Sus excursiones nocturnas la conducían a descubrir nuevas especies vegetales dignas de incorporar a su boticario. Pero en esa velada, sobrecogida por la extrañeza, sus ojos se fijarían en las diminutas luces doradas flotantes. Al aproximarse sigilosamente, pudo percibir que se trataba de luces puras, desprovistas de cuerpo, las cuales, con su luminiscencia, desataron un inquietante malestar en su mente, tejiendo imágenes de una guerra ancestral y un samurái venerado como dragón. Y cuando su resistencia flaqueó, cayó arrodillada sobre la exuberante vegetación. —(...)
El templado clima del verano había hecho las condiciones perfectas para que, en aquella noche, aquellos pequeños destellos comenzaran a aparecer flotando y danzando ligeros en el aire. Un extraordinario espectáculo que cautivaba a cualquiera que se atreviese a deambular. Eso si, la yerba era alta y estorbosa, entorpeciendo el avance. Algunos pensaban que de vez en cuando las almas de los caídos aparecían en esta tierra para iniciar un danzar y disfrutar del breve placer de estar en el mundo terrenal por lo menos una vez más.
Y en las inmediaciones del lugar, yacía, ahí entre la vegetación la figura abultada de alguien que se cubría con una capa oscura, la cual cubría en su totalidad la forma y apariencia de quien se encontraba de bajo de esta. Escuchó aquel sonido de algo caer a una distancia muy cercana, algo que le puso en sobre aviso. Curioso aquella figura se alzó entre la maleza y anduvo hasta hallar aquella mujer de rodillas.
