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{O.C - Elf Maiden} {Only Rol}
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[code]¡U-Uwawaah![/code]

*Se escucharía en uno de los lados del río. Dicho grito de torpeza provenía de la medio elfa de cabello plateado con quien la rubia ya se había podido topar con anterioridad. Había logrado, con suerte, mantener el equilibrio justo a tiempo en lugar de caer de lleno al río. Seguramente habría sido desagradable, sus aguas eran frías y no llevaba nada más que pudiera usar*

[code]Uhh... Eso estuvo cerca. Tengo que centrarme, que centrarme...[/code]

*Justo después de decir eso más para sí misma que para alguien más, se voltearía apenas un poco para poder observar al causante de su reciente peligro. Se trataba de un pequeño conejo de color marrón claro que simplemente, después de mirar a la medio elfa por unos segundos, perdió interés y comenzó a dar brincos en otra dirección. Emilia tan solo lo había confundido con un ente peligroso y se había asustado, acabando en aquella vergonzosa situación, aunque definitivamente pudo haber sido peor.

Posterior a eso, y ya sintiéndose segura y mucho más tranquila, se volteó nuevamente en dirección al río para pasear su mirada violeta por su actual escenario. Para su sorpresa, pudo divisar del otro lado a la elfa. Pestañeó un par de veces, llevándose una de sus manos a su propio pecho y dejándola descansar ahí. No esperaba encontrarla de nuevo, era sin duda una grata coincidencia. En un tono no demasiado alto mencionaría*

[code]Tú eres...[/code]

emmobonita · F
|| Agradezco que aceptará mi solicitud y espero poder desarrollar una agradable historia, pero sobretodo una formidable amistad.
[Out: —Disculpe que tardara, sin querer rechazé su comentario pero uso iorbix desde el telefono y no se preocupe, adelante. Yo espero por su inicio del rol—]
[Out:–Saludos, pasaba para agradecerle por aceptar la solicitud de amistad. Espero establecer un rol interesante y una amistad. Si gusta puedo iniciar yo el rol o si prefiere puede empezar usted–]
Iriel · 70-79, F
Las vibraciones del maná presente en los alrededores, el manto de bruma áureo que la rodeaba, o quizá los rumores de las ninfas del viento le advirtieron a la doncella acerca de la forastera recientemente llegada. No contaba con que hubiese un portal de entrada tan cercano; y es que aún viviendo tanto tiempo en aquellos parajes, no estaba acostumbrada a los caprichos del caos que generaba umbrales aquí y allá según su conveniencia, articulando destinos de manera azarosa.

Entreabrió los ojos y separó sus manos lentamente dejándolas a merced de la gravedad, poniéndose de pie. Al momento en el que su plegaria fue culminada el brillo dorado que irradiaba del centro pérgola élfica se desgranó en miles de seres alados. Las luciérnagas parecieron retornar a su vuelo normal, dando un espectáculo irreal en los alrededores, quedándose lo suficientemente cerca de ambas presencias como para dar luz al entorno. Iriel giró tranquila, mostrándose con sus rasgos finos de nieve y de flores rosas eternamente pueriles, esbozando una afable sonrisa a la recién llegada, una sin reveses; más aún, su mirar, cálido como tarde dorada de otoño se posó sobre el ajeno de manera gentil, pero no por ello menos penetrante; notable era la dulzura de sus ojos, de su expresión, por lo que su agudeza no parecía en absoluto ser consciente. -Mára Lomë, heri. -Intentó dar un saludo en su idioma natal tras notar los rasgos que se le hacían inconfundibles, y que a sus sentidos sonaban en armonía con la vaga melodía de Ilúvatar.

No estaba totalmente segura de que aquella fuera una elfa de su plano natal, por lo que replicaba esta conducta con cada eldar que tenía la fortuna de conocer, mas el tono de su voz daba a entender que su alma estaba encadenada a la nostalgia. He ahí, en esa lengua ancestral, una prueba que de responderse de la manera correcta, concretaría que su augurio no sería erróneo. Aún así, prefirió complementar su bienvenida con algo del idioma común, pues sus corazonadas no siempre eran acertadas. -Os doy la bienvenida a estos lares, a estos Bosques de Transición. -Crujidos de ramas, hojas al viento y una ventisca dulzona y fresca acompañaron el saludo de la doncella blanca, como si fuese también la naturaleza quién recibía de buena gana a la extraña.

Alastair · M
[med]¡Gracias por añadir a este vampiro Dama del Bosque! Espero y llevemos alguna historia interesante. ~[/med]

Iriel · 70-79, F
Es difícil definir si ese lar se podría descubrir a un paso, o a millones de ellos. Las raíces de Arda y de muchos otros lares confluían en forma de puertas invisibles a los ojos, hacia esas leguas de espesura, pero la sensación de desarraigo podría ser plenamente evidente para las almas ligadas a la sinfonía de Eru. Un compás [code]Allegro[/code] se volvía un [code]Pianíssimo[/code] si un espíritu arraigado por sangre a los dogmas de Ilúvatar, se alejaba de su casa.

Los bosques de Transición. Eran un punto, una burbuja de paz verde, perdida en un canto (y a veces todos los bordes a la vez) de la dimensión del Caos, aledaño al plano del olvido. Entre hectáreas de seres arbóreos muy similares a los que se encuentran en Eä, simulando sus climas y sus colores en una noche recientemente iniciada sólo una presencia afín se hallaba.

No era tan lejos de allí donde, una figura espigada alzaba plegarias, ante lo que parecía ser un altar que, pese a su modestia por el tamaño, se alzaba imponente en su arquitectura que aunaba las terminaciones espigadas de lo gótico, con la luminosidad y primor de las construcciones griegas. Claramente se trataba de una pequeña pérgola élfica plagada de flores, donde no había ídolo alguno representado en estatuas o en emblemas.

La presencia femenina se engalanaba en un vestido sencillo, a la medida compuesto de velos níveos en su falda larga y de caída angosta, sus extremos más largos perdiéndose como si no tuviesen fin en una marea brumosa que navegaba al ras del suelo; este destino era el que compartía su larguísima cabellera blanca, más quizá que las nieves eternas presentes en las costas de[code] Forochel[/code]. El inicio de sus brazos iba cubierto con plumas, hombreras que simulaban ser las alas de un ángel y, finalmente, sus pies apenas se vislumbraban entre la garúa suspendida, pulcros y descalzos. Su presentación inicial, allí inclinada ante el altar, era de espaldas para posibles forasteros o seres errantes que se aventurasen a cruzar los umbrales de sus mundos.

Un espíritu perdido en el confín de las dimensiones iluminado por los jóvenes rayos de Isilmë. No esperaba, no buscaba, sólo se unía a la quietud susurrante de brisas gentiles que cantaban a su propio son.