26-30, M
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AKs1570683 · 22-25, F
Sí, ese es mi nombre. Perfecto, la mentira seguía su curso. Abrirse paso por medio de realidades ligeramente alteradas era un talento innato en la rubia del que, solo en Wonderland, gustaba sacar provecho. Pasó la puerta que el “sirviente” le indicó, y caminó a un paso muy relajado. Con la Reina correteando al lirón por los jardines, confiaba en que su encuentro se atrasaría y poder llegar al príncipe no presentaría ningún contratiempo. Aunque, lo inmejorable de la misión le causaba curiosidad. ¿Por qué de pronto todo era sencillo? La reina siempre se sacaba una carta bajo la manga que pusiera a Alice en peligro.
Ensimismada en sus locas teorías, no prestó demasiada atención a las palabras del joven, pero algo en ella la despertó e hizo que pintase un gesto de vergüenza en su rostro. Los modales estrictos impuestos desde la niñez por su madre resonaban con gran fuerza, entre ellos, estaba el atender a los demás cuando se le llamaba.
¿Por qué? Bueno, conocí al sombrerero cuando mi familia se mudó cerca de su tienda. Todos los días pasaba frente al enorme ventanal de ahí, y me dio curiosidad saber acerca de la elaboración de esos bellos sombreros. El señor Tarrant dijo que era una chica especial y que con gusto me heredaría el arte de su fabricación, pues él no tenía hijos y siempre fue su sueño que alguien continuara con el negocio.
Sonrió, para hacerle compañía a las palabras y que sonaran veraces.
También dijo que estoy lo suficientemente loca para ser su aprendiz, pero que no todos lo notan. ¿Será cierto? Yo creo que lo dijo por cordialidad
Reconoció el pasillo; grandes cuadros con la imagen beata de la reina de corazones adornaban lo largo de las paredes; alfombra roja, cortinas carmín y estatuas alabando silenciosamente a su majestad. Estaban ya cerca al gran salón del trono. Pronto iba a revelarse la identidad del príncipe.
¿Qué hay de ti? ¿Cómo terminaste bajo el mandato de la reina? Decidió que, desviando el tema, Alice dejaría de ser el centro de atención del recorrido.
Ensimismada en sus locas teorías, no prestó demasiada atención a las palabras del joven, pero algo en ella la despertó e hizo que pintase un gesto de vergüenza en su rostro. Los modales estrictos impuestos desde la niñez por su madre resonaban con gran fuerza, entre ellos, estaba el atender a los demás cuando se le llamaba.
¿Por qué? Bueno, conocí al sombrerero cuando mi familia se mudó cerca de su tienda. Todos los días pasaba frente al enorme ventanal de ahí, y me dio curiosidad saber acerca de la elaboración de esos bellos sombreros. El señor Tarrant dijo que era una chica especial y que con gusto me heredaría el arte de su fabricación, pues él no tenía hijos y siempre fue su sueño que alguien continuara con el negocio.
Sonrió, para hacerle compañía a las palabras y que sonaran veraces.
También dijo que estoy lo suficientemente loca para ser su aprendiz, pero que no todos lo notan. ¿Será cierto? Yo creo que lo dijo por cordialidad
Reconoció el pasillo; grandes cuadros con la imagen beata de la reina de corazones adornaban lo largo de las paredes; alfombra roja, cortinas carmín y estatuas alabando silenciosamente a su majestad. Estaban ya cerca al gran salón del trono. Pronto iba a revelarse la identidad del príncipe.
¿Qué hay de ti? ¿Cómo terminaste bajo el mandato de la reina? Decidió que, desviando el tema, Alice dejaría de ser el centro de atención del recorrido.
AKs1570683 · 22-25, F
¿Nombre? ¿Mi nombre?
El elevar de sus cejas evidenció la sorpresa que embargó su persona. ¿No tenía la menor idea de quién era ella? Era el desliz perfecto para sacar provecho y dar un paso más en ese torcido tablero de ajedrez, donde, cuadro a cuadro, estaba por acercarse a la pieza principal: el príncipe.
Se le quedó viendo por unos segundos, mientras su imaginación formulaba un nombre creíble pero memorable para que la mentira siguiera su camino sin dificultad alguna.
Quitó la resequedad de sus labios, producto de la carrera por el castillo, con un suave repaso de la lengua, y, ahí, de la manera más sencilla, encontró lo que buscaba.
Margaret. Respondió con una sonrisa acaramelada, que pasa por encima de toda vacilación. Tomar la identidad de su hermana, en esos instantes, resultó un factor que jugaba en beneficio propio.
Alice sujetó los costados de su vestido azul e hizo una breve reverencia. El cabello ensortijado de los lados le cubrió parte del rostro, como un velo protector, al momento de quedar agachada.
Mi nombre es Margaret Jones, y soy la nueva aprendiz del sombrerero, Tarrant Hightopp. No escatimó en detalles sobre el resto de su identidad, le fue innecesario.
Luego de enderezarse, mostrándose confiada del personaje “nuevo” que era, continuó.
¿Podría llevarme con el príncipe? El sombrerero es algo estricto con mis ausencias en el taller. No quisiera hacerlo enfurecer. Cuando pierde los estribos, él... es difícil de tratar. A veces grita mucho, o lanza teteras a la pared. Ya sabes... Como la reina. Ahí iba un intento por “conectar” con ese sirviente de la regente; pensó que si mencionaba características de ésa tirana mujer, disfrazadas en otra persona, él desarrollaría cierta empatía y le haría sencilla la tarea. Era un plan perfecto.
El elevar de sus cejas evidenció la sorpresa que embargó su persona. ¿No tenía la menor idea de quién era ella? Era el desliz perfecto para sacar provecho y dar un paso más en ese torcido tablero de ajedrez, donde, cuadro a cuadro, estaba por acercarse a la pieza principal: el príncipe.
Se le quedó viendo por unos segundos, mientras su imaginación formulaba un nombre creíble pero memorable para que la mentira siguiera su camino sin dificultad alguna.
Quitó la resequedad de sus labios, producto de la carrera por el castillo, con un suave repaso de la lengua, y, ahí, de la manera más sencilla, encontró lo que buscaba.
Margaret. Respondió con una sonrisa acaramelada, que pasa por encima de toda vacilación. Tomar la identidad de su hermana, en esos instantes, resultó un factor que jugaba en beneficio propio.
Alice sujetó los costados de su vestido azul e hizo una breve reverencia. El cabello ensortijado de los lados le cubrió parte del rostro, como un velo protector, al momento de quedar agachada.
Mi nombre es Margaret Jones, y soy la nueva aprendiz del sombrerero, Tarrant Hightopp. No escatimó en detalles sobre el resto de su identidad, le fue innecesario.
Luego de enderezarse, mostrándose confiada del personaje “nuevo” que era, continuó.
¿Podría llevarme con el príncipe? El sombrerero es algo estricto con mis ausencias en el taller. No quisiera hacerlo enfurecer. Cuando pierde los estribos, él... es difícil de tratar. A veces grita mucho, o lanza teteras a la pared. Ya sabes... Como la reina. Ahí iba un intento por “conectar” con ese sirviente de la regente; pensó que si mencionaba características de ésa tirana mujer, disfrazadas en otra persona, él desarrollaría cierta empatía y le haría sencilla la tarea. Era un plan perfecto.
AKs1570683 · 22-25, F
— No soy ninguna admiradora, vengo por encargo. Necesito encontrar al príncipe del castillo para darle el mensaje del Sombrerero. Sabrás que es alguien muy ocupado y demandado por la gente de infraterra. ¿Puedes tener la amabilidad de decirme dónde está? Iba sin rodeos, empujada por la situación, por la búsqueda incansable de las cartas y la reina hacia su persona. Era, tal vez, ese el motivo principal por el que no notó a primera vista el parecido del muchacho e Iracebeth; él, a diferencia de su madre, no desprendía esa aura colérica ni símbolos que hacen de su reconocimiento una tarea fácil.
Detrás suyo, escuchaba perfectamente el arrebato con el que las cartas y guardias empujaban puertas, mesas y floreros. Los gritos de la reina de corazones se adueñaron de cada pasillo, de cada habitación. Alice quería reír, mas mantenerse en serenidad era primordial.
Te aseguro que no he sido quien ocasionó todo esto. Cuando entré, los guardias vieron una pequeña rata bajo sus pies y, he escuchado que a la reina no le gustan las cosas chiquitas. ¿Qué oportunidad tendría un roedor en el castillo? Aunque su tamaño le da ventajas; es capaz de escurrirse por los rincones
Manifestó las oleadas de ansiedad en alisar su vestido repetitivamente. Apenas se le ocurrió que llevar un disfraz hubiera sido una mejor idea, y que, de encontrarse a alguien, como ahora, mentir sería simple.
No te ofendas, llevo algo de prisa y no puedo quedarme a platicar contigo. ¿Sabes dónde puedo hallar al príncipe o no?
AKs1570683 · 22-25, F
"Gracias, Mallykum".
Movió los pies a toda prisa. El revuelo que la pequeña roedora provocó fue la mejor cortina para que Alice pudiera andar libremente por los extensos jardines del castillo. Se comparaba en ese momento como una hoja recién caída del árbol que navegaba por los aires velozmente, sin ninguna clase de obstáculo que le impidiera llegar a su destino, pese a que todas las barajas de cartas, sirvientes leales a la reina, estaban buscándola incansablemente. Naturalmente, la reina sospechó de la presencia de Alice, y ordenó de inmediato el buscar bajo cada roca, mueble o lo que fuera, a esa enervante muchacha. Suponía lo peor: el encuentro de su hijo con el caballero de su hermana Mirana. Poco a poco, y debido a imaginarse la escena, el rostro de Iracebeth se encendió en un colérico tono carmesí; a ello, le siguió un grito que se escuchó por cada pasillo del castillo.
Alice frenó sus pasos. Ya sabían que estaba merodeando por allí. El corazón le latió desmesuradamente; sin ser la primera vez que se expone al peligro, ahora estaba sin el resguardo del sombrerero o el gato sonriente. Mallykum era quien cubre sus pasos pero, ¿por cuánto tiempo? Tiempo, tiempo. Ojalá ese emblemático personaje estuviera ahí para asistirla y detener los segundos por un momento, dándole la ventaja para encontrar un escondite hasta que las aguas se calmaran.
"No es momento de titubeos, Alice", se regañó en sus adentros. Dio un par de palmadas a sus mejillas; la carrera continuó.
Giró a la derecha y a la izquierda, atravesó pasillos, donde agarró las largas y finísimas cortinas de terciopelo como un escondite cuando los caballeros de la reina pasaban por su mismo camino. Esperaba unos instantes antes de asomarse y seguir corriendo.
— ¿Qué tanto ha crecido éste lugar? ¿O es que cuando vine era yo muy pequeña? — Le faltaba el aliento, por lo que se detuvo en la esquina de otro pasillo. Los jardines no dieron indicio de la presencia del hijo de la reina; tampoco el laberinto, y ahora dentro del castillo estaba buscando a una persona de quien no tenía ni la menor idea de cómo era su rostro, o cómo vestía. Su única pista era el nombre: James.
¿Acaso adoptó una tarea demasiado ardua para ella sola? Debió pedir la opinión de sus amigos antes de lanzarse al peligro, quizás ahora ellos le dirían la manera de recorrer el castillo sin dar tantas vueltas.
No obstante, jamás imaginó que la entidad a la que rastreaba se encontraba a unos metros de distancia. Alice levantó la mirada; frente a ella, una puerta y un joven amenazaban su vereda. Revisó los detalles de sus ropas; no era una carta, ni mucho menos un guardia, pero algo en su mirada le heló el aliento.
— Estoy buscando a alguien. — Se preguntó si estaba bien el contarle a ese chico el motivo de su estar. — Me ha enviado uno de los mejores sombrereros del reino. Solicita una audiencia con el hijo de la Reina de corazones... ¿Cómo se llamaba? — Tensó el ceño; justo ahora olvidó el nombre, todo por hilar la mentira. — Era... No lo recuerdo con claridad, pero es imperativo que lo encuentre. ¿Sabes dónde puede estar? — Inocente, creyó que lograría sacar una pizca de información.
Qué grave error para una aventurera.
AKs1570683 · 22-25, F
Lo primero era discurrir la forma de acercarse al palacio de la Reina Roja sin ser percibida por uno de los guardias. Iracebeth no solo poseía una cabeza colosal, también la seguridad el castillo era altamente exagerada. Los jardines que daban a la entrada estaban repletos de esas fastidiosas cartas de diamantes rojo, que custodiaban cada centímetro del suelo como si su vida dependiese de ello. Bueno, su vida dependía de ello. No existía persona, carta o animal que quisiera arriesgar el pellejo cuando de la reina de corazones se trataba. Era tan amarga como un limón; tan déspota, como si el mundo entero le debiera algo. Por más que Alice intentaba traducir la tiranía de Iracebeth, se topaba contra la pared. Una, y otra, y otra vez. ¿Qué suceso volvió así de ácido el corazón de la reina? ¿Un mal amor, tal vez? Como era de esperarse, las preguntas burbujearon una tras otra en la cabeza de la rubia, desviándola del objetivo inicial: ver de lejos a James.
— La entrada debería estar por aquí... — Murmuró tan bajito que solo el viento escuchó sus palabras. No era la vez primera que se escurría al palacio, aunque, diferente a antes, ya la tenían ubicada visualmente. Nadie puede olvidarse de la dorada cabellera que se batió vigorosamente el frabulloso día, cuando Alice fue reconocida como el nuevo caballero de la reina Blanca, y a su vez, verdugo del Jabberwocky. Nunca pudo explicarse, pensándolo luego, cómo terminó trazando un sendero valeroso en lugar del que su madre le estuvo maquinando años atrás. Un suspiro cansino brotó de sus labios; recordar su casi matrimonio le bajaba el ánimo.
— Si yo fuera una puerta — Se dijo a sí misma — ¿Dónde me gustaría estar? Piensa, Alice. Piensa. — Los árboles y arbustos con rosas rojas impiden que Alice vea claramente; tuvo que darse a la tarea de remover ramas y hojas con las manos, pinchándose los dedos un par de veces, pero sin emitir un quejido que delatara su presencia. Tuvo una nueva idea. Escudriñó por el frente y costados de su vestido, empero... ¡Oh! Buen momento para olvidar el trozo de seta que la ayudaba a encogerse. Tampoco cargaba el frasco con la singular pócima de la reina blanca; si tan solo la trajera, se elevaría como un alto rosal y miraría encima de las murallas. Las opciones se agotaban.
Pese a que se le terminaban las ideas para entrar, una voz familiar llamó insistentemente a Alice.
—"¡Oye! ¡Alice! ¡Por aquí!".
¡Era Mallykum! La valiente lirón del reino.
Alice sonrió al ver un rostro conocido en medio de la ansiedad. El roedor se asomó detrás de una de las rosas mal pintadas de un arbusto. Mallykum fue la única en notar la repentina desaparición de Alice. Por lo menos ella contaba con una pizca de cordura que le servía en esos momentos.
— Necesito entrar, pero no encuentro la puerta o un sitio para escalar por la muralla sin que me vean las cartas de la reina. ¿Puedes ayudarme con eso? —
— ¡Claro, Alice! Déjamelo a mi — La lirón desenvainó su espada (que más bien daba la impresión de ser un palillo para dientes) y la zigzagueó en el aire. Corrió por el césped hasta la entrada y enfrentó audazmente a las cartas, que al considerarla un enemigo, no dudaron en ir tras ella. Ahora Alice tenía el campo libre, y por supuesto que lo aprovechó para infiltrarse al castillo.
— La entrada debería estar por aquí... — Murmuró tan bajito que solo el viento escuchó sus palabras. No era la vez primera que se escurría al palacio, aunque, diferente a antes, ya la tenían ubicada visualmente. Nadie puede olvidarse de la dorada cabellera que se batió vigorosamente el frabulloso día, cuando Alice fue reconocida como el nuevo caballero de la reina Blanca, y a su vez, verdugo del Jabberwocky. Nunca pudo explicarse, pensándolo luego, cómo terminó trazando un sendero valeroso en lugar del que su madre le estuvo maquinando años atrás. Un suspiro cansino brotó de sus labios; recordar su casi matrimonio le bajaba el ánimo.
— Si yo fuera una puerta — Se dijo a sí misma — ¿Dónde me gustaría estar? Piensa, Alice. Piensa. — Los árboles y arbustos con rosas rojas impiden que Alice vea claramente; tuvo que darse a la tarea de remover ramas y hojas con las manos, pinchándose los dedos un par de veces, pero sin emitir un quejido que delatara su presencia. Tuvo una nueva idea. Escudriñó por el frente y costados de su vestido, empero... ¡Oh! Buen momento para olvidar el trozo de seta que la ayudaba a encogerse. Tampoco cargaba el frasco con la singular pócima de la reina blanca; si tan solo la trajera, se elevaría como un alto rosal y miraría encima de las murallas. Las opciones se agotaban.
Pese a que se le terminaban las ideas para entrar, una voz familiar llamó insistentemente a Alice.
—"¡Oye! ¡Alice! ¡Por aquí!".
¡Era Mallykum! La valiente lirón del reino.
Alice sonrió al ver un rostro conocido en medio de la ansiedad. El roedor se asomó detrás de una de las rosas mal pintadas de un arbusto. Mallykum fue la única en notar la repentina desaparición de Alice. Por lo menos ella contaba con una pizca de cordura que le servía en esos momentos.
— Necesito entrar, pero no encuentro la puerta o un sitio para escalar por la muralla sin que me vean las cartas de la reina. ¿Puedes ayudarme con eso? —
— ¡Claro, Alice! Déjamelo a mi — La lirón desenvainó su espada (que más bien daba la impresión de ser un palillo para dientes) y la zigzagueó en el aire. Corrió por el césped hasta la entrada y enfrentó audazmente a las cartas, que al considerarla un enemigo, no dudaron en ir tras ella. Ahora Alice tenía el campo libre, y por supuesto que lo aprovechó para infiltrarse al castillo.