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En ocasiones, después de largos días de viaje o entrenamientos, a Bjorn le gustaba moverse hacia cierto lugar del bosque dónde se encontraba un hermoso sitio, donde podía descansar y dejar que su cabeza se despejara del constante negocio de pelear y buscar nuevos contratos. Un paraje hermoso no muy lejos de casa, donde la naturaleza era extrañamente serenante, probablemente por la presencia de hadas.
 
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Las memorias sobre su niñez al lado de su hermano y el clan cuando estaba unido vinieron a su cabeza, fueron quizás unos de los momentos más felices de su existencia, y claro cuando llegó la separación de ambos bandos que lo separó también de su madre y su hermano, entre otros. Luego de aquello las constantes batallas para reclamar el fuerte que ahora era la Ciudadela, y todo el camino que lo había llevado hasta allí.

La efigie del pelirrojo se notaba tan tranquila, que de hecho en unos instantes un pajarillo rojo y otro azul se posaron en su cabeza y hombro respectivamente. Ya llevaba varias horas en aquella meditación, y de hecho ni notó cuando la tarde comenzó a caer dejando un ambiente más crepuscular en el lugar, notando como reabría sus ojos y sonreía, sintiéndose uno con los alrededores.

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Aquel lugar calmo, lograba que Bjorn usualmente rodeado de personas, tuviese un espacio para recordar, meditar y sentir, y la verdad es que ya llevaba buen rato allí. Cómo Berserker que era, era importante aprender a forjar esa furia ciega que se quemaba dentro de sí cada vez que entraba en batalla, y aquel lugar era perfecto para aquello.

En medio de la nada, rodeado de la paz que ese lugar le daba, pudo notar en posición de loto un hombre gigantesco, de cabellos rojizos y con extraños cuernos, su diestra sostenía la bota de donde tomaba del aguamiel que llevaba, suspirando y cerrando sus ojos para así comenzar a procesar todo lo que había pasado en esos dos años, y antes de aquello.

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