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R1581860 · M
—¿Estás segura de que no quieres jadear para mí, cariño? —Preguntó, alzando la mirada una vez más, desafiándola con ésta. Volvió a servirse de una sola mano para mantenerla en alto, ayudado por el firme abrazo en que Himeko lo mantenía con las piernas; con el fin de maniobrar con su pantalón y liberarse de éste a toda prisa, bajándoselo apenas lo necesario —junto con los bóxers— para dejar libre su erección; la que había estado molestando la entrepierna de Himeko, pero ahora la amenazaba directamente al frotarse con ella en las (deliberadamente) torpes embestidas a las que Richard la sujetó. Era claro que moría de ansias por entrar en Himeko; pero que, haciendo gala de la misma necedad, se estaba forzando a soportar y limitarse a estimularla al frotar su erección contra la vulva inflamada, empeñado por completo en oírla clamar por él, y por ende, claudicar.
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La advertencia de Himeko le ocasionó una breve risa; la que reverberó contra los senos que atendía, al negarse a separarse de éstos y tan solo interrumpiendo sus atenciones al pezón izquierdo para responder con sorna: —Te llevaré de compras. Pero por ahora... —Acto seguido, volvió a separar los labios; esta vez para mordisquear la delicada cúspide, raspándola cuidadosamente con sus dientes antes de volver a absorberla.

Sabía que ella se estaba conteniendo por el mero placer de no dejarlo escuchar los deliciosos gemidos que adoraba; cosa que no podría permitir, así que tendría que recordarle a Himeko que él siempre consigue lo que desea. Así que se aplicó a fondo en la tarea de mimarle los pechos, sin sentirse satisfecho hasta haber dejado ambos enrojecidos, erectos y poblados de huellas suyas.
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gusto de escucharla todavía, pero los gemidos se ahogaban en su garganta y casi parecía una suplica disfrazada. Su mirada no se despegó de las acciones del varón, era obvio el gusto en sus ojos oscurecidos por el placer. Aunque deseaba hacer muchas cosas, por la posición, el control lo tenía Richard, aunque por ese instante no se iba a quejar, pero si a aferrar sus piernas con más fuerza para que su centro siguiera tentando la dureza ajena.
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Contrario a lo que cualquiera creería, cada encuentro entre ellos era único de cierta forma. Tal vez eran esas personalidades que a pesar de ser tan parecidas buscaban siempre llevarse la contraria. Eran apasionados en demasiados sentidos y esa pasión parecía multiplicarse cuando se juntaban. Himeko inspiró, tratando de devolverle algo de aire a sus pulmones, estaba agitada y su cuerpo era un mar de sensaciones que a segundos se volvían asfixiantes pero no por ello menos agradables.

—M-más... te vale conseguir uno nuevo. —Reclamó al sentir como su prenda pasaba a mejor vida, ya había perdido la cuenta de la cantidad de ropa que había sido destruida por el clérigo. Pero no tenía mucho tiempo para quejarse, toda su atención fue arrebatada por el feroz ataque a la suavidad de su pecho. Se movió arqueando la espalda, casi como si le estuviera dando mayor acceso a esa sensible
parte. La diestra lo liberó y la llevó a sus labios, mordiendo el dorso de la mano para no darle el (...)
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espectáculo del acto de succionar en distintas partes, a fin de tapizar los pechos con sus huellas ardientes. No se contuvo; pronto, aquella piel tersa se vio poblada de sendas marcas —algunas de chupetones, otras de mordidas— que parecían dirigirlo hacia un único objetivo: los pezones, eligiendo el derecho para dibujar la aureola con la lengua, como un último jugueteo antes de comenzar a absorber la cima erecta entre sus labios hambrientos.
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—Oh, pero qué generosa...

Ni siquiera en medio de tan ardiente momento podían dejar de desafiarse el uno al otro: eran un par de orgullosos poniéndose a prueba a cada paso, fuese en el lecho o en el asfalto. Pero, fuera de esa respuesta sarcástica, no dijo más, empeñado en usar la boca con mayor provecho; para lo que, convencido de que Himeko hablaba con la verdad respecto a lo que llevaba encima, volvió a valerse de una sola mano para mantenerla en vilo, la otra yendo a por el escote de lo que ella vestía para rasgarlo sin más. De esa forma aceptó el reto, y demostró que no se detendría ante nada con tal de vencer en la erótica contienda; aunque sabía perfectamente que Himeko deseaba tal cosa en secreto, viéndose dominada y complacida por el varón.

Invitado por las manos en su cabeza, descendió más, encontrándose con los senos desnudos merced a su salvaje acto. Alzó la mirada, deseoso de ver la expresión de su compañera, antes de abrir la boca ostentosamente, haciendo todo un [.
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palabras. Era una invitación a que confirmara si lo que estaba diciendo era verdad. Sus caderas, prisioneras de las pasiones no dejaban de frotarse contra la dureza del hombre, estaba segura que con las pocas capaz de tela que usaba, la humedad ya se estaba filtrando.
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Sería hipócrita de su parte negar el disfrute que estaba experimentando al verse entre los brazos del sacerdote una vez más. Pero siempre estaba esa espina que la incitaba a seguir tocando el orgullo masculino, a ver como esa sonrisa se formaba en los labios ajenos debido a sus comentarios. El cuerpo le hervía como si estuviera cerca de hacer ebullición, podía ceder completamente al placer, dejarse hacer y estaba segura que lo iba a disfrutar pero su orgullo era el mayor rival a vencer en ese momento.

— Abro... Abro mis piernas porque te encanta estar entre ellas... —Devolvió, sin negar en lo más mínimo las palabras, ambos lo estaban pasando muy bien. Jadeos pesados dejaban sus labios y se reservó de marcar más la espalda del hombre, sino que llevó las manos a la cabeza de este, como si quisiera tenerlo más cerca de su tersa piel o verse más marcada por él.

—Sabes... que no llevó nada debajo... —Su voz cantarina se mezclo con la sedosidad de sus (...)
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bajó el rostro de nuevo, esta vez pasando de largo hasta alcanzar el escote; lugar donde imprimió una nueva serie de besos y mordisqueos, decidido a que Himeko luciese las huellas de su lujuria; tal y como ella deseaba dibujar surcos en su piel.
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Hicieron falta un par de besos más en el cuello, y una traviesa, pero firme mordida, antes de siquiera contemplar la idea de dejar de tapizar el cuello de Himeko con las marcas de su boca; pero al final, impaciente por devolver la pulla, recorrió todo el trayecto que lo separaba de la oreja ajena con la lengua en punta, lamiendo con descaro; y solo cuando su aliento fue una caricia jadeante al oído de su compañera, hizo oír su voz de nuevo; ahora convertida en un cántico ansioso, marcado por la agitación de su respirar. —Me pregunto quién será... Imagino que la mujer que me ha abierto las piernas, y jadea con descaro cada que la marco como mía.

No esperó respuesta, a sabiendas de que el intercambio de ironías podría durar para siempre; una de las cosas que le encantaban de aquella mujer, siempre desafiante ante él, pero a la vez dispuesta a ceder y entregarse cuando el momento lo ameritaba. Así que, más interesado en las reacciones de la joven que en sus comentarios burlones, [...]

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