100+, F
{O.C - Elf Maiden} {Only Rol}
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Iriel · 70-79, F
Es difícil definir si ese lar se podría descubrir a un paso, o a millones de ellos. Las raíces de Arda y de muchos otros lares confluían en forma de puertas invisibles a los ojos, hacia esas leguas de espesura, pero la sensación de desarraigo podría ser plenamente evidente para las almas ligadas a la sinfonía de Eru. Un compás [code]Allegro[/code] se volvía un [code]Pianíssimo[/code] si un espíritu arraigado por sangre a los dogmas de Ilúvatar, se alejaba de su casa.
Los bosques de Transición. Eran un punto, una burbuja de paz verde, perdida en un canto (y a veces todos los bordes a la vez) de la dimensión del Caos, aledaño al plano del olvido. Entre hectáreas de seres arbóreos muy similares a los que se encuentran en Eä, simulando sus climas y sus colores en una noche recientemente iniciada sólo una presencia afín se hallaba.
No era tan lejos de allí donde, una figura espigada alzaba plegarias, ante lo que parecía ser un altar que, pese a su modestia por el tamaño, se alzaba imponente en su arquitectura que aunaba las terminaciones espigadas de lo gótico, con la luminosidad y primor de las construcciones griegas. Claramente se trataba de una pequeña pérgola élfica plagada de flores, donde no había ídolo alguno representado en estatuas o en emblemas.
La presencia femenina se engalanaba en un vestido sencillo, a la medida compuesto de velos níveos en su falda larga y de caída angosta, sus extremos más largos perdiéndose como si no tuviesen fin en una marea brumosa que navegaba al ras del suelo; este destino era el que compartía su larguísima cabellera blanca, más quizá que las nieves eternas presentes en las costas de[code] Forochel[/code]. El inicio de sus brazos iba cubierto con plumas, hombreras que simulaban ser las alas de un ángel y, finalmente, sus pies apenas se vislumbraban entre la garúa suspendida, pulcros y descalzos. Su presentación inicial, allí inclinada ante el altar, era de espaldas para posibles forasteros o seres errantes que se aventurasen a cruzar los umbrales de sus mundos.
Un espíritu perdido en el confín de las dimensiones iluminado por los jóvenes rayos de Isilmë. No esperaba, no buscaba, sólo se unía a la quietud susurrante de brisas gentiles que cantaban a su propio son.
Los bosques de Transición. Eran un punto, una burbuja de paz verde, perdida en un canto (y a veces todos los bordes a la vez) de la dimensión del Caos, aledaño al plano del olvido. Entre hectáreas de seres arbóreos muy similares a los que se encuentran en Eä, simulando sus climas y sus colores en una noche recientemente iniciada sólo una presencia afín se hallaba.
No era tan lejos de allí donde, una figura espigada alzaba plegarias, ante lo que parecía ser un altar que, pese a su modestia por el tamaño, se alzaba imponente en su arquitectura que aunaba las terminaciones espigadas de lo gótico, con la luminosidad y primor de las construcciones griegas. Claramente se trataba de una pequeña pérgola élfica plagada de flores, donde no había ídolo alguno representado en estatuas o en emblemas.
La presencia femenina se engalanaba en un vestido sencillo, a la medida compuesto de velos níveos en su falda larga y de caída angosta, sus extremos más largos perdiéndose como si no tuviesen fin en una marea brumosa que navegaba al ras del suelo; este destino era el que compartía su larguísima cabellera blanca, más quizá que las nieves eternas presentes en las costas de[code] Forochel[/code]. El inicio de sus brazos iba cubierto con plumas, hombreras que simulaban ser las alas de un ángel y, finalmente, sus pies apenas se vislumbraban entre la garúa suspendida, pulcros y descalzos. Su presentación inicial, allí inclinada ante el altar, era de espaldas para posibles forasteros o seres errantes que se aventurasen a cruzar los umbrales de sus mundos.
Un espíritu perdido en el confín de las dimensiones iluminado por los jóvenes rayos de Isilmë. No esperaba, no buscaba, sólo se unía a la quietud susurrante de brisas gentiles que cantaban a su propio son.