— ¡Eso intento! Se armó de valor y movió el pie derecho hacia adelante. Bien, nada pasó, así que movió el izquierdo pero las piernas le volvieron a temblar. ¿Cómo era posible que pudiera saltar entre tejados, combatir akumatizados pero no andar sobre hielo?

—No lo haré, no lo haré. No permitiré que te suceda nada mientras esté aquí—repitió, tratando de apaciguar sus inseguridades.

Acarició el dorso de su mano con los pulgares y luego añadió:

—Puedes imaginar que estás paseando en el piso resbaladizo de la cafetería. Ve lento, un pie delante del otro, e impúlsate hacia adelante.

— No me sueltes, Adrien. Por favor, ¡no vayas a soltarme! Dos cosas incrementan su miedo: que el hielo bajo sus pies se cuartee o que caiga encima de Adrien y pase la mayor vergüenza de su vida. Intentó dar un paso, pero las piernas le tiemblan tanto que parecen adheridas al suelo.

—Tranquila... Prometo que no te soltaré—dijo entre risas, oprimiendo sus manos con suavidad y deslizándose lentamente hacia atrás.