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El derecho a ser Dios ahora es mío.
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Parpadeó un par de veces entornando los ojos para enfocarle, se había perdido en sus meditaciones, en vagos recuerdos de los acontecimientos recientes…

Él la había alcanzado en la mesa con absoluta naturalidad, ella le había visto entrar haciendo gala de esa aura tan particularmente oscura como sus atuendos de rigor, su cabello impecable, su andar rígido, seguro, era él. De un momento al otro, estaban frente a frente y ella había sentido deseos de estirar la mano y tocarle el rostro solo para terminar de confirmar que era real.

Un año atrás había tenido en la mano el informe, toda la información clasificada de la BSAA bajo el escrutinio atento de sus ojos, el volcán, los cohetes, toda esa debilidad debido a un aparente envenenamiento, sobre dosis.

Wesker, Albert Wesker al fin descansaba en paz.

Debió suponer que no sería tan fácil. ¿Facil? ¿Luego de un volcán? El reporte era preciso, Chris y su compañera de equipo dieron fé de lo acontecido, lo habían enfrentado y por fin habían ganado.

"¿Cuánto tiempo te tomó recuperarte?" había preguntado ella misma, presa de la más genuina y excitante curiosidad, y al obtener la respuesta volvió a ser consciente de la magna aberración que era aquel hombre del que tan confiadamente había aceptado una cita y con el que tan “alegre” y “campante” hablaba sobre un próximo movimiento, de nuevo, en su tablero, una pieza de ajedrez con beneficios, bueno, si aceptaba….

Ahora la mención de su nombre la regresaba a este instante preciso de la propuesta.

-¿Por sorpresa? - un ligero brillo se instaló en sus ojos al tiempo en que cruzaba las piernas poniéndose cómoda en su lugar. – Si, admito que es toda una revelación tu aparición... – Miró distraídamente sus manos, estudió detenidamente su piel, perfecta, sin quemaduras o el deterioro terrible de los años. Sonrió divertida al pensar en esas nimiedades tan importantes en una mujer.

-Sin embargo una parte de mi lo suponía…- continuó pasando a mirar el entorno, a los mesoneros ir y venir, a las familias, las parejas, en su instantánea burbuja de confort, en su ilusión vaga de seguridad, todo tan distante y distinto de ellos dos, de ese hombre y ella. – La misma parte que accede a participar en esto. – concluyó tomando la copa para llevársela a los labios, dándose un trago hondo tras el cual relamió sus labios y suspiró.

Ir a Latinoamérica e interceptar un cargamento de droga que en realidad era la nueva y más descarada tapadera para transportar algunas cepas del virus T, rastrear al comprador y dar con el vendedor de origen, ¿Cuantas veces había estado ante él teniendo la misma clase de discusión que tenían justo ahora? El tiempo parecía haberse detenido en un evento tan corriente como distante. Entrecerró los ojos y una sonrisa ladina se asomó a la comisura de sus rosáceos labios.


-¿Cuándo lo haremos? – Inquirió aparentemente entusiasmada aunque su rostro conservara aquella misma distante expresión difícil de escrutar de siempre.
 
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