26-30, M
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AKs1570683 · 22-25, F
Lo primero era discurrir la forma de acercarse al palacio de la Reina Roja sin ser percibida por uno de los guardias. Iracebeth no solo poseía una cabeza colosal, también la seguridad el castillo era altamente exagerada. Los jardines que daban a la entrada estaban repletos de esas fastidiosas cartas de diamantes rojo, que custodiaban cada centímetro del suelo como si su vida dependiese de ello. Bueno, su vida dependía de ello. No existía persona, carta o animal que quisiera arriesgar el pellejo cuando de la reina de corazones se trataba. Era tan amarga como un limón; tan déspota, como si el mundo entero le debiera algo. Por más que Alice intentaba traducir la tiranía de Iracebeth, se topaba contra la pared. Una, y otra, y otra vez. ¿Qué suceso volvió así de ácido el corazón de la reina? ¿Un mal amor, tal vez? Como era de esperarse, las preguntas burbujearon una tras otra en la cabeza de la rubia, desviándola del objetivo inicial: ver de lejos a James.
— La entrada debería estar por aquí... — Murmuró tan bajito que solo el viento escuchó sus palabras. No era la vez primera que se escurría al palacio, aunque, diferente a antes, ya la tenían ubicada visualmente. Nadie puede olvidarse de la dorada cabellera que se batió vigorosamente el frabulloso día, cuando Alice fue reconocida como el nuevo caballero de la reina Blanca, y a su vez, verdugo del Jabberwocky. Nunca pudo explicarse, pensándolo luego, cómo terminó trazando un sendero valeroso en lugar del que su madre le estuvo maquinando años atrás. Un suspiro cansino brotó de sus labios; recordar su casi matrimonio le bajaba el ánimo.
— Si yo fuera una puerta — Se dijo a sí misma — ¿Dónde me gustaría estar? Piensa, Alice. Piensa. — Los árboles y arbustos con rosas rojas impiden que Alice vea claramente; tuvo que darse a la tarea de remover ramas y hojas con las manos, pinchándose los dedos un par de veces, pero sin emitir un quejido que delatara su presencia. Tuvo una nueva idea. Escudriñó por el frente y costados de su vestido, empero... ¡Oh! Buen momento para olvidar el trozo de seta que la ayudaba a encogerse. Tampoco cargaba el frasco con la singular pócima de la reina blanca; si tan solo la trajera, se elevaría como un alto rosal y miraría encima de las murallas. Las opciones se agotaban.
Pese a que se le terminaban las ideas para entrar, una voz familiar llamó insistentemente a Alice.
—"¡Oye! ¡Alice! ¡Por aquí!".
¡Era Mallykum! La valiente lirón del reino.
Alice sonrió al ver un rostro conocido en medio de la ansiedad. El roedor se asomó detrás de una de las rosas mal pintadas de un arbusto. Mallykum fue la única en notar la repentina desaparición de Alice. Por lo menos ella contaba con una pizca de cordura que le servía en esos momentos.
— Necesito entrar, pero no encuentro la puerta o un sitio para escalar por la muralla sin que me vean las cartas de la reina. ¿Puedes ayudarme con eso? —
— ¡Claro, Alice! Déjamelo a mi — La lirón desenvainó su espada (que más bien daba la impresión de ser un palillo para dientes) y la zigzagueó en el aire. Corrió por el césped hasta la entrada y enfrentó audazmente a las cartas, que al considerarla un enemigo, no dudaron en ir tras ella. Ahora Alice tenía el campo libre, y por supuesto que lo aprovechó para infiltrarse al castillo.

— La entrada debería estar por aquí... — Murmuró tan bajito que solo el viento escuchó sus palabras. No era la vez primera que se escurría al palacio, aunque, diferente a antes, ya la tenían ubicada visualmente. Nadie puede olvidarse de la dorada cabellera que se batió vigorosamente el frabulloso día, cuando Alice fue reconocida como el nuevo caballero de la reina Blanca, y a su vez, verdugo del Jabberwocky. Nunca pudo explicarse, pensándolo luego, cómo terminó trazando un sendero valeroso en lugar del que su madre le estuvo maquinando años atrás. Un suspiro cansino brotó de sus labios; recordar su casi matrimonio le bajaba el ánimo.
— Si yo fuera una puerta — Se dijo a sí misma — ¿Dónde me gustaría estar? Piensa, Alice. Piensa. — Los árboles y arbustos con rosas rojas impiden que Alice vea claramente; tuvo que darse a la tarea de remover ramas y hojas con las manos, pinchándose los dedos un par de veces, pero sin emitir un quejido que delatara su presencia. Tuvo una nueva idea. Escudriñó por el frente y costados de su vestido, empero... ¡Oh! Buen momento para olvidar el trozo de seta que la ayudaba a encogerse. Tampoco cargaba el frasco con la singular pócima de la reina blanca; si tan solo la trajera, se elevaría como un alto rosal y miraría encima de las murallas. Las opciones se agotaban.
Pese a que se le terminaban las ideas para entrar, una voz familiar llamó insistentemente a Alice.
—"¡Oye! ¡Alice! ¡Por aquí!".
¡Era Mallykum! La valiente lirón del reino.
Alice sonrió al ver un rostro conocido en medio de la ansiedad. El roedor se asomó detrás de una de las rosas mal pintadas de un arbusto. Mallykum fue la única en notar la repentina desaparición de Alice. Por lo menos ella contaba con una pizca de cordura que le servía en esos momentos.
— Necesito entrar, pero no encuentro la puerta o un sitio para escalar por la muralla sin que me vean las cartas de la reina. ¿Puedes ayudarme con eso? —
— ¡Claro, Alice! Déjamelo a mi — La lirón desenvainó su espada (que más bien daba la impresión de ser un palillo para dientes) y la zigzagueó en el aire. Corrió por el césped hasta la entrada y enfrentó audazmente a las cartas, que al considerarla un enemigo, no dudaron en ir tras ella. Ahora Alice tenía el campo libre, y por supuesto que lo aprovechó para infiltrarse al castillo.
