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Era tajante en su hablar, pero era bueno para escuchar, salió de la tienda departamental mirándola por sobre su hombre esperando a que lo siguiera. Lo convencional era una bebida caliente cuando alguien se sentía mal, así que se encerró en su palacio mental en búsqueda de posibles buenas cafeterías, aunque quizás una malteada la haría sentir mejor.
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Demasiado tarde, el rubio se había encargado de pagar las ropas sin esperar el consentimiento de la fémina. – Si no te gustan puedes tirarlas. – No le molestaba derrochar la fortuna de los Graham, no por lómenos en alguien que pensaba lo merecía. - ¿Me dirás que te hizo el estúpido de mi primo? - Félix no era ciego, y con el vídeo que había hurtado se había percatado perfectamente de los sentimientos ocultos de Marinette por Adrien, vaya par de estúpidos, Adrien enamorado de Multimouse sin saber que era Marinette y Marinette enamorada de Adrien sin saber que se trataba de Chat Noir.

No le daría demasiadas vueltas al asunto, no era de su interés, pero no permitiría ver triste el rostro de su pequeño bello juguete nuevo por el cual se negaba rotundamente a admitir sentir algo. – Ven, te llevaré a comer y después a casa. –
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— ¡Oye, oye! ¿Qué crees que haces? Se deja llevar solo porque la tomó de sorpresa y no alcanzó a defenderse. Cuando finalmente queda libre, Marinette se arregla la ropa y las coletas que se desalinearon gracias a Félix. Una réplica exasperante estuvo por salir de sus labios pero, en lugar de, quedó atónita. Eleva una ceja; sin tiempo a preguntas, otra vez es arrastrada a donde Félix quiere.

Y, como cereza del pastel, recibió el conjunto en las manos. Paseó la mirada entre las prendas y el chico; ¿por qué tanta amabilidad?

— ¡OYE! Infló una mejilla. Respiró hondo y encontró calma. — Te lo agradezco, Félix, pero no podría aceptar esto.
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Disimuladamente sonrió ante aquella expresión molesta, por lo menos había dejado de estar consternada. Sin mucho cuidado la tomo de la cabeza y a jalo hacia si arrastrándola consigo hacia el lado contrario de donde ella parecía provenir. – Ven, tengo tiempo de sobra. – La llevo hasta una tienda departamental lujosa que vendía únicamente ropa de diseñador extranjero, tomo una blusa negra con los hombros descubiertos y una falda larga negra con flores naranjas. – Pruébatelo. - Aquella ropa era de buen gusto y una tela de calidad, un conjunto diseñado por un reconocido diseñador español. – No me gusta que parezca que solo tienes un cambio de ropa. – Sus intenciones de animarla eran escondidas debajo de su orgullo y arrogancia.
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No me llames "Mayordoma". No soy ninguna clase de sirviente. ¡Y estoy segura que esa palabra ni siquiera existe! Replicó. Se le leía la irritación que Félix le causaba con su arrogancia pero, tristemente, estaba atada a un secreto. Se aproximó a él de brazos cruzados, de mala gana. ¿Qué quieres?
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Se negaba a admitir preocupación por la pelinegra, chasqueando la lengua con clara irritación solo atino a dar un suave golpe a la cabeza contraria. – Mayordoma, se te requiere por acá. Aquel comentario amargo seria lo suficientemente eficaz para molestar a la joven y distraerla de su pesar.


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