- Afirmó su agarre en la cintura ajena y con sólo mover los dedos de sus pies la tierra se agrietó, después el suelo se desvaneció y una cámara se abrió bajo ellos. De inmediato ubicó en dónde iba a caer y flexionó sus rodillas para caer en el suelo, el cual se curvó de forma suave para recibirle. Lo primero que pudo notar fue que el aire era considerablemente mejor. Aspiró profundamente y miró a su alrededor, no podía creerlo. Había estatuas, una iluminación celeste que provenía de alguna clase de cristal, marcas en las paredes, y latiendo con energía al centro un pequeño caldero. -
- Regresaron al claro con el río fuera de la cueva, y al encontrar sus botas se las calzó de nuevo. La entrada la desmoronó como si apretara en sus manos una galleta. Destruir la misión que sus nuevos amos le habían dado ya era una declaración de guerra, y el campamento no tardaría en enviar un mensajero para informar la pérdida de todo el trabajo. Al menos podrían quedarse con la armadura que le habían obsequiado y su ridícula paga. Sacó del interior de su camisa un colgante de oro con una esmeralda al centro, a la cual le dio un golpecito un par de veces. - Esta joya guarda la ropa que traigo puesta y mis pertenencias si me transporto, pero no creo que llevar el caldero aquí sea buena idea. - Retrocedió algunos pasos hasta el punto más amplio del lugar, y en ese instante su cuerpo brilló. La luz fue expandiéndose hasta formar una silueta de más de veinte metros de longitud y gran alto, hasta convertirse en un dragón blanco de fuertes escamas. Su cabeza sobresalía del claro y....
