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1/4. La festividad, con su despliegue de luces y explosiones vibrantes en el cielo nocturno, no lograba captar su atención en ese momento. Sus pensamientos estaban enfocados en el deber cumplido y en la pérdida que acababa de presenciar. Como médico, había hecho todo lo que estaba a su alcance para salvar la vida de su paciente, pero lamentablemente los designios de los dioses no le habían otorgado esa gracia.
 
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Kail33na · 100+, F
4/4.
Sin embargo, en medio de su ensimismamiento, comprendió que su vocación era un llamado sagrado, independientemente de las circunstancias en las que se desenvolviera. La vida y la muerte eran dos caras de la misma moneda, y su propósito radicaba en ser el faro que guiara a aquellos que buscaban sanación y consuelo en momentos de adversidad.
Kail33na · 100+, F
3/4.
La médico salió de la humilde morada y se sentó en una banca de madera cercana. El suspiro que escapó de sus labios reflejaba el peso de sus pensamientos y emociones. Observó las calles desiertas, testigos silenciosos de la noche, y su mente se adentró en la pregunta atemporal de la existencia ¿Acaso en alguna vida anterior, su otra trayectoria profesional había estado impregnada de una alegría más desbordante y distante de la implacable enfermedad?

A medida que los cohetes trazaban estelas de color en el firmamento, la doctora se encontró inmersa en una fantasía de tiempos idos, donde su labor como médico se entrelazaba con un destino lleno de armonía y plenitud. Quizás, en un escenario de ensueño, su presencia se hacía necesaria en festividades bulliciosas y celebraciones rebosantes de vida, la enfermedad no desgarraba el corazón y la muerte no dejaba su huella imborrable.
Kail33na · 100+, F
2/4.
Con la delicadeza propia de su oficio, cerró los ojos del hombre que había dejado este mundo, honrándolo con un gesto respetuoso. La presencia silente de la esposa del fallecido llenaba la habitación de una tristeza palpable, cuyos ecos se manifestaban en lágrimas silenciosas que surcaban sus mejillas. La doctora se levantó con una gracia sin igual y, deslizando la pesada puerta de madera, informó al joven asistente que esperaba afuera sobre el deceso. Un asentimiento apesadumbrado fue todo lo que obtuvo como respuesta, mientras el muchacho se adentraba en la estancia para ofrecer consuelo y apoyo a la afligida viuda.

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