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-Luego de aquel acontecimiento donde su vida estaba pendiendo del hilo tras haber entrado en ese estado vegetativo. El joven había pasado varios días dormido, en un profundo coma, tratando de restaurar su cuerpo de modo natural, aunque claro que estaba reciendo una gran ayuda de alguien a quien no podía ver, solo sentir de vez en cuando.
Una noche, donde su mente estaba sumergido en un torbellino de pensamientos negativos, despertó de golpe y tras hacerlo, observó con confusión los alrededores, sin saber como o donde estaba.- ¿Eberhard, donde estás...?
 
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*De pronto, un llamado a la puerta, un tanto ansioso, se escucha y, aunque podría sobresaltar a cualquiera, la mujer reacciona tranquila, y acude a abrir la misma. Una vez abierta, el Monarca se apresura a entrar, sin embargo, es detenido por ella con la mano.* Antes te lavarás y vendrás sin todo ese metal encima, y a lo mejor tenga que curar eso...

*El Monarca, con la armadura aún puesta, luce bastante desarreglado, con sangre seca, manchando la misma, su rostro y cabello. Y, de la herida que probablemente habla la mujer, es un lugar en su costado izquierdo, donde parece estar manchada la indumentaria, de sangre que viene del interior de la misma, ya seca; a lo que el Rey responde a regañadientes.* No es nada. Un piquete de mosco...

Aún así te limpiarás primero

Bien...
*Responde en un rugido él, bastante irritado por las imposiciones.*
 
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