boca del nombre, verificó la señal en un pequeño aparato electrónico comprobando el perfecto comportamiento del rastreador, oprimió un botón y observó como el cuerpo del hombre se retorcía un poco. Alzó ambas cejas con una expresión vaga de hastió y dio por terminado el asunto.

-No vas a recordarme… - murmuró abandonando el cubículo. – pero yo tendré la imagen de un vejete en el trono por un rato en mi memoria. –

Sonrió con amargura abandonando el aseo, cuidando de que nadie se percatara de que venia del masculino y regresando al salón para terminar su postre, miró el reloj, No había demorado ni 4 minutos en el tocado. Arregló uno de los mechones de su cabello tras su oreja y acabó rápidamente con el pastel para poder irse, la cuenta ya la había pagado, la comida ahí era buena así que tras limpiarse de nuevo los labios con la servilleta de tela, abandonó el lugar.

La brisa fría de una noche que amenazaba con lluvia, le erizó los vellitos de los brazos, sin embargo se rehusó a tomar un taxi apenas puso pie en la avenida. Acostumbrada a andar en tacones, no le era difícil desplazarse por las callejas con la gracia de una bailarina esquivando personas que parecían no querer esquivarla a ella. Agotador. Se miró en el reflejo de una vitrina. - vistes de rojo, ¿qué esperas? – Se habló a si misma continuando su caminata aunque ahora por una calleja más solitaria.
 
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