Eclisse :|| Strega medievale
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Ophelia1576351 · F
¿Morir allí? No estaba en sus planes. Intentó procesar toda la información que la desconocida le había brindado, mientras extendía su mano hacía ella, cerca pero sin tocarla. Por su historia y aspecto, no la había tenido fácil y no quería invadirla pero si reconfortarla. Estaban juntas ahora, ¿que otra cosa iba a hacer? Asintió ante su pedido de no nombrar a aquel ser femenino del cual desconocía existencia, ¿sería la recepcionista? Esperaba nunca tener que averiguarlo. Lo que resonó en su interior fue el detalle de que todo comenzó a deteriorarse con el paso de los días, ¿ellas también lo harían? Apartó la idea de su cabeza y también de que era una ruina embrujada por los espíritus de una salvaje matanza vinculada al lugar; no, no concordaba con la idea de atraer visitantes para encerrarlos hasta su muerte.
—Debo preguntar, ¿eres humana? —Por lo que escuchó le sonaba que tal vez sería una clase de prisión para seres sobrenaturales, ¿pero ser semidiosa es ser un ser sobrenatural? Nunca se había puesto a pensar en ello, y si lo era, ¿qué sería la muchacha frente a ella? Ese era el menor de sus problemas, deberían sobrevivir mientras pensaban alguna forma efectiva de escapar de allí. Se sentó en el suelo y vació su mochila, en busca de algo que les sirviera. Tomó su libera y pluma, y comenzó a hacer un dibujo simplificado de como sería el plano de la planta baja del hotel. Escribió sobre el margen superior "¿accesos?" y volvió su vista a la única persona en la habitación además de ella.
—¿Qué es lo que te ha salido mal? —Le extendió su botella de agua fresca por si quería un trago, pensó que seguro ella habría intentado alguna forma de escapar, de todos modos dos cabezas funcionan mejor que una y ahora estaba embriagada por una necesidad de encontrar respuestas. No tenía tiempo para aterrorizarse por la situación.
—Debo preguntar, ¿eres humana? —Por lo que escuchó le sonaba que tal vez sería una clase de prisión para seres sobrenaturales, ¿pero ser semidiosa es ser un ser sobrenatural? Nunca se había puesto a pensar en ello, y si lo era, ¿qué sería la muchacha frente a ella? Ese era el menor de sus problemas, deberían sobrevivir mientras pensaban alguna forma efectiva de escapar de allí. Se sentó en el suelo y vació su mochila, en busca de algo que les sirviera. Tomó su libera y pluma, y comenzó a hacer un dibujo simplificado de como sería el plano de la planta baja del hotel. Escribió sobre el margen superior "¿accesos?" y volvió su vista a la única persona en la habitación además de ella.
—¿Qué es lo que te ha salido mal? —Le extendió su botella de agua fresca por si quería un trago, pensó que seguro ella habría intentado alguna forma de escapar, de todos modos dos cabezas funcionan mejor que una y ahora estaba embriagada por una necesidad de encontrar respuestas. No tenía tiempo para aterrorizarse por la situación.
Us1577694 · 26-30, F
Se toma su debido tiempo en escucharla con interés mientras la estudia con la mirada muy sutilmente, tratando de averiguar con su escaso historial de conocimiento femenino; no era muy amigable con el resto de las mujeres, bueno, ellas no lo eran con ella por el simple hecho de ser un poco "liberal". — ¿Un collar? Si, de hecho, lo trae en el bolsillo interno del traje. Típico de una rata. — expresó con asco. Pues si, personas como la de ese funcionario no dan más que cólera y repudio aparte de que sabe cosas oscuras de éste.
Por otra parte, se acercó el cantinero y para no llamar la atención simplemente señaló la bebida que tenía ahora su compañera, dándole a entender que quería exactamente lo mismo. Bastó con guiñarle un ojo para que ese barman vaya detrás de esa botella y también ayudaría a que su cliente no voltee a verle.
— Las joyas no son para pieles manchadas, es decir, ese cerdo no debería llevarla es como un pecado; una herejía. Y creo que podré ayudarte. — sonrió con su clara picardía pasando a acomodarse ligeramente el escote mientras que ve venir su trago. — Sólo déjame que caiga a una trampa tan vaga, ya sabes.. Estos seres comen cualquier cosa que lo haga sentir "semental". — siseó divertida y cogió la copa antes de levantarse del asiento. Caminó hacia su futura presa con un claro contoneo fino para quedar al lado del político apoyando súbitamente su busto contra el brazo de hombre quien se asustó y la observó con morbo; miradas que pocos entenderán.
Por otra parte, se acercó el cantinero y para no llamar la atención simplemente señaló la bebida que tenía ahora su compañera, dándole a entender que quería exactamente lo mismo. Bastó con guiñarle un ojo para que ese barman vaya detrás de esa botella y también ayudaría a que su cliente no voltee a verle.
— Las joyas no son para pieles manchadas, es decir, ese cerdo no debería llevarla es como un pecado; una herejía. Y creo que podré ayudarte. — sonrió con su clara picardía pasando a acomodarse ligeramente el escote mientras que ve venir su trago. — Sólo déjame que caiga a una trampa tan vaga, ya sabes.. Estos seres comen cualquier cosa que lo haga sentir "semental". — siseó divertida y cogió la copa antes de levantarse del asiento. Caminó hacia su futura presa con un claro contoneo fino para quedar al lado del político apoyando súbitamente su busto contra el brazo de hombre quien se asustó y la observó con morbo; miradas que pocos entenderán.
ZVS1535637 · 31-35, M
Los iris aureos del jayán, refulgían con una mayor intensidad que antes, y cuando dilucidó en pleno la figura que allí se alzaba, retándolo, bramando salvajemente, la boca le salivó y aunque esa ultraterrena oscuridad que ya se había posado sobre su estampa, había aumentado considerablemente con el pasar de unos pocos segundos, esto no le impidió sonreír, con una amplitud sádica y terriblemente salvaje, mientras las sombras parecían alargar sus caninos y el resto de su dentadura; su rostro era el de una Bestia, una Bestia terrible, de los Abismos más pérfidos.
La exclamación soltada, al advertir la acometida que producía la entidad mientras se dirigía hacia él, era acompañada por el estrépito que producían las pisadas de su antagonista. Amenazaba con derrumbar con la fuerza, liberada durante la carrera, todo aquello, pero al castaño esto parecía no preocuparle, y en contra de todo sentido de supervivencia, quedó ahí, inmóvil como una torre, aunque por alguna razón los efluvios y vapores sombríos que comenzaban a surgir de su cuerpo, lo dotaban de un aspecto más recio que hace unos minutos -cosa de por sí increíble-; y es que, los músculos y el cuerpo en sí del Errante, había sido ya imbuido por el ꀰ’ryl, es decir, esta fuerza sobrenatural que procedía del metabolismo que existía en su Deífico ser.
Como el Lobo, que hambriento, sigue los movimientos de su presa, Zothernam observó con cuidado cada paso, cada descarga de furia que daba el mentado Toro, en su avance. Y cuando parecía todo perdido para él, cuando ya la figura taurina y a la vez humanoide estaba encima, pretendiendo cornearlo con los portentosos cachos, cual Tempestad, el Rey de los Titanes de Fälbach, descargó, hacia el frente, un puñetazo, con la intención de impactar al Gran Apis ahí, en la frente, dónde entre los cuernos y el halo solar, se abría un espacio.
El movimiento súbito de su cuerpo, adelantando de golpe el hemisferio diestro de su cuerpo respecto al izquierdo. Mientras accionaba, su garganta también bramó, gutural, cavernosa —¡¡¡Hooooo!!!—Ahora, aunado al hecho de que el barbárico guerrero poseía fuerza -naturalmente- suficiente para mover objetos de excesivo tonelaje, existía también ese ꀰ’ryl, que no sólo lo recorría y envolvía como un aspecto cosmético; había empleando un ápice de dicha energía, instintivamente, para imbuir su extremidad, haciéndola más dura, más -si era posible- resistente, para soportar el colosal impacto que se produciría a continuación. Y es que, por la velocidad y el peso que arrastraba el Toro, sumado a la portentosa violencia con la que Zoth lo golpeaba, un terrible choque se produciría. Si antes aquellas fundaciones se cimbraron, ahora, casi estallan y dicho impacto se sentiría en toda la ciudad, como un Sismo. Sin embargo, la confusión y toda la tierra y polvo levantada tras dicha colisión, no sería suficiente para aturdir los sentidos del Huargo de Volwoz, pues este, agudo, como el avezado guerrero que era, se mantendría alerta ante cualquier reacción de su antagonista.
—¡¡¡¡Llll nog* Maldita Vaca!!!!—(Vamos*)
La exclamación soltada, al advertir la acometida que producía la entidad mientras se dirigía hacia él, era acompañada por el estrépito que producían las pisadas de su antagonista. Amenazaba con derrumbar con la fuerza, liberada durante la carrera, todo aquello, pero al castaño esto parecía no preocuparle, y en contra de todo sentido de supervivencia, quedó ahí, inmóvil como una torre, aunque por alguna razón los efluvios y vapores sombríos que comenzaban a surgir de su cuerpo, lo dotaban de un aspecto más recio que hace unos minutos -cosa de por sí increíble-; y es que, los músculos y el cuerpo en sí del Errante, había sido ya imbuido por el ꀰ’ryl, es decir, esta fuerza sobrenatural que procedía del metabolismo que existía en su Deífico ser.
Como el Lobo, que hambriento, sigue los movimientos de su presa, Zothernam observó con cuidado cada paso, cada descarga de furia que daba el mentado Toro, en su avance. Y cuando parecía todo perdido para él, cuando ya la figura taurina y a la vez humanoide estaba encima, pretendiendo cornearlo con los portentosos cachos, cual Tempestad, el Rey de los Titanes de Fälbach, descargó, hacia el frente, un puñetazo, con la intención de impactar al Gran Apis ahí, en la frente, dónde entre los cuernos y el halo solar, se abría un espacio.
El movimiento súbito de su cuerpo, adelantando de golpe el hemisferio diestro de su cuerpo respecto al izquierdo. Mientras accionaba, su garganta también bramó, gutural, cavernosa —¡¡¡Hooooo!!!—Ahora, aunado al hecho de que el barbárico guerrero poseía fuerza -naturalmente- suficiente para mover objetos de excesivo tonelaje, existía también ese ꀰ’ryl, que no sólo lo recorría y envolvía como un aspecto cosmético; había empleando un ápice de dicha energía, instintivamente, para imbuir su extremidad, haciéndola más dura, más -si era posible- resistente, para soportar el colosal impacto que se produciría a continuación. Y es que, por la velocidad y el peso que arrastraba el Toro, sumado a la portentosa violencia con la que Zoth lo golpeaba, un terrible choque se produciría. Si antes aquellas fundaciones se cimbraron, ahora, casi estallan y dicho impacto se sentiría en toda la ciudad, como un Sismo. Sin embargo, la confusión y toda la tierra y polvo levantada tras dicha colisión, no sería suficiente para aturdir los sentidos del Huargo de Volwoz, pues este, agudo, como el avezado guerrero que era, se mantendría alerta ante cualquier reacción de su antagonista.
Us1577694 · 26-30, F
Sosegada por tanto ego, dinero y falta de amor propio que lo único que deseaba irse de allí pero ojo con su cuenta bancaria llena de ceros y sin tener la necesidad de bajarse la ropa interior. Husmeaba el alrededor para verificar si no hay otra chica de su edad por puro ocio, no soportaría otra cátedra del funcionario, terminaría cometiendo suicidio por falta de personalidad ese anciano vacío. — ¿Hmm? — Escuchó ese comentario y la obligo a ladear el rostro en dirección de esa voz para darle un rostro y se encontró con una belleza de mujer que la dejó casi sin palabras.
No quería ser descortés ni mostrar falta de profesionalismo en su labor, por lo tanto, esbozó una cómplice sonrisa que resaltó ese hoyuelo en una de las mejillas. — Si, un cerdo que se baña en dinero. — acotó sin pudor y vería esa bebida de reojo. Quizás es desconfianza pero al ver a detalle las facciones de la fémina, su manera de desenvolverse; era claro que es digna de confianza. Sin darle tanto rodeo a la situación cogió la copa de dicha bebida donde el aroma del mismo penetró su fosas nasales y sedujo su paladar aún sin probarlo. Dio un suave sorbo y suspiro de placer. — Dioses, tenías razón. — resaltó con sinceridad. Por otra parte, no le preocupa que tome el lugar de su cliente ya que por una pequeña mirada que hizo, ya estaba rodeado de esas clásicas mujeres que hacen de todo por una poca cantidad de dinero o quizás, un puesto inventado cerca del pez gordo; no le quitaba el sueño aquello porque ya ha pagado por la cita. — ¿Hmm? Si fuese una espía no creo que estaría en una pecera como esta. ¿No crees? — pausó antes de continuar para dar otro sorbo a la bebida. — ¿A quién debemos matar, cariño? — bromeó pero en ese juego había respuestas.
No quería ser descortés ni mostrar falta de profesionalismo en su labor, por lo tanto, esbozó una cómplice sonrisa que resaltó ese hoyuelo en una de las mejillas. — Si, un cerdo que se baña en dinero. — acotó sin pudor y vería esa bebida de reojo. Quizás es desconfianza pero al ver a detalle las facciones de la fémina, su manera de desenvolverse; era claro que es digna de confianza. Sin darle tanto rodeo a la situación cogió la copa de dicha bebida donde el aroma del mismo penetró su fosas nasales y sedujo su paladar aún sin probarlo. Dio un suave sorbo y suspiro de placer. — Dioses, tenías razón. — resaltó con sinceridad. Por otra parte, no le preocupa que tome el lugar de su cliente ya que por una pequeña mirada que hizo, ya estaba rodeado de esas clásicas mujeres que hacen de todo por una poca cantidad de dinero o quizás, un puesto inventado cerca del pez gordo; no le quitaba el sueño aquello porque ya ha pagado por la cita. — ¿Hmm? Si fuese una espía no creo que estaría en una pecera como esta. ¿No crees? — pausó antes de continuar para dar otro sorbo a la bebida. — ¿A quién debemos matar, cariño? — bromeó pero en ese juego había respuestas.
Ophelia1576351 · F
—¿Hace cuánto tiempo estás encerrada aquí?
No hacía falta que la contraria le aclarase que no era un espíritu, a la hora en la que la había encontrado,
Hacía cuatro días, según sus cálculos, que había entrado a ese hotel en Nueva York y no había podido registrar su partida, ya que estaba retenida bajo su voluntad. La pregunta es por quién y por qué. Al principio, conjeturó que sería un simple secuestro a gran escala pero la situación comenzó a oscurecerse cuando descubrió que no había otras personas en ese lugar. Solo espíritus.
Un hermoso antepatio verde, lleno de flores e incluso un conejo juguetón, habían atraído a Ophelia a ingresas y pasar la noche allí. Luego de haber vendido el último retazo que le quedaba de su padre, necesitaba recargar fuerzas antes de regresar al campamento. Así que ese oasis en la jungla de concreto, estaba destinado a aparecer en su camino.
Ahora sí, todo comenzó sin que ella sospechase en absoluto. El ser que la atendió en la administración, muy humano en apariencia, con simpatía le dio la bienvenida y la llevo a su habitación. La joven durmió plácidamente sin ningún inconveniente, pero cuando se despertó la mañana siguiente el hotel estaba vacío y por mas que lo intentó de diversas maneras, no pudo salir. El único patrón que había encontrado era que los espíritus salían al atardecer a recorrer los locales.
—Si sabes algo o tienes alguna teoría de lo que sucede, te suplico que la compartas. —Finalizó así su discurso para la extraña, de la cual sus ojos no se separaron en ningún momento. Comenzó a sentir un cosquilleo agradable que subía desde la planta de sus pies, anulando la sensación del estómago revuelto ante tanto disgusto. Conocía muy bien el sentimiento, era esperanza.
No hacía falta que la contraria le aclarase que no era un espíritu, a la hora en la que la había encontrado,
Hacía cuatro días, según sus cálculos, que había entrado a ese hotel en Nueva York y no había podido registrar su partida, ya que estaba retenida bajo su voluntad. La pregunta es por quién y por qué. Al principio, conjeturó que sería un simple secuestro a gran escala pero la situación comenzó a oscurecerse cuando descubrió que no había otras personas en ese lugar. Solo espíritus.
Un hermoso antepatio verde, lleno de flores e incluso un conejo juguetón, habían atraído a Ophelia a ingresas y pasar la noche allí. Luego de haber vendido el último retazo que le quedaba de su padre, necesitaba recargar fuerzas antes de regresar al campamento. Así que ese oasis en la jungla de concreto, estaba destinado a aparecer en su camino.
Ahora sí, todo comenzó sin que ella sospechase en absoluto. El ser que la atendió en la administración, muy humano en apariencia, con simpatía le dio la bienvenida y la llevo a su habitación. La joven durmió plácidamente sin ningún inconveniente, pero cuando se despertó la mañana siguiente el hotel estaba vacío y por mas que lo intentó de diversas maneras, no pudo salir. El único patrón que había encontrado era que los espíritus salían al atardecer a recorrer los locales.
—Si sabes algo o tienes alguna teoría de lo que sucede, te suplico que la compartas. —Finalizó así su discurso para la extraña, de la cual sus ojos no se separaron en ningún momento. Comenzó a sentir un cosquilleo agradable que subía desde la planta de sus pies, anulando la sensación del estómago revuelto ante tanto disgusto. Conocía muy bien el sentimiento, era esperanza.
ZVS1535637 · 31-35, M
Aquello bastaba para dar por sentado que sus especulaciones eran correctas, empero, aunque ella conocía de cierta forma a las entidades que aguardaban en el vacío, más allá de las barreras del Tiempo y el Espacio, al compararlas con los Ángeles de Yavéh, comprendió que no estaba del todo familiarizada con sus viejos enemigos. Pero no le refutó ni hizo gesto alguno para contradecir sus dichos. Al fin y al cabo había logrado parte de su cometido.
La siguió, como le había solicitado, en silencio, aunque sin perder el animoso semblante que se reflejaba en la perspicacia de su rostro.
Se internaron en alargadas galerías y estrechos pasillos. Mientras más lo hacían, más lograba percibir el halo esotérico que embaurnaba la edificación, hasta sus fundaciones. Examinaba las vetustas piedras con la mirada dorada, escuchándola hablar de los orígenes de la estructura...y todo comenzaba a cobrar cierto sentido — Así que...se trata de tal cosa...— Masculló, más, para sí mismo, que en respuesta a sus dichos.
Las mortecinas luces de farolas dispuestas a lo largo de los corredores, iluminaban el andar de ambos, guiándolos, aunque a ella parecía no hacerle falta, pues tenía en los pasos seguridad de sobra que le confería haberlos transitado muchas veces en el pasado. En alguna parte muy profunda del lugar, comenzaron a escucharse unos mujidos coléricos que le llegaban más claros con forme avanzaban. Y lo hicieron hasta hallarse ante sendas puertas, que parecían obra de mano no humana y, que tras algún sortilegio hecho por ella se abrieron para dejarlos pasar. Él siempre detrás lo observaba todo con detenimiento.
Al ingresar, el ambiente se le antojó denso. Horadó en la oscuridad, y mientras gruñía, tal vez, rabioso por querer ser retado por ella, o por la promesa de ansiada violencia, dio un paso al frente, adelantándose, con el rostro velado por una repentina sombra. El aire, ya de por sí pesado, ahora se había viciado con una opresión casi asfixiante; la sensación de peligro era real y parecía venir del titánico moreno, de quién esta vibra de espanto no sólo parecía surgir, si no que era también la hechura de su carne, aún bajo aquellas vestiduras mundanas. Parecería muy, muy grande, incluso más de la talla que realmente tenía, y espero la aparición de su "prueba", con las manazas cerradas en puños amenazadores.
La siguió, como le había solicitado, en silencio, aunque sin perder el animoso semblante que se reflejaba en la perspicacia de su rostro.
Se internaron en alargadas galerías y estrechos pasillos. Mientras más lo hacían, más lograba percibir el halo esotérico que embaurnaba la edificación, hasta sus fundaciones. Examinaba las vetustas piedras con la mirada dorada, escuchándola hablar de los orígenes de la estructura...y todo comenzaba a cobrar cierto sentido — Así que...se trata de tal cosa...— Masculló, más, para sí mismo, que en respuesta a sus dichos.
Las mortecinas luces de farolas dispuestas a lo largo de los corredores, iluminaban el andar de ambos, guiándolos, aunque a ella parecía no hacerle falta, pues tenía en los pasos seguridad de sobra que le confería haberlos transitado muchas veces en el pasado. En alguna parte muy profunda del lugar, comenzaron a escucharse unos mujidos coléricos que le llegaban más claros con forme avanzaban. Y lo hicieron hasta hallarse ante sendas puertas, que parecían obra de mano no humana y, que tras algún sortilegio hecho por ella se abrieron para dejarlos pasar. Él siempre detrás lo observaba todo con detenimiento.
Al ingresar, el ambiente se le antojó denso. Horadó en la oscuridad, y mientras gruñía, tal vez, rabioso por querer ser retado por ella, o por la promesa de ansiada violencia, dio un paso al frente, adelantándose, con el rostro velado por una repentina sombra. El aire, ya de por sí pesado, ahora se había viciado con una opresión casi asfixiante; la sensación de peligro era real y parecía venir del titánico moreno, de quién esta vibra de espanto no sólo parecía surgir, si no que era también la hechura de su carne, aún bajo aquellas vestiduras mundanas. Parecería muy, muy grande, incluso más de la talla que realmente tenía, y espero la aparición de su "prueba", con las manazas cerradas en puños amenazadores.
PM1566846 · F
—Ah, sí.
Rebuscó y rebuscó en aquel bolso de piel que tendía de su hombro, uno a la vista voluminoso y poco práctico. De él extrajo un estuche negro de terciopelo, disponiéndolo en el centro de la mesa antes de abrirlo. Un anillo descansaba entre el terciopelo con un cuadriforme diamante incrustado, las luces entraban y quedaban atrapadas en una chispeante estructura celeste de humildes proporciones. Era, naturalmente, un tesoro con capacidad de solucionar las vidas de muchos desdichados. La sensación de egoísmo que alguna vez hubiera podido corroerla al tenerlo, ahora no era más que otra minucia en su existencia igual de nimia que la persona que hallaba en frente.
—Era el anillo que llevaba cuando nos casamos, como ves es azul.— La muchacha no la tomaba ni por tonta, ni por ciega, no obstante a veces no podía impedirse de dar detalles que, si bien jugosos, no eran de la importancia de nadie. De nada servía una rareza de diamante a una persona ya fallecida.— El que él me dio era rosado. Pero... eso ya no tiene sentido.
Lo meditó por un instante. Debí haberlo enterrado junto a él.
—Por supuesto, por eso he acudido a usted, sino no tendría nada que hacer aquí. Y... ¿El crucifijo?— Acarició la bisutería fina, antes de hacer asomar la crucifixión de Cristo labrada en plata barata.— De mi madre. Era lo más preciado que teníamos en casa, me lo llevé cuando no más le hizo falta. Formaba parte de su herencia.— Remarcó con una tímida sonrisa desbordante de melancolía. Ella no era de orígenes tales como los de aquel diamante.
Rebuscó y rebuscó en aquel bolso de piel que tendía de su hombro, uno a la vista voluminoso y poco práctico. De él extrajo un estuche negro de terciopelo, disponiéndolo en el centro de la mesa antes de abrirlo. Un anillo descansaba entre el terciopelo con un cuadriforme diamante incrustado, las luces entraban y quedaban atrapadas en una chispeante estructura celeste de humildes proporciones. Era, naturalmente, un tesoro con capacidad de solucionar las vidas de muchos desdichados. La sensación de egoísmo que alguna vez hubiera podido corroerla al tenerlo, ahora no era más que otra minucia en su existencia igual de nimia que la persona que hallaba en frente.
—Era el anillo que llevaba cuando nos casamos, como ves es azul.— La muchacha no la tomaba ni por tonta, ni por ciega, no obstante a veces no podía impedirse de dar detalles que, si bien jugosos, no eran de la importancia de nadie. De nada servía una rareza de diamante a una persona ya fallecida.— El que él me dio era rosado. Pero... eso ya no tiene sentido.
Lo meditó por un instante. Debí haberlo enterrado junto a él.
—Por supuesto, por eso he acudido a usted, sino no tendría nada que hacer aquí. Y... ¿El crucifijo?— Acarició la bisutería fina, antes de hacer asomar la crucifixión de Cristo labrada en plata barata.— De mi madre. Era lo más preciado que teníamos en casa, me lo llevé cuando no más le hizo falta. Formaba parte de su herencia.— Remarcó con una tímida sonrisa desbordante de melancolía. Ella no era de orígenes tales como los de aquel diamante.
PM1566846 · F
—Sí, eh...
Vaciló por unos instantes ante la idea de sentarse frente a ella. No se trataba de una primera vez el verse inmiscuida en un acto como tal, pero sí con esa identidad, en solitario. Su peso descansó sobre el asiento junto el susurro crujiente de la silla. Rozó con sus dedos la tela del pañuelo en su cuello y lo desanudó, revelando el fino cordel cuyo fin se perdía bajo sus ropajes. La intuición señalaba que se podía tratar de un pequeño crucifijo de plata. Lo portaba sin delatar su vía de pensamiento personal.
—Necesito saber varias cosas sobre una persona fallecida, fue mi marido. Tengo entendido que usted establece comunicación con los muertos.
Habría ignorado comentarios fuera de tema, viéndose concentrada en su objetivo en cuestión, revelador en la monotonía de su voz, su disposición rígida con las muñecas sobre la mesa sin dejar de ser cortés. Si bien no se sentía culpable de estar cometiendo una ofensa hacia lo que creía profesar, sí existía una sensación de prisa que la hacía taconear suavemente bajo la mesa.
Vaciló por unos instantes ante la idea de sentarse frente a ella. No se trataba de una primera vez el verse inmiscuida en un acto como tal, pero sí con esa identidad, en solitario. Su peso descansó sobre el asiento junto el susurro crujiente de la silla. Rozó con sus dedos la tela del pañuelo en su cuello y lo desanudó, revelando el fino cordel cuyo fin se perdía bajo sus ropajes. La intuición señalaba que se podía tratar de un pequeño crucifijo de plata. Lo portaba sin delatar su vía de pensamiento personal.
—Necesito saber varias cosas sobre una persona fallecida, fue mi marido. Tengo entendido que usted establece comunicación con los muertos.
Habría ignorado comentarios fuera de tema, viéndose concentrada en su objetivo en cuestión, revelador en la monotonía de su voz, su disposición rígida con las muñecas sobre la mesa sin dejar de ser cortés. Si bien no se sentía culpable de estar cometiendo una ofensa hacia lo que creía profesar, sí existía una sensación de prisa que la hacía taconear suavemente bajo la mesa.
ZVS1535637 · 31-35, M
Siguieron avanzando entre los maravillosos pasillos y cuando llegaron al despacho, sintió cierta familiaridad, pues el estilo y la forma del lugar, en cierto modo le recordaron a las estancias de sus muchos palacios en aquel lejano Reino que ostentaba.
Le sonrió, como respuesta, al ella ofrecerle el trago. Tomó el cristal en su gigantesca mano, y mientras le escuchaba, de un golpe bárbaro vertió el licor en su boca apenas tocando este con sus labios. El sabor fue gratificante, jugó con su paladar, de manera lujuriosa y le llenó con su sabor a madera, todos sus sentidos, y luego agradeció también el calor en su garganta y en su pecho, al bajar hacia su estómago.
Caminó, como animal que acecha, en torno a la mujer, mirándola, en todo momento con ese matiz suspicaz de siempre, en sus ojos. Luego dirigió su atención hacia una de las obras de arte que estaban colgadas en las paredes del lugar —¿La lanza con la que mataron al judío?— inquirió. Parecía no tener ningún respeto hacia la personalidad de Cristo...¿Por qué lo tendría? Pero sabía el poder que ese artefacto tenía, sobre todo por tratarse de algo relacionado intrínsecamente con el hijo de [u]Dios[/b]. No dejo de admirar la pintura, analizando sus trazos, las expresiones en los rostros y se acarició la poblada barba con la zurda. Sus manos estaban echas para matar...jamás podría llegar a crear algo similar con ellas...su arte era la sangre, la muerte...
—Puedo levantar ese edificio desde sus cimientos y revelar todos esos secretos, para ti, si deseas...— Se volvió hacia ella, relamiéndose los labios.
—Pero hay algo que quiero a cambio —Agregó un segundo después. Dejo el recipiente en la superficie de una mesa cercana y extrajo de la cara interna de su chaqueta un sobre. Era un sobre, muy muy antiguo, cuyos bordes en algunas partes estaba carcomido, muy desgastado, y el tono sepia que tenía delataba su vetusta edad —Necesito que alguien me de pistas sobre cierto hechizo...Si usted puede ayudarme con esto, puedo traerle la cabeza del ser Alado que desee...— Sonrió lobunamente, y le ofreció el sobre, que parecía haber tenido un sello de cera que guardaba sus secretos a la vista de los curiosos.
Dentro del sobre, en pergamino de igual o mayor antigüedad, se hallaban escritos con una tinta del color del óxido que más parecía sangre seca, los carácteres de un alfabeto extraño, muy arcaico y que no se asemejaba a nada escrito antes, al menos por un humano. Aunque le fuere imposible leer tanto a él como a ella, estaba descrito ahí un método para, de algún modo, invocar a una entidad cósmica a la que en varias oportunidades en el mismo texto se le llama "El que mora en la oscuridad", pero lo más asombroso de dicho pergamino, a parte del diagrama parecido a un triángulo isósceles con varios otros elementos, dibujado en él, estaba también el hecho de que parecía ser la página arrancada de un libro, pues en la otra cara, parecía estar plasmado otro procedimiento místico.
Le sonrió, como respuesta, al ella ofrecerle el trago. Tomó el cristal en su gigantesca mano, y mientras le escuchaba, de un golpe bárbaro vertió el licor en su boca apenas tocando este con sus labios. El sabor fue gratificante, jugó con su paladar, de manera lujuriosa y le llenó con su sabor a madera, todos sus sentidos, y luego agradeció también el calor en su garganta y en su pecho, al bajar hacia su estómago.
Caminó, como animal que acecha, en torno a la mujer, mirándola, en todo momento con ese matiz suspicaz de siempre, en sus ojos. Luego dirigió su atención hacia una de las obras de arte que estaban colgadas en las paredes del lugar —¿La lanza con la que mataron al judío?— inquirió. Parecía no tener ningún respeto hacia la personalidad de Cristo...¿Por qué lo tendría? Pero sabía el poder que ese artefacto tenía, sobre todo por tratarse de algo relacionado intrínsecamente con el hijo de [u]Dios[/b]. No dejo de admirar la pintura, analizando sus trazos, las expresiones en los rostros y se acarició la poblada barba con la zurda. Sus manos estaban echas para matar...jamás podría llegar a crear algo similar con ellas...su arte era la sangre, la muerte...
—Puedo levantar ese edificio desde sus cimientos y revelar todos esos secretos, para ti, si deseas...— Se volvió hacia ella, relamiéndose los labios.
—Pero hay algo que quiero a cambio —Agregó un segundo después. Dejo el recipiente en la superficie de una mesa cercana y extrajo de la cara interna de su chaqueta un sobre. Era un sobre, muy muy antiguo, cuyos bordes en algunas partes estaba carcomido, muy desgastado, y el tono sepia que tenía delataba su vetusta edad —Necesito que alguien me de pistas sobre cierto hechizo...Si usted puede ayudarme con esto, puedo traerle la cabeza del ser Alado que desee...— Sonrió lobunamente, y le ofreció el sobre, que parecía haber tenido un sello de cera que guardaba sus secretos a la vista de los curiosos.
Dentro del sobre, en pergamino de igual o mayor antigüedad, se hallaban escritos con una tinta del color del óxido que más parecía sangre seca, los carácteres de un alfabeto extraño, muy arcaico y que no se asemejaba a nada escrito antes, al menos por un humano. Aunque le fuere imposible leer tanto a él como a ella, estaba descrito ahí un método para, de algún modo, invocar a una entidad cósmica a la que en varias oportunidades en el mismo texto se le llama "El que mora en la oscuridad", pero lo más asombroso de dicho pergamino, a parte del diagrama parecido a un triángulo isósceles con varios otros elementos, dibujado en él, estaba también el hecho de que parecía ser la página arrancada de un libro, pues en la otra cara, parecía estar plasmado otro procedimiento místico.
Us1577694 · 26-30, F
Roma - Italia: Deseo reprimido.
Era el último viaje que haría fuera del país por motivos laborales, ya no deseaba estar en el ámbito de dama de compañía porque últimamente le ha traído puros tragos amargos. Si, es divertido tener un hombre bajo tu merced , gracias a tu perfume y esas miradas cómplice que hace desear hasta a un hombre de piedra; un estilo de vida bastante estresante.
¿Quién era el cliente? Un funcionario político que quería una copa de vino en un sitio bien reservado y un tanto oscuro. El lugar está ambientado en un aire barroco, verlas, arquitectura gótica y muebles longevos que eran una pieza maravillosa ante los ojos de cualquiera. — Eh.. Claro, me encanta el sitio. —Agregó la joven rusa que ha perdido su atención en los detalles del bar. Todos vestían en trajes negros y nulos mientras que ella vestía con un vestido algo cálido a su cuerpo en tonos similares vino, tacones negros y rizos hechos. Se estaba aburriendo porque ese italiano habla mal de su esposa y cuánto necesita de un revolcón; claro, en código y elegante. No obstante, jamás lograría que Ursula acepte porque su regla principal en no involucrar el sexo.
— Necesito algo de ron. ¿Me pides, cariño? — deseaba adormecer su mente ante un ego tan .. Patético y mientras tanto da otra ojeada a su panorama buscando algo de entrenamiento.
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