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Igone · 22-25, F
—Las yeguas no comen carne. No en grandes cantidades.
No era consciente en su complejidad de las circunstancias, mas esto no la detenía de juzgar cuando una imagen era indiscutible. Incluso si no se paró a degustar los vestigios en su rostro, o a olerlo de cerca, el metal propio de un fluido orgánico, vivo, se podía colar en el gusto y el olfato con relativa facilidad, en especial tratándose de alguien tan hipersensible a toda clase de estímulo.
La muchachilla frunció el ceño, contemplando las expresiones de Erick en su breve experimento. Algo no encajaba, y esto hizo perdurar su postura recelosa. En su estómago tenía miedo, le mordía por dentro, animándola a mantener aquella mala impresión al respecto. Incluso con toda la confianza que hubieron construido con el tiempo.
—Yo quiero oírlo, dilo, Erick.
No era consciente en su complejidad de las circunstancias, mas esto no la detenía de juzgar cuando una imagen era indiscutible. Incluso si no se paró a degustar los vestigios en su rostro, o a olerlo de cerca, el metal propio de un fluido orgánico, vivo, se podía colar en el gusto y el olfato con relativa facilidad, en especial tratándose de alguien tan hipersensible a toda clase de estímulo.
La muchachilla frunció el ceño, contemplando las expresiones de Erick en su breve experimento. Algo no encajaba, y esto hizo perdurar su postura recelosa. En su estómago tenía miedo, le mordía por dentro, animándola a mantener aquella mala impresión al respecto. Incluso con toda la confianza que hubieron construido con el tiempo.
—Yo quiero oírlo, dilo, Erick.
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