No era el tema favorito de su hermana, precisamente por eso mismo la atención se desviaba constantemente hacia la joven consejera quien no dudaba en responder por ella cuando le veía aturdida con tantas cuestiones. Cerró sus ojos y respiró profundamente mientras sus dos manos se deslizan hacia su rostro acariciando suavemente sus mejillas. — Y es precisamente por eso que estoy para ti. — pero la conversación se volvía incómoda para la joven hada cuando insistentes abordaban el tema del matrimonio, de entregarla en unión para conseguir recursos y aliados. — Son molestos, interesados y solo buscan su propio bien. No el de nuestro hogar. — Abrió sus ojos y busco su mirada, sus pulgares acariciaban su suave piel. — Hermana, luces tan cansada...—
Cerró los ojos. Esa cercanía le hacía sentir una extraña paz, su perfume embriagante le hacía disfrutar cada segundo, era mágico. Como si el tiempo se detuviera para ambas, como si en ese momento todo desapareciera y solamente existieran ellas dos. Cerró los párpados, en verdad la celebración de la cosecha la había dejado más cansada de lo que estaba dispuesta a admitir.
—Nunca he permitido que tu deber se anteponga a tu felicidad y no voy a comenzar ahora.— Sentenció, acomodándose un poco mientras ambas manos acariciaban la perfecta figura de la hechicera y se posaban sobre su cadera. —Pero si puedo ser un poco egoísta... Tu presencia vuelve esas noches más cortas. Es aburrido estar rodeado de viejos que solo se emborrachan y hablan de política.— Altria se había convertido en una joven impetuosa y temeraria, que marchaba con coraje y valor al frente de su ejército. Un Rey más de acciones que de palabras.
Terminó por sentarse sobre las piernas de su hermana, frente a ella mientras su diestra acariciaba su cabello suavemente y la zurda permanece en su hombro apoyándose. — Soy parte de tu consejo, debo estar ahí. — murmuró pegando si frente a la de ella.
–Me pregunto por qué... Ni siquiera la futura Reina tiene tanta atención como mi bello lirio.– Su mano se deslizó sobre la suave piel de su muslo. –No deseo que te sientas miserable, Morgan... No tienes que asistir si no quieres.
