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Iriel · 70-79, F
Las vibraciones del maná presente en los alrededores, el manto de bruma áureo que la rodeaba, o quizá los rumores de las ninfas del viento le advirtieron a la doncella acerca de la forastera recientemente llegada. No contaba con que hubiese un portal de entrada tan cercano; y es que aún viviendo tanto tiempo en aquellos parajes, no estaba acostumbrada a los caprichos del caos que generaba umbrales aquí y allá según su conveniencia, articulando destinos de manera azarosa.

Entreabrió los ojos y separó sus manos lentamente dejándolas a merced de la gravedad, poniéndose de pie. Al momento en el que su plegaria fue culminada el brillo dorado que irradiaba del centro pérgola élfica se desgranó en miles de seres alados. Las luciérnagas parecieron retornar a su vuelo normal, dando un espectáculo irreal en los alrededores, quedándose lo suficientemente cerca de ambas presencias como para dar luz al entorno. Iriel giró tranquila, mostrándose con sus rasgos finos de nieve y de flores rosas eternamente pueriles, esbozando una afable sonrisa a la recién llegada, una sin reveses; más aún, su mirar, cálido como tarde dorada de otoño se posó sobre el ajeno de manera gentil, pero no por ello menos penetrante; notable era la dulzura de sus ojos, de su expresión, por lo que su agudeza no parecía en absoluto ser consciente. -Mára Lomë, heri. -Intentó dar un saludo en su idioma natal tras notar los rasgos que se le hacían inconfundibles, y que a sus sentidos sonaban en armonía con la vaga melodía de Ilúvatar.

No estaba totalmente segura de que aquella fuera una elfa de su plano natal, por lo que replicaba esta conducta con cada eldar que tenía la fortuna de conocer, mas el tono de su voz daba a entender que su alma estaba encadenada a la nostalgia. He ahí, en esa lengua ancestral, una prueba que de responderse de la manera correcta, concretaría que su augurio no sería erróneo. Aún así, prefirió complementar su bienvenida con algo del idioma común, pues sus corazonadas no siempre eran acertadas. -Os doy la bienvenida a estos lares, a estos Bosques de Transición. -Crujidos de ramas, hojas al viento y una ventisca dulzona y fresca acompañaron el saludo de la doncella blanca, como si fuese también la naturaleza quién recibía de buena gana a la extraña.